martes, 29 de septiembre de 2009

LA MEDIDA DEL TIEMPO - Registrada en S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores)

Estar contigo o no estar contigo
es la medida de mi tiempo.
Jorge Luis Borges
I
El timbre sonó a las veintiuna en punto. Laura levantó el portero eléctrico y gritó con impaciencia:
-¡Ya va...! ¡Ya va!
Todavía le faltaba pintarse las uñas y los labios y por una vez el remís llegaba a horario. Manoteó el frasco de esmalte, la cartera y el abrigo y salió después de apagar las luces. La calle se veía fantasmagórica a través de una espesa neblina que ningún viento parecía dispuesto a separar. Cruzó hacia el coche que estaba estacionado enfrente y subió a la parte trasera.
-¡Buenas noches...! Al club de vela –indicó.
El remisero se volvió hacia ella y la miró interrogante.
-¡Al club de vela! –reiteró- ¿Acaso no sabe dónde queda?
El hombre la miraba con desparpajo. Le brindó una sonrisa medio torcida y respondió:
-Por supuesto que sé dónde queda. ¿Podríamos...?
-¡Arranque, hombre! –lo cortó agazapándose en el asiento- Que no quiero que mi vecino me vea...
A Laura le pareció que el chofer sofocaba una risa mientras ponía el auto en marcha, pero agachada como estaba no hubiera podido jurarlo. Cuando hicieron dos cuadras se irguió. Si el idiota de Juanjo la hubiera visto, seguro que se hubiese hecho llevar a la cena. Y aunque fuera su jefe ya era demasiado aguantarlo las nueve horas de oficina. Sacó el frasco de esmalte y antes de abrirlo recordó que no se había maquillado. Se coloreó la boca para no arruinarse después la pintura de uñas, se perfumó y destapó con cuidado el barniz. Dio algunas pinceladas hasta que el auto frenó ante un semáforo poniendo en peligro la estabilidad del frasquito.
-¡Oiga, señor! Casi me derramo la pintura encima. ¿No podría frenar con más suavidad?
El chofer no contestó. Cuando tuvo paso se acercó a la vereda y estacionó. Laura exclamó:
-¿Qué...?
-¿Por qué no termina su arreglo y después partimos? –sugirió el hombre sin volverse.
-¡Llegaría tarde!
-Pero impecable... –la voz grave no denotaba sarcasmo.
-¿Se apurará después?
-Usted, déle.
Laura agachó la cabeza y se esmeró con las uñas hasta que quedaron pintadas con prolijidad. Después hizo malabarismos para cerrar el frasco sin deteriorarlas y, sin guardarlo en el bolso, anunció el fin de la tarea:
-¡Arranque, chofer, que ya terminé!
El auto se desprendió suavemente del cordón y enfiló hacia la circunvalación. La niebla se acentuó a medida que ingresaban a la autopista absorbiendo vehículos y asfalto. Ella agitó las manos para que se secara el esmalte mientras pensaba en la velada que la aguardaba. Odiaba las reuniones de oficina a las que todos concurrían por compromiso. Y ella también al fin y al cabo. Era preferible aburrirse unas horas que desairar a su jefe, sobre todo en épocas en que escaseaba el trabajo. Aunque no estaba segura de conservarlo mucho tiempo dada la persecución de la que últimamente le hacía objeto. Aparte de que no le gustaba, eran vecinos y ella solía charlar de vez en cuando con su sufrida mujer. Carina era joven y linda pero absolutamente sometida al imbécil de su marido. ¿Cómo podía aguantar a ese neandertal que la hostilizaba pasando los dedos sobre los muebles para reprocharle cualquier atisbo de polvillo? Tenían dos nenas y él le echaba en cara que no le hubiera dado un heredero que continuara el apellido. ¡Cómo si una pudiera elegir! Y lo peor es que la mujer se sentía responsable, como le había confesado una vez que habían hecho una larga cola en el súper. Bueno, allá ellos con sus problemas, se dijo, mientras se preparaba mentalmente para soportar la reunión y los concurrentes. El remisero estacionó diestramente a la entrada del club. Le preguntó cuánto era el viaje. Vaciló antes de responderle:
-Diez pesos –dijo al fin.
-¿Diez pesos? Su reloj debe fallar. Porque este viaje no sale menos de quince –le aclaró.
-Es lo que marca el reloj, señorita.
-Entonces, hágalo ver –contestó mientras le extendía quince pesos.
El hombre se encogió de hombros y guardó la plata. Se bajó y abrió la puerta para que descendiera. Otra cosa que la fastidiaba era tener que caminar casi dos cuadras sobre el pedregullo para llegar al salón de fiestas. ¿Quién podía pretender que una mujer conservara la elegancia teniendo que cuidar que las piedritas no se metieran en los zapatos y le rompieran las medias? Dijo OHM varias veces para limpiar su mente de protestas y bajó. Por un momento quedaron enfrentados y Laura apreció la elegancia y apostura del hombre vestido de traje gris y la sonrisa a boca cerrada que le ponía pliegues a los lados de los ojos. Sería interesante cambiarlo por los redundantes asistentes masculinos. Le agradeció y se despidió mientras enfilaba cuidadosamente hacia la entrada del club. A medio camino se topó con la contadora y su secretario que habían estacionado el coche más adelante:
-¡Buenas noches...! –dijo el empleado- Juro que le dije a Mimicha “¿quién será esta bella joven?” cuando venías caminando hacia aquí.
-Gracias, Daniel, por levantar mi autoestima. ¿Cómo estás, Mimicha? –se acercó para intercambiar un beso.
-Bien, Laura. ¿Quién te trajo?
-Un remisero.
-Me hubieras llamado. Sabés que vivo cerca de tu casa.
-Está bien. Pero tenía que hacer varias diligencias y no estaba segura de cuándo me iba a desocupar. Tal vez podrías llevarme si no te vas muy tarde... –dijo, anticipando su decisión de no quedarse demasiado tiempo.
La contadora se rió porque coincidía con ella en que eran reuniones tediosas, especialmente por haber compartido las del trabajo anterior donde se habían conocido. Laura había renunciado años atrás porque se había enamorado del dueño del negocio que se agotó en juramentos hasta conquistarla y después exhibió un notable estado de amnesia en oposición a sus promesas. Dejó su trabajo cuando verlo todos los días se transformó en una tortura y Mimicha, que la consideraba una buena empleada, la había conectado con la empresa donde trabajaba actualmente. No eran amigas íntimas pero se tenían mutua simpatía. La profesional era una mujer madura y hermosa que a sus cuarenta años vivía una apasionada relación con su secretario trece años menor, relación que muchas mujeres cuestionaban por la diferencia de edades pero que en el fondo, según Laura, no era más que envidia. Así como ella aceptaba sin prejuicios el vínculo de la mujer, Mimicha comprendió la inclinación amorosa que tuvo con su ex jefe y la alentó cuando decidió abandonarlo porque pensaba que merecía más que una aventura circunstancial. Escoltadas por Daniel, ingresaron al salón adonde ya se encontraba un pequeño grupo de invitados. Saludaron y departieron mientras los mozos les ofrecían tragos y bocaditos. Mimicha, con una sonrisa, la previno:
-No te des vuelta, pero ahí viene tu acosador -Laura se lo había confiado- con un bello ejemplar.
Ella se alegró porque eso significaba que se vería libre de persecuciones durante la velada. Escuchó la voz de Juanjo:
-¡Aquí tengo dos beldades para presentarte! Mi contadora, Mimicha...
Laura, sin darse vuelta, percibió una presencia que se emparejaba con ella y vio la mano que se extendía hacia la contadora. ¡Pero era masculina! Dio media vuelta mientras escuchaba el fin de la presentación:
-... el doctor Ignacio del Prado, Nacho para los amigos.
Volvió a quedar frente al trajeado remisero. Él la seguía mirando con la sonrisa de arruguitas en los ojos esperando la introducción de su amigo.
-Ella es Laura, mi secretaria... -Juanjo vacilaba observando la expresión de sorpresa de la joven- ...el doctor Ignacio del Prado -terminó.
Ella le tendió la mano automáticamente. Cuando se hizo conciente de que tenía la boca entreabierta la usó para preguntarle:
-¿Se las rebusca como remisero...?
El hombre lanzó una espontánea carcajada y dijo:
-Es un placer volverte a ver, Laura.
Ella recuperó su mano con un gesto precipitado y se volvió hacia Mimicha. Su jefe presentó a Daniel y después se retiró con el invitado sin que Laura volviera a mirarlo.
-¿Qué fue eso? -preguntó la contadora, curiosa.
-Después te digo -la cortó.
Se sentaron a una mesa por poco tiempo, porque Mimicha le propuso a los diez minutos:
-¿Me acompañás al baño?
Se levantaron bajo la risueña mirada de Daniel que todavía no comprendía por qué las mujeres buscaban compañía para ir al tocador. La mirada de Mimicha, apenas llegaron, se convirtió en un signo de interrogación:
-Ese doctor como se llame, es el remisero que me trajo al club -dijo Laura alterada.
-¡Qué coincidencia! -exclamó su amiga candorosamente.
-¡No seas ingenua! Seguro que estaba todo preparado para ver si se me escapaba algún comentario. ¡Y pensar que me escondí bajo la ventanilla y le dije que arrancara cuando lo vi a Juanjo...! ¡Si se habrá reído! Ahora me acuerdo que se rió... -dijo disgustada.
-Pero ¿cómo hizo para saber que habías llamado a un remís? -la pregunta de Mimicha no carecía de lógica- Y la hora...
Laura la miró como si le hablara en chino. Era cierto, ella lo había decidido a último momento y a solas. Hizo un gesto de terquedad e insistió:
-No sé. Pero de Juanjo se puede esperar cualquier cosa.
Mimicha era más práctica:
-Ya tendrás tiempo de aclarar el equívoco. Mientras tanto este tipo, si no es casado, ¡está muy bueno para hacerle una zancadilla! -expresó entusiasta.
Laura hizo una mueca de suspicacia. Se miró al espejo y pensó que era posible que el chofer trastabillara si decidía usar la metafórica maniobra de Mimicha. Pero esta noche no estaba en vena. Revivió el trayecto hasta el club hasta llenarse de vergüenza por sus actitudes y de bronca contra el presunto conductor.
-Volvamos, Mimicha, que se pensarán que somos tortis -propuso para contener otra pregunta.
Salió delante de la contadora. Para llegar a su mesa debieron rebasar la de su jefe adonde se habían ubicado los principales accionistas y el invitado. Levantó la copa cuando ella y Mimicha pasaron a su lado. La contadora agradeció con una sonrisa y Laura se hizo la desentendida. El hombre sonrió más ampliamente, como satisfecho del reto que suponía la esquiva muchacha. El salón ya estaba atestado e intercambiaron saludos hasta llegar a sus ubicaciones. Daniel estaba acompañado por Noelia, la telefonista; Raquel, la intérprete bilingüe y Dante, el cadete. Una mesa bastante soportable, pensó Laura. Noelia era su amiga, simpatizaba con Raquel y el muchacho siempre estaba bien dispuesto. Al menos, con ella.
-¡Ya estaba por mandar a las chicas a buscarlas! -rió Daniel.
Mimicha le tiró un mechón de pelo y se sentó al lado. El amigo del jefe despertaba la curiosidad de las féminas:
-La verdad -dijo Noelia- es que no esperaba ninguna sorpresa. Pero por este tipo bien vale la pena haber venido.
-Si fuéramos a prolongar la velada a otra parte… -acotó Raquel- ¿No aceptarían esta vez la tradicional invitación al baile?
Esta propuesta, realizada después de la copiosa cena y libaciones, era invariablemente rechazada por las mujeres que no deseaban alternar con los concurrentes.
-Si tienen la vista puesta en el nuevo -dijo Laura- alcanza sólo para una. ¿Las demás tendrán que aguantar a los plomos de siempre?
-Menos Mimicha, que ya viene con su bailarín propio -dijo Noelia riendo.
-¿Y si hacemos una apuesta? Digo, para divertirnos -sugirió Raquel.
A Laura el humor se le escurría cada vez más rápido. ¿Arriesgarse a bailar con Juanjo? ¡Ni loca!, se dijo. Y no porque desconfiara de su atractivo, sino porque desconfiaba del amigo de su jefe que debía ser tan obsecuente como el resto que lo rodeaba. Declinó el desafío:
-Yo paso, gracias. Después del emotivo brindis pienso llamar un remís, si vos querés quedarte... -le aclaró a la contadora.
La mujer no le respondió y Laura se congratuló de haber traído su celular. Remontó su fastidio y se adhirió a la amena y superficial conversación. Cuando Juanjo, después del champaña formuló la proverbial invitación, se quedó de una pieza con la rápida aceptación de las mujeres. Sólo ella se excusó aduciendo que debía levantarse muy temprano y no se dejó convencer por los argumentos de su jefe. Cuando el grupo se retiró, pidió una copa más de champaña y encendió el tercer cigarrillo de la noche. Lo fumó despaciosamente hasta que una ráfaga abrió la ventana lateral con violencia y desparramó la brasa en infinidad de chispas que se abalanzaron contra su falda. Se levantó aprisa para sacudir la ropa y dirigió la vista hacia el exterior. Una furiosa tormenta secundada por relámpagos, truenos y viento reemplazó súbitamente a la neblina. Sacó el teléfono para pedir un transporte y escuchó una y otra vez la grabación que alertaba sobre la saturación de líneas. Después de quince minutos de intentos infructuosos comenzaron a golpear las primeras gotas. Deseó haber aceptado la invitación a bailar porque por lo menos tendría un vehículo para volver a su casa. Miró desalentada al inútil aparato que no la comunicaba con nadie, cuando una mano se lo escamoteó suavemente. Se volvió desconcertada y se encontró con su chofer ocasional.
-Supongo que estarías por pedir un auto de alquiler -aventuró, devolviéndole el celular apagado.
-¿Y quién te dice que no estaba por llamar a un conocido para que viniera a buscarme? -respondió enojada.
-Porque ningún hombre en su sano juicio te hubiese dejado venir sola esta noche -en sus ojos no se advertía ninguna ironía.
-Agradezco tu preocupación, pero ¿no deberías estar camino al baile?
-Si vos hubieras venido. Además, cuando me hago cargo de una mujer siempre la devuelvo a su casa.
Laura rebuscó en su bolso. Sacó quince pesos más y se los tendió:
-Cancelo tu obligación. Supongo que el pago te compensará el viaje de vuelta -dijo porfiadamente.
La mirada de él la perforó. La sostuvo con una expresión belicosa mientras se preguntaba si no estaba yendo demasiado lejos. Ignacio, Nacho para los amigos, declinó el dinero sin palabras y se sentó en la silla contigua:
-¿Por qué no empezamos de nuevo, Laura?
-Porque soy muy sensible a las cargadas, si querés entender.
-Yo lo llamaría malentendido, o hecho fortuito. Debía pasar a buscar a Juanjo a las veintiuna y parece que toqué el timbre equivocado. Vos estabas esperando, saliste y subiste a mi auto. Cuando quise explicarte que esperaba a mi amigo, me ordenaste partir desde abajo del asiento. ¿Cómo podía negarme a semejante urgencia? -esta vez la risa retozaba al fondo de sus ojos- Aclarado que no se trata de una broma, permitime que te lleve a tu casa.
Laura se mordió el labio inferior. ¿Debía creerle? Parecía decir la verdad, y no era difícil equivocarse en el portero puesto que su jefe vivía sobre su piso. Lo calibró con la mirada y él la sostuvo francamente.
-Bueno -accedió reticente.- Sólo porque fue una confusión. Pero aceptarás mi pago.
-Aceptaré que me invites con un café en compensación.
-¡De ninguna manera! Eso no cancelaría el servicio.
-¿Una cena...? -arriesgó.
Ella denegó graciosamente con la cabeza. Nacho se resignó por el momento. La joven era más obstinada de lo que pensaba. La miró sin disimular y le gustó cada vez más. El pelo castaño y lacio iluminado por mechas doradas caía sobre los hombros desnudos y enmarcaba entre dos trenzas laterales la delicadeza del rostro. Los ojos medianos levemente rasgados centraban una nariz ligeramente respingada bajo la cual se delineaba una boca mediana y plena -a esta hora- despojada de maquillaje. El resto de su persona cubierto por un atuendo veraniego armonizaba con el rostro. El hombre señaló:
-Es mejor que vayamos antes de que llueva más fuerte. Tengo el auto en la puerta.
-¿Te dejaron entrar?
-Alguien levantó la barrera -dijo sin darle trascendencia.
Apenas Nacho abrió la puerta la fuerza del viento levantó la falda de Laura hasta la cintura descubriendo sus bellas piernas y la ropa interior al tono de su vestido sin darle tiempo a sujetarla. Él apartó la vista para no azorarla aunque el destello había quedado grabado en su cerebro. Sostuvo la puerta del auto para que subiera y dio la vuelta para sentarse al volante. Después de traspasar la casilla de vigilancia -el guardia les dio paso saludando al chofer con un gesto-, salieron a la ruta. Recorrieron un tramo sacudidos por el viento y enceguecidos por un aguacero cada vez más denso, hasta que se apagaron todas las luces de señalización y de alumbrado. Nacho desvió el auto hacia la banquina y estacionó.
-Es más prudente esperar que amaine -dijo.
Laura asintió temblando de frío porque la temperatura había descendido bruscamente. El liviano abrigo sólo la adornaba. Se abrazó involuntariamente para no perder calor cuando el hombre le alcanzó el saco que se había quitado.
-¡No, de ninguna manera! -exclamó rechazándolo- Vos también tendrás frío.
-No tanto como vos. A decir verdad, estoy bastante acalorado -le dijo risueño.
Laura lo miró con desconfianza pero no vio nada alarmante en los ojos claros. Aceptó el abrigo y se lo echó sobre los hombros. Un agradable calor la confortó y le mejoró el humor. Estaba aislada con un desconocido en medio de un diluvio y se asombró por no sentir temor. Ladeó la cabeza para mirarlo y se arrebujó apretadamente en el saco. Nacho la observaba con una expresión de distendida complacencia. Le preguntó:
-¿Por qué no querías que Juanjo te viera?
-Si te lo digo, es posible que me quede sin trabajo.
Él siguió mirándola sin contestar. Esta actitud la inclinó a confesar:
-Porque me acosa.
El hombre emitió una carcajada corta.
-¿Qué tiene de gracioso? -dijo ofendida.
-Que no me lo imagino. ¿Qué hace exactamente?
-Piensa que porque me emplea es dueño de mi persona.
-Creo que para eso se necesita algo más que pagarte un sueldo -acotó.
-No para él. Ejemplo: me pide cada rato que le alcance documentos para rozarme las manos. ¡Odio que me toque las manos! -dijo con vehemencia.
Él inclinó la cabeza sin hablar. Después preguntó:
-¿Alguna actitud más comprometida?
-¿Qué te pasa? -se exaltó- ¿No te parece un atropello?
-Bueno, sí..., pero no tiene connotaciones muy eróticas.
Laura lo miró escandalizada. ¿Y la repugnancia que ella sentía ante el manoseo no deseado? Apretó los labios y clavó la vista en el parabrisas. Si no lloviera a cántaros, se habría bajado del auto. El hombre percibió el desagrado de la joven y trató de romper el hielo.
-No quise restarle importancia a los excesos, pero seguramente hay cosas más importantes para que te sientas acosada -dijo amigablemente.
Ella meditó un rato. ¿Y si le contaba otros incidentes? Si trascendían bien podía darse por despedida. Pero quería taparle la boca a ese arrogante que opinaba que un roce de manos no era un agravio.
-La semana pasada me llamó a su oficina para dictarme una carta. Cuando me iba se colocó detrás de mí y pronunció mi nombre. Me di vuelta y se precipitó encima sin contar con que me apartaría rápidamente. Quedó besando la puerta -lo miró con fijeza.
Nacho disimuló una sonrisa. Ella prosiguió:
-Esta semana me obligó a terminar una licitación después de la hora de cierre con la excusa de que pasarían a retirarla por su casa a la noche. Insistió en llevarme ya que vivimos en el mismo edificio, pero desvió el auto hacia un motel de la zona sur. Demás está decir que me bajé y busqué un taxi para regresar a casa. Estuve a punto de no volver al trabajo, pero me intrigaba la actitud que asumiría después del arrebato nocturno –hizo una pausa.- ¡El caradura se mostró fresco como una lechuga y después insistió en que no faltara a la cena! –se apretó el saco al cuello- ¿Esto te parece bastante erótico?
-Me parece una necedad. ¿No podés razonar con él?
-Es lo primero que se me ocurrió después del primer incidente. Le dije que mi trabajo me gustaba y que necesitaba conservarlo. Le pedí que desistiera de acorralarme porque yo no necesitaba un hombre casado en mi vida. Le recordé nuestra condición de vecinos y mi amistad con su mujer. ¿Qué hizo? –Nacho no preguntó- “Cada día me gustás más, gatita”, baboseó. ¡No escuchó nada de lo que le dije! ¿Y vos querés que razone con él?
-Entonces, ¿cómo podés defenderte?
-No sé. Algún día se ligará una piña –contestó belicosa.
-¿Con esas manitas? Más bien parecerá una caricia.
-No estés tan seguro –le dijo con un mohín de suficiencia.
-¿Y si tuvieras un novio? ¿Creés que se animaría?
-Si tuviera un novio es posible que lo golpeara, pero yo me quedaría sin trabajo.
-¿Es tan importante tu trabajo?
-Me permite ser independiente.
-Podrías buscarte un hombre que te mantenga y prescindir de ese empleo...
-¿Y depender de otro dueño? No, gracias.
-Que te quiera…
-Es igual. No acepto que nadie me mande. Y en esta sociedad ser autosuficiente está en relación directa con obtener mis propios ingresos. Como no podría robar un banco, necesito trabajar.
-Tal vez… -dijo Nacho- si tuvieras un novio que respetara, dejaría de perseguirte.
-¿Cómo quién? Sólo respeta a los banqueros y a sus inversionistas. Los banqueros que conozco están casados y los inversionistas... son todos viejos repugnantes.
-Y yo, ¿qué tal? –propuso el hombre.
Laura lanzó una carcajada. Después se llevó la mano a la boca como para acallarla:
-Perdoname, no quise ser hiriente. Pero si por ventura se diera la situación, ¿qué haría que Juanjo te respete?
-Que soy su principal capitalista –declaró sencillamente.
-¡Vamos… que los conozco a todos! Están García Moreno, Zeballos, de la Huerta, Zárate, De Luca, Mastrogiuseppe, Barman… -se quedó en suspenso con los siete dedos levantados- y del Prado… -murmuró cerrando la mano.
Ignacio del Prado la miraba con displicencia.
-¡No puede ser! Del Prado es un anciano y el mejorcito de los inversores. Siempre charlamos cuando pasa por el negocio. Y no se parece a ninguno de los viejos verdes…
-Es mi abuelo y me ha transferido todas las acciones para que me ocupe de sus negocios. ¿Qué te parece mi propuesta?
-Descabellada. ¿Podemos irnos?
-Todavía es peligroso. No me malinterpretés. Con sólo generar un rumor que yo no refutaría, estarías a salvo de su persecución.
-¿Y vos no tenés esposa o novia o pareja que se moleste por ésto?
-No –dijo seriamente.
Laura volvió a reír:
-¡Ésto es ridículo! No quiero que pensés que por un momento calculé la posibilidad…
-Yo no pienso nada que no quieras –aseveró Nacho.
La joven se acurrucó contra la puerta y no volvió a pronunciar palabra. Ignacio estaba sorprendido por el giro que él mismo le había dado a la conversación. ¿Había metido la pata? Con esta mujercita no estaba seguro de nada. Ahora le daba la razón a su abuelo cuando hablaba con tanto entusiasmo de las virtudes de “Laurita”, como la llamaba. El viejo conservaba intacto el buen gusto. De pronto le nació una suerte de animosidad hacia Juanjo. ¿Quién se creía para perseguirla? Si llegaba a ponerle las manos encima… Se rió de sí mismo por estos pensamientos. Ya hallaría la manera de proteger a Laura aunque ella no aceptara su oferta. En medio de esta reflexión cedió la tormenta y arrancó hacia el centro. Cuando la dejó en la puerta de su edificio se alejó con presteza para evitar que le devolviera el abrigo. Desde el auto esperó a que entrara y guardó su imagen envuelta en el saco gris que lo saludaba detrás del vidrio.
II
El sábado, Laura se levantó más tarde de lo habitual. Se dio una ducha rápida y salió a comprar el regalo de cumpleaños para su sobrino Rodrigo. Después de la tormenta el cielo estaba tan diáfano como un cristal recién lavado. Había quedado en encontrarse con Rocío a las once y media para tomar un café. Su amiga porteña estaba visitando a los padres y la había llamado como siempre hacía cuando venía de Buenos Aires. Recorrió varios negocios y se decidió por un jean y un buzo pintado con la imagen de Los Gurúes, grupo al que Rodrigo idolatraba. A las once y cuarenta y cinco divisó a su amiga esperándola en la confitería.
-¡Hola, Rocío! –saludó dándole un beso- ¿Me esperaste demasiado?
Rocío hizo un gesto risueño:
-No tanto, pichona. Además gratifiqué mi vista con los concurrentes.
Laura observó varias mesas ocupadas por hombres ingiriendo aperitivos y charlando con vivacidad. Su mirada se cruzó con la de un joven que le prodigó una sonrisa. Desvió la vista porque no se sentía de levante. Acomodó los paquetes en una silla y llamó a una moza:
-¿Qué vas a tomar? -preguntó a su amiga.
-Una lágrima y una porción de lemon pie –respondió Rocío.
Ella pidió un café doble con una medialuna y poco después estaban poniéndose al día sobre sus respectivas vidas.
-...y a fin de año me caso –concluyó Rocío.
-¿Cambiaron de opinión? –indagó Laura sabiendo que su amiga y la pareja con quien vivía se declaraban enemigos de los protocolos sociales.
-La familia de Lucas se puso pesada y el padre aprovechó un episodio cardíaco para sacarle la promesa de normalizar la situación. Estuve sin hablarle varios días, pero ya sabés...
Laura sabía del amor de su amiga por Lucas y que, a pesar de sus protestas, no lo dejaría por un simple formalismo. Aprobó la decisión con entusiasmo:
-¡Me parece bárbaro...! Si ya están habituados a la convivencia, un papel más o menos no los va a afectar. Supongo que habrá fiesta...
-Si lo vamos a hacer, será con todo. Preparate para venir a_com_pa_ña_da... - silabeó.
-No sé por quién... Pero todavía falta para fin de año.
-Hablo de tu remisero. ¡Desfallezco por conocerlo!
-Eso fue una anécdota. Tuve suficiente con Gastón como para reincidir.
-¡Pero si Nacho no tiene compromisos...!
-Del dicho al hecho hay largo trecho, amiga. Ese tipo no puede estar suelto. Y en una noche de tormenta y compartiendo un espacio reducido se puede mentir cualquier cosa.
-¡Mirá que sos desconfiada...! ¿Y si realmente no tuviera pareja?
-No sé. Ahora no me interesa.
-Mm... ¿qué escondés detrás de esa apatía?
-¡Nada! No puedo hablar con entusiasmo de un desconocido -dijo molesta.
Rocío no se desanimó. Se tenían un apego inmune a la distancia y ella conocía bien a Laura y su necesidad de encontrar un compañero para vivir en plenitud.
-Si no bajás las barreras no vas a conocer a nadie nuevo... -le insinuó con suavidad.
-Digamos que estoy escarmentada. Que tengo miedo... Lo que quieras. Pero hoy no me siento apta para mezclarme con otro hombre.
-Bueno -dijo Rocío comprensiva.- Si venís sola voy a convocar a cuanto soltero conozca y a lo mejor terminás viviendo en Buenos Aires. ¿No sería fantástico?
Laura se rió de los desvaríos de su amiga y el clima se distendió. A las trece y treinta se despidieron, en la parada de taxis, hasta el próximo encuentro. Cuando entró a su solitario departamento vio el saco gris colgado del perchero de la entrada. Se lo puso irreflexivamente y lo ciñó a su torso mientras se observaba en el espejo lateral. Su cuerpo recordó la sensación de tibieza disipando el frío cuando el hombre se lo ofreció. Suspiró y lo volvió a su lugar. Alguna vez lo devolveré, pensó. Después se preparó un almuerzo frugal, ató su flequillo con varios ruleros y la llamó a Noelia para chusmear sobre la fiesta. Su amiga la vilipendió un buen rato cuando la puso al tanto del regreso de Nacho en tanto ella padecía el asedio de los accionistas. Se despidieron, una hora después, sin que Noelia le hubiera arrancado que se derretía por del Prado. Tomó una siesta con la intención de llegar descansada al cumple de Rodi. A las diecinueve la despertó el timbre. ¡Seguro que su hermano venía a buscar las copas! Se puso la vieja bata, -no la desechaba porque era el último regalo de su abuela- se calzó las chinelas y pulsó el botón del portero. Mientras esperaba para abrir la puerta estudió los detalles de su indumentaria. Los bigotes que adornaban el cuello y los puños de la querida prenda exigían la jubilación. Se prometió guardarla en la mejor caja y sacar a relucir el kimono sin estrenar. Abuela Carmen, tan coqueta, lo comprendería. El discreto timbrazo la hubiese puesto en guardia de no estar tan somnolienta. Rafael acostumbraba a anunciarse como en casa de sordos. Abrió la puerta y la cerró al instante. ¡Nacho la miraba desde la penumbra del palier! Cayó en la cuenta de su absurdo proceder cuando recuperó la facultad de pensar. Entreabrió la puerta y todavía estaba allí.
-Buenas tardes -lo escuchó decir.- No vengo con intenciones deshonestas. Si querés hablar en el pasillo, por mí está bien.
El tonito humorístico la irritó tanto como su pueril actitud. Franqueó la entrada desafiante y permitió que el hombre la observara en toda su gloria de ruleros e hilachas. Le hizo un gesto para conducirlo hasta la cocina.
-No esperaba ninguna visita, como podrás apreciar -le dijo, recuperando el humor.
El sonrió abiertamente.
-No hay nada más tonificante que comprobar la belleza de una mujer de entrecasa.
-No para la mujer -aclaró ella con gracia.- Pero igual te convidaré con un café.
Sirvió dos pocillos y se sentó enfrente. Él bebió lentamente sin dejar de mirarla. Al cabo, la puso bastante nerviosa como para atacar:
-De saber que era tu único saco, te lo hubiera devuelto anoche -le espetó.
La risa burbujeó sonoramente en la garganta masculina. ¡No podía creer en el desparpajo de esa muchacha! Ironizaba sobre su presencia en lugar de sorprenderse con su aparición y terminar -al menos- cenando juntos. Debía ir de frente, pero ¿cuánto?
-Aunque así fuera no podía permitir que te congelaras, especialmente por no poder abrigar entre mis brazos a una jovencita fóbica a los contactos.
-El saco estuvo bien -respondió obviando el comentario.- Está colgado a la salida.
-¿Puedo terminar de tomar el café?
-¡Por supuesto! No te estaba echando, sólo informando.
Decididamente deliciosa. ¿Qué otra mujer estaría absolutamente deseable con un viejo deshabillé y el flequillo enhiesto de ruleros? Sólo que él hubiera preferido verla sin prendas. Despacio, Nacho, se dijo. Se imponía terminar su asunto con Zulma antes de invitarla a salir. El timbrazo lo sobresaltó. Laura hizo un gesto de asentimiento y le informó:
-Mi hermano Rafael.
Se alejó hacia la entrada del departamento y regresó con un hombre joven y delgado:
-Rafael, mi hermano. Nacho, un amigo -presentó.
Los nombrados se dieron la mano. El hermano preguntó:
-¿Están preparadas las copas?
-Sí, ahora te las alcanzo -dijo saliendo de la cocina.
Rafael se midió con Nacho y le gustó el hombre para su hermana.
-¿Hace mucho que se conocen?
-Desde anoche.
-Aquí tenés -Laura interrumpió el breve intercambio.
-¡Gracias, Lau! Siempre me sacás del apuro. Habrás invitado a tu amigo para esta noche... -se volvió hacia Nacho- Serás bienvenido.
Laura pensó que abrir la boca se le estaba haciendo costumbre. Rafael la besó, cargó la caja y Nacho lo siguió para franquearle la puerta. Cuando volvió la encontró con los brazos cruzados y el gesto alterado.
-No te aflijas. No voy a aceptar la propuesta de tu hermano aunque lo agradezca. No me arriesgaría a que me odiaras para siempre.
-No quiero ser descortés, pero concurrir con vos no estaba en mis planes -dijo enfurruñada.
-Entiendo, entiendo -repitió Nacho moviendo la cabeza.- Ya me voy. ¿Me acompañás?
Laura fue con él hasta el ingreso y descolgó el abrigo para entregárselo. Se miraron un momento y después él se dirigió al ascensor y la saludó desde la puerta. Ella le respondió distraídamente y se metió en el departamento. ¿Por qué su hermano era tan bocón? Extraño, porque siempre la celaba con sus novios. Mientras duró la relación con Gastón estuvieron distanciados, pero su hombro fue el primer apoyo para su desconsuelo. Él le llevaba diez años y algunas veces se comportaba como un padre. Tal vez porque ya lo era, o por su carácter firme, o porque era el único macho de la familia como decía su madre. Pero no le había gustado ni medio que invitara a Nacho sin consultarla. Eso se lo diría esta noche. Encendió la computadora para engancharse en un foro de mitología mientras llegaba la hora de vestirse. A las veinte y treinta se desconectó para prepararse. Se puso ropa informal y calzó zapatillas. Querer a su hermano no implicaba simpatizar con su afectada cuñada siempre pendiente del arreglo personal. Sentía una maliciosa alegría cuando recibía su mirada desaprobadora. Al igual que su mamá, seguramente vestida de punta en blanco para un cumpleaños de... ¡trece años! Su atuendo no requería maquillaje. Llamó a la compañía de taxis y se dio un último vistazo antes de salir. Pensó que no desentonaría con los amigos adolescentes de Rodrigo a pesar de la reprobación de su familia. Esta vez había contratado un vehículo negro y amarillo. No había manera de equivocarse y subirse a un auto particular pensando que era un remís. ¿Por qué se ilusionó durante un segundo en ver el coche de Nacho...? Sos una tarada, se dijo. Si vos misma lo malograste. Cruzó apenas estacionó el taxi y le dio la dirección de su hermano. El viaje hasta Fisherton fue lento. La mansión estaba iluminada a pleno y desde la calle se escuchaba la música. Tocó el timbre y dos perrazos corrieron hacia la verja. Les habló esperando ser reconocida, porque no frecuentaba la casa de Rafael. Los animales dieron muestra de buena memoria y antes de que su hermano llegara a la entrada estaba acariciando las cabezas de Rómulo y Remo.
-¡Hola preciosa! -la abrazó cariñosamente- ¿Y tu acompañante?
-Eso te quería decir. Ese hombre es un simple conocido. ¿Desde cuándo me elegís las parejas?
-Bueno, me pareció agradable. Además, la forma en que lo recibiste...
-¿Cómo lo recibí? -dijo belicosa.
-Estabas en bata...
-Y ruleros. Y chinelas... ¿Te parece que recibiría a un candidato vestida de esa manera?
-Vos sos tan rara, bichita… ¡Nada me extraña! -acentuó, observando sus jeans y zapatillas.- Entonces... ¿Venís sola?
-Es ostensible, ¿no?
Rafael la abrazó de prepo y le dijo riendo:
-¡Te prohíbo el malhumor esta noche! Divertite con las miradas de condenación de las demás mujeres -no era ningún tonto su hermano- y bailando con los chicos. Y si algún varón te molesta, vení a buscarme.
Laura se aflojó y prometió portarse bien. Su hermano la enlazó por la cintura y así ingresaron al salón. Rodrigo corrió hacia ella apenas la vio. Amenazaba pasar el metro ochenta de su padre. La abrazó y la besó con cariño y recibió el regalo que abrió inmediatamente frente a sus amigos. El buzo lo fascinó y se lo puso para exhibirlo. Laura buscó con la vista a su cuñada Marisol y a su madre. Estaban juntas y hermanadas en la elegancia. Se acercó con una sonrisa:
-¡Hola diosas! ¡Qué bueno verlas después de tanto tiempo! –exclamó, besándolas en la mejilla.
-¿No ibas a venir acompañada? –Marisol la censuró con la mirada.
-¡Ah…! Esas son fantasías de mi hermanito –dijo con un guiño.
-Nena, ¿no tuviste tiempo de cambiarte? –preguntó mamá sin sutileza.
-Este es un cumple de trece, no un casamiento. Voy a buscar alguna bebida.
Se acercó a un mozo y eligió un trago de frutas. El espacioso salón estaba acomodado informalmente. La mesa central exhibía exquisitas comidas frías y bocadillos, engullidos por los adolescentes a cuatro manos. La gente más grande se reunía en distintos grupos que recorrió con la mirada sin encontrar demasiados conocidos. Era lógico, porque no se codeaba con las amistades de su hermano. Rodrigo se acercó con varios chicos de su estatura. Seguramente de su equipo de rugby.
-¡Lau! Mis amigos quieren conocerte.
Ella les dirigió una sonrisa.
-Mi tía Laura. Alfredo, Carlos, Ariel y Marcelo.
Los nombrados recibieron un beso de la joven tía y la comprometieron a bailar con ellos.
-Más tarde, chicos. Primero voy a comer algo. Y a buscar otra bebida.
Los jovencitos se ofrecieron al unísono para traérsela, pero ella les agradeció y salió a buscar un camarero. Quería un trago con alcohol y no deseaba la monserga de su cuñada sobre tentar a menores. Cuando se acercó a la mesa con la copa sorprendió a dos muchachitas mirándola fiero. ¡Claro…! Los varoncitos estaban deslumbrados con la tía lozana y temían que les arruinara la fiesta. Las abordó con destreza:
-¡Hola, chicas! Yo soy Laura, la tía de Rodi. ¿Alguna de ustedes es la novia de mi sobrino? –les guiñó un ojo con picardía.
Una de las jovencitas se puso colorada. Se dirigió a la otra:
-Y a vos, ¿cuál te gusta?
Su gesto de complicidad invitaba a la confidencia.
-Ariel –dijo con una risita.
-¿Cómo se llaman ustedes?
-Emilia –dijo la primera.
-Liz –dijo la segunda.
-Bueno, Emilia y Liz. Si yo tuviera diez años menos se quedarían sin candidatos. Pero como soy muy vieja, me dejarán divertirme un rato con ustedes y podrán enseñarme algunos pasos nuevos para deslumbrar a mis amigos, ¿verdad? –estableció la alianza.
Las adolescentes, relajadas, la tomaron de las manos y la llevaron a la pista de baile. Entre el ruido y las luces comenzaron a moverse al compás de una música frenética. Los muchachos principiaron a sumarse al baile y después de media hora Laura se declaró exhausta y huyó para rehidratarse. Un hombre joven le ofreció un vaso escarchado. Lo miró entre sorprendida y reconocida:
-Gracias –le dijo aceptándolo.
-Excelente tu manejo con las fierecillas –observó él con una sonrisa.
-¿Vos quién sos?
-El socio de tu hermano.
-¿…Ramón?
-Para servirte –sus dientes y sus ojos brillaron.
-Te hacía un señor mayor... Por el nombre. No es muy común entre la gente contemporánea.
-Alguna vez los Ramones habrán sido jóvenes, ¿no te parece?
Laura se rió de su infantil apreciación. Le tendió la mano:
-Encantada de conocerte, joven Ramón.
-Y yo de conocerte a vos. Rafael nunca mencionó a una hermana tan encantadora.
-Seguro que sos casado.
-A punto de separarme.
-¿Ves? Ese es tu impedimento. Mi hermano no transa. Quiere candidatos inobjetables.
-¿Entonces no tendré su aprobación hasta después del divorcio? –dijo trágicamente. Con aire conspirativo:- ¿Podré hablarte durante la fiesta?
Laura estaba divertida. Ramón era un giro inesperado en el círculo vicioso de los compromisos familiares.
-No podría asegurarlo –siguió su juego.
Como si lo hubieran llamado, Rafael se acercó a la pareja.
-Veo que conociste a mi socio –dijo sin traslucir ninguna emoción.
-Le estaba contando a Laura mi condición de futuro separado.
-Todavía no está dicha la última palabra. Deberás cuidarte de este sujeto –la previno seriamente.
La joven miró a su hermano mayor y constató que no estaba bromeando. Largó la carcajada y le dijo a Ramón:
-Será mejor vernos después de tu sentencia de divorcio. Orvuar.
El resto de la noche la pasó bailando con los adolescentes y a las tres de la mañana, Rafael la llevó a su casa. En el camino la sondeó con respecto a Nacho y ella lo deleitó con el relato de su encuentro hasta el momento de cruzarse en el departamento. Su hermano festejó la confusión y sus dotes de narradora. Después soportó sus advertencias acerca del frívolo socio y asintió a todo para no discutir. Estaba tan cansada que apenas atinó a desvestirse antes de desplomarse en la cama. ¿Nacho o Ramón?, se preguntó. ¡Menuda sorpresa se llevaría Rocío de saber lo que había ocurrido entre la tarde y la noche! Durmió sin sobresalto hasta el mediodía del domingo. Después de almorzar salió a caminar por el Parque Urquiza y asistió a la nueva presentación del Observatorio Astronómico. Pasó el resto del día chateando con dos amigas afincadas en España, y se acostó temprano para iniciar la semana laborable con las pilas cargadas.
III
El lunes se levantó a las siete. Se duchó y eligió un trajecito color turquesa de falda corta y chaqueta entallada, combinado con una musculosa blanca con el escote y las sisas ribeteados del color del traje. Cepilló su cabello y trenzó dos mechones al costado. Se maquilló levemente y por último se calzó unas finas sandalias blancas a tono con la cartera. Salió a la calle presintiendo un día caluroso. Tomó un taxi en la parada y llegó con tiempo para desayunar.
-Laura… El señor Barrionuevo te quiere en su oficina -la atajó la jefa del personal.
Ella miró el reloj. Faltaban quince minutos para marcar tarjeta.
-Todavía no es mi horario. Voy al bar a tomar un café.
-¡Ya...! Si me entendés… -insistió la jefa.
Laura estuvo a punto de irse pero, como siempre, se dejó vencer por la compasión que le inspiraba Ofelia. La mujer era el chivo expiatorio de Juanjo y, según su opinión, compraba su cargo a un precio muy alto. Alistó su block de notas y marchó hacia la oficina del jefe dispuesta a cortarle cualquier iniciativa extra laboral. Golpeó la puerta y pasó:
-¡Buenos días! -saludó y se quedó mirando a Nacho despreocupadamente sentado al borde del escritorio de Juanjo.
Se bajó sonriendo y la saludó con un beso en la mejilla.
-¡Buen día, Laura! ¿Cómo estuvo la fiesta de cumpleaños?
La joven no podía reponerse. ¿A qué venía tanta familiaridad? Contestó recelosa:
-Bien, gracias -se volvió hacia Juanjo que los observaba desde su asiento.- ¿Me buscaba, señor Barrionuevo?
-¡Basta de formalismos, Laura! -se dirigió a Nacho:- ¿Podrás creer que en cinco años de trabajo no logré que me llamara Juanjo? -como nadie le contestara, continuó:- Te llamé porque el doctor del Prado quiere hacerte algunas preguntas -se levantó de la silla giratoria y se encaminó a la puerta- ¡Hablen tranquilos! Enseguida les mando un cafecito...
Retrocedió sonriendo y chocó contra un macetero de porcelana apoyado sobre un pedestal. Acompañó su caída con las manos evitando la rotura pero no el desparramo de tierra. Con una carcajada nerviosa les dijo que mandaría a la auxiliar de limpieza. Laura lo miraba atónita y apenas cerró la puerta no pudo evitar la risa ante el desmanejo de su jefe.
-¿Qué le dijiste para ponerlo tan nervioso? -le preguntó a Nacho, todavía riendo.
-Que me gustabas -declaró francamente.
-¿Quién te autorizó? -demandó enojada.
-Para expresar mis sentimientos no necesito permiso de nadie. Peor para mí si me gustás y no me correspondés -a continuación cambió el tono de voz:- ¿No merezco un agradecimiento por haberlo ahuyentado?
-No necesito la mentira de un hombre para defenderme. Si lo evité cinco años, bien puedo hacerlo otros cinco -le refutó.
-Yo no mentí, Laura. Pero tampoco me convertiré en acosador. No como Juanjo, por lo menos.
-¡Ah! Vos acosás de otra manera...
-No seas suspicaz... El día está hermoso. Te invito a desayunar en la costa.
La joven abandonó el juego y le respondió con afabilidad:
-Te agradezco, Nacho, pero este es mi trabajo y lo respeto aunque el tacaño me pague mal. Mi jornada termina a las diecisiete y treinta y sólo salgo por cuestiones laborales. ¿En qué te puedo ayudar?
Él la miró con una expresión inquietante. Se acercó despaciosamente y la escrutó a pocos centímetros, obligándola a levantar la cabeza. No fuera a creer que temía mirarlo a los ojos... ¿No está demasiado serio?, pensó. Si al menos pudiera descubrir un atisbo de burla en el fondo de esas pupilas desconcertantes... Varios toques en la puerta despejaron la atmósfera.
-¡Adelante! -gritó Nacho contrariado.
Jesús, el mozo del bar de la esquina, sostenía una bandeja con dos jarritas de café delante de su rostro amedrentado. Laura se apresuró a descargarlas y tranquilizarlo con una sonrisa.
-¡Gracias, Jesús! -dijo mientras le devolvía la bandeja.
El muchacho farfulló una respuesta y se alejó con presteza. Ella, recobrada, le tendió al hombre un pocillo. Bebieron en silencio. Ignacio fue consciente de la cualidad única de aquel instante y una desconocida sensación de vacío reemplazó el acelerado curso de su sangre. Había llegado el momento de hablar con Zulma y convencer a Laura de que sería su mejor compañero y amante. De sólo pensar en amarla el flujo vital volvió a atropellarse en sus venas. Sin meditarlo, le propuso:
-¿Cenarías conmigo el sábado a la noche? -esperó la respuesta sin disimular su ansiedad.
Laura rió sorprendida. ¡Lo había dicho con tanta solemnidad!
-¡Me hubiera encantado! –respondió, para que su risa no se confundiera- Pero el sábado por la mañana salimos con tres amigas rumbo a Entre Ríos.
-¿El otro sábado, entonces?
-Tampoco. Tengo una semana de vacaciones y volveremos dentro de dos domingos. Nacho la miró abatido:
-¿No es demasiado tiempo una semana en Entre Ríos?
-No cuando se recorre en motorhome. Hay muchos pueblecitos típicos para visitar además de los palmares.
-¿Van a ir cuatro mujeres solas en una casa rodante? -su voz sonó alarmada.
-¿Se pusieron de acuerdo Rafael y vos? –ella preguntó a su vez- ¿O todos los hombres son tan aprensivos?
-Es una inquietud lógica. El mundo no está lleno de caballeros y cuatro mujeres jóvenes y solas no pasan desapercibidas.
-Te cuento –dijo con suficiencia:- las cuatro sabemos conducir un rodado, estamos entrenadas en la vida de campamento, llevamos un perro y hemos viajado otras veces.
Ignacio se resignó. Era indiscutible que no la haría desistir. ¿Por qué le había propuesto el sábado? Porque se jugaba a tenerla todo el fin de semana. Así de simple. Y porque ya habría aclarado la situación con Zulma. No obstante, se aventuró:
-¿Y alguna otra noche?
-Imposible... -fue la sentida respuesta- Es el único horario para reunirnos y ajustar los pormenores del viaje.
-¿Tienen armado un itinerario?
-Todavía no. Es una de nuestras tareas nocturnas.
-Lo darás a conocer antes de irte... -más que una insinuación fue una exigencia.
Lo miró divertida. Las mismas palabras de su hermano. Pero a Nacho no lo veía como un hermano precisamente. Para resarcirlo, le ofreció:
-Dentro de tres sábados te aturdiré con mis andanzas si todavía tenés pensado invitarme a cenar.
La observó largamente con su característica sonrisa de arruguitas en la comisura de los ojos. Sacó el celular y le pidió:
-Dame tu teléfono y el de tu hermano.
Laura se los dictó dócilmente. La preocupación del hombre la complacía y le transmitía una sensación de grata seguridad. ¡Cuidado!, se dijo. Que es muy fácil ampararse en la fortaleza masculina.
-... mi teléfono -alcanzó a escuchar. Lo miró interrogante.
-Anotá mi teléfono -le repitió.
Ella lo ingresó en su agenda. Nacho se acercó para despedirse:
-¿Puedo darte un beso de buena suerte? -estaba turbadoramente cerca.
Laura se sonrojó y alzó la cabeza ofreciéndole la mejilla. Nacho apoyó los labios sobre la tersa piel y su boca se deslizó sobre la de la trémula joven. El hombre se ajustó a lo solicitado. Se concentró en un beso huérfano de otro contacto que no fueran las bocas hasta quedar sin aliento. Se separaron conmocionados, sin percatarse de la entrada de Juanjo.
-¡Jem! -carraspeó alto.
Laura emergió de su aturdimiento. Apretó el block contra su pecho y balbuceó:
-¿Me necesitás para algo más?
-Para toda la vida... -susurró Nacho.
No volvió a mirarlo. Agachó la cabeza y salió rápidamente del privado. Entró a su box y se sentó frente a la computadora. Le costaba rehacerse del inesperado episodio. Bueno, se dijo, captemos el lado positivo de los hechos. Si Juanjo había presenciado el beso no le cabrían dudas de que se metería en problemas si intentaba arrinconarla. Noelia apareció a su costado:
-¿Te pasó una aplanadora por encima?
Ni siquiera tuvo fuerzas para sonreír. Le dirigió una mirada soñadora todavía suspendida en el rostro del hombre mientras se inclinaba sobre el suyo.
-¡Vaya, vaya…! ¿Y todo en media hora? En una noche te mata, che.
-¿Por qué siempre tan explícita? ¿O entre hombres y mujeres están prohibidas las palabras?
-Si las palabras producen ese efecto… ¡Quiero escucharlas! –rió escandalosa.
Noelia era una de sus compañeras de viaje. Tenía dos años menos que ella y era absolutamente desenfadada. Hasta Juanjo temía los ex abruptos de la bella pelirroja. Se dobló hacia ella y siseó:
-¡Ahí se va tu príncipe azul…!
Respondió a la despedida sin mover los ojos de la pantalla.
-¡Hasta luego, doctor…! –la telefonista contestó cordialmente y después de un momento volvió a cuchichearle:- ¡Se enajenó mirando tu nuca…! Te concedo el plazo del viaje para saber que pasó.
El regreso de Barrionuevo las alertó.
-La central de teléfonos está adelante, Noelia, por si no te habías dado cuenta –dijo cáusticamente.
-Por si no se dio cuenta usted, dejé un reemplazo para satisfacer una necesidad corporal. ¿O deberé usar pañales? –lo provocó.
Su jefe torció la cara y ella comprendió que el horno no estaba para bollos. Se alejó taconeando fuerte y ondulando las caderas. Laura admiraba la soltura de esa joven colmada de respuestas y bien plantada en cualquier circunstancia. La orden del jefe interrumpió su reflexión:
-Vení a mi despacho, Laura –y agregó inusualmente:- Por favor.
Ella, aligerada de la normal prevención, lo siguió hasta la oficina. Juanjo se acomodó detrás del escritorio y le señaló la silla de enfrente:
-Verás, Laura –empezó.- Estuve pensando en el aumento de sueldo que solicitaste el mes pasado…
-Que solicitamos –corrigió ella.
-Hoy vamos a charlar sobre tu caso particular –hizo un gesto para no ser interrumpido.- Teniendo en cuenta tu antigüedad y tu dedicación, he resuelto otorgarte un plus del veinte por ciento. ¿Te parece razonable?
-Me parece un principio de arreglo al treinta por ciento planteado. Pero yo no puedo aceptar la negociación personal porque vine integrando una comisión. Usted comprenderá…
-Nadie tiene por qué enterarse. Este es un trato entre vos y yo.
-Le agradezco el ofrecimiento pero debo declinarlo. Mis compañeros lo necesitan tanto como yo y entendemos que la empresa puede afrontar un incremento de salarios –se mantuvo en sus trece.
Barrionuevo la escrutó mientras golpeaba la tapa de su agenda con la punta del bolígrafo. ¡Maldita muchacha! No podía negarse a la sugerencia de Ignacio del Prado sobre el salario de ella: “Estoy seguro de que sabrás compensar su talento”, le dijo. ¿Talento para besar? No a él, justamente. Y ahora, cuando necesitaba congraciarse con del Prado para que apoyara el proyecto de incorporar otra sucursal, la muy zorra se hacía la solidaria.
-No esperaba otra cosa de vos –dijo para justificar su decisión.- Redactá un memorando para comunicar el aumento a todo el personal. Lo firmaré antes de retirarme.
Laura ni siquiera le dio las gracias. Se levantó y salió a cumplir la orden. Le pasó discretamente una copia a Noelia y cuando repartió oficialmente la notificación ya todos estaban enterados. El resto del día transcurrió en medio de la polémica entre quienes se conformaban con la mejora salarial y los insatisfechos. Empero, todos aceptaron la conclusión de Laura: vale más un veinte por ciento firmado que un treinta quién sabe cuándo.
IV
Rafael pasó a buscarla el martes a las siete y treinta para firmar la garantía y cancelar el alquiler de la casa rodante. Habían conseguido, a través de sus relaciones, una cómoda unidad totalmente equipada y un descuento considerable en la tarifa. Laura concertó pasar a retirarla el viernes a la tarde y, antes de ir a la oficina, convidó a su hermano con un café.
-¡Vos me manejás como querés, bichita! –se quejó Rafael- ¿Por qué te salí de garante si me opongo al viaje?
-Porque soy tu hermanita menor, Rafa –le dijo con una mueca cándida.
-Vos conducís bien. ¿Y las otras?
-Me ganan. Quedate tranquilo.
-No se les va a ocurrir meter tipos en la camioneta…
-No seas tarado. Es la primera regla de las cinco.
-¿Y las otras cuáles son?
-Transitar por rutas autorizadas, detenernos a pernoctar sólo en los campings, que ninguna se vaya sin avisar adónde y respetar estrictamente los horarios fijados para las salidas.
-¿Y adónde se va a ir alguna?
-¡Uf! Vos sabés. Si encuentra algún tipo interesante…
-Ustedes, ¿van a pasear o de levante?
-Algunas veces las cosas se combinan, ¡cavernícola…!
-Y en tus planes, ¿está conseguir un tipo interesante?
-Esta vez no. Hay uno en Rosario que me gusta –le sonrió misteriosa.
-¿Lo conozco?
-Sí.
-Para tu información, Ramón se va a separar el día del kilo. La plata grande y el status los tiene su mujer, y con él sólo podés aspirar a una relación extra conyugal.
Laura escuchó el discurso con una mueca burlona. ¿Quién se acordaba de Ramón? No después del beso... ¿Debía sacar a Rafael de su error?
-No es Ramón –declaró sin dar otro nombre.
-Entonces ¡Nacho…! –afirmó, como si le hubiera leído el pensamiento.
Ella se encogió de hombros molesta por la rápida deducción de su hermano. La sacaba de quicio ser tan transparente. Miró la hora y se sobresaltó. No le gustaba llegar tarde al trabajo:
-¡Vamos! –exigió- Tengo que marcar tarjeta.
Rafael llamó al mozo y pagó la invitación. Laura, sin haber confesado quién le gustaba, le agradeció el aval y le dio un beso antes de bajarse. Su silencio era elocuente. Si no es Ramón, es Nacho, se dijo Rafael. Primero había pensado en su socio dado la indocilidad de Laura y el desgraciado antecedente de su relación pasada. ¡Pobrecita...! Apenas había cumplido los veinte cuando ese rufián la engatusó. En siete años ningún vínculo prosperó más allá de salidas ocasionales que ella se adelantaba a interrumpir con cualquier excusa. Necesitaba volver a enamorarse para dejar atrás esa experiencia negativa y Nacho exhibía un temperamento idóneo para ilusionarla. Se prometió estar más cerca de su hermana cuando volviera de sus vacaciones.
El miércoles a la tarde Laura se encontró con Marcia para juntar los planos y la información recolectada y trazar el plan de viaje. Noelia y Andrea convinieron delegarles la tarea mientras ellas se ocupaban de listar y conseguir los enseres y provisiones para los nueve días. La reunión fue en casa de Marcia porque en el edificio de Laura no admitían el ingreso de animales y su amiga no salía sin su Bobi. El perro, de siete años ahora, fue el único compañero en la solitaria tarea de hacerse cargo de su abuela y de su madre. Laura la conoció en un viaje que clausuraba los tres años de dedicación a las enfermas. En esa excursión compartieron el alojamiento con Andrea, enviada a reponerse de un cuadro de presión familiar. La jovencita era la única hija entre seis varones sobrevaluados por los padres. Las tres mujeres, hermanadas por sus conflictos, establecieron un vínculo que las llevó a prolongar el contacto después de las vacaciones y a reunirse para otras salidas. El enorme ovejero las recibió con muestras de afecto y se tendió entre ambas mientras desplegaban los planos y los libros sobre la mesa del comedor. Laura abrió un cuaderno y asumió su rol de secretaria:
-Teniendo en cuenta que tenemos ocho días, descontando la ida y la vuelta, ¿cuánto tiempo nos quedaremos en cada lugar? –consultó.
-No más de uno si queremos extendernos en Colón –opinó su amiga.
Laura estudió los planos y señaló uno bajado de Internet:
-Aquí están marcados los puntos más turísticos de la provincia y sus rutas de acceso. Debemos elegir caminos provinciales o nacionales y paradores autorizados para ajustarnos al contrato de alquiler de la casa rodante.
Analizaron el plano durante una hora y armaron un borrador de común acuerdo: Rosario a Victoria por el puente, Victoria a Diamante por ruta provincial 11, Diamante a Villaguay por ruta 18, Villaguay a Concordia por ruta 13 y Concordia a Colón por ruta nacional 11. Desde allí regresarían conectándose por las rutas 14, 39 y 26 hasta el puente que en una hora las pondría en Rosario. A continuación anotaron las características de cada ciudad hasta las veintitrés, cuando pidieron una pizza para no interrumpir el trabajo. Laura se despidió a la madrugada con el compromiso de una próxima reunión.
Noelia y ella se comunicaron el avance de las tareas grupales al día siguiente, en el lugar de trabajo. Antes de su cita con Marcia fue al centro a completar su guardarropas y compró unos sándwiches para la cena. A la una del viernes volvió a su departamento con la satisfacción del objetivo cumplido. Cuando pasó al lado del perchero, le vino a la mente el saco gris y asociado con él, su dueño. Le parecía que entre el lunes y esa noche había transcurrido una eternidad. Ella no había vuelto a pensar en él. Pero él tampoco había intentado comunicarse. Uno más, se dijo. El sueño la tironeó hacia un espacio sin imágenes hasta la mañana del día previo a sus vacaciones.
El viernes de trabajo se esfumó. Su hermano le recordó que la llevaría a retirar la casa rodante y Juanjo, persuadido de su relación con Ignacio del Prado, no le hizo notar la conquista mal habida de la licencia. A las dieciséis el mismo Barrionuevo le derivó la llamada de Nacho.
-Hola… -dijo con voz apagada.
-Hola, Laura, ¿cómo estás?
-A punto de empezar mis vacaciones –le refrescó.
-Acabo de volver de un viaje y me gustaría verte antes de la partida. ¿Te paso a buscar?
-Mi hermano vendrá a buscarme a la salida.
-¿Y después…?
-Vamos a cargar el motorhome. Nos vemos al regreso – concluyó como despedida.
El silencio sobrevino a sus palabras. El pulso se le aceleró esperando la réplica.
-Sólo me queda ir a despedirte… –dijo él al cabo.
-No sé… Debo pasar a buscar a mis amigas. Todavía no establecimos el orden...
-Si no fuera tan tonto, pensaría que no querés verme. Pero voy a fiarme de mi juicio y aceptaré lo de tu ocupación. Por lo tanto… ¿hasta la vuelta? –interrogó con cierto humor.
-Hasta la vuelta –dijo, y cortó la comunicación para no evidenciar sus ganas de verlo.
A las diecisiete y treinta Noelia y ella se despidieron de sus compañeros de trabajo y subieron al auto de Rafael. Su hermano las dejó admirando las comodidades del utilitario y con la promesa de apersonarse en la casa de Marcia, última en ser recogida. Con Laura al volante, el vehículo enfiló hacia lo de Andrea para cargar las vituallas. Las tres amigas cenaron juntas al completar el cargamento y, después de dejar a Noelia, Laura guardó el motorhome en una cochera enfrente de su departamento. Eran las veintidós y se dio tiempo para un baño de inmersión. Relajada por el agua caliente y perfumada, dejó a su mente deambular sin impedimentos mezclando pasado y presente, hasta convenir que no había malas experiencias que perduraran al calor de un beso.
El despertador sonó a las siete de la mañana y se levantó descansada y de buen humor. Después de vestirse, cerró la valija –se habían permitido una por persona- y preparó el desayuno. Debía recoger a Noelia a la ocho y cuarto, siguiendo por Andrea a las ocho y media y finalmente, a las nueve, a Marcia y Bobi. Antes de salir se miró al espejo y se sonrió. Vestía un conjunto deportivo verde y blanco con una musculosa blanca, zapatillas verdes y zoquetes blancos. Un gorrito con visera estampada con la palabra “Rosario”, obsequio grupal de Marcia, completaba el atuendo. Se calzó las gafas de sol y la mochila y sacó la valija al palier. Se cercioró de asegurar la puerta y cruzó a la cochera para buscar el motorhome. Noelia la esperaba en la puerta de su edificio. Enseguida cargaron su equipaje y pasaron por la casa de Andrea. La ansiedad la había hecho madrugar y en cinco minutos partieron hacia el domicilio de Marcia. Llegaron a las nueve menos cuarto. Laura vio el auto de su hermano estacionado sobre la entrada del garaje de su amiga. Corrió a saludarlo mientras sus compañeras buscaban a la otra integrante y su perro. Cuando se precipitaba en brazos de Rafael, atisbó a Nacho por detrás. Apretada contra su hermano, sus ojos se cruzaron con los del hombre que ya estaba ocupando demasiado lugar en sus pensamientos. Se separó de Rafael con una mirada de reconvención, ignorada con descaro. Caminó hacia Nacho sin poder discernir si estaba enojada o satisfecha por su osadía. Él la miró con esa sonrisa personal y la desarmó:
-El hombre que no acepta un no… - entonó ella suavemente.
-Sólo vine a fortalecerme para soportar la ausencia –dijo con naturalidad.- ¿Me presentarás a tus acompañantes?
-Vení –arrancó hacia el vehículo.
Las otras mujeres escuchaban estoicamente las recomendaciones de Rafael porque era el hermano de Laura y el habitual garante de sus viajes. La llegada de Nacho les permitió zafar del discurso paternal.
-¡Chicas, les presento a Nacho! –se dirigió especialmente a Marcia y Andrea porque Noelia lo conocía.
-Ella es Andrea, –Nacho le dio un beso en la mejilla- y ella Marcia –la nombrada le estiró la mano que él estrechó con una sonrisa.- A Noelia la conocés.
Por la puerta del rodado asomó el majestuoso ovejero.
-¡Ah…! Y él es Bobi, nuestro guardián.
Nacho le acercó la mano a la cabeza y el perro la olisqueó por un momento. Después permitió que le acariciara la testa y se volvió a meter en la casa rodante.
-¡Ya son las nueve pasada! –avisó Marcia mientras subía al utilitario.
Noelia y Andrea se despidieron de los hombres. Laura se rezagó para entregar una copia del itinerario a Rafael quien después del abrazo fraternal le insistió en que tuviera siempre encendido el celular, que fueran por caminos seguros, que no se arriesgaran, que… La muchacha lo plantó en medio de las recomendaciones y se volvió para despedirse de Nacho. ¿Qué debía hacer? ¿Darle un beso? Demasiado peligroso. ¿La mano? Absurdo. Rafael, apoyado en su auto, y las chicas desde el motorhome, esperaban el desenlace.
-¡Eh, macho…! –la voz de Marcia sonó impaciente- ¡Dale un beso de una buena vez que se nos hace tarde!
Laura, perturbada, giró hacia el vehículo y lo abordó precipitadamente para instalarse frente al volante. Marcia se asomó para cerrar la puerta con rostro compungido.
-Me debés una… -le dijo Nacho.
-Tenés toda la razón del mundo –aseguró Marcia cerrando.
Laura levantó el brazo para despedirse y guió la casa rodante con destreza hacia la avenida. Los hombres quedaron en silencio hasta perderla de vista.
-¿Estás pensando en aniquilarla? – sonrió Rafael al cabo.
-Y ningún juez me encontraría culpable –aseveró Nacho.
-Esa Marcia es una atolondrada. Algunas veces me pregunto cómo cuatro mujeres tan dispares se integran tan bien.
-¿Salen siempre juntas?
-Desde hace varios años. Salvo a Noelia, a las otras las conoció yendo de excursión al sur –hizo una pausa.- Para que las conozcás: Andrea es pusilánime, Noelia descocada, Marcia marimacho y Laura… mi hermanita menor –terminó con una carcajada.
Nacho lo secundó. Minutos después volvían al centro de la ciudad.
V
El tránsito estaba lento. Tardaron una hora y media en cruzar el puente. A las once de la mañana estaban en Victoria en medio de un espléndido día de sol. Decidieron bajar en el parador de la estación de servicio para estirar las piernas y soltar a Bobi. Marcia lo tenía bien entrenado y no compartía la inquietud de sus amigas acerca de que se extraviaría. Laura aspiró profundamente gozando del paseo al aire libre y de la soberbia sensación de nueve días de libertad.
-¡Marcia! Bobi se perdió de vista –avisó Andrea.
-Ya va a volver. ¿Cuándo vamos a tomar un café?
-¡Vamos ahora…! –dijo Noelia- Y de paso podemos organizar el día –a Laura:- ¿trajiste el cuaderno?
-Sí. Vayamos.
La cuatro, con las gorritas proclamando “Rosario”, se ubicaron en el bar junto a una ventana. Laura abrió el anotador después que les sirvieron el café:
-Presten atención. Aquí podemos disfrutar de la pesca… -miró las caras torvas de sus amigas.- No, no podemos disfrutar -coligió- ¿Querrán entonces visitar el monte de los ombúes? Es una rareza natural porque el ombú crece en soledad y aquí forma un verdadero bosque.
-¡Voto por conocerlo! –dijo Marcia.
-¡Claro, para que tu Bobi tenga la reserva a su disposición! –exclamó Noelia- ¡Vayamos a pasear por la costanera! Podemos tomar mate y echarle una miradita a los entrerrianos… -dijo insinuante.
-Podría ser… -opinó Laura- ¿Andrea?
-Lo que ustedes quieran, chicas.
-¿Marcia?
-Para mí está bien –accedió.
Pagaron la cuenta y cuando salieron Bobi estaba esperándolas junto al motorhome. Las jóvenes lo mimosearon un rato y después subieron al vehículo para dirigirse a la costa. Marcia tomó el volante a pesar de que Laura afirmó no estar cansada. Prepararon el equipo de mate mientras recorrían lentamente el hermoso paseo ribereño profusamente arbolado y rodeado de ondulantes colinas. Al mediodía instalaron una mesita desplegable y se sentaron a matear y tomar sol mientras Bobi salía de correría. Noelia, como siempre, las sorprendió con un comentario:
-Estuviste bastante floja, che –le dijo a Marcia.- La dejaste a Laura sin su beso de despedida.
-Ya le di la razón al galán cuando me amenazó –contestó molesta.- ¿Ahora debo darte explicaciones a vos?
-¡No se alteren! –intervino Laura.- Que recién empezamos las vacaciones.
-¡Esta mina me saca de quicio…! –Marcia se levantó.- Mejor me voy a dar una vuelta con Bobi.
-¡Uf! –exclamó Noelia- Siempre acaba las discusiones de la manera más fácil. Media vuelta y huída.
-¿Se habrá enojado? –se preocupó Andrea.
-¿Por qué no le vas a preguntar? –sugirió Noelia.
Andrea la miró a Laura. Ella se encogió de hombros y la moderadora salió detrás de Marcia.
-¡Mirá que sos embrollona! Ahora deberá aguantar el enojo de Marcia.
-¡Que se joda por boluda! Pero Marcia se debe hacer cargo de sus errores.
-No te enojés por cuenta mía. Al fin y al cabo me sacó de un momento comprometido.
-No sé qué tiene de comprometido una simple despedida… Al menos… ¿Se relaciona con el episodio del lunes? –se atropelló.
-Algo así –fue la escueta respuesta.
-Contame. Tu plazo ya venció –exigió Noelia inclinándose hacia Laura.
-Entre nosotras –le advirtió su amiga.
Ella asintió y cruzó los dedos sobre los labios para indicar que estaban sellados. Laura le narró el encuentro con Nacho y el beso inesperado.
-¿Te gusta lo suficiente como para olvidar al miserable? –preguntó Noelia al terminar el relato.
-¿A qué miserable te referís? –contestó Laura.
Las dos largaron la carcajada y riendo las encontraron Andrea y Marcia al volver de la caminata.
-Se están riendo de mí –acusó Marcia sentándose en la reposera.
-En realidad, estaba alabando tu intervención providencial –le aclaró amigablemente.
-¿Sí? Debieras decírselo a él. Porque me la tiene jurada -cambiando de tono:- En serio, Laura, no quise joderte. Pero vos sabés que algunas veces me impaciento.
-Está bien. No pasó nada -miró extrañada su vibrante celular - El Rafa -anunció a sus amigas.
- ¿Pensás llamarme todos los días? –lo saludó.
-¡Qué gusto escuchar tus palabras cariñosas! –contestó jocoso- ¿Cómo están?
-Aquí estamos, en compañía de un macho bien dotado.
-¿Tan rápido? ¿Cómo se llama?
-Bobi se llama, tonto.
-Sos una irrespetuosa. Ya vamos a charlar cuando vuelvas… ¿El tiempo?
-Un día espléndido –contestó sin entusiasmo.
-Acuérdense de no acampar a la orilla de ninguna corriente de agua ni refugiarse bajo los árboles en una tormenta eléctrica –la instruyó.
-Ya me lo dijiste mil veces… La próxima llamada la hago yo cuando estemos por volver.
-Escuchame, mula. Si necesitás cualquier cosa, hablame.
-Sí, si te necesitamos te llamaré.
-¡Ah! Lo encontré a Nacho. Parece ansioso por saber de vos…
-¿Acaso te pregunté?... Chau, Rafa. Gracias y no llamés más.
-Cuidate, inaguantable. Te quiero.
-Yo también te quiero, hermanito.
Laura no hizo comentarios. Pensó en el informe de Rafael acerca de la impaciencia de Nacho por tener noticias suyas. Seguramente quería inducirla a que lo telefoneara. Pero ella no haría eso. Se limitaría a esperar su llamada cuando estuviera de vuelta. Eso haría.
-¿Qué dijo nuestro garante? ¿Nos mandó saludos? -quiso saber Noelia.
-¡Ah... Sí! Además de tomarse a pecho el rol de padre, les manda a todas un beso y las recomendaciones de siempre.
-¡Es un dulce...! -insistió Noelia- Podés tenerle un poco de paciencia.
Se levantó ágilmente y la invitó:
-¡Vamos a caminar por el puerto, Lau!
Laura, en shorts y camisa anudada bajo el busto para aprovechar el cálido sol, estaba acomodada en una reposera y apoyaba los pies sobre un tronco de la vereda. Apenas se movió para hacerle un gesto de negación.
-¡Vamos, Andrea! -Noelia conminó a su compañera que recién se sentaba.
-¿Dentro de un rato...? -sugirió débilmente.
-¡Ahora! No seas remolona.
Andrea se ajustó los anteojos de cristales gruesos y se incorporó con un suspiro resignado. Las dos partieron secundadas por Bobi. Laura y Marcia se dejaron vencer por la molicie hasta ser despabiladas por las voces de sus amigas que venían acompañadas por dos hombres.
-¡Chicas! Les presento a Jorge y Damián -señaló a las jóvenes- Marcia y Laura. ¡Nos invitaron a comer pescado a la parrilla en un velero! -dijo Noelia entusiasmada.
A Laura le costó levantar las pestañas para apreciar a los marinos. Hizo visera con su mano porque el sol le daba de frente. Vio a un hombre de unos cincuenta años y a otro más joven. Tal vez el hijo, calculó.
-Hola -saludó.
-¿Un barco? -saltó Marcia- ¿Te olvidás que Laura y yo nos descomponemos de sólo pisar un bote a remos?
Algunas veces se te prende la lamparita, pensó Laura. Ella tampoco subiría al yate de ningún desconocido. Jorge, el mayor, sonrió sutilmente y propuso:
-¿Y si lo degustamos en la costa?
Observando el gesto decepcionado de Noelia y Andrea, sus amigas aceptaron la propuesta. Cerraron la casa rodante y caminaron con los pescadores hacia el puerto. Los siguieron hasta el muelle adonde estaba fondeado un velero blanco de aspecto imponente. El nombre “Invencible” se destacaba al costado en nítidos trazos negros.
-Seguramente no querrán recorrerlo a pesar de estar anclado... -insinuó Jorge.
-Los esperamos aquí -afirmó Laura.
Él volvió a sonreír haciéndola sentir una timorata. Se lo prometí a Rafael, recordó, y mantuvo el gesto impasible. Poco después los vieron regresar con una gran cesta de mimbre, otra mediana y una parrilla. Las guiaron hacia un quincho dentro del club de pescadores. Adentro estaba equipado con una plataforma de material con campana y una mesa rústica con varias sillas. Rápidamente colocaron el mantel y la vajilla y ubicaron la parrilla para asar el pescado. Mientras Damián, el más joven, se ocupaba de encender el fuego, Jorge le propuso a Marcia:
-¿Me acompañás a buscar las guarniciones?
La muchacha asintió y salieron con el fiel ovejero. Andrea se acercó a Damián:
-¿Necesitás ayuda?
-No, gracias -sonrió con simpatía.- En todo caso ocupate de recibir la bebida que traerán en un rato.
-Está bien -dijo, y volvió con sus amigas.
Noelia le hizo algunas morisquetas que le arrebolaron el rostro e hicieron reír a Laura. A las catorce y treinta estaban saboreando una deliciosa comida acompañada por excelentes vinos. La charla con los anfitriones fue tan amena que recién a las dieciocho se levantaron de la mesa. Rompiendo la regla, Damián se dedicó a Andrea y Jorge a Marcia. Ni a Laura ni a Noelia las afectó, ya sea porque la primera estaba prendida del recuerdo de Nacho y la segunda no tenía interés por ninguno. Cuando reiteraron la invitación para visitar el barco, a todas les pareció bien. El interior del velero era tan lujoso como el exterior. El salón, la cocina y los camarotes estaban revestidos de madera y decorados con finos detalles entre lo rústico y lo moderno. Los baños eran suntuosos y todos los ambientes estaban completamente equipados. Después de recorrerlo, se sentaron en la cubierta para tomar unos tragos que preparó Jorge y sirvió Damián. Como Laura presintiera, eran padre e hijo. Jorge tenía cuarenta y ocho años y Damián veintiuno.
-¿Entonces las dos se marean en un bote a remos? –recordó Jorge con humor.
Laura se largó a reír.
-Si tuvieras un hermano mayor como el Rafa, ninguna evasiva sería suficiente. Pero nos queda un resto de sentido común para reconocer a la buena gente –arguyó.
-¿Y vos, Marcia?
-También tomo mis recaudos –expresó con una sonrisa que confirió encanto a su rostro generalmente hosco.
Laura y Noelia intercambiaron una mirada de complicidad. Habían hecho tres viajes con Marcia y era quien siempre prefería la compañía de la naturaleza a la de los hombres. Hasta se habían confiado la sospecha de que fuera lesbiana. Pero esa muchacha seductora estaba tan lejos del lesbianismo como ellas. Laura hizo cuentas. Si bien Marcia era la mayor, tenía veintinueve años, y Jorge le llevaba diecinueve. Le pareció una diferencia importante, pero mirando al hombre convino en que estaba en excelente estado físico y no representaba más de cuarenta años. ¿Nacería un romance? ¡Lástima! Porque debían partir a la mañana siguiente. Andrea parecía embelesada por Damián. En este caso, ella lo aventajaba por tres años. ¡Una pavada…!
-¿… mañana? –la voz de Jorge la volvió a la realidad.
-Según el plan, –contestó Noelia- a Diamante.
Él no insistió en retenerlas. Sacó una tarjeta y se la entregó a Marcia.
-Llámenme cuando sea y para lo que sea. Aunque no se encuentren en problemas –aclaró jovial.
La muchacha la guardó en su bolso. Se levantó con brusquedad y expresó:
-Ya es tarde y mañana debemos salir a primera hora –Bobi se alistó.- Gracias por todo –les dijo a padre e hijo y les estiró la mano.
Las otras se incorporaron sobresaltadas. Jorge le hizo un gesto a Damián antes de la despedida:
-Las acompañaremos hasta el motorhome –dijo categórico.
Ninguna se opuso. Caminaron hasta donde estaba estacionado el vehículo alargando el tiempo. Marcia se quedó esperando que Bobi satisficiera sus necesidades, momento en que Laura y Noelia se despidieron. Se dieron un baño antes de acostarse, y el sueño las venció antes de estar completa la tripulación de su hogar sobre ruedas.
VI
La vibración despertó a Laura. Emergió a la vigilia con el movimiento del rodado. Se levantó de un salto y abrió la puerta de la cabina. Marcia estaba al volante y Andrea le cebaba mate:
-¡Iuju, dormilonas...! -gritó la conductora- ¡Si seguían así las íbamos a despertar en Diamante!
Andrea le acercó un mate recién cebado.
-¡Gracias! Voy a llamar a Noelia –sonrió, contagiada por los rostros alegres de sus amigas.
La durmiente se estaba desperezando. Se vistieron y se acomodaron en la cabina para compartir la mateada con tortas fritas. Le ofrecieron trocitos a Bobi a escondidas para evitar el enojo de su ama. El sol calentaba el interior del vehículo como en un día de verano.
-¿A qué hora volvieron, si se puede saber? -la voz de Noelia sonó irreverente.
-Cuando ustedes roncaban como un aserradero -contestó Marcia riendo.
-¡Qué metáfora desagradable sobre dos finas damas...! ¿Avanzaron algo, eh...?
-Sí. Estamos a treinta kilómetros de Diamante.
-¡Graciosa...! Vos sabés a que me refiero.
-Si es a Jorge y Damián, los veremos en el club náutico de Diamante.
-¡Lau, Lau...! ¡Tenemos casamientos en puerta! -Noelia se arrodilló delante de Andrea y le tomó la mano haciendo la pantomima de una declaración.
La chica, con las mejillas encendidas, se desasió riendo. Después volvió a cebar mate mientras discutían sobre los lugares a visitar. Decidieron disfrutar de las playas del club náutico, conocer el lago de Ensenada y la cascada de Paraje Ander Egg. A las diez de la mañana estacionaron a la entrada del club. Las cuatro estaban en malla bajo los atuendos playeros. A medio camino de la playa se reunieron con Jorge y Damián. El encuentro fue cálido y rubricado por besos amistosos. Al menos, por parte de Laura y Noelia. Los hombres alabaron genuinamente a las cuatro jóvenes y las guiaron hacia la arena. Marcia se quedó charlando con Jorge en compañía de su fiel guardián y sus amigas, junto a Damián, se unieron a un grupo de voley. Volvieron después de una hora a disfrutar de los jugos de fruta que el compañero de Marcia había pedido para ellos. La mujer exhibía una fisonomía desconocida. Bajo el efecto de Jorge el gesto adusto había resbalado de sus facciones y una estrenada sonrisa la embellecía naturalmente. Los seis fueron a nadar y después se secaron al sol. Al mediodía almorzaron en la cantina del club y salieron a navegar en las aguas calmas del río Paraná. Jorge y Marcia desaparecieron discretamente mientras los demás tomaban sol o descansaban en cómodas reposeras. Damián sacó el equipo de pesca y le explicó a una atenta Andrea los secretos del oficio. Ancló el velero cerca de una isla y les aseguró que era una zona excelente para nadar. A su pedido, se turnaron para zambullirse y disfrutar del agua. Cuando se estaban secando en cubierta, aparecieron Marcia y Jorge. Sus semblantes eran elocuentes. Las sonrojadas mejillas de la joven y el extático gesto de su acompañante eran el resultado de una ecuación amorosa resuelta. A Laura se le llenó el cerebro con la imagen de Nacho: cuando le sonrió por primera vez, cuando apareció en su casa, cuando se despedían, cuando la besó. Un sensual estremecimiento dibujó el relieve de sus poros al trasladar el beso al interior del camarote. Pensó en Juanjo, en su mamá, en Marisol, en Rafael y la imagen fue perdiendo fuerza. Le quedó la comezón de escuchar su voz, al punto de llevar la mano al celular colgado de la cintura. No, se repitió. Él debe llamarme. Habló con el grupo para sosegar su mente:
-¿Vamos a La Ensenada?
La propuesta fue aceptada con beneplácito. Se prepararon para ir a buscar el motorhome. Damián pidió conducirlo y se instaló en la cabina con Andrea. Marcia y Jorge disfrutaban el avance de su relación mientras Laura y Noelia no se ponían de acuerdo sobre cabalgar o pedalear. Entre todos decidieron pedalear hasta el lago y reservar la cabalgata para acceder a la cascada y recorrer la selva en galería. Fue una tarde cuya evocación estaría siempre ligada al disfrute. Las mujeres probaron la paciencia masculina mientras decidían cual bicicleta alquilar. Luego se unieron a un guía y a otro grupo de ciclistas con los que Noelia alternó rápidamente.
-¡Son motoqueros! -le anunció a Laura emparejándola- Dos están muy bien. ¿Me harías pata para ir a bailar?
-¿Ya conseguiste una invitación? -rió su amiga- Me estaba extrañando. Si no me elegiste algún tarado, te acompaño.
-¡Sos de fierro! Así los dejamos solos a los tórtolos y nosotras no nos aburrimos. El que me gusta se llama Piero y viene a un encuentro internacional. Es italiano pero habla muy bien el castellano.
-¡Un italiano! ¡Y después voy a tener que aguantarte llorando por los rincones! ¿Por qué no se habrán buscado los candidatos al terminar el viaje? –declamó mirando al cielo.
-Vos te lo trajiste puesto…
Noelia no terminó de rebatirla. Laura bajó los ojos y la piedra pareció brotar de la nada. Hizo un brusco movimiento para evitarla y derrapó con la bicicleta.
-¡Lau! –gritó su amiga alarmada y volanteó hacia ella.
Varios de los integrantes del grupo se volvieron al escuchar los gritos de Noelia. Laura, mudamente, movía despacio la pierna bajo el rodado.
-¿Estás bien? –Jorge fue el primero en llegar.
-Sí. Es un raspón, nomás. ¿Y la bici?
El guía la levantó, evaluó el cuadro, la cadena y las cubiertas; verificó la línea del manubrio y concluyó que no había sufrido daño. Laura se incorporó con la ayuda de Jorge y dio unos pasos, para ratificar con alivio:
-Estoy bien. Puedo seguir.
Dos hombres jóvenes se acercaron y hablaron con Noelia. Ella los llevó junto a la accidentada:
-Laura, te presento a Piero y Fabián.
Los tres se sonrieron. Fabián sacó un botiquín de primeros auxilios de la mochila:
-Sentate en ese tronco que voy a esterilizar la herida.
Laura lo miró con desconfianza.
-Tranquila... Soy médico –dijo el muchacho con una sonrisa.
Le limpió la herida con agua oxigenada y, luego de desinfectarla, la vendó con habilidad.
-¿Mejor?
-Perfecto –le agradeció.
Los cuatro hicieron el resto del trayecto juntos. Mientras el resto se bañaba en el lago ellos lo recorrieron en bote para evitar a Laura una posible infección. A las dieciséis regresaron a la casa rodante y después de sacar a Bobi se dirigieron a Paraje Ander Egg para conocer el salto de agua. Piero y Fabián los siguieron en sus motos. Ocho jinetes montados en sufridos rocines recorrieron el camino al salto de agua en medio de una agreste vegetación. Noelia entró en pánico cuando su cámara le avisó que el microchip no soportaba más fotos. Laura le ayudó a decidir cuáles borrar para sacar la tanda nueva porque la fotógrafa no quería perder ni aún las repetidas. Al atardecer regresaron hasta el estacionamiento y se despidieron de los motoristas hasta después de la cena. Laura y Noelia declinaron la invitación de Jorge para comer en el velero y se fueron a preparar para el baile. Después de una cena frugal se bañaron y sacaron su ropa más arreglada. Ambas se miraron aprobadoramente cuando terminaron vestidas y maquilladas. Esperaron a Piero y Fabián fuera del motorhome:
-Piero me gusta, Lau. ¿Me llevaría a Italia...? -preguntó soñadora.
-Mirá, Noelia. Cualquier tipo te llevaría a las antípodas. Pero no le hagás saber en la primera cita que te estás muriendo por él.
-¡El remanido artificio femenino! ¿No es mejor ir de frente?
-Las guerras no sólo se ganan con valentía. Algunas veces es necesario un poco de estrategia…
-Yo no la voy a aprender nunca. Por eso ningún tipo me dura... -meditó.
-Hacé el intento si Piero te gusta. Aunque debas esperar a que vuelva de Italia para darle un beso.
Noelia la miró horrorizada. ¿Su amiga hablaba en serio? Sí, definitivamente. Bueno, pensó. Ya vería cuánto podría gustarle en el transcurso de la noche.
-Pasado mañana deberemos resarcir a las chicas por nuestra trasnochada –opinó Laura.
-Si pueden abrir los ojos después de la encamada. ¿Te fijaste la cara de bendecida de
nuestra Marcia? –dijo riendo.
-Ojalá sea más que una aventura para ella. Es una mina excelente. Apostaría que Jorge es su primer amor.
-¿Verdad? Yo pienso lo mismo. ¿Y que me decís de nuestra cegatita?
-Que por creernos más superadas nos convertiremos en las tías solteronas de sus hijos.
-¡Cruz diablo! –gritó Noelia mientras hacía cuernos con el índice y el meñique- ¡Antes me interno en un convento!
Las carcajadas de las jóvenes orientaron a Piero y Fabián, esperanzados en pasar una velada memorable.
-¡Buenas noches! –saludaron- Me alegra encontrarlas de buen humor –agregó Fabián.
-¡Hola!
-¿Cenaron? -preguntó Piero.
-Sí. ¿Y ustedes?
-Veníamos a convidarlas. ¿Nos acompañarán? -dijo Fabián.
-¿Por qué no? -contestó Laura- Nos falta el postre.
Las motos estaban estacionadas a la entrada de la ruta principal. Cada hombre ofreció un casco a sus parejas:
-Esperamos que no tengan reparo en usar este medio de locomoción -expresó Piero.- Queremos llevarlas al mejor restaurante que tiene una confitería anexa adonde se puede bailar.
Laura se había puesto pantalones para cubrir el apósito de su pierna, pero Noelia estaba enfundada en una ajustada solera de falda corta. La muchacha no se inquietó.
-Me sentaré de costado -afirmó calzándose el casco.
Para Laura la vivencia de viajar en moto era inédita. Se tranquilizó al comprobar la pericia del conductor a cuyo cuerpo se fue afirmando para abandonarse a la experiencia. En veinte minutos estuvieron frente a una casa de comidas, indudablemente frecuentada por los motociclistas. Una colección de costosas motos, custodiada por varios guardias de seguridad, estaba estacionada en un predio frente al establecimiento. Un uniformado saludó familiarmente a Piero y Fabián y les indicó el lugar donde dejar los rodados. Las chicas ahuecaron sus cabellos para borrar los rastros de aplastamiento ocasionados por el casco, y caminaron hacia la entrada del restaurante. El lugar era lujoso y cálido. Las mesas lucían manteles claros y centros de mesa con flores naturales, fina vajilla de porcelana y copas de cristal. El ambiente de luz difusa y las voces atenuadas invitaban a la charla intimista. El maitre los recibió cordialmente y los guió hacia una mesa seguramente reservada. Los hombres ayudaron a instalarse a las jóvenes y Piero se ocupó de encargar el menú.
-Al menos acompáñennos con alguna bebida mientras cenamos -insistió el italiano.
Aceptaron tomar una copa del vino pedido por ellos. La conversación derivó de ser generalizada a parcializarse en parejas.
-¿Trabajás? -inquirió Fabián.
-Sí. Soy secretaria de una empresa de servicios. Y vos, ¿ejercés en La Capital?
-En el Hospital General y en mi consultorio particular. ¿Conocés Buenos Aires?
-Bastante. Tengo algunos amigos. ¿Conocés Rosario?
-No. Pero ahora tendré un argumento para ir -le sonrió.
La llegada del mozo ofreciendo los postres la dispensó de aclaraciones. Eligió una copa helada que a criterio del mozo era muy abundante para una persona. Dudosa, la cambió por dos bochas de helado. Fabián intervino:
-¡De ninguna manera! Pedila.
-¡No! Sería una pena desperdiciarla.
-¿Y si la compartimos?
Laura accedió observando la dentadura perfecta del médico y su escrupulosa higiene. El mozo volvió con una enorme copa helada adornada por crema, frutas y obleas, y dos cucharas. La pusieron entremedio y comenzaron a desmantelarla. Fabián comía despaciosamente sin dejar de mirarla y Laura se sintió saboreada en cada cucharada. La sensual percepción la puso en estado de alerta. Después de un día perfecto el corolario era una noche perfecta, pero ella deseaba vivirla con otro acompañante. ¿Cómo haría para no desairar a Fabián? Esperaba que fuera un tipo comprensivo.
-¿Nos vamos? -la pregunta de Piero terminó con sus digresiones.
La confitería estaba contigua al restaurante. Antes de entrar, recorrieron el hermoso jardín que rodeaba el edificio donde se mezclaban perfumadas enredaderas con variadas especies de palmeras y plantas tropicales. Una fuente central alimentaba los macizos vegetales a través de angostos canales laterales creando un microclima de oxigenada frescura. A Laura le apenó renunciar al jardín para ingresar a la confitería. Él bullicioso ambiente contrastaba con la tranquilidad del comedor. Encontraron una mesa con dos asientos laterales para acomodarse los cuatro. Un camarero tomó el pedido e inmediatamente Piero y Noelia se levantaron para bailar. Fabián y Laura los siguieron después de recibir las bebidas. A criterio de Laura, la música de salsa era lo más adecuado para divertirse sin compromisos. Se movieron convulsivamente más de media hora cruzándose con Piero y Noelia y formando un entusiasta cuarteto. Cuando sus energías decayeron, volvieron a la mesa para tomar los tragos. No era fácil escucharse en medio del estrépito, por lo que reincidieron en el baile. Poco después el ritmo fue decayendo hasta convertirse en música melódica. Fabián la enlazó por la cintura y la arrimó a su cuerpo mientras se movía lánguidamente. A Laura no le disgustaba la proximidad masculina pero no pretendía ir más lejos. Sus manos se apoyaron sobre el pecho del médico para marcar el límite virtual de contacto y mantuvo la cabeza erguida evitando reclinarla sobre el hombro de Fabián. Era conciente de la rigidez de su postura mientras en sus palmas resonaba el corazón del joven y en su frente aventaba la ardorosa respiración. El hombre se detuvo y la ciñó contra él sorprendiéndola con un beso. Laura lo separó sin violencia y abandonó la pista. Cuando se sentó a la mesa, Fabián estaba parado frente a ella:
-Perdoname, Laura. No pude contenerme -se sentó.- En realidad lo deseaba desde que te curé la pierna.
-Si era en pago de tus honorarios, debiste pedírmelo -dijo tranquila.
Fabián rió sorprendido. Era notorio que la muchacha estaba tan lejos de él como la luna.
-¿Por qué accediste a salir?
-Para acompañar a Noelia. Y porque creo en la camaradería entre hombres y mujeres.
-Yo no lo creo. No podés negar la atracción sexual.
-No la niego. Pero no se establece con cualquiera.
-Y en este caso yo soy un cualquiera -apuntó.
-Lo siento, Fabián...
-Está bien. Como no quiero perder la noche, te llevaré a tu casa rodante y volveré a probar suerte -se levantó ofuscado.
-No te incomodés por mí -dijo Laura- Le avisaré a Noelia y buscaré un coche de alquiler... ¡No! -lo detuvo- Voy a volver sola.
Fabián comprendió la firmeza de su decisión. Se encogió de hombros y volteó hacia la barra mientras Laura se metía en la pista para buscar a su amiga. La convenció de que se quedara a cambio de escolta hasta conseguir un taxi. Los saludó con una sonrisa mientras se iba para aliviar el gesto contrito de Noelia.
Entró al motorhome adonde ni siquiera aguardaba la presencia de Bobi. La soledad la golpeó sin compasión. La actitud de Fabián no fue demasiado caballerosa, pensó. Era cierto, como decía su abuela, que algunos hombres mostraban la fibra y otros la hilacha. ¿Qué haría ahora? No tenía sueño y las ganas de llamar a Nacho crecían como su nostalgia. No. No voy a llamarlo. Miró el reloj. Las dos de la mañana. Menos a esta hora. Encendió la computadora por primera vez desde que habían salido de viaje. Revisó el correo e inició la sesión de chat. En Barcelona, donde residía, Julieta estaba levantada. Conversaron hasta que su amiga se despidió para ir al trabajo. Puso música y se durmió vestida. Así la encontró Noelia cuando volvió a las seis de la mañana sin haber podido esperar el regreso de Piero para darle un beso.
VII
Laura madrugó y revisó su cuaderno. Villaguay, próximo destino, estaba a casi doscientos kilómetros. Dejó preparado café para sus amigas y sacó un rato a Bobi. Cuando regresó estaban todas levantadas menos Noelia. Se sentaron a compartir el desayuno y las novedades.
-¿Algo nuevo sobre los lobos de mar? -preguntó Laura con una sonrisa.
-Con Jorge nos despedimos hasta Villaguay -empezó Marcia.
-Y con Damián también -siguió Andrea.
-¡Entonces las cosas marchan viento en popa! -chanceó Laura. Poniéndose seria:- En serio, chicas, ustedes saben cuánto me alegro de que hayan encontrado dos buenos tipos.
-Gracias, Laura. No me caben dudas -dijo Marcia.
-¿Y a vos cómo te fue? -averiguó Andrea.
-Nada. Mi candidato se largó.
-¡No lo creo! -dijo Marcia.
-¡Ni yo! -adhirió Andrea.
-Para ser sincera, lo rechacé y me dejó para buscar consuelo.
-¡Ya nos parecía...! -habló Andrea por dos- ¿Se puso insoportable?
-No... Pero yo no quería ilusionarlo -se justificó.
-Nacho -afirmó Marcia.
Laura asintió con un suspiro y se reclinó contra el respaldo del sillón.
-No sé si hice bien en dejarla a Noelia... -les confesó a sus amigas.
-Por lo rendida que está... ¡muy bien! -bromeó Marcia.
-Bueno -aceptó Laura.- ¿Organizamos la estadía en Villaguay o tienen otros planes?
-Arreglemos nosotras como siempre -contestó Marcia.- Jorge y Damián se acomodarán a nuestra decisión.
Laura consultó sus apuntes y les propuso:
-Yo acamparía en el balneario del río Gualeguay porque allí estarán fondeados los marinos. ¿Están de acuerdo? –las miró con una sonrisita aviesa.
-¡Psé…! –dijo Marcia con despreocupación- ¿Hay buenas playas?
Laura y Andrea no pudieron contener la risa ante la pretendida indiferencia de su amiga. La primera se rehizo y siguió enumerando:
-Varias, y les dicen balsas. Están rodeadas de un hermoso paisaje agreste que inspira a los enamorados… -volvió a reír y continuó:- Después podemos ir al aeroclub para practicar parapente o paramotor.
-¿Qué es un paramotor? –preguntó Andrea.
-Un parapente con motor –simplificó Laura.
-Yo, paso –dijo su amiga.- ¿No se puede hacer otra cosa?
-Sí. Tenis o padle.
-Decidamos allá -propuso Marcia.- Deberíamos estar saliendo. ¿Quién maneja?
-¡Yo! -se ofreció Andrea.
Las otras sonrieron ante la audacia de su amiga más joven siempre remisa a los desafíos. Laura estaba convencida de que todas saldrían transformadas de este periplo. Se acomodó con Bobi en la cabina para hacerle compañía a la conductora mientras Marcia se sentaba a leer en el comedor.
-¿Te parece que Damián es demasiado joven para mí? -preguntó Andrea.
-¡Si vos parecés salida del secundario…!
-Pero le llevo tres años. Mamá dice que un hombre a los veintitrés todavía es un niño –dijo convencida.
-¿Y qué te demostró en la cama? -la sonsacó.
-Que es un niño prodigio -confesó, mientras la sangre se agolpaba en su cara.
Laura se rió a las carcajadas, encantada del despertar de esa muchacha largamente menospreciada en su entorno familiar. Bobi asintió con un par de ladridos.
-¿Qué está pasando acá? –preguntó su ama, asomándose.
-Nada de tu interés, metida -contestó Laura aún riendo.
-¿Quieren unos mates? -les ofreció sin ofenderse.
-¡Sí! -gritaron sus amigas.
Marcia fue a buscar el equipo y se sentó en el escalón del pasillo central. Entre mate y mate recorrieron los primeros cien kilómetros mientras el cielo iba perdiendo esa cualidad de transparencia característica de los primeros días. El sol se ocultaba por momentos pero la densidad de las nubes no fue suficiente para imponerse a su resplandor. Antes del mediodía entraron en Villaguay y a las doce estacionaron en la zona de camping del balneario. Aprovecharon para despertar a Noelia mientras se vestían con sus atuendos playeros.
-¿Por qué no me llamaron antes? -balbuceó semidormida.
-Porque respetamos la resaca amorosa -la cargó Marcia- ¿Y el tano?
-Fue -contestó mientras se desperezaba- Se dio el gusto de demostrarme la superioridad de la lealtad masculina. Después de la encamada el desgraciado me dijo que continuaría viaje con Fabián. ¿Me tocan todos a mí o los atrae mi karma? -se lamentó.
-No te amargués... Algún día vas a aprender a conocer a los hombres -dijo Laura abrazándola- Además, afuera hay cien mejores que Piero haciendo cola.
Noelia hizo una mueca de incredulidad y se metió en el baño. Poco después avanzaban descalzas sobre la arena fina y blanca mientras oteaban en busca del velero de Jorge. El calor las hizo quedarse en malla y tras media hora de caminata volvieron a la casa rodante. Bobi se quedó tendido afuera mientras Laura y Andrea preparaban el almuerzo y las otras mujeres acomodaban mesa y reposeras debajo de un árbol. Cuando terminaron de comer aparecieron Jorge y Damián. Después de besar a sus parejas saludaron y explicaron la demora:
-Estuvimos a punto de volver al puerto porque nos interceptó una lancha de prefectura previniéndonos de una tormenta. Discutimos más de una hora hasta que se dieron por vencidos y nos permitieron seguir viaje. ¡Habrase visto a los mocosos! – renegó Jorge que se consideraba un navegante experimentado.
-¡Tranqui, papá! Ellos no sabían con quien hablaban – señaló Damián.
-Y además, –intervino Marcia- ya están acá.
Jorge la miró encandilado.
-¿Te das cuenta de lo que me hubieran hecho perder? –dijo besándola.
-Mejor coman algo – propuso Marcia para superar su turbación.
El hombre sonrió pensando en la mujer tierna y apasionada que se escondía tras esa huraña apariencia. No quería abochornarla en público pero tampoco iba a ocultar su amor. Con tiempo y afecto desaparecerían sus aprensiones, se dijo. Preguntó:
-¿Qué nos tienen reservado para el día de hoy?
-¡Volar! – anunció Noelia.
-Pensamos ir al aeroclub –aclaró Laura- donde se puede practicar parapente y paramotor, y para quienes no lo deseen, tenis y padle.
-¡Excelente! –se entusiasmó Damián. Pasando un brazo por los hombros de Andrea:- Vamos a parapentear, ¿verdad, querida?
Andrea lo miró aterrada pero no se animó a una negativa. El muchacho se largó a reír y la abrazó:
-¡No seas cobardona…! Alquilamos un biplaza y después me vas a rogar que te enseñe… -le dijo algo al oído y ella sofocó una risa.
-¿Y nosotros qué haremos, muchachita? –Jorge la desafió a Marcia.
-Si vos también volás, voy con vos. Si no, tenis o padle.
-Entonces, volaremos. ¿Y vos, Laura?
-Veré cuando estemos en el club.
A las catorce treinta se dirigieron al Golf Aeroclub. Damián alquiló un parapente biplaza; Jorge un paramotor doble; y Noelia un parapente individual.
-¡Vamos, Laura! -insistió Noelia- Es una experiencia alucinante. Tener el mundo a tus pies. Estar libre de la fuerza de gravedad… Flotar en un medio prohibido a los simples mortales. ¡Y los paisajes…!
-No sé… Nunca lo pensé. Vayan ustedes.
Laura vio elevarse a Jorge con Marcia, y a los parapentistas alejarse en una camioneta en busca de un lugar adecuado para el despegue. Indecisa, salió a pasear por los alrededores con Bobi. Corrió cuando lo vio amenazar a un animalito silvestre. Resultó ser una rata que el ovejero le ofreció devotamente. Asqueada, lo alejó con un gesto imperativo y se quedó atenta a sus movimientos. El ruido de un motor le hizo levantar la vista. Dos hombres la sobrevolaban en un paramotor biplaza. Descendieron cerca de ella con una corrida perfectamente sincronizada. Después de desligarse de las sillas y los cascos, se acercaron sonrientes. Ella admiró a los mejores ejemplares masculinos que recordara.
-¡Hola, preciosa! ¿No te animás a dar una vuelta? –le dijo el más joven.
Laura acarició la cabeza de Bobi. No parecían peligrosos pero se alegraba de su compañía
-Nunca practiqué –le respondió.
-Yo soy Riki y él Tedi -se presentó tendiéndole la mano.
-Y yo soy Laura -estrechó las diestras y reconoció que de cerca eran más apuestos todavía.
-¿Viniste sola? -indagó Tedi.
-No. Con unos amigos que ya están volando.
-Entonces, no se hable más. Vas a darles una sorpresa. Elegí quien te lleva. Los dos somos expertos -aclaró.
Laura los miró divertida. ¡Eran tan expeditivos! Debería estar Noelia en lugar de ella. Por lo pronto, no se sentía amenazada por la osadía masculina. ¿Debía fiarse de su impresión? “¡Estás absolutamente loca!, estalló Rafael; ¡Esa conducta es impropia de una dama!, vociferó su madre; ¿A quién saliste tan libertina?, repudió Marisol”. Sonrió.
-Me voy a arriesgar. Pero de ninguna manera decidiré con quien. Resuélvanlo teniendo en cuenta que se elevarán con una principiante.
Los muchachos cambiaron una mirada y un guiño. Tedi señaló a Riki con un gesto melodramático:
-Ve con él, belleza –dijo con cierta afectación.- Es tarea para un levanta fierros –y le tendió su casco y su campera:- ¡Ponétela! –la instó- Arriba hace frío.
Riki la ayudó con el casco, se colocó su silla, le indicó que cargara la de ella como si fuera una mochila y la enganchó con cierres delante de la suya.
-Ahora –la instruyó- cuando yo te diga, vamos a correr al mismo tiempo. Después te pediré que te sientes. Si no sale de primera no pasa nada. Volvemos a empezar –hizo una pausa esperando alguna pregunta. Ante el silencio, consultó:- ¿Lista?
Laura, nerviosa, asintió.
-¡A correr! – mandó Riki.
Ella obedeció preguntándose por qué había sido tan temeraria. Luego de una corta carrera le llegó la siguiente orden:
-¡A sentarse!
Se dejó caer cuidadosamente con la fantasía de que iban a dar de bruces contra el suelo y ella quedaría aplastada por el musculoso guía. Pero no. Sus pies ya no tocaban la tierra y ellos se elevaban suavemente hacia lo alto. Después de la primera impresión, vio a Bobi ladrando y corriendo en círculos adonde hacía un momento habían estado. Tedi los saludaba con una gran sonrisa.
-¡Tedi!, ¡Bobi! –gritó alborozada mientras sus figuras se empequeñecían. Escuchó la risa musical de su acompañante y se abandonó a la inigualable sensación de volar. Riki le señaló distintos lugares y le dijo que le regalaría la filmación. Se entregó confiadamente a la pericia del piloto y disfrutó de casi media hora de navegación. Se sintió decepcionada cuando Riki le anunció el aterrizaje. Se pararon en las sillas hasta que sus zapatillas contactaron con el suelo y pataleó hacia delante siguiendo las instrucciones.
-¡Un despegue y un aterrizaje perfectos! –aplaudió Tedi.
Laura, eufórica por la experiencia, descubrió a sus amigos reunidos junto a Tedi. Con la silla a cuestas, que Riki había desenganchado previsoramente, corrió hacia Noelia:
-¡Tenías razón! –exclamó abrazándola- ¡Es una sensación alucinante!
Risueña, se despojó del casco y la campera y los devolvió a su dueño.
-¡Les presento a Riki y Tedi! –informó a su grupo.
Se fueron saludando y presentando. Laura se asombró de la falta de reacción de Noelia ante dos hombres tan atractivos. ¿Estaría tan afectada por la deserción de Piero?
-Los invito a compartir un refrigerio –decía Jorge- ya que han sido tan amables con Laura.
Riki miró a su amigo esperando una decisión.
-Encantados –aceptó Tedi.- Si no conocen la confitería, encontrarán que es confortable y bien atendida.
Aceptaron la sugerencia y a poco, estaban instalados en cómodos sillones con vista al campo de golf. Dejaron el menú a criterio de Jorge quien pidió un surtido de bocadillos y tragos de frutas aromatizados con wiski. La charla fue amena y Laura sintió que el sopor la ganaba después de la excitación del vuelo
-La conversación está soberbia –declaró- pero si no me voy a dormir, caeré redonda en cualquier momento –se dirigió a Riki y a Tedi:- Les agradezco el momento inolvidable. ¿Volveremos a vernos?
-En diciembre –dijo Tedi.- Unos amigos de Rosario nos invitaron a pasar las fiestas. Nos comunicaremos.
-Si, Laura –intervino Riki- Además voy a mandarte la filmación y las fotos que sacó Tedi.
-Gracias, Riki. Noelia te anotará mi dirección –los besó a ambos.
-¡Yo te acompaño! –dijo Noelia- Marcia, dale vos los datos a los muchachos –les dio un beso de despedida y salió con Laura.
-¿Cómo no te quedaste a seducir a esos encantadores tipos? -le preguntó su amiga mientras caminaban hacia el motorhome.
-¿Me estás cargando?
-¿Por qué habría de hacerlo? –dijo Laura sorprendida.
-Porque son pareja, despistada.
-¿Son gays? –exclamó estupefacta- No me había dado cuenta...
-¡Ay nena! ¿Cuándo vas a caer? ¿No te fijaste que Riki siempre espera la palabra de Tedi? ¿En las miradas y gestos que se cruzan? ¡Menos mal que no apuntaste a ninguno! No hubieras salido ilesa... -dijo con una carcajada.
Laura se arrastró el último tramo hacia el vehículo. Subieron y mientras Noelia cerraba la puerta se tiró en la cama abandonándose al sueño. Murmullos apagados la volvieron a la conciencia. Se estiró y no distinguió ningún resplandor por la ventanilla. ¿Era de noche? Se incorporó, fue al baño para despegarse la somnolencia de la cara y se asomó al comedor. Sus amigas lucían como para ir de fiesta.
-¡Buenas noches, bella durmiente! -la saludó Noelia- Estábamos deliberando sobre si te despertábamos o te dejábamos dormir hasta mañana.
-¡Las hubiera matado! -dijo, aceptando un mate cebado por Andrea- ¿Qué hicieron a la tarde, si se puede saber?
-Algunos dobles de tenis con Riki y Tedi -contestó Marcia- Y si te parece bien, vamos a cenar en el barco con unos amigos de Jorge.
-Con tal de comer, voy a cualquier lado -dijo risueña- Eso sí, no me endilguen ninguna compañía.
-¡Ya sabemos de tu fidelidad a Nacho! -rió Marcia- No tenés más obligación que compartir una buena mesa y una charla amistosa. Los invitados son una pareja y sus sobrinos que vinieron a participar de un concurso de pesca. Y de los sobrinos, hay un solo masculino.
-¡Bien por Noelia! -aplaudió Laura- Me voy a bañar y a vestir para estar a tono con ustedes. ¡Bai!
Mientras se duchaba revisó la herida de su pierna. Apenas le quedaba un raspón. Eligió una solera roja de falda corta con zapatos al tono. Se deshizo de la cola de caballo que anudó su pelo durante tres días y restauró las trenzas laterales encuadrando el rostro. Un leve toque de maquillaje y apareció lista para salir.
-¡No vale! -exageró Noelia- Con esa pinta me voy a tener que conformar con la hermana...
-¡El comienzo de tu etapa lesbiana! -carcajeó la destapada Andrea mientras Bobi participaba con varios ladridos.
Todavía riendo, cerraron la casa rodante y caminaron hacia el embarcadero. A medio trayecto se encontraron con Damián. Las saludó con afecto y les dispensó una galantería a cada una. Las guió hacia el velero llevando a Andrea enlazada por la cintura. Desde la planchada divisaron a Jorge y sus invitados.
-¡Bienvenidas! -dijo el marino abrazando a Marcia en primer lugar.
Las llevó delante de sus invitados y las presentó. Mariel y Roberto Villegas eran una agradable pareja de mediana edad y sus sobrinos, Leandro y Marina, dos jóvenes de temperamento alegre. Se ubicaron en los cómodos sillones de cubierta para conversar mientras los dueños del barco preparaban la cena. Marcia y Laura se obstinaron en colaborar a pesar de las protestas de los hombres:
-¡Vayan a sentarse que están demasiado bonitas para arruinarse la ropa! -mandó Jorge.
-¡De ninguna manera! -contestó Marcia- No me voy a desaliñar por llevar la vajilla.
-Yo me quedo un rato en la cocina para darle tiempo a Noelia -dijo Laura después de sorprender una chispa de interés en los ojos de Leandro.
Jorge se dio por vencido. Aceptó la ayuda de Laura para preparar las bandejas de la entrada mientras su hijo y Marcia disponían la mesa. Cuando distribuyeron los entremeses, el sobrino de los Villegas estaba contemplando la luna con Noelia. La velada transcurrió placenteramente hasta que un viento fresco los obligó a refugiarse en el interior. Laura y Marina habían simpatizado e intercambiaron sus correos electrónicos para seguir en contacto. A la una pasó el novio de Marina y se fueron a bailar con Leandro y Noelia. A las dos, Laura se retiró en compañía de Roberto y Mariel. A pesar de las órdenes de Marcia, Bobi no quiso saber nada de largarse del velero. El matrimonio, tras varias recomendaciones para su seguridad, se marchó después de verla cerrar la casa rodante. Al quedarse a solas, tomó conciencia de su aislamiento y evocó la figura de Nacho. Se desvistió lentamente, se puso el camisón y se echó sobre la cama luchando contra el impulso de llamarlo. Sólo para escuchar su voz, se dijo. Buscó el celular y lo dejó sobre la repisita anexa a la cama. Lo tomó y lo volvió a soltar varias veces. Al fin, con el pulso acelerado, marcó el número del hombre que añoraba.
-¡Hola...! -contestó después de varios timbrazos una voz enronquecida por el sueño.
Cortó la comunicación instintivamente al darse cuenta de la hora, con el corazón galopando ante la modulación masculina. Un segundo después, repiqueteó su teléfono. ¿Qué hiciste?, se dijo antes de atender el llamado.
-Hola -murmuró.
-¿Estás bien? -la pregunta sonó preocupada.
-Estoy bien, gracias.
-Me preguntaba cuando ibas a romper la proscripción -dijo pausadamente.
-Sé que no son horas para llamar. ¡Pero estoy de vacaciones! -se justificó.
-Lo sé, lo sé... -rió Nacho con calma- Y me alegra acompañarte aunque sea dentro de un aparato.
Laura se sintió extemporánea. ¿Para qué lo había llamado? ¿Para franelear por teléfono? Esta idea la irritó. Inmediatamente se dio cuenta de que ella había provocado la situación. ¿Por qué, entonces, esa animosidad hacia Nacho?
-Perdoname por despertarte -manifestó tratando de explicarse- pero estoy sola en la casa rodante y ni siquiera está el perro...
-¿Te dejaron sola? -reaccionó alarmado.
-¡Ah...! Es largo de contar. Marcia y Andrea conocieron a dos tipos fantásticos y están en su barco con Bobi. Y Noelia se fue a bailar.
-¿Y a mi cenicienta no la rondó ningún príncipe? -el tono era humorístico.
-Si querés saber, ya desprecié a un médico -dijo ofendida.
-¿Por mí...?
-Porque no me gusta que me apuren, presumido.
-¡Si lo sabré yo! -rió divertido. Después, poniéndose serio:- Me muero por verte, Laura. Y no voy a esperar hasta el sábado teniendo en cuenta que me corresponden dos besos.
-¿Qué decís? -se turbó.
-El de despedida, la tengo a Marcia de testigo, y el de reencuentro. Pero sin espectadores, preferentemente.
A Laura se le erizó la piel de sólo pensarlo. Ya era momento de terminar con la comprometida conversación.
-Que duermas bien, Nacho. Nos veremos el domingo.
-Que descanses, mi amor... -el timbre apasionado desvaneció su orfandad.
Noelia la encontró durmiendo con placidez y aferrada al celular como a un osito de peluche.
VIII
La mañana del martes permaneció nebulosa hasta el mediodía. Andrea y Marcia despertaron a sus amigas a las diez de la mañana con mate y pastelitos. Concordia distaba a ciento veinte kilómetros y no tenían especial apuro por partir. En menos de dos horas estarían en la ciudad. Como era habitual, Laura fue leyendo las anotaciones tomadas en Rosario. Este destino les ofrecía atractivos como el lago Salto Grande, varias playas en la costa del río Uruguay, un balneario de aguas termales, el exuberante parque Rivadavia y las ruinas del castillo San Carlos. Decidieron pernoctar en el camping de La Tortuga Alegre, porque les gustaba el nombre y para estar cerca de Jorge y Damián. El balneario estaba a trescientos metros aguas abajo de la represa hidroeléctrica de Salto Grande, origen del gran lago artificial del mismo nombre, rodeado de bosques de eucaliptos y pinos. Dispondrían de martes y miércoles para conocer los lugares que habían apuntado.
-¿Cómo te fue anoche? -le preguntó Laura a Noelia.
-¡Fantástico! Leandro es un excelente bailarín.
-¿Y...? -escarbó la sucinta respuesta.
-Estoy siguiendo tus indicaciones, hermana. Nada de lanzarme por ahora.
Laura rió encantada. ¿Noelia haciendo alarde de prudencia? Los rostros incrédulos de Marcia y Andrea contradecían su confianza. La pelirroja les hizo un gesto de petulancia y arremetió contra Laura:
-¿Vos no estás demasiado animada esta mañana? ¿Qué pasó anoche?
La interpelada, para asombro de sus amigas, se puso roja como un tomate. Noelia se desternilló por su sagacidad.
-¡Confesando, confesando...! -la persiguió.
-Anoche hablé con Nacho -dijo lacónicamente.
-¡Lo sabía, lo sabía...! -gritó la bruja- ¿Qué te dijo?
-Que se moría por verme y que le debía dos besos -admitió.
-¡De uno soy responsable yo! -se ufanó Marcia mientras la abrazaba.
-¡Por fin te reblandeciste con el pobre muchacho! -dijo Andrea contenta mientras Noelia declamaba una poesía amorosa.
Cuando terminó su acto se llevó una mano al pecho y le abrió los brazos. Laura la dejó hacer riendo, y las cuatro terminaron cantando un bolero a instancias de Noelia. El cuarteto, con Noelia al volante, arrancó a las once para Concordia. Jorge y Damián las ubicaron a las trece después de haber recorrido varias veces las playas costeras. Marcia y Andrea, durante la siesta, se ocuparon de anularles cualquier síntoma de estrés provocado por la demora. Laura y Noelia tomaron media hora de sol en la cubierta y después se trasladaron al motorhome para ducharse y ponerse ropa adecuada para la excursión al parque y al castillo. A las dieciséis y treinta se encontraron con las parejas y el fiel Bobi, listos para salir. El verde entorno los maravilló y los acercó sin esfuerzo a las ruinas del castillo San Carlos, otrora residencia de un noble francés y su esposa, ahora hogar de pájaros y plantas. Se unieron a un grupo de turistas comandado por un guía local quien, durante el recorrido, relató la historia de la mansión. Laura se sintió transportada al siglo diecinueve y en su mente revivió el original esplendor del lugar. Quería compartirlo con Nacho. Se sentó bajo la arcada de una ventana y sacó el celular. Esta vez no titubeó para conectarse.
-¡Hola, encanto! -la voz denotaba alegría.
-¡Nacho! ¡Si supieras dónde estoy...!
-Decime.
-¡En el castillo que el conde De Machy construyó en el año 1888 para su mujer! Debió ser espectacular. Ahora sólo quedan las paredes y parte del techo, pero poseyó mármoles lujosos, cristales importados, arañas fastuosas, gobelinos, cuadros e infinidad de obras de arte. ¿No es emocionante?
-No tanto como escuchar tu voz...
Laura sonrió halagada. Continuó con la historia:
-¿Sabés que un día, misteriosamente, el conde y su mujer abandonaron el castillo para nunca más volver...? Me pregunto qué habrá pasado.
-Nadie lo sabe, soñadora, así que podés dar rienda suelta a tu imaginación. ¿Qué te dice esa linda cabecita?
La joven se sumergió en un silencio que Nacho no turbó. Finalmente, expresó:
-Creo que la mujer se enfermó de nostalgia y su marido no dudó en renunciar a todas sus posesiones para aliviar el sufrimiento de su amada...
La respuesta del hombre encendió luciérnagas en los ojos de Laura:
-Después de conocerte me puedo poner en la piel de cualquier enamorado, querida, porque yo hubiera hecho lo mismo por vos.
Ella rió quedamente. Después, consentida, le preguntó:
-Entonces, ¿estás de acuerdo con mi deducción?
-Desde ahora me la apropio y la divulgaré como la verdad absoluta -rió. A continuación:- ¿Ya visitaste el monumento al Principito?
-Todavía no. ¿Me hiciste hablar conociendo toda la historia? -le reprochó.
-Si te lo hubiera dicho, Sherlok, me hubiera perdido la solución de un enigma que carcome a cientos de investigadores. Además, ¿no querías compartirlo conmigo? -le preguntó anhelante.
Sí -suspiró Laura.- Pero será mejor que no te moleste más...
-¡No me hagas eso...! -exclamó Nacho- Estas llamadas hacen tu ausencia más soportable. Prometeme que me vas a hablar todos los días. Por favor... -reclamó.
La muchacha no tuvo tiempo de contestarle. Desde su ubicación vio desbandarse a los turistas y correr hacia la entrada del castillo. Unas gruesas gotas se estrellaron contra su rostro.
-¡Está lloviendo, Nacho, y aquí hay poco refugio! Voy a reunirme con las chicas... Yo también te extraño -le confió antes de cortar la comunicación.
Bajó las ruinosas escaleras con agilidad y buscó a sus amigos. La esperaban arrinconados contra una pared que todavía conservaba un alero. Había refrescado y Jorge y Damián abrazaban a sus chicas. Noelia se abrigaba a sí misma y cuando la vio, exclamó jocosamente:
-¡Ven, amado mío, porque me muero de frío!
Se apretujaron entre risas esperando que disminuyera la lluvia. Apenas escampó, se marcharon del precario refugio e iniciaron el regreso a la casa rodante. Iban deprisa, con Bobi pegado al costado de Marcia y contando los chaparrones que los asediaron durante el camino. A pesar de la marcha veloz, llegaron ateridos. Laura se cambió y acercó a los hombres hasta el barco en tanto sus amigas se duchaban.
-¡Estén en contacto! -gritó Laura para hacerse oír en medio del temporal.
-¡Les hablaremos! -las ráfagas se llevaron la voz de Jorge.
Estaban reunidas en el comedor desde hacía media hora. Marcia, mientras la tormenta arreciaba, restregaba enérgicamente al ovejero con un toallón para secarlo.
-¡No me digan que el tiempo nos arruinará lo mejor de la excursión! -se resistió Noelia.
-Nos advirtieron del clima inestable -recordó Andrea.- Pero que duraba poco tiempo.
-Si sigue lloviendo así deberíamos alquilar el arca de Noé -reflexionó Marcia.
El sonido de su celular la interrumpió.
-Hola... -sonrió a su invisible interlocutor.
-Querida, decile a las chicas que será mejor pasar la noche en el barco. Esta tormenta me preocupa... -dijo Jorge- Con Damián ya les preparamos una cabina. Insistiles. Me dejarán más tranquilo. Las pasamos a buscar en un rato.
-Ahora les pregunto -asintió Marcia.
-Dice Jorge que estaremos más seguras en el velero en caso de aumentar el temporal. Si todas están de acuerdo nos pasarán a buscar en un rato -miró a su audiencia.
Sus amigas asintieron y Marcia se lo comunicó a Jorge. Laura abrió la valija y sacó una mochila impermeable. Metió dos linternas, un botiquín de emergencia, un costoso cargador universal de baterías ridiculizado por su hermano, un rollo de soga de nylon, varias tabletas de chocolate, tres camperas de lluvia plegadas y, después de meditar, otra campera inflable. La llevó al comedor adonde estaban sentadas sus compañeras.
-¿Qué llevas ahí? -preguntó Marcia sopesándola.
-¡Ah...! Cosas útiles -generalizó.
-¡Pesa una tonelada! -recalcó su amiga.
-No es para tanto. Cargada a la espalda ni se nota.
Bobi emitió un ladrido de advertencia. Había divisado a padre e hijo antes de que golpearan la puerta. Las mujeres se prepararon para el corto trayecto hasta el barco. Andrea fue la última en salir y cerró la puerta auxiliada por Damián. El viento había calmado un poco y les facilitó el abordaje del navío. Jorge les mostró a Laura y Noelia la cabina amueblada con dos literas que les serviría de dormitorio esa noche. Después se reunieron en el comedor para escuchar música y charlar antes de la cena. Los marinos se esmeraron en evitar a las jóvenes cualquier preocupación y a las doce, Laura le guiñó un ojo a su compañera de cuarto y se despidió, dejando a las parejas disfrutar de la romántica velada.
-¡Me cacho...! -dijo Noelia mientras se desvestía- ¿Qué hacía suponer que éstas se transformarían en ciudadanas de primera y nosotras en kelpers?
Laura se atragantó de la risa.
-¡No seas fanfarrona! -la reprendió- Cada cual debe tener su oportunidad.
-A mi me importa que la mía no se da -dijo malhumorada- ¿No sería enloquecedor refugiarte en brazos de un hombre durante esta tormenta?
-Y sin tormenta, también -completó Laura.
-¿Estás pensando en Nacho? -sonrió su dúctil amiga.
-Demasiado, creo. ¿No es una locura, Noelia? Si sólo nos vimos tres veces...
-Algunos se ven veinte años y no les alcanza para conocerse. Me extrañan tus convencionalismos. ¿Ese hombre no vale el riesgo de tantear? -dijo intencionada.
Laura le respondió con otra pregunta:
-¿Y Leandro? ¿Se terminó el efímero encuentro?
-Nos veremos el viernes en Colón. Como me porté como una leidi no puedo vaticinar resultados -dijo afligida.
Su amiga se largó a reír y se metió en la cucheta.
-¡Chau, trastornada! Mejor nos vamos a dormir.
Noelia la imitó y apagó la luz. El sueño se apropió de las dos cuestionadoras para liberarlas a una espléndida mañana de sol. El ladrido de Bobi despertó a Laura. Se ubicó mentalmente en la cabina iluminada por el encortinado ojo de buey y espió hacia afuera. Sus amigas y sus novios tomaban mate en la playa mientras Bobi rescataba del agua un palo arrojado por Damián. Despertó a Noelia y le dijo que se pusiera la malla. Quince minutos después se reunían con el grupo para compartir la mateada.
-¿Quién se anima a decir que anoche llovió? -desafió Noelia.
Jorge sonrió, pero mostraba un gesto preocupado:
-A decir verdad este tiempo no me gusta nada. Demasiado inestable -afirmó.
-Si se aguanta hasta el sábado, me daré por satisfecha -declaró la pelirroja.
Laura relevó a Damián para jugar con Bobi. Volvió al rato con una propuesta:
-¿Qué les parece si hacemos una excursión por las islas en bote?
-¿No era que se mareaban? -chacoteó Jorge.
Marcia lo abrazó. El marino la mantuvo apretada contra él para luego prodigarle un largo beso. Cuando se separaron, ella contestó:
-¡Yo voy! ¿Quién más se une?
De común acuerdo, se protegieron con pantallas solares y sombreros y alquilaron tres botes porque todos querían remar. Laura y Noelia se esforzaron un rato tratando de competir en velocidad con las embarcaciones comandadas por los hombres. Después nadaron y exploraron varios pequeños islotes hasta que el hambre los hizo regresar. Almorzaron en la parrilla del balneario y se fueron a descansar unas horas antes de partir hacia el complejo termal. Marcia, Andrea y Bobi, al velero; Laura y Noelia, al motorhome. A las dieciséis estaban todos preparados para visitar las termas Vertiente de la Concordia. Después de pagar las entradas, se acercaron a las piscinas. Fueron rotando por las piletas para adaptarse a los cuarenta y cuatro grados de la de hidromasaje. Los hombres gozaron el espectáculo extra brindado por los aspavientos de las lindas muchachas al sumergirse en los distintos estanques. Noelia, una vez aclimatada, hizo una redada visual y le dijo a Laura:
-Che, aquí no vamos a encontrar ningún tipo menor que mi tatarabuelo, a menos que estas aguas sean mágicas como las de Cocoon.
-Entonces nosotras vamos a salir gateando como los bebés -rió su amiga. Se miró:- ¿Nos quedará piel después de este hervor?
-¡La cambiaremos como las víboras y nos olvidaremos del lifting! –exclamó Noelia entusiasmada.
Jorge y Damián les apuntaron varios bañistas que las amigas descalificaron con divertidas apreciaciones. Al salir de la pileta se envolvieron en abrigados albornoces y optaron por unos masajes relajantes. Estuvieron de regreso a la casa rodante a las diecinueve y treinta, bañados y distendidos. Jorge las convidó a cenar en la cantina del camping y les propuso conocer la confitería bailable Hostal del Río, instalada sobre las ruinas de un antiguo saladero levantado por el conde de Machy. Laura declinó la invitación porque su cuerpo le pedía más descansar que zarandearse. Cuando sus amigas se fueron entró a Bobi y se atrincheró tras la puerta del motorhome. Eran las veintidós, una hora prudente para llamar a Nacho. Se puso su mejor camisón (como si pudiera verla) y se llevó el teléfono a la cama. La asaltó el pensamiento de llamar a Rafael, por haber quebrado la consigna de la incomunicación. Su hermano se lo merecía, después de todo. Marcó el código y poco después escuchó su voz:
-Si no fuera porque estas porquerías te alcahuetean quien llama, estaría a años luz de pensar en mi hermanita –a posteriori de la parrafada la saludó:- ¿cómo estás, corazón?
-Aburrida de escucharte, Rafa. ¿Y vos en qué andás?
-Cenando. ¿Cómo la estás pasando…?
-¡Bárbaro! Hoy fuimos a los baños termales y quedé sedada como después de un puré de Valium. Deberías probarlo para combatir el estrés. ¿Estás con Marisol y Rodi?
-Casualmente, no. ¿Me quedo tranquilo de que la pasás bien y no cometerás ninguna locura?
-Dormí sin sobresaltos, hermanito –sin poder dominar la curiosidad:- ¿Con quién estás comiendo?
-Con un amigo que te quiere saludar... Te mando un beso.
-Otro para vos, Rafael –contestó, a la espera del traspaso del teléfono.
-Hola, Laura… –el saludo la magnetizó.
-¡Nacho! –reaccionó- ¿Qué hacés con mi hermano?
-Cenar –dijo- y aguantar los días que faltan para vernos.
-Yo pensaba llamarte después – susurró, como si Rafael pudiera escucharla.
-Y yo no iba a pasar otra noche sin escucharte. ¡Estos cuatro días son una verdadera tortura…! -dijo con fiereza.
Laura no encontró más que palabras triviales para responder al elocuente reclamo. Deseaba verlo con la misma intensidad y no reparó en decirlo:
-Yo también te extraño, Nacho. Y no veo la hora de estar con vos…
-¡Te voy a buscar ahora! – reaccionó el hombre con voz estrangulada.
-¡No…! –Dulcificó la voz:- Apenas faltan cuatro días... Te quiero, Nacho –murmuró, y apagó el celular.
Se acostó, fascinada por su temeridad y por la inminencia del encuentro.
IX
Un suave gemido acompañado de un cálido aliento la despertó. Bobi celebró su retorno a la vigilia con varios lengüetazos. Lo apartó riendo, le acarició la cabeza y se envolvió en una bata para abrirle la puerta de la casa rodante. Lo esperó ajustando la prenda alrededor de su cuerpo para defenderse del aire fresco. El cielo estaba encapotado y dudó que las nubes dieran paso al sol. El perro volvió rápido y después de renovarle el alimento y el agua se fue a higienizar y a vestir. Preparó café, sacó un paquete de galletitas de la alacena y le llevó el desayuno a Noelia:
-¡A levantarse, holgazana! –la sacudió con suavidad.
Su amiga abrió los ojos con expresión de aturdimiento y después se puso la almohada sobre el rostro. Laura no la perdonó. La despojó de la improvisada venda y la arrojó a los pies de la cama. Noelia se puso boca abajo y rodeó su cabeza con ambos brazos:
-Es i_nú_til. No me voy a iiir… -canturreó Laura- Además te traje el de-sa-yu-no
Su amiga, vencida, se volvió y le prodigó una mueca. Después se sentó en la cama y estiró la mano hacia el pocillo humeante. Tomó un sorbo y dijo:
-¿Sabés a qué hora me acosté, desalmada? ¡A las cuatro!
-¿Y qué? Son las diez de la mañana. Dormiste seis horas largas. Para tu información: está nublado y con más probabilidades de lluvia que de sol.
Noelia empujó la galletita con la infusión antes de contestarle:
-¡Te dije que hasta el clima está en mi contra! No volveré a ver a Leandro… - gimoteó.
-Calma. Hasta Colón podemos tener la sorpresa de un buen día. ¿Te divertiste en el boliche?
-La pasé de diez. ¡Qué buenos tipos Jorge y Damián! Creo que Marcia y Andrea se sacaron la lotería. Se preocupan por todos los detalles. Porque te dejamos sola...
-Los habrán tranquilizado... –interrumpió Laura.
-¡Seguro! Entre las tres los bombardeamos con tu romance a distancia –declaró Noelia y siguió:- ...porque yo no me quedara sentada mientras ellos bailaban. ¿Te fijaste que adónde vamos siempre encuentran algún conocido?
-Si. Son muy populares. ¿Te consiguieron algún amigo?
-Cuatro a falta de uno. Damián divisó a un grupo de su Facultad y nos presentó. Los chicos eran un encanto, tan cordiales como todos los entrerrianos que conocimos.
-¿Y...?
-Charlé y bailé con los muchachos como si fuéramos amigos de toda la vida. ¡Qué experiencia de camaradería! ¿Podés creer que ninguno se zafó?
-Puedo, si vos no les diste lugar.
-Estaba en vena amistosa –declaró seriamente.- Me cansé de bailar hasta las tres y media, hora en que pegamos la vuelta aprovechando el ofrecimiento de los estudiantes –hizo una pausa y le preguntó:- ¿Hablaste con Nacho?
-Primero lo llamé al Rafa, y adiviná con quién estaba cenando...
-¡Con Nacho! –afirmó Noelia sin sorprenderse.
-¿Por qué lo decís tan segura?
-Porque tu hermano lo aprueba cien por ciento. Lo llevó a la despedida, con lo cuidadoso que es de tus relaciones.
-No voy a aceptar a un hombre porque lo apruebe Rafael...
-¡Pero si vos estás muerta por él, tonta! Contame qué hablaron.
-Quería venir a buscarme.
-¿Y vos qué le dijiste?
-Que no. Que cuatro días se pasan volando.
-Estás propiciando un rapto apenas bajés de la casa rodante. ¡Va a ser para alquilar balcones! Nacho te arrebata de la escalerilla y el Rafa los persigue para que cumpla con los sagrados votos del matrimonio. ¡Alucinante! –largó una carcajada.
-Mejor cambiate, ridícula. Y vamos a revisar el itinerario –cortó Laura yendo para el comedor.
La escuchó reír un buen rato mientras ella se acomodaba en la mesa con el cuaderno. Noelia apareció vestida con pantalones y campera blancos y se sentó enfrente de ella.
-Te escucho –dijo con expresión socarrona.
Laura la ignoró y le hizo una síntesis de los lugares importantes de Colón:
-Tenemos varias excursiones para realizar: el palacio San José, el molino Forclaz, el balneario Las Ruinas, el banco de Las Ánimas y como broche de oro, el parque El Palmar. ¿Querés alguna reseña de estos sitios?
-¡De todos!
-Colón debe su nombre a una observación hecha a Urquiza por uno de sus hombres, comparando la empresa de fundar la ciudad con el descubrimiento de América hecho por Colón. El general construyó su residencia, conocida como el palacio San José, a setenta kilómetros de la ciudad. Tiene treinta y ocho habitaciones, un inmenso palomar, cocheras, capilla, dos torres de vigilancia y ¡un lago artificial! Impresionante, ¿no?
-¡Me muero por conocerlo! Supongo que podremos recorrerlo aunque llueva –aventuró su amiga.
-También el molino Forclaz. Aunque nunca funcionó debido a la falta de vientos, hoy es un monumento histórico a la tenacidad de los inmigrantes. Como curiosidad: Juan Bautista Forclaz, su constructor, solía encaramarse a las aspas del inútil molino para cantarles en francés a sus vecinos –dijo riendo.
-Debió ser un optimista para cantar después de semejante frustración –acotó Noelia- ¿Y el banco de las Ánimas? ¿A qué se debe su nombre?
-No estoy segura. Tal vez al especial silencio que impera sobre las dunas rodeadas de selvas. Es un inmenso banco de arena sobre las aguas del río Queguay, “río de donde provienen los ensueños” en guaraní.
-¿Por qué hemos perdido el romanticismo de los verdaderos dueños de la tierra? Ahora los ríos de llaman Colorado, Hondo, Grande. Río de donde provienen los ensueños… ¿No es absolutamente sugestivo?
-Sí. Es un nombre que invoca a la inspiración. ¿Cómo no tenerla en medio de esa inmensidad inalterable? Hoy apenas se puede pensar en Hondo o Colorado entre el tumulto de la civilización.
-¿Estás justificando al hijo bobo?
-Del cual somos dilectas descendientes. ¿Te cuento del palmar? Es la reserva de palmeras Yatay más meridional del planeta. Se distinguen por su copa redondeada de un verde azulado. En esta zona hay pastizales, selvas en galería, bosquecillos y pajonales, ocupados por su flora y fauna características.
-¡Ay, Laura! Haber llegado hasta acá y que el tiempo nos arruine lo mejor. ¡No es justo!
Los ladridos de Bobi anunciaron la llegada de Marcia. El perro saltó para agasajar a su dueña y saludar a los acompañantes.
-¡Las creíamos dormidas! -dijo Andrea- Afuera hace frío.
-¿Les preparo mate? -ofreció Jorge.
-¡Bueno! -gritaron a coro.
Entre todos optaron por comenzar el recorrido por el palacio San José. Llegaron a las once y media y recorrieron la fastuosa mansión y sus alrededores hasta las catorce y treinta, momento en que las mujeres se amotinaron por el hambre. Hicieron un alto para almorzar en un pequeño restaurante de las cercanías, adonde planificaron la visita al molino Forclaz. Antes de salir, Marcia y Jorge sacaron a Bobi mientras las chicas le transmitían a Damián su deslumbramiento ante los detalles de opulencia que adornaban el Palacio. A las diecisiete se encaminaron hacia el molino. A esa hora el cielo se había despejado y un flojo sol entibiaba el ambiente. Recorrieron los entrepisos de madera y observaron los engranajes originales sin uso. Jorge completó la anécdota del molinero cantante con los dichos de su esposa, ante los infructuosos pedidos de que bajara: “¡Déjenlo, que hombres hay muchos!”
-La tenía clara esa mina –se admiró Noelia.
-Porque en esa época había siete tipos para cada mujer –le aclaró Marcia.
-¿Y yo qué hice para nacer ahora? –exclamó la pelirroja cerrando los puños.
Para consolarse, tomó fotos hasta las diecinueve y treinta, hora en que se retiraron. Subieron al motorhome custodiado por el digno Bobi y acordaron las actividades del día siguiente.
-¿Comemos en el barco? -propuso Jorge.
-¡De ninguna manera! -exclamó Laura- Noelia y yo los agasajaremos con una raviolada para retribuir tantas atenciones. ¡Vamos, ayudante! -instó a su amiga que la siguió, no antes de girar el índice contra su sien para diversión de los presentes.
-¿Cómo puedo ayudarte a preparar una comida si nunca cociné? -se quejó.
-Vos seguí mis instrucciones -conminó Laura.- Tenemos víveres para aprovechar.
Abrió la heladera y fue sacando todos los ingredientes para preparar la salsa. Noelia obedeció sus órdenes sin dejar de protestar y al rato la comida estaba en marcha. Para satisfacción de la cocinera, todos repitieron el plato y declararon que no habían probado mejores ravioles.
-Porque yo la ayudé -presumió Noelia- y eso no lo valora nadie, ¿eh?
Un aplauso cerrado coronó su discurso, incluido el de la cocinera. La ayudante se deshizo en reverencias y anunció un postre de su autoría. Volvió al rato con bombones helados con la leyenda “chez Noelí” escrita en la cubierta, desatando las risas de los comensales. Escucharon música y jugaron a las cartas hasta las once de la noche, hora en que Marcia y Andrea se retiraron al velero con sus marinos.
-¡Como las envidio a esas lechiguanas! -exclamó Noelia mordiéndose los nudillos-Descargame las fotos en la computadora que mañana quiero tener el chip libre -le pidió recobrando la ecuanimidad.
A Laura la divertía la plasticidad de su amiga. Se sentó a la máquina, grabó las fotos en el disco, limpió la tarjeta de memoria y le entregó la cámara con una reverencia.
-Gracias, sabihonda. ¿No es hora de llamar a tu Nacho? -recordó.
-No quiero reventarte la hiel. Vení, vamos a dormir.
Ya estaban aletargadas cuando sonó el teléfono de Laura:
-¿Hola? -balbuceó.
-Cuando corte me suicidaré -bromeó Nacho- Mi amada no se desvela por mi ausencia...
A ella le brotó un gorgorito risueño. No se había animado a llamarlo después de la charla del día anterior, pero al escucharlo se llenó de regocijo.
-No seas presuntuoso -le dijo en un susurro- que todavía no hiciste mérito suficiente.
-Estoy preparado para ser irreemplazable, pero no me das oportunidad -le recordó, después, tiernamente:- ¿Cómo ha sido tu día, amor?
-¡Fantástico! A pesar del mal tiempo conocimos el palacio San José y el molino Forclaz. Si mañana no llueve pasaremos el día en los palmares. Y vos, ¿cómo estás? -preguntó, ansiando que le contara cuánto la extrañaba. Nacho pareció intuirlo:
-Muriendo por verte. No vas a llegar a tu casa. Tenemos muchas cosas pendientes -le anticipó con ardor.
-Me asustás, Nacho -musitó, medio en broma, medio en serio.
-¿Por querer hacerte más feliz de lo que nunca soñaste...? -la voz sonó cargada de promesas.
Le respondió con demora, estremecida ante la connotación de la pregunta:
-Porque no es leal que me digas estas cosas por teléfono -dijo bajito para no despertar a Noelia.
-¡Quiero acostarme con vos, no con este maldito aparato! -se rebeló él.
Laura se recobró. ¿No estaban yendo demasiado lejos? Se despidió con desparpajo:
-Mejor te dejo para no contagiarme tu insomnio. Mañana te llamo yo. Chau...
Escuchó la profunda risa del hombre antes de apagar la comunicación, y se quedó un buen rato tratando de olvidar al inanimado celular que la reemplazaba en la cama de Nacho.
X
Noelia fue la primera en levantarse la mañana del viernes. Antes de vestirse espió hacia afuera. El sol había salido como a pedido. Animada, preparó el café y despertó a Laura. Le anticipó que prometía ser un espléndido día para visitar los palmares. Cuando su amiga se sentó a desayunar, la exhortó a compartir la comunicación de la noche:
-¿Qué hablabas tan quedo con tu Nachito?
-Cosas privadas –sonrió Laura- Pero hablemos de tu próximo encuentro con Leandro. No parecés impaciente.
-¿Viste? La verdad es que a pesar de no tener un candidato permanente, la pasé bomba en estas vacaciones. ¿Me estaré volviendo vieja?
-Más bien estás sentando cabeza –afirmó Laura.- Creo que vas a mostrar lo mejor de vos misma.
-¿Te parece? –dijo Noelia ilusionada.
Los ladridos de Bobi dejaron la respuesta inconclusa. Marcia se asomó por la puerta:
-¡Buen día, chicas! Si están listas, vamos a visitar el banco de Las Ánimas. ¡Traigan las mallas y el bronceador!
Las ocupantes del motorhome agarraron los bolsos y salieron detrás de su amiga. Jorge esperaba afuera y juntos se encaminaron hacia el velero adonde aguardaban Andrea y Damián. Llegaron en bote hasta la isla donde únicamente los ladridos de Bobi rompieron el mágico silencio de las olas de arena. Dejaron que sus pies descalzos disfrutaran del fino contacto e hicieron disparatadas interpretaciones sobre las huellas de los animales nativos. Laura y Marcia nadaron hasta el barco mientras los ocupantes del bote sostenían a Bobi que quería saltar en busca de su dueña. Marcia, antes de abordar el velero, se encaramó en la embarcación a remos para calmarlo y hacerlo trepar por la escalerilla. Estaban almorzando en cubierta cuando inquietantes nubarrones escondieron el sol. Un viento salido de la nada alborotó el pelo de las mujeres y sacudió las velas.
-¡No, no, no! -se desesperó Noelia.- ¡Así no vamos a llegar al sábado!
Laura observó a Jorge mirando hacia el horizonte con el ceño fruncido. Intercambió algunas palabras con Damián que se le había acercado al notar su inquietud. Las nubes, empujadas por el viento, dejaron nuevamente espacio al sol. Media hora después, el amago de tormenta era un recuerdo.
-¿Qué te preocupa? -le preguntó Laura a Jorge.
-La inestabilidad del sistema. Salvo la tormenta de anteanoche, hace muchos días que no llueve. Acá no es lo usual. Además, esa franja negra sobre el río ayer no estaba. Ahora es demasiado notoria, ¿ves? -se la señaló.
Laura prestó atención al ribete oscuro. ¿Crecía ante sus ojos? Estoy sugestionada, pensó. Jorge también se había inquietado la noche pasada y no había sido más que un temporal común. La llegada de Marcia interrumpió la charla:
-Lo dejé a Bobi en el motorhome porque está inquieto y poco obediente. No quiero lidiar con él cuando vayamos a la excursión -explicó.
Habían contratado el paseo con movilidad para no arriesgarse a romper el parabrisas de la casa rodante con los ripios del camino. Unos bocinazos anunciaron el arribo de la combi. Completaron el pasaje y se lanzaron a un multifacético paisaje de palmeras, selvas y pastizales atravesados por ñandúes, zorros y vizcachas. El utilitario se detuvo al comienzo del sendero que conducía al mirador de La Glorieta. El cicerone explicó que podían seguir en la combi o caminar:
-¡Los que quieran subir a pie, síganme! -gritó mientras abría la puerta.
Jorge, Damián, las amigas y dos turistas bajaron detrás del guía. El ascenso les deparó una vista panorámica de los lugares transitados. Llegaron a la cima adonde los aguardaba el resto de los excursionistas. Noelia ametralló el paisaje y a sus amigos con la cámara digital hasta que Laura se la arrebató. Absortos en el panorama no repararon en el sigiloso amontonamiento de nubes hasta deslucir el brillo del día. El conductor los alertó:
-¡Será mejor volver! No conviene bajar con lluvia.
Laura miró automáticamente hacia el horizonte. El contorno negro se había abultado y creyó distinguir un resplandor. No lo comentó con Jorge porque no se repitió. El regreso derivó, de un paseo, a una carrera contra la tormenta. La combi los depositó en el muelle a quinientos metros de donde estaba la casa rodante.
-¡Vamos a subir todos al barco! -indicó Jorge- Debemos alejarnos un poco de la costa.
-¡Voy a buscar a Bobi! -exclamó Marcia.
Laura la detuvo. Quería recoger el teléfono del motorhome:
-¡Voy yo porque tengo que buscar mi celular!
-¡Yo te acompaño! -dijo Noelia siguiéndola.
Las jóvenes trotaron hacia el camping. El viento se había transformado en un ventarrón dificultándoles el avance. Se fueron acercando a la casa rodante enceguecidas por la arena que enturbiaba el aire. Noelia abrió la puerta y ambas se precipitaron hacia el confortable interior. Bobi se levantó del rincón donde estaba encogido y se acercó a saludarlas con un quejido de susto. Laura, detrás de los vidrios, miró la franja oscura convertida en un manto cincelado por relámpagos. Encontró el teléfono, lo resguardó en el bolsillo de la campera impermeable y enganchó la correa al collar de Bobi. En quince minutos las ráfagas se habían convertido en un pequeño huracán. Se acercaron trabajosamente al embarcadero tirando del perro aterrorizado por las descargas eléctricas. La gente de los alrededores había huido buscando refugio. Adonde estuvo el velero no quedaban más que trozos de planchada sacudidos por el oleaje. Durante un perpetuo segundo las chicas escudriñaron la oscuridad con la esperanza de divisar el barco. Un latigazo de agua fría las apartó de la contemplación.
-¿Qué hacemos? –gritó Noelia.
-¡Volvamos al motorhome! –vociferó Laura para hacerse escuchar.
La lluvia las golpeó antes de llegar a su refugio. Entraron a la casa rodante entumecidas por la lucha contra los elementos. Después de encender la calefacción se vistieron con ropa seca y Laura friccionó al ovejero con un toallón para secarlo y hacerlo entrar en calor. El temporal creció moviendo el vehículo como una coctelera. Noelia chilló cuando un rayo encendió la atmósfera a pocos metros del motorhome.
-¡En cualquier momento nos freímos! -gimió Laura.
-¡No arriba de las cuatro ruedas, bebé! -la tranquilizó su amiga.
Bobi se desprendió de las manos de Laura y corrió a ladrarle a la puerta. Poco después dos recios golpes sobresaltaron a las amigas. Fueron juntas hasta cabina y distinguieron entre la lluvia una figura cubierta por una capa amarilla. Noelia abrió la ventanilla lateral:
-¿Qué se le ofrece?
-¡Salgan de aquí que se viene el agua!
-¿Y adónde vamos? -preguntó alarmada.
-¡Para los miradores!
Las muchachas no dudaron. Laura, siguiendo un impulso, se colgó la mochila. Sostuvo con firmeza la correa de Bobi y salió tras Noelia. No se mojaron la cabeza porque se habían ajustado las capuchas de las camperas impermeables, pero sus pies se hundieron en varios centímetros de agua. El perro opuso resistencia hasta que una firme orden de Laura lo convenció de colaborar.
-¡Sigamos a ese hombre! -instó Noelia.
Acortaron distancia a los tropezones, hundidas en una corriente que aumentaba manifiestamente. El barro las succionaba y el viento había tomado sustancia. Laura, arrastrando a Bobi, sintió que no lograrían zafar de ese pantano. No vería nunca más a Nacho... La angustia movilizó sus piernas cansadas y las despegó del fondo una y otra vez. No se hablaron con Noelia hasta escapar del arroyo recién nacido. Se tumbaron a unos metros de la hondonada que poco antes había sido el camping para recobrar el aliento.
-¿Aparte del perro cargaste esa mochila? -se escandalizó Noelia.
Laura no tuvo fuerzas para contestarle. Se incorporó tratando de no perder de vista la capa amarilla iluminada por los relámpagos.
-¡Las linternas! -recordó.
Tanteó los costados de la mochila y abrió los cierres externos, recuperando dos linternas. Le tendió una a Noelia y encendió la suya para enfocar al hombre que caminaba a la vanguardia. En ese momento Bobi tironeó de la correa y se soltó.
-¡Bobi, Bobi! -gritó Laura corriendo tras él.
-¡Volvé, loca, que nos vamos a perder! -voceó Noelia.
Laura resbaló detrás del ladrido transformado a poco en lamento. Cayó aparatosamente a tierra y rotó la linterna hacia los lados. Bobi estaba semihundido en un zanjón que se arremolinaba en un hoyo antes de caer sobre el camping. Tenía las patas delanteras enganchadas a unos matorrales y la mayor parte del cuerpo en el agua. Laura se arrastró tratando de no desbarrancarse y estiró la mano buscando el collar. Se desesperó por no llegar. Pensó en qué le diría a Marcia si perdía a su mascota, en si volvería a ver a Marcia, en las recomendaciones de su hermano, en si era su culpa... Una mano aferró su pantalón:
-¿Te parece que es momento para descansar? -dijo la inefable Noelia.
-¡Sosteneme de las piernas para alcanzar a Bobi! -le pidió.
Reptó hacia delante tranquilizada por el anclaje de las manos amigas. Aferró el collar y llenó de aire los pulmones para asestar el único tirón del que disponía. El envión sacó a Bobi del atasco y a su hombro de lugar. El grito de dolor activó a Noelia que la remolcó hacia atrás, lejos del borde de la zanja. La ayudó a incorporarse y la urgió a seguir hacia el mirador. Caminaron azotadas por la lluvia y el viento hasta perder la noción de sus movimientos. Bobi, escarmentado, no se separó de las piernas de las muchachas. Los cuerpos ateridos ya no registraban el agua ni el frío. Tenían un solo objetivo: llegar a La Glorieta, a ochocientos metros sobre el nivel del río. Las linternas apuntaban al sendero más forestado para facilitar el ascenso. El recuerdo de la excursión vespertina les facilitó los últimos tramos. Laura declaró a los gritos que no daba más, pero Noelia la hizo reaccionar con las palabras más soeces de su repertorio. La cantera estaba ya al alcance de los focos.
-¡Un último tirón, Lau! -instó su amiga.
Laura se encontró, sin explicarse, en la cima del mirador. Bobi corrió a meterse debajo de un banco de cemento para apartarse de la lluvia desapacible. El llanto de un bebé las conmocionó. Un bulto se escindió del extremo inferior más alejado del asiento central del mirador. Las jóvenes lo alumbraron al unísono:
-¡Hola! -dijo el desconocido, protegiendo sus ojos con el antebrazo- Me llamo Félix y estoy con mi mujer y mi hija.
-¡Hola, Félix! Somos Laura y Noelia.
El hombre se acercó con llaneza:
-¿Adónde las sorprendió la tormenta?
-En el camping -contestó Noelia- ¿Y a ustedes?
-A orillas del arroyo Palmar. Se llevó hasta el auto. ¿Quién iba a imaginarse esta catástrofe...? -se compuso y señaló:- Refúgiense debajo del banco. Estarán más protegidas del viento. No se desanimen que apenas ceda el temporal vendrán a buscarnos.
El joven volvió a su lugar y las amigas lo imitaron. Se acurrucaron al lado de Bobi intentando recuperar un poco de calor.
-¡Este diluvio no va a parar! -se desesperó Laura- Y yo no lo llamé a Nacho... ¿Lo volveré a ver?
-Si el amor te afecta la templanza, yo paso -dijo Noelia tiritando.- ¿Dónde está Laurita la Segura?
-¡No vamos a salir de ésta, Noelia! El agua subirá, o nos moriremos de frío, o de hambre, o de sed...
-¡O,o,o! -la interrumpió su amiga- ¿Ese es el ánimo que me das?
Laura calló haciendo un esfuerzo por controlarse. Bajo el improvisado refugio hizo un balance de la situación: el barco se había hundido con sus amigos, la oscuridad no desaparecería, cuando las encontraran habrían perecido de hambre o de frío. Las lágrimas brotaron abrasando sus mejillas heladas. Sofocó los sollozos contra la piel de Bobi sin engañar a Noelia, quien la abrazó como a una niña. Con el desahogo se abrió a la comprensión de su personalidad. Era evidente que las situaciones límites ponían al descubierto facetas ignoradas. Ella no hubiera dado cinco por Noelia, y ahora estaba siendo consolada por su amiga. Se dijo que Noelia no estaría en peligro de no haber querido recuperar el celular. ¿El celular? Tanteó el bolsillo de la campera. ¿Funcionaría? Abrió el cierre y el aparato relumbró en el estrecho espacio. Se volvió contra el fondo del banco para resguardarlo de la lluvia con su cuerpo y apretó el código de Nacho con un dedo insensible:
-¡Laura! –la voz llegó entre descargas.
-¡Nacho! ¡Estamos en la glorieta! ¡Está todo inundado! ¡Marcia y Andrea se hundieron! ¡Hace frío...! ¡Vení a buscarme...! –terminó con un sollozo.
Su amiga le arrebató el teléfono para seguir hablando:
-¡Nacho! ¡Nacho! ¿Me oís? ¡Hola! ¡Hola!
Se lo devolvió a Laura con una mueca de frustración:
-Está muerto. No anda más.
Oprimieron la batería y los botones un buen rato hasta aceptar el fracaso. Volvieron a apretarse contra Bobi en silencio. El llanto de la criatura las sacó del ensimismamiento:
-Debe tener hambre y frío –dijo Laura- ¿Me querés decir para qué traje la mochila si no usamos su contenido?
La abrió cuidando de no mojar el interior con la lluvia. Sacó las camperas y las tabletas de chocolate y tiró adentro el inútil aparato.
-Le voy a dar ropa a la mujer para que abrigue al bebé y unas barras de chocolate, ¿está bien? –le preguntó a Noelia.
-Como todo lo que hacés, mujer maravilla –bromeó su amiga.
-¡Tonta! Aquí tenés chocolate y una de las camperas. Dale dos barritas a Bobi –recomendó mientras abandonaba el refugio.
Cuando caminó hacia el otro extremo del asiento le pareció que la lluvia no golpeaba tan fuerte. Pero la temperatura había bajado abruptamente y pensó que el agua se cristalizaría sobre la ropa. Se agachó para hablar con la pareja:
-¡Félix! Soy Laura. Traje algo de abrigo para la niña y algunas tabletas de chocolate –le ofreció.
La pareja le agradeció efusivamente. Lina, la mujer, despojó a la criatura de las prendas mojadas y la envolvió en la campera de abrigo. La niña dejó de llorar adormecida por el confortable calor que ganaba su cuerpecito.
-¿Tendrás un celular? –preguntó Lina.
-Tenía. Pero se descompuso –dijo desalentada.
-¡Félix es ingeniero en electrónica! Tal vez pueda verlo... –propuso Lina.
-¡Enseguida lo traigo!
Hizo el recorrido gateando para aprovechar la altura del asiento de cemento como moderador del viento. Postergó las respuestas a las preguntas de Noelia y volvió junto a la pareja con la mochila. Félix, a la luz de la linterna, se empeñó con el teléfono como si estuviera reparando las computadoras de la NASA. Después de una lucha infructuosa, dijo desalentado:
-Y al mío le falta carga...
-Pero, ¿funciona? –inquirió Laura.
-Sí.
¡Ya le iba a dar al Rafa cuando lo viera! Abrió la mochila y sacó el pesado cargador portátil que, según su hermano, “sólo a ella se le ocurriría comprar”.
-Es un cargador móvil. Como nunca lo usé, no sé si funciona. Cruzá los dedos.
El hombre la miró atónito. Estudió rápidamente el equipo e insertó el teléfono. Durante varios segundos contuvieron la respiración como tributo a la buena suerte. Apenas encendió la primera luz verde, lo sacó y lo probó. Lo volvió a conectar:
-Un rato más y será suficiente para hacer una llamada. No conocía estos cargadores...
-Según mi hermano, las únicas compradoras somos la madre del fabricante y yo –se rió por primera vez en horas.
Lina y Félix sonrieron. El joven hizo otro intento. Después de un momento estableció la comunicación:
-¡Soy Félix! ¡Estamos en el mirador de La Glorieta! ¡Avisen a mi familia que estamos bien! –escuchó un instante- Apenas puedan llegar sin riesgo –otra pausa.- De acuerdo. Adiós.
-Queda carga para otra comunicación –le dijo a Laura.- ¿Querés llamar a alguien?
-No. No sé los números de teléfono –confesó, cayendo en la cuenta de cuánto dependía de la memoria de su celular.- Vuelvo con mi amiga- les avisó, ajustándose la mochila.
-¡El cargador! –Félix se lo tendió.
-Te lo regalo. A mi ya no me sirve.
Gateó con rapidez para estimular la circulación. La lluvia había amainado pero el viento soplaba con fuerza. El hombro no le dolía. Tal vez se había acomodado entre tantas idas y venidas. Se arrojó entre Noelia y Bobi disfrutando del calorcito de sus cuerpos. Cuando se restableció, le anunció a su amiga:
-Félix logró comunicarse con alguien que vendrá a buscarnos apenas pueda. Y gracias a mi absurda adquisición... –se vanaglorió.
Noelia la miró con decaimiento y estiró la mano para acariciarle la cara.
-¡Estás caliente! –se alarmó Laura- ¿Tenés fiebre? –le tocó la frente- ¡Estás ardiendo!
-Me duele un poco la cabeza –asintió Noelia.- Debe ser el frío que chupamos afuera.
Laura se intranquilizó. Su amiga era propensa a las neumonías y los cambios de temperatura la perjudicaban. La abrazó cada vez más preocupada por el calor que irradiaba. Comió una estimulante tableta de chocolate después de tantas horas de frío y esfuerzo. Dormitó a ratos, atenta a la respiración de Noelia. La noche cerrada dio lugar a la tenue claridad previa al amanecer. Se sobresaltó al tocar la frente ardida de su compañera. Tomó un pañuelo y lo mojó en un charco para ponérselo en la cabeza. Repitió la operación hasta retirarlo apenas tibio. Lo volvió a mojar y lo dejó sobre la frente de la muchacha que empezaba a desvariar. El lejano ruido de un motor la llenó de ansiedad. Apoyó a Noelia sobre el suelo y salió al exterior. El frío era intenso pero el viento y la lluvia habían parado. Félix estaba plantado al borde del mirador.
-¿Viene ayuda? –le preguntó Laura.
-Creo que es el motor de una lancha –dijo expectante.
Aguzaron el oído para confirmar la aproximación del ruido. Laura le alcanzó una linterna:
-¡Podemos hacer señas para que nos ubiquen!
Los dos prendieron y apagaron las luces en forma intermitente hasta que la resonancia se materializó en una barca tripulada.
-¡Don Félix…!
-¡Aquí estamos, José! ¿Adónde pueden parar sin peligro? 

(para envío gratuito del final, correo a cardel.ret@gmail.com)

24 comentarios:

  1. Muy bueno el final ! Gracias por enviármelo
    Letizia

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  2. ME MANDAS EL FINAL POR FAVOR CHABELS@HOTMAIL.COM

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    1. Con mucho gusto lo enviaré a tu correo. Saludos.

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    2. me la puedes mandar por kevin-p2000@hotmail.com

      el final lo que viene pues

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  3. siempre me dejas emocinada y anciosa de leer el final margaritaespejo@outlook.com gracias de anntemano

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    1. Hola, Margarita, siempre tan amable de dejar un comentario. Ya te lo envío. Un abrazo.

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  4. Por favor enviame el final ...tus novelas son muy lindas
    katyes_30@hotmail.com
    Gracias

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    1. Me alegra de que te gusten. Lo enviaré a la brevedad. Saludos.

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  5. Hola Carmen m encantan tanto sus novelas son exelentes m quede picadisima con esta me podria de favor enviar el final.... Muchas grasias lo estare esperando este es mi correo...... lucymar_I.A@hotmail.com

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    1. Hola, Lucy: me alegra de que te gusten mis novelas. Te estaré enviando el final. Un abrazo.

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  6. muyy lindoo me envias el final x fa a mi correo marilynlucero10@hotmail.com

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  7. Gracias por el comentario, Marilyn. Te mando el final por correo. Un abrazo.

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    1. graxias y disculpa cuando me lo mandas

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    2. Te lo mandé el mismo día y acabo de reenviártelo. Revisa la dirección de correo por si tiene algún error. Saludos.

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    3. ola losiento pero no me llega thu correoo

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    4. Escríbeme a cardel.ret@gmail.com y te lo volveré a enviar. Saludos.

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  8. holaa podes enviarme el final xfavor :) lizvaleriaflores_@hotmail,com

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    1. Hola, Liz, gracias por pasar. Te lo envio en breve. Saludos.

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  9. Noo enserio siempre me dejas en la mejor parte pero bueno esperando como siempre el final sueliga@yahoo.com.mx

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    1. Amiga Susan, lo despacho después de agradecerte el comentario. Abrazo.

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  10. Buenísima novela, y me quedo ansiosa por leer el final. lgkey8670@gmail.com

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  11. Gracias por comentar, Keila. Te lo enviaré en breve. Saludos.

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  12. Hola Carmen soy blanca de Monterrey Nuevo León. Me encantan tus novelas cres que me puedas mandar el final a cblanca_idalia@hotmail.com. este y el de donde está rita. Plis.

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    1. Te agradezco el comentario, Blanca. Ya te los envío. Un abrazo.

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