I
A Ivana, con sus
veintiocho años, le pesaba la vida. No encontraba más aliciente que su carrera,
por la cual sometía cinco horas diarias de su tiempo al despotismo de la dueña
del estudio jurídico. Hay que pagar el derecho de piso, decía su hermano Diego.
Ella pensaba que los desaires que debía tolerar le daban derecho a un edificio
completo. Descargó sobre el sillón de la sala su cartera y las carpetas que
debía llevar a Tribunales a primera hora del día siguiente y arrastró los pies
hasta la cocina. En el freezer encontró una presa de pollo con verduras y lo
calentó en el micro ondas. Comió de parada, sobre la barra, y acompañó el
bocado con un vaso de agua. No veía la hora de tirarse en la cama. Su mamá la
despertaría cuando volviera de la clase de gimnasia y podría darse una ducha
antes de partir para la facultad.
—¡Ivi, qué suerte
que te encuentro! —Jordi, su hermano menor, se acercó con un álbum de figuritas
del último torneo de fútbol—. Me faltan tres jugadores para completar el cuaderno
—puso cara de víctima—: y nadie me quiere prestar para comprar unos sobres…
—¿Prestar? —rió
su hermana—. ¿Y cuándo lo vas a devolver?
—¡Te juro que
este fin de semana! Cuando papá me dé la plata…
Ivana, que
desfallecía por acostarse, buscó la cartera y le tendió un billete.
—¡Sos lo más! —dijo
el chico en medio de un turbulento abrazo antes de correr hacia la calle.
Ella sonrió,
porque Jordi era su debilidad. Lena, su mamá, lo había gestado alrededor de los
cuarenta años (con ayuda de su papá, desde luego), y después de un embarazo
complicado nació el delicado bebé que les provocó mil sobresaltos hasta que su
crecimiento se estabilizó. Como única descendiente femenina fue la mano derecha
de Lena para atenderlo, forjando con Jordi un lazo de características cuasi
maternales. Amaba a ese hermano peculiar que transitaba entre la adultez y la
inocencia. Suspiró y se impulsó hacia su dormitorio. Se volvió al escuchar que
se abría la puerta de ingreso. Escuchó la voz de Diego y la de su inseparable
amigo Gael. Se apuró a subir la escalera esperando no ser sorprendida por los
muchachos y malogrado su merecido descanso. Cerró la puerta del cuarto con
sigilo y se desvistió. Su próximo contacto con la realidad, fueron las suaves
sacudidas prodigadas por su madre.
—¡Dale, Ivi, que
son las seis! Preparate que te espero abajo con la merienda.
Ella sonrió y
devolvió el beso de su mamá. Después de la siesta, se sentía más optimista. Se
dio un baño rápido y se vistió con un jean y una remera de cuello alto. El
otoño había asomado fresco y ventoso y ella salía de la facultad a las once de
la noche. Eligió un abrigo liviano, levantó el cuaderno y unos apuntes del
escritorio y bajó la escalera con rapidez. Tenía media hora para compartir con
su progenitora antes de salir.
—¿Ya se fue
Diego? —preguntó al no verlo en la cocina.
—Sí. Él y Gael
estaban a cargo de una cátedra de Biología. Tu hermano preguntó por vos. Creí
que no se habían visto.
—No quise verlo.
Estaba cansada y me hubiera estorbado el sueño —dijo mientras untaba una
tostada con manteca.
—¿Me parece o
estás cada vez más retraída? —inquirió Lena.
—Estoy cansada,
mamá —repitió—. Cansada de mi trabajo, cansada de asistir a clases teóricas
dictadas por ayudantes inexpertos, cansada de rendir pocas materias al año,
cansada de pasar encerrada los fines de semana y cansada de la gente. ¿No es
para retraerse? —dijo con gesto desafiante.
—Veamos —repasó
su madre sin apocarse— varias de estas cuestiones tienen solución. Podés dejar
ese trabajo cuando quieras y dedicarte todo el tiempo a estudiar —detuvo la
protesta de su hija con un gesto y continuó—: Podrías optar por las cátedras
más adecuadas y acabar la carrera en menos tiempo, y podrías —acentuó— salir
los fines de semana con tus amigas y, ¿quién sabe?, encontrar un noviecito que
le ponga un poco de color a tu vida.
Ivana la dejó
exponer. Ahora refutó los argumentos de Lena con paciencia:
—Sabés que yo
quiero costearme el título, así que ni hablar de dejar el trabajo. Por
consiguiente, tengo que renunciar al esparcimiento para poder estudiar. Y
también al noviecito, como decís. Que aparte del tiempo que insumen suelen
pretender dedicación absoluta.
—Ese tiempo
es el del placer, el que te carga de energía para sobrellevar las
contrariedades. Vos sos más evolucionada que yo y seguramente sabrás elegir al
hombre adecuado. Modelos de hombres respetuosos de los derechos femeninos los
tenés en tu familia. Mirá el ejemplo de papá y de tu hermano Diego. Ninguno se
interpuso en los proyectos de sus parejas sino que, por el contrario, los
estimularon.
—Mamita, no
quiero ofenderte, pero ¿a qué proyecto tuyo se opuso papá? Si lo único que
pretendías era casarte y ser madre. Por cierto que fue tu mejor aliado. En
cuanto a Diego, reconozco que se banca bien la carrera de Yamila. Aunque debe
ser porque la conoció cursando el último año. ¡Lo quiero ver cuando Yami
deambule de un lado a otro buscando empleo!
—Cuando querés
sos irritante, Ivi. Te aclaro que yo abandoné el profesorado de historia porque
quise y no porque Julio me lo pidió. Y si ser esposa y madre es una aspiración
insignificante, me siento realizada con mi pobre elección que me permitió
disfrutar la crianza de mis hijos entre los cuales te encontrás vos —remató
enfadada.
—¿Ves? Sabía que
te ibas a enojar. No desmerezco tu preferencia, sólo digo que no es lo que
persigo para mí y que esta decisión no les acomoda demasiado a los hombres. —Se
levantó y la abrazó a pesar de su resistencia. Riendo, la besó y declaró—: Te
quiero, mamá, y agradezco tu determinación. ¡Sos la mejor madre del mundo!
Palabra de esta hija impertinente.
—Sólo quiero
verte reír más a menudo, Ivana. —dijo Lena respondiendo a la caricia.
—Voy a estar
bien, mamá. Y ahora me voy porque perderé el ómnibus.
—Te dejo la
comida en el micro.
La joven asintió
y le tiró un beso mientras salía. Lena quedó con la mirada fija en la puerta
que la muchacha había atravesado. Intuía que no era feliz y se preguntaba por
qué se obstinaba en no aceptar la ayuda ofrecida para aliviar su aprendizaje.
Tampoco la convencía su soledad escogida. A pesar de su carácter rebelde Ivi
era una mujer atractiva y cariñosa y, a su entender, necesitada del amor que
sólo un hombre podía dispensarle. No quería interferir en la vida de su hija,
pero decidió hablar con su marido cuando regresara del viaje de negocios.
II
Ivana corrió al
ómnibus que se estaba alejando de la parada sin éxito y pateó frustrada porque
debía esperar veinte minutos al siguiente. Un bocinazo la hizo volverse hacia
la calzada. Diego y Gael le hacían señas. Se acercó al auto, abrió la puerta
trasera y se sentó detrás de los hombres.
—No sé ni me
importa qué compromiso tienen, pero se me fue el bus y me tienen que llevar
hasta la Facu —comunicó.
—Te decía, Gael,
que mi hermana se distingue por los buenos modales, como podés comprobar.
El susodicho
sonrió y enfiló el auto hacia el destino que había mencionado Ivana. La conocía
desde sus once años, recién llegado de Inglaterra e inserto en la escuela
secundaria que habría de compartir con Diego. El argentino lo recibió
fraternalmente y fue su mentor hasta que se adaptó a la idiosincrasia de la
escuela y del país. La primera familia que frecuentó fue la de Diego y quedó
prendado de su hermana mayor que, a pesar de llevarle sólo dos años, lo trataba
como a un chiquillo. Crecieron todos juntos; el esmirriado Gael al cumplir
dieciocho años medía un metro ochenta y ostentaba un físico digno de un atleta.
Pero Ivana, detenida en el tiempo de la amistad, parecía no haber reparado en
la transformación del inglecito como
lo llamaba cariñosamente. Cuando Jordi nació prematuramente, ella estaba
preparando su fiesta de quince años a la que renunció por la frágil salud del
recién nacido. En brazos del inglecito lloró la desilusión que no podía mostrar
a su familia. Sin intención, lo convirtió en confidente de situaciones que no
se animaba a revelar a sus padres ni a sus hermanos. Como esa relación que
mantuvo a los veinte años con un sujeto que le doblaba la edad. Por primera vez
desde que se conocían, Gael se opuso a que concurriera a una fiesta que el
individuo daba en su domicilio. Ella desestimó su opinión, pero cuando estaba
bajo los efectos de la droga que le había suministrado con la bebida, su
hermano y su amigo irrumpieron en la casa y la rescataron por la fuerza. A
Ivana le quedó un borroso recuerdo de la experiencia que, por vergüenza, nunca
quiso reflotar con sus salvadores. Después de este incidente el vínculo que
conservó con Gael fue más reservado. En la Facultad de Derecho hizo tres amigas: Pamela y
María Sol —más grandes que ella— y Alfonsina, dos años menor. Con las
compañeras del secundario se había distanciado por defender la virilidad de su
amigo. Después de rondarlo y no conseguir más que un amable acercamiento,
dieron en considerarlo gay. Indignada, recurrió a su hermano:
—Decime, ¿Gael es
gay?
—¡Qué decís,
trastornada! ¿Cómo se te ocurre?
Ella se encogió
de hombros y dijo con indiferencia:
—Marita, Jimena y
Lorena se le insinuaron y él, nada.
—Porque mi amigo
escoge a las mujeres que le interesan y esas descerebradas no sirven ni para
dos horas.
—¿Y ustedes de
qué se las dan? —dijo picada—. Apenas tienen dieciséis años y se dan el lujo de
repudiar a tres minas infartantes.
—Yo tengo
diecisiete, por si te falla la memoria. Y aunque a mí no me apuntaron, las
hubiera rechazado por regaladas.
—¡Sos un machista
asqueroso! ¿Así que debemos esperar a que vuestras majestades nos hagan un
guiño para ser respetables?
—Ni una cosa ni
la otra, cabezona. Hay maneras más sutiles para acercarse a un hombre que
desconocen tus amigas.
—Sutiles, ¿eh? Va
a resultar que mis amigas tenían razón y se olvidaron de incluirte en la lista.
—No me provoqués,
Ivi —amenazó su hermano en voz baja.
—¡Sos un
estúpido, y tu amigo también! —gritó enfurecida y al dar la vuelta se topó con
Gael y lo empujó por obstruir su indignada estampida.
—¿Qué le pasa a
la princesa? ¿Tuvo un mal día? —dijo el joven entre risueño y sorprendido.
—No lo vas a
creer… Ella y sus idiotas amigas suponen que sos marica y por efecto traslativo
me lo endosan a mí —contestó con una carcajada—. ¿Por qué no te volteás de una
buena vez a esas trolas así dejan de hablar?
—Ya sabés —respondió
Gael—. Nadie cercano a Ivi.
—¿Todavía pensás
en ella, otario? Vos la oíste. Le gustan los hombres que tengan algunos años
más que ella. Y vos tenés dos menos.
—Que dentro de
algunos años dejarán de ser diferencia. Y yo tendré mi oportunidad.
—A obcecado nadie
te gana. En fin… Si ella te acepta, a mí no me disgustaría que fueras mi
cuñado.
Con esta
declaración de Diego no se habló más del asunto. Ivana no le dirigió la palabra
a su hermano por un mes y se refugió en la amistad de Gael que ahora, por estar
sospechada su hombría, le era tan natural como con sus iguales. Él disfrutó de
su confianza y sufrió las veces que ella se creyó enamorada. Hasta la noche en que,
con Diego, la arrebataron de la casa del abusador, que abrió un nuevo capítulo
en su relación. Ivi nunca mencionó con él el episodio y poco a poco se fue
alejando de su esfera de influencia sustituyéndolo con nuevas amigas. Gael
terminó su doctorado en medicina antes de que Diego se recibiera de biólogo y
esperó pacientemente el momento de acercarse a Ivana.
III
Jordi detuvo su
carrera cuando dio vuelta a la esquina. Otras sensaciones sustituyeron la
urgencia de llegar al kiosco para comprar los sobres que tanto anhelaba. Caminó
con la cabeza gacha para no perder la línea recta de sus pasos mientras se
concentraba en su hermana. Ivi estaba triste. Ivi pensaba que la vida era un
desierto oscuro y vacío. Ésa era la imagen que tenía en su cabeza cuando le dio
con generosidad el dinero que necesitaba. Jordi no se asombraba de las
representaciones que veía en la mente de las personas porque le sucedía desde
muy pequeño, pero evitaba hablar de ello para que no se burlaran o lo tomaran
por loco. Algunas eran coloridas y sugerentes como las de Gael cuando miraba a
su hermana, aunque él todavía no podía deducir mucho de las imágenes de los
adultos. Pero sí entendía el significado del paisaje árido y apagado que agobiaba
a Ivana. También podía diferenciar entre pensamientos amigables u hostiles
entre ese abanico de estampas que poblaban la mente de los organismos vivos.
Porque Jordi podía sintonizar las impresiones del mundo animal y vegetal que se
le manifestaban, en el primer caso como líneas y el segundo como formas
geométricas. Las figuras nunca eran amenazantes, pero las líneas… Las líneas
rectas eran favorables; las onduladas de precaución; las dentadas de peligro.
Este conocimiento innato le permitía transitar entre los animales con
seguridad, alejándose cuando percibía la posibilidad de agresión. Descubrió que
podía alterar el trazado de estos símbolos cuando tenía cinco años, en ocasión
de pasear con Ivi y Gael por los alrededores de la casa de fin de semana que su
papá había alquilado en Roldán. A instancia de su hermana se internaron entre
unos árboles para observar un matorral de flores amarillas. Ivi estaba cortando
una rama cuando un enorme perro surgió de la espesura gruñendo y mostrando los
dientes. Gael se puso delante de los hermanos y enfrentó al animal cuyo patrón
de pensamiento aterrorizó a Jordi. Supo que el joven no podría detenerlo y se
adelantó al encuentro del perro. Ivana gritaba mientras Gael, que había
recogido una piedra, la sujetaba y trataba de calmarla. El niño adelantó las
palmas de las manos hacia el can ante la mirada alerta del joven. Poco a poco
el mastín dejó de rugir, su cuerpo se aflojó y pegó la vuelta para adentrarse
entre la vegetación. Jordi había aprendido a interactuar con los animales
transformando su módulo de ferocidad. Ivi se desasió de Gael y corrió a
guarecerlo entre sus brazos. Después, sollozando, intentó golpear a su amigo
que la mantuvo trabajosamente lejos de su cuerpo.
—¡Desalmado!
¡Escudarte detrás de un niño! ¡Lo hubiera podido destrozar!
Jordi percibió el
dolor del muchacho ante la injusta acusación y el silencio amargo con que
recibió el reclamo.
—¡Ivi! —intervino—.
No lo retes a Gael porque estaba atento para defendernos. Se puso delante de
nosotros y te salvó la semana pasada.
La declaración
del niño detuvo el ataque de Ivana proyectándola hacia la nefasta aventura que
habían interrumpido su hermano y su amigo.
—¿Presumiste ante
Jordi tu papel de héroe? —le espetó indignada.
—No merece
siquiera que te conteste —dijo el muchacho con desprecio.
—Entonces anduvieron
hablando con Diego y mi hermano los escuchó —insistió la joven sin reparar en
su tono.
—¡Basta, Ivi! Lo
sé pero nadie me lo dijo —interrumpió Jordi al borde del llanto.
—¿No ves que lo
estás atormentando? No te creía capaz de este arranque de histeria —declaró
Gael decepcionado. Se repuso y ordenó al dúo con firmeza—: Salgamos de este
lugar.
Los hermanos lo
siguieron sin discutir. Jordi porque estaba desconcertado por el arranque de su
hermana y las impresiones que le transmitían ambos jóvenes al pelear, e Ivana
porque sentía que había llegado demasiado lejos en su ataque a Gael. Las
palabras del pequeño, aceptando que ninguno de sus protectores le hubiese
contado nada, la llenaron de inquietud. Ahora que estaba calmada, revivió la
escena del duelo con el perrazo. Fue como si el niño lo hubiese dominado
mentalmente. Lo tomó de la mano y corrió tras Gael que caminaba a grandes
pasos.
—¡Pará un
momento, por favor! —le dijo cuando lo alcanzó.
El muchacho la
miró con seriedad y ella se dio cuenta de que debía desplegar todo su encanto
para que la disculpara.
—No me mires así,
inglecito —dijo con un mohín— que me vas a romper el corazón. —Estiró la mano
para acariciarle la cabeza pero el joven se apartó con brusquedad. Los ojazos
de ella lo miraron con reproche y sus labios se curvaron inducidos por el
llanto inminente. Las lágrimas de Ivi disolvieron como por encanto el enfado de
Gael. Atinó a tartamudear una excusa y se acercó para abrazarla torpemente. Un
tropel de sensaciones lo embargó mientras la chica sollozaba contra su cuerpo.
Era la segunda vez que la tenía contra él, aunque de la primera ella no tenía
memoria. La cargó desmayada entre sus brazos mientras Diego se ocupaba de
persuadir al oportunista de que no le convenía meterse con su hermana. Gael no
se cuestionaba las emociones que ella le despertaba. La quería como fuera.
Ofensiva, intolerante, indiferente a los sentimientos que le provocaba. Poco a
poco disminuyó el llanto y la joven se apartó de la remera húmeda de lágrimas y
manchada de rimel.
—¿Me perdonás? —rogó
afligida.
Él sonrió y le
trabó el cuello con el brazo hasta arrimarle la cabeza a su hombro.
—Sólo si me lavás
y me planchás la remera.
—¡Hecho! —dijo
Ivana aliviada.
Jordi, reanimado
por el vuelco que había tomado la controversia entre Ivi y Gael, corrió delante
de los dos apremiado por probar la torta de manzana que había preparado su
madre. Sentía un poquito de remordimiento por haberla forzado a postergar las
frutillas. Pero a él le seducían las manzanas.
IV
Ivana bajó del
auto y saludó a los jóvenes mientras se apresuraba a ganar la escalinata de
acceso a la Facultad. Llegó
al aula cuando ya había comenzado la clase. Sus ojos buscaron a sus amigas y
las localizó en los asientos laterales. Alfonsina le señaló una silla ubicada a
su derecha y ella se abrió paso hasta ocuparla en silencio. Tampoco concurría
hoy el profesor titular. El ayudante poco aportó a la lectura de ese día por lo
que las tres horas de clase se convirtieron para Ivana en un enorme bostezo. A
la salida, Alfonsina propuso tomar un café.
—No puedo. Tengo
que estar en Tribunales a las siete de la mañana —denegó ella—. Además, me
parece que se avecina una tormenta.
—Cierto,
Alfonsina —confirmó Pamela—. Dejémoslo para mañana.
—Acompañame,
Marisol… —insistió la más joven—. Si llueve nos tomamos un taxi. ¡A mi cargo! —la
tentó.
María Sol, a
quien Alfonsina le había confiado que esperaba encontrar a Lucas en el bar,
accedió con una risa. Pamela dudó y al fin se unió al dúo. Ivana las saludó y
caminó hasta la parada de su colectivo. Los truenos y los relámpagos se
sucedieron con más frecuencia. Cuando unas frías gotas se transformaron en
copiosa lluvia, hizo señas al primer ómnibus que apareció. La dejaba a cinco
cuadras, pero era mejor mojarse cerca de su casa. Bajó y se quedó en el refugio
diez minutos. Decidió abandonarlo al comprobar que la borrasca cobraba más
fuerza. Cegada por el aguacero, avanzó hacia su hogar. Una profunda tristeza
dominaba su paso a medida que las ropas y el cuerpo se le empapaban. Se sintió
la criatura más desdichada del mundo y dejó correr las lágrimas que entibiaron
sus mejillas ateridas.
Jordi, sentado a
la mesa, dejó caer los cubiertos sobre el plato. Los comensales —papá, mamá,
Diego, Julio César y Gael— lo miraron sorprendidos.
—Tengo que ir a buscar
a Ivi —explicó mientras se levantaba de la mesa.
—Un momento,
jovencito —dijo Julio—. Está lloviendo a cántaros y no sabés adónde está ella.
—Se bajó en la
parada de Alvear. Le voy a llevar el paraguas para que no se moje.
—¿Y cómo te
enteraste? —indagó su hermano J.C.
—Porque me mandó
un mensaje.
—Yo no escuché
ninguna alarma —lo acosó Jotacé.
—Porque la tenía
silenciada. ¡Me voy antes de que se haga sopa!
—¡Esperá! —la voz
de Gael lo frenó—. Te llevo con el auto.
—Pero Gael… —intervino
Lena—. Se te va a enfriar la comida y lo más probable es que sean suposiciones
de Jordi.
—No me cuesta
nada. Tengo el auto en la puerta —dijo el joven mientras se levantaba para
seguir al muchachito bajo la mirada irónica de los otros hermanos.
—¿Por dónde? —preguntó
cuando se instalaron en el coche.
—Derecho hasta
Alvear —contestó Jordi con seguridad.
Tres cuadras
después distinguieron a la chorreada caminante. Gael le pidió el paraguas y
bajó para repararla bajo el artefacto que se obstinaba en permanecer cerrado.
—¡Ivi! —llamó
mientras luchaba por abrirlo.
Ella se volvió
mientras se pasaba la mano por la cara intentando ocultar los rastros de su
debilidad. Ver a Gael lidiando con el paraguas que el viento se empecinaba en
invertir, le provocó una carcajada que suspendió los esfuerzos de su amigo para
desplegarlo. Con una mueca se acercó a Ivana y la sermoneó:
—¡Qué bonito, eh!
Burlarte de una buena acción.
Como ella seguía
riendo, la tomó por el brazo y franqueó la puerta del acompañante para
empujarla dentro del coche. Cuando se puso al volante, se miraron y se
embromaron mutuamente.
—Parecés un pato
mojado —afirmó Gael.
—Y vos un
ridículo paladín —rebatió Ivi—. ¿Cómo se te ocurrió que vendría en este micro?
—A mí, no. Dale
las gracias a Jordi —dijo señalando hacia atrás.
La muchacha se
volvió y encontró la sonrisa de su inefable hermanito.
—Sos un sol,
Jordi —dijo amorosamente—. Como sea que lo hayas presentido, me ha hecho mucho
bien.
—Lo sé. Se
animaron tus colores.
Ella cambió una
mirada con Gael quien, en silencio, puso el auto en marcha para trasladar a los
hermanos a su domicilio. Los despidió en la puerta y volvió a su departamento
para mudarse la ropa mojada. Todavía estaba el resto de la familia alrededor de
la mesa cuando entraron los hermanos.
—¡Hija! Corré a
cambiarte antes de que te pesques una neumonía —exageró mamá.
—¿Y Gael? —preguntó
Diego.
—Se fue. Estaba
empapado —dijo Ivi sin poder ocultar una sonrisa al recordar la batalla con el
paraguas.
—Que buen amigo
es el matasanos, ¿no? —ironizó Jotacé.
—Mejor que un
hermano constructor —replicó Ivana al flamante arquitecto.
Diego se rió ante
la rápida respuesta de Ivi. No había peor cosa para Julio César que tildarlo de
constructor o ingeniero; tan orgulloso estaba de su título recién adquirido.
Cuando Ivana bajó
a cenar, quedaba su madre para acompañarla. Comió frugalmente y subió a su
dormitorio. Antes de acostarse decidió llamarlo a Gael. Las reacciones de Jordi
la inquietaban y la mirada que había cruzado con su amigo en el auto indicaba
que tampoco a él le fueron indiferentes. Necesitaba de su pensamiento lógico
para razonarlas. Una voz adormilada contestó el teléfono:
—Hola, nena. ¿Qué
se te ofrece?
—Te desperté.
Pero necesito que mañana nos encontremos —dijo acelerada.
—Imposible. Viajo
a Montevideo a primera hora y estaré ausente tres semanas. Si es tan urgente,
veámoslo ahora.
La joven pensó en
su trabajo, en el reloj que sonaría a las seis de la mañana, en que la charla
sobre Jordi era más para tranquilizarla a ella porque su hermano gozaba de
buena salud, y que podría postergarse para más adelante.
—No es urgente. Nos
vemos a tu regreso. Chau y buen viaje.
Gael, intrigado
por la llamada, controló el arranque de devolverla. Ivana era una mujer
impulsiva tanto como para llamar a horarios inusuales como para cortar la
comunicación sin esperar respuesta. Como su voz no revelaba un verdadero
apremio, reservaría su curiosidad hasta la vuelta. Suspiró y pensó cuán
satisfactorio sería asistir al congreso en su compañía. Caminar juntos por la
antigua Colonia en las horas libres, hacerle el amor por las noches… Sonrió
porque, como decía Diego, era un otario. Pero ya era tiempo de iniciar un
acercamiento. Cuando volviera, decidió.
V
Ivana no
remoloneó. Se levantó apenas sonó el despertador. A las seis y media desayunó
en la solitaria cocina y a las siete pisaba la escalinata de Tribunales. Se
sometió al registro policial de rutina y anduvo por las escaleras para entregar
los expedientes en las distintas reparticiones. Cada tanto se cruzaba con un
conocido de tanto transitar los pasillos de la institución judicial. A las ocho
y media entró al despacho de su empleadora quien, sin disimulo, miró la hora en
su reloj pulsera.
—La oficina de
certificaciones empezó a trabajar a las ocho —se sintió obligada a explicar puesto
que estaban a tres cuadras del palacio de justicia.
Alcira Bartolis,
abogada, no hizo ningún comentario con lo cual comenzó la mortificación diaria
de su secretaria. A las nueve le franqueó la puerta a Carlitos, dependiente del
bar de planta baja que traía el café cotidiano. Le dejó un pocillo sobre el
escritorio y le alcanzó el otro a la abogada. Mientras redactaba una intimación
en la computadora, el muchacho se paró a charlar con ella.
—¿Vas a ir a ver
a Roger Waters?
—Yo, no. Pero a
que adivino que ya tenés las entradas.
—¡Sí! Me voy con
Lisandro y Willi. —la miró con melancolía—: ¡Qué lastima que no nos vamos a
encontrar!
Ivana sonrió. Ese
chico elevaba su autoestima. No debía tener más de diecinueve años, pero desde
que entró a trabajar se había transformado en su ferviente admirador. Antes de
que pudiera confortarlo, Alcira abrió la puerta del privado y dijo agriamente:
—¡Para hoy esa
intimación!
Carlitos, de
espaldas a la mujer, hizo una mueca de náusea mientras Ivana se tragaba la
respuesta.
—Hasta mañana,
doctora —saludó el cadete levantando la bandeja apoyada sobre la mesa de Ivi—.
Cuando vuelva te cuento —le susurró a ella.
¡Dios mío, cómo la odio cuando trata de humillarme!
¿Qué satisfacción siente? Si no fuera porque es tan difícil conseguir trabajo a
mi edad… Cuando mamá contaba que a los treinta y cinco años eras descartable… Y
ahora… ¡a los veintiocho! Cuando tenga mi estudio no seré tan mala persona con
mis empleados. Espero que aquí no se me corrompa el carácter como para intentar
vengarme…
Imprimió el
documento y se lo alcanzó a la abogada para que lo leyera y lo firmara. Volvió
a su escritorio para atender el teléfono.
—¡Hola, Ivi!
¿Querés que te pase a buscar? —la querida voz de Jordi le aventó los
pensamientos negativos.
—¡Dale, mi amor!
¿Comemos afuera?
—¡Sí! Yo te
invito porque mamá me adelantó la semana.
—¡Sos un rey…! —dijo
riendo con ganas—. A las doce nos vemos abajo.
—Ya te estoy
esperando. Chau.
Miró el reloj que
marcaba las diez y media y movió la cabeza divertida. Su hermanito era un fuera
de serie.
—Ivana, creo que
fui muy clara cuando la contraté —el tono de Alcira era inequívoco—: No permito
las llamadas sentimentales y parece que usted lo olvidó.
Ella la miró
entre incrédula e irritada. Experimentó un arrebato de ira ante el espionaje de
la mujer.
—¿Cómo dice? —la desafió.
—Que los
arrumacos debe dejarlos para el teléfono de su casa y fuera del horario de
trabajo.
Ivana aquilató
nueve meses de trato desconsiderado, su innata contracción al trabajo que
sumaba horas extras no reconocidas, la mezquina voluntad de su empleadora para
transmitirle conocimientos, un salario que escasamente cubría sus gastos y la
imperdonable intromisión en su vida privada. Concluyó en que no permitiría más
abusos. Se levantó de la silla, observó a la abogada —despojada del temor a una
sanción— y le comunicó su renuncia:
—Tengo el agrado
anunciarle que a partir de este momento me retiro del estudio y de su
insoportable presencia. Siento tanto alivio por haber tomado esta decisión, que
le ahorraré los insultos que se tiene merecidos. ¡Arrivederci, Alcira! Y mi más
sentido pésame a mi sucesora.
El rostro de la
abogada permutó de la palidez al rojo intenso. Miró a la joven que descolgaba
su bolso y su abrigo y expectoró las palabras atragantadas:
—¡No puede irse
sin preaviso! Si depone su irreflexiva determinación, haré caso omiso de sus injurias.
—¡Ja! — profirió
Ivana ante las palabras desubicadas de la mujer—. Para exigir un preaviso
tendría que haberme anotado legalmente, promesa que no cumplió. No creí que se
lo iba a agradecer… —sonrió mientras abría la puerta.
—¡Desgraciada!
¡Me voy a ocupar de que no la tomen en ningún bufete!
—Para su
conocimiento —la muchacha disfrutó su réplica— varios abogados me han propuesto
trabajo en sus estudios.
—Será para
llevarla a la cama —la escarneció Alcira.
—Oferta que usted
no ha recibido ni recibirá —le guiñó un ojo y salió al palier sin volver la
vista atrás.
Esperó el
ascensor conciente de que no cobraría el mes trabajado y que la presunción de
la abogada era correcta. Pero eso no tenía por qué confesárselo. A pesar de su
nueva situación de desempleada se sentía exultante. Si no conseguía otro
trabajo aceptaría en préstamo la oferta de sus padres, se recibiría cuanto
antes y les devolvería el dinero con sus intereses. Este pensamiento la
conformó y marchó al encuentro de su hermano en estado de gracia.
VI
Jordi asistió a
las sucesivas transformaciones del estado anímico de Ivi. El oscuro paisaje
interior que tanto le preocupaba se fue transparentando para ser sustituido por
un acantilado castigado por furiosas olas. La última pulverizó las rocas y se
deslizó mansamente por la extensa playa que el sol empezaba a revelar. Se
acercó al ascensor y la recibió con una amplia sonrisa. Ella lo abrazó e
intercambiaron un beso. Después le dijo:
—Es temprano para
almorzar. ¿Querés que demos una vuelta por el centro?
—Sí. Vayamos
hasta el Monumento y después te invito a McDonald’s.
Ivi hizo un gesto
de rechazo y el chico, riendo, le aseguró que era una broma. Sabía que a su
hermana le disgustaban las comidas grasosas que a él tanto le apetecían.
Bajaron por la peatonal Córdoba hasta el Monumento a la Bandera y caminaron hasta
la costa. A Ivana, estar paseando a orillas del río a las once de la mañana le
pareció un milagro. Aspiró con delicia el aire entibiado por el sol y descansó
los brazos sobre el borde de la baranda protectora.
—Menos mal que
mamá te adelantó la plata, porque desde ahora tu hermana es una desocupada y,
encima, no me van a pagar el mes que termina. —le confesó a Jordi con
despreocupación.
—Yo voy a ahorrar
para ayudarte —aseguró el chico.
Ella perdió la
mirada en la mansa corriente del río y sonrió. A Jordi parecía no asombrarle su
nueva situación. En general, no pedía explicaciones ni detalles de los eventos
que sucedían a su alrededor. Los aceptaba con la actitud de quien está al tanto
de cada acontecimiento.
¡Ay, Gael! ¿Por qué tenías que hacer este viaje
inesperado? Si anoche me urgía hablar con vos, ahora ni te cuento. Tres
semanas… Demasiado tiempo cuando no hay obligación de horarios. A vos también
te sorprendió la declaración de Jordi, por algo te volviste a mirarme. Supo que
estaba angustiada caminando bajo la lluvia y hoy, que tomé una decisión
impensada, está haciéndome compañía. ¿Acaso él conocía este desenlace? Me
preocupa y no quiero hacerle preguntas que lo encierren en el mutismo. No… Lo
voy a charlar con vos, que ahora te sentís con derecho a llamarme nena porque
me llevás quince centímetros. ¡Qué pendejo!
Le dedicó su
atención a Jordi y le pasó un brazo sobre los hombros.
—¿Seguimos
caminando? —le dijo de buen humor.
Su hermano
asintió y recorrieron el paseo hasta el final de la baranda que delimitaba la
zona segura de la barranca. Un barcito con mesas adornadas por manteles de
diversos colores remataba el sector peatonal. Ivana pensó que le agradaría
sentarse en la que lucía el mantel blanco y verde y que estaba al lado de la
ventana.
—Entremos aquí —indicó
Jordi tomándola de la mano.
Ella se dejó
llevar sin aparentar sorpresa cuando él se encaminó directamente hacia la
ventana. Tomaron asiento y enseguida se acercó un camarero a tomarles el
pedido. Cuando quedaron solos, Ivana dijo:
—Era la ubicación
que me gustaba —y esperó algún comentario de su hermano quien, como siempre, se
abstuvo.
—Nunca tuvimos
tiempo de charlar —señaló ella al cabo—. Me temo que estuve tan absorta en ese
estúpido trabajo y en arrastrar penosamente mis estudios que vos creciste y
apenas me di cuenta de ello.
—No te apenes,
Ivi, yo sé que me querés.
—Sí —le dijo mirándolo
con amor—. Pero debí decírtelo más a menudo, con palabras, interesándome por
tus cosas. Me gustaría saber cómo te sentís en la escuela ahora que empezaste
el secundario, cómo te llevás con tus compañeros, si hiciste nuevos amigos…
—Algunos. Y me
compré el álbum del torneo para tener cosas en común.
Ivana rió. Jordi
era más bien un chico solitario pero se las arreglaba muy bien para congeniar
con sus discípulos. Poco los frecuentaba fuera del colegio, pero no le faltaba
compañía para ir al cine o a los locales de juego. Aunque no había seguido de
cerca su progreso escolar, sabía por su madre que el pequeño era un alumno
destacado. Sí, concluyó; no tenía por qué preocuparse de su vida cotidiana.
Para preocuparla estaban las inesperadas declaraciones de Jordi, la sensación
de que su hermano no necesitaba de palabras para entender o, lo más
inquietante, que sabía cosas sin que nadie se las contara. Por eso tenía que
hablar con Gael, porque confiaba en su criterio y había sido testigo de la
escaramuza con el perro. ¿Y acaso no debía la providencial aparición de los
muchachos para rescatarla a la insistencia de Jordi? Les facilitó la dirección
de la casa y porfió, ante su pregunta, de que ella se la había dado a conocer.
No. Estaba segura. ¿Y anoche? Supo qué ómnibus había tomado y adónde se había
bajado. Y ella no le había mandado ningún mensaje como dio a entender su madre.
No la contradijo porque deseaba aclarar ese punto con el chico. Y creía que era
el momento adecuado.
—Jordi, ¿cómo
supiste que viajé en la C?
Y que conste, entre nosotros, que no te mandé ningún mensaje.
El jovencito
esbozó una leve sonrisa. A Ivana no la podía engañar con el cuento del celular.
Los pensamientos de su hermana habían dejado de ser caóticos y ahora podía
concentrarse en la contestación que requería su pregunta. Ella era confiable y
él necesitaba alguien con quien explayarse.
—Yo puedo ver
cosas en la mente de otras personas —confesó.
—¿Querés decir
que sabés todo lo que pienso en este momento? —exclamó Ivi alarmada.
—No. Sólo veo
imágenes. Como paisajes. O colores. Pero a muchos no los entiendo… —dijo con
pesadumbre.
El desahogo de su
hermano la angustió. El rostro aún aniñado reflejaba el desamparo propio de
quien se sabe diferente y no encuentra un semejante que lo guíe por el
laberinto de su singularidad.
—¿Vos creés que
tenés un poder… sobrenatural? —preguntó Ivana con voz queda, insegura de haber
elegido el término correcto que no provocara la mudez de Jordi.
—No te asustes,
Mavi —le dijo apelando al apodo cariñoso de su niñez con el cual diferenciaba a
su mamá de su hermana madre— que no soy ningún iluminado. Son mis neuronas,
capaces de establecer sinapsis más complejas que las normales. Lo investigué
cuando me compraron la computadora. No encontré ningún foro que lo tratara,
pero leí mucho sobre la potencialidad del cerebro y sus conexiones.
—Entonces —opinó
ella— es posible que haya más personas como vos.
—¿Vos creés,
Mavi? —demandó esperanzado—. Necesito que alguien me ayude a ordenar toda la
información que voy acumulando y a interpretar lo que desconozco.
Ivana mordisqueó
su labio inferior y permaneció con la vista clavada en los cuadraditos blancos
y verdes. ¿Es posible que esté hablando
de un potencial caso de clarividencia como algo cotidiano? Te creo, Jordi, pero
estoy asustada. Tanto si es real como imaginario. Ésta es tu especialidad,
Gael. ¿Por qué Jordi no recurrió a vos? Tres semanas…
—Te quedaste
pensando —la voz de su hermano la sustrajo de su meditación.
—Lo que pasó con
el perro… ¿te acordás? —le preguntó pensando en el episodio de ocho años atrás.
Él asintió.
—Estaba furioso —continuó
ella—. Pero cuando te pusiste adelante se calmó y se fue. ¿Podés comunicarte
con los animales?
—Veo sus
imágenes. Y pude cambiarlas para que se amansara.
—¿Y podés influir
en las personas?
—Sólo probé con
mamá —hizo un gesto de disculpa—. Para que haga siempre la tarta de manzanas en
vez de la de frutilla.
—¡Ah, pícaro! Y
con lo que me gustan a mí las frutillas… —rió Ivi. Después, recuperando la
seriedad—: Me pregunto por qué no lo consultaste a Gael. Es neurólogo.
—Porque habría
sido desleal con mi familia. Antes tendría que haberles contado, pero temía que
me consideraran un fenómeno.
—¡Sí que sos un
fenómeno, mi amor! —le contestó con dulzura—. ¿Cómo vas a pensar que te íbamos
a descalificar con lo que te amamos?
—Vos no, Ivi.
Pero mamá y papá se preocuparían y mis hermanos no entenderían. Pero ahora que
vos lo sabés, voy a hablar con Gael.
—Está en un
congreso —aclaró Ivana.
—Lo sé. Cuando
vuelva.
La aparición del
camarero con los platos interrumpió la charla y ninguno, posteriormente, la
trajo a colación. Volvieron caminando bajo el tibio sol de otoño enfrascados en
la relación nacida a partir de la revelación de Jordi.
VII
La renuncia de
Ivi le alivió a Lena la instancia de hablar con su marido. Últimamente estaba
tan recargado de trabajo que hasta su carácter había variado. Lo notaba
distante y cuando intentaba interesarse por sus cosas las respuestas eran
siempre las mismas: “no pasa nada”; “estoy cansado”. Ella procuraba no
plantearle problemas en los pocos días que pasaba en la casa entre viaje y
viaje, y la decisión de su hija se redujo a un comentario que Julio recibió con
complacencia. A pesar de que la actividad de su esposo les proporcionaba un
bienestar económico que les permitía vivir con holgura y que contribuyó a
garantizar el futuro de sus hijos, Lena añoraba la época en que el trabajo no
interfería en el intercambio amoroso con su pareja. Los encuentros sexuales
eran, hace tiempo, tan escasos y siempre requeridos por ella, que poco a poco
encauzó su libido a la atención de la comodidad familiar. Si hacía memoria, su
vínculo se había entibiado a partir del nacimiento de Jordi. Hasta que el niño
no cumplió cuatro años y su salud se consolidó, toda su energía se concentró en
el enfermizo bebé. La suya y la de Ivana, sin cuya colaboración tal vez hoy su
hijo no viviría. Compartieron noches de insomnio, corridas al médico, atención
continua de las prescripciones médicas y acompañamiento permanente del pequeño
que parecía vigorizarse al calor de tanto amor. Recordó la entereza de Ivi
cuando resignó sin reproches la anhelada fiesta de quince. En la época más
comprometida para la sobrevivencia de su hermanito repitió un año en la escuela
secundaria porque prefirió quedarse libre a desatenderlo. Después se tomó un
año sabático antes de ingresar en la facultad de derecho, durante el cual
decidió que ella se haría cargo de su carrera. Todo un personaje su Ivi. Lena
suspiró mientras pensaba en la principal carencia de la muchacha: un compañero
a quien amar. En sus veintiocho años nunca trajo a casa ni siquiera un amorío
transitorio. ¿No podía imitar a sus hermanos varones que ya tenían novias
formales? Bueno, se dijo, por algo se empieza. Es posible que sin el agobio del
trabajo pudiera tomarse un tiempo de esparcimiento y así estar más relajada
para el encuentro que con seguridad la esperaba.
—¡Hola mami! —el
saludo de Ivana la apartó de sus disquisiciones.
—¡Venís temprano!
—dijo con alegría y devolviendo el beso.
—Terminé el
examen y me vine para ayudarte con los preparativos para el cumpleaños.
—Gracias, nena.
Me vendrá bien una mano. ¿Y cómo te fue?
—¿Y cómo me puede
ir teniendo tanto tiempo para estudiar? De diez —afirmó.
—Lo suponía —sonrió
Lena— pero me encanta oírtelo decir. Inclinó la cabeza y la miró con atención—:
Ese corte de pelo te favorece. Parecés más joven que tus hermanos.
—¿Que Jordi
también? —insinuó Ivi burlona.
—No seas
insolente con tu madre —dijo Lena con fingido enojo—. Te estoy elogiando.
—Ya sé, mamita… —entonó
abrazándola—. Pero te aclaro que mi autoestima está mejorando —la soltó para
rematar—: Y ahora dejémonos de alabanzas y decime qué programaste para la cena.
—Una mesa fría
para que cada uno se sirva lo que guste y carne rellena al horno como plato
principal. De postre, tarta de…
—¡Manzanas! —terminó
Ivi.
—No. De
frutillas. ¿O vos preferís la de manzanas?
—¡Me muero por la
de frutillas! —declaró guiñándole un ojo a Jordi que las miraba desde la
puerta.
—Hola, Ivi —se
acercó para besarla—. Es lindo tenerte en casa temprano.
—Es lindo verte y
saber que pensás en mí —le contestó deliberadamente.
Su hermanito
sonrió y preguntó si lo necesitaban. Ante la negativa de las mujeres declaró
que estaría leyendo en su dormitorio. Ellas estuvieron trabajando en el agasajo
hasta las ocho de la noche, momento en que Ivana anunció que se iría a bañar y
cambiar. Después de una larga ducha y en honor al aniversario de su papá eligió
un vestido de coctel color borgoña, prenda inusual en ella que gustaba vestirse
con ropa informal. Completó su atuendo con sandalias de taco alto y se maquilló
levemente antes de abandonar el dormitorio. En el pasillo se cruzó con Julio
César que venía de acicalarse. La saludó con un agudo silbido:
—¡Diosa! —exclamó—.
¿Por qué no te vestís siempre de mujer?
Ella le hizo un
gesto obsceno que no ofendió a su hermano. La tomó de la cintura y la reprendió
alegremente:
—Así te vas a
quedar para vestir santos, marimacho. Y sos demasiado linda para tan horrible
destino.
—¿Sabés que es la
primera vez que me decís una galantería? Descontando lo de marimacho… —le dijo
divertida.
—Porque desde que
dejaste a esa negrera, el tosco capullo que te contenía dejó salir a una
mariposa de bellos colores.
—¡Jotacé…! ¿Tan
mal se me veía?
—Es tiempo
pasado, hermanita —la besó en la mejilla y le ofreció su brazo—: Vamos a
deslumbrar a los otros hombres.
Bajaron riendo y
chacoteando. Julio, que recién llegaba a la casa, miró asombrado al dúo que se
caracterizaba por pelearse. Ivana se desprendió del brazo de Jotacé y corrió a
abrazar a su padre:
—¡Feliz cumple,
papi! —le deseó mientras le daba un beso.
—¡Gracias, hija! —la
tomó de la mano y le hizo dar un giro—: ¡Estás preciosa esta noche!
Julio César la
miró con suficiencia y resaltó:
—¿No te dije? —Y
después de saludar con un abrazo a Julio, le demandó—: ¿No es hora de que esta
mujercita salga de su cono de soledad?
Ivana respondió
por su papá:
—Ya me parecía
que ibas a ser tan inoportuno como siempre. Yo no intervengo en tu vida privada
y te prohíbo que vos te metas con la mía —dicho lo cual dio media vuelta y
taconeó hacia el comedor.
—¿Se ofendió? —dijo
el hermano desconcertado.
—Ya la conocés a
Ivi. Todo está bien hasta que le hacés la sugerencia incorrecta —predicó el
padre. Palmeó a Jotacé en el brazo y lo animó—: Vamos. Pronto se le pasará.
Ingresaron a la
estancia del agasajo adonde ya estaban las mujeres controlando los detalles y
Jordi inspeccionando la mesa fría. Era un festejo íntimo con la presencia de
los miembros de la familia. Padre e hijos se ubicaron alrededor de la mesa
esperando la llegada de Diego. Ivana y Lena cuchicheaban sobre los presentes
que entregarían cuando estuvieran todos los comensales.
—¡Ya vienen! —La
exclamación de Jordi originó una seña de madre a hija a la que respondió Ivana
saliendo del comedor.
Mientras buscaba
los regalos, Ivi pensó que había algo mal en el anuncio de su hermanito.
Sacudió la cabeza y se apresuró a volver. Diego no había llegado solo y Jordi
había utilizado correctamente el plural: Gael lo acompañaba. Lo vio saludar a
su padre y después fijar la vista en ella. Su amigo la observó con tanta
intensidad que se sintió atrapada en una representación donde sólo cabían ella
y él. La observación de Julio César truncó la inexplicable turbación.
—¡Despabilate,
inglés! Es Ivi, vestida de mujer. Y vos que te comiste que teníamos un hermano
más…
—Hola, Gael —dijo
Ivana ignorando el exabrupto de Jotacé y besando en la mejilla al aturdido
joven—. ¿Cuándo regresaste?
—Esta mañana —manifestó
recuperando la compostura—. Y por cierto que se te ve cambiada.
—¡Uf! Por usar un
vestido. Miren bien porque no tendrán otra oportunidad —amenazó enfadada.
—Es que Ivi
comenzó una nueva vida —intervino Lena—. Ya te vas a enterar. Y ahora, antes de
comer, haremos entrega de los obsequios —le hizo un gracioso ademán a su hija
para que se adelantara.
—Como siempre,
papá, los regalos los compramos nosotras. Los vagos sólo pusieron plata —puntualizó
la chica desafiante—. ¡Feliz cumpleaños! —lo besó y le ofreció los dos
paquetes.
Julio la abrazó y
los aceptó con una risa. Rompió los envoltorios y alabó las prendas que
contenían. Cuando se sentaron a la mesa, Ivana aún se preguntaba por qué, si
estaba enojada con Julio César, había necesitado escarnecer a los dos varones.
VIII
En el transcurso
de la cena Gael se interiorizó sobre la renuncia de Ivi al bufete jurídico y su
dedicación total al estudio. Aprovechó su autorización para mirarla con
detenimiento. La mujer que se le revelaba estaba tan alejada de su conciencia
como sus once años deslumbrados por la hermana de su mejor amigo. La Ivi desenfadada, irónica, a
veces manipuladora, despreocupada por su apariencia, no se asemejaba en nada a
esta criatura que irradiaba femineidad por todos los poros. Se embriagó de su
voz, sus gestos, su risa, y la encadenó definitivamente al territorio de sus
deseos. Sólo tres personas no captaron su exaltación: Lena y Julio, tal vez por
haberlo integrado como un hijo más, e Ivana, que lo había incorporado a su
mundo interior como un amigo confidente. Jordi empezó a comprender el
significado de los colores que se agitaban en la mente de Gael al asociarlos a
su intensa contemplación, y Julio César le dedicó una mirada interrogante a
Diego que éste fingió ignorar. Después de la cena, pasaron a la sala de estar
adonde estaba preparada la mesa dulce y las bebidas para el brindis. El menor
de los Rodríguez se dedicó a seleccionar sus golosinas mientras Diego escogía
algunos temas musicales. Bebieron a la salud del homenajeado y mientras los
demás charlaban, Ivana y Jordi ensayaron divertidos pasos de baile.
—Te voy a dar un
consejo totalmente gratuito —dijo Jotacé acercándose a Gael que miraba con una
sonrisa a los bailarines—: Avanzátela rápido porque con este look en cualquier
momento te la birlan.
—Gracias —dijo el
aludido—. Ya lo había pensado—. Dejó la copa de champaña y se acercó al dúo
movedizo. —Permiso, Jordi. Que Ivana y yo tenemos un asunto pendiente —le
aclaró uniéndose a los giros.
—Te la dejo a vos
—rió el chico y fue a buscar su bebida.
—Mirá que sos
patadura —se mofó la muchacha—. ¿Quién te enseñó a bailar?
—Nadie. Ya podés
empezar con las lecciones —propuso sin ofenderse.
Ella lo frenó y
lo tomó de la mano. Con gestos, señaló sus pies y los de él. Después fue
deslizándose hacia el costado, atrás y adelante y esperó a que él la imitara.
Poco después, el joven la acompañaba con soltura.
—Me parece que me
tomaste el pelo o que aprendés con rapidez —acusó Ivana con recelo.
—Es que sos muy
rápida para enjuiciar. Me cuesta enganchar los primeros pasos —le dijo levantando
su brazo para que girara.
—¡No paren que
sigue el bailongo! —gritó Diego—. Mamá, papá… es la hora de ustedes.
Las notas de un
bolero reemplazaron el ritmo rockero. Julio y Lena se acercaron a la pista
improvisada y Gael enlazó a Ivi por la cintura.
—No me gusta esta
música —declaró ella apartándose.
—¡Vamos! Que es
lo que mejor me sale —exhortó su compañero.
—¡No! Que bailen
los veteranos. —Lo miró desdeñosa—: No sabía que tenías gustos tan arcaicos.
Voy a terminar mi copa —anunció mientras se alejaba.
Gael hizo un
gesto jovial y caminó hacia donde estaba su amigo.
—Lo siento,
viejo. Quise darte una mano —dijo Diego tendiéndole una copa.
—Te agradezco la
experiencia del plantón —sonrió el desairado—. Pero está bien. Si lo tenía que
padecer era de mano de Ivi.
—¿Alguien quiere
budín inglés? —ofreció Ivana ajena a la charla de los hombres.
—¡Gael! —bromeó
Jordi.
—Dame —dijo el
nombrado—. ¿Lo hiciste vos?
—Ayudé, nomás.
¿Diego…?
—No. ¿Querés
volver a bailar?
—Suficiente por
hoy. Dejá que papi y mami sigan disfrutando. —Le tendió su copa vacía—: ¿Me
servís un trago?
Cuando su hermano
se alejó, se volvió hacia Gael:
—¿Tenés tiempo
mañana para charlar un rato?
—Sí. ¿Querés que
nos encontremos a las diez?
—Está bien. En tu
despacho.
El médico asintió
y para su alivio no la interrogó. Diego ya llegaba con la bebida y ella no
quería que trascendiera la consulta que tenía que hacer Jordi. A las dos de la
mañana Julio declaró que estaba agotado y que se iba a dormir. La reunión se
disolvió poco después e Ivana pasó por el dormitorio de su hermanito antes de
acostarse.
—¿Me venís a dar
el beso de las buenas noches? —sonrió el chico.
—Además —aseguró
ella—. Si estás de acuerdo, arreglé con Gael para verlo mañana en su
consultorio.
—Está bien.
Después podemos invitarlo a almorzar para devolverle la atención, ¿no te
parece?
La joven lo miró
entre sorprendida e insegura. No era propio de Jordi reparar en detalles
corteses. Por otra parte, ella no podía permitirse pagar un almuerzo para tres.
—Quedate
tranquila, que nosotros invitamos y él no nos dejará pagar —garantizó el
jovencito.
—¿Qué clase de
invitación es esa? —preguntó riendo.
—La que él
espera. Así que estará muy contento.
Ivana se inclinó
para besarlo. Antes de incorporarse le demandó con gravedad:
—¿Cómo sabías que
no tenía plata para pagar la comida?
—De la misma
manera que sé lo que espera Gael —aseguró.
Ella no preguntó
más. Después de la entrevista, tenía mucho que hablar con su amigo.
IX
Lena se había
excitado con el baile. Sentía que la mejor manera de terminar el festejo era
con un buen encuentro sexual. Entró al baño después de Julio y se puso su
camisón más insinuante. Se perfumó con la fragancia que a él le gustaba,
cepilló sus dientes y su cabello y abrió la puerta al dormitorio. Su marido ya
estaba dormido. Lo miró a punto de resignarse pero decidió que esa noche debía
ser especial. Se metió en la cama y se pegó a su cuerpo. Sus manos acariciaron
lentamente el cuerpo del hombre y bajaron hasta su miembro mientras lo besaba
detrás de la oreja.
—Lena… —murmuró
adormilado—. Estoy muy cansado. El viaje fue largo...
Ella,
sobreponiéndose a la herida del rechazo, siguió besándolo en el cuello y
friccionando su pene. La mano de él apartó la de ella y con voz neutra repitió:
—Estoy cansado y
quiero dormir. Mañana será otro día.
Se puso boca
abajo como para evitar otro intento de estímulo y simuló dormir. Un espasmo
angustioso oprimía su estómago. Le dolía repudiar a Lena pero todas sus fibras
se rebelaban ante la idea de tener sexo con ella. ¿Cómo confesarle que no podía
aceptar un encuentro adonde el deseo ya no existía? Los ahogados sollozos de su
mujer lo atormentaron porque se sentía incapaz de consolarla. Treinta años de
caminar juntos por la vida se despeñaban en el abismo de una pasión que él no
había buscado pero que le había descubierto que aún corría sangre por sus
venas. María Gracia era un inesperado regalo en la ruta declinante de su
existencia tan sólo jalonada de esfuerzos. Esfuerzos que él se impuso con la
arrogancia de poder sostener una familia como su padre no supo hacerlo. Todo
tiene un precio, reconoció: la brecha que lo fue separando de Lena y que ambos
pensaron en reducir cuando engendraron a Jordi. Sólo que la llegada de su
pequeño los precipitó en una demanda de cuidados que terminó por anular la
esperanza instalada en su advenimiento. Porque sus sentimientos ya no eran los
mismos y lo que debiera unirlos más terminó por separarlos. Se negaron a
reconocerlo y continuaron la rutina como si no pasara nada. Lena se dedicó a
Jordi y él a su trabajo. A veces deseaba que a ella se le hubiera cruzado otro
hombre en su vida para aligerarlo de la confesión que alguna vez tendría que
hacer. Aunque ya no la amaba, la quería, y se sentía incapaz de herirla. Las
imágenes de su mujer, sus hijos y su amante se alternaron durante horas en su
confusa mente hasta que en la madrugada el sueño lo venció. Su hijo menor cerró
las compuertas de su cerebro para evitar la congoja que le producían los
sentimientos de sus padres. Una sensación de fatalidad lo entristeció al
visualizar la vorágine de símbolos que torturaban a su progenitor, porque
deseaba cambiarlas como las frutillas en la mente de su mamá y no sabía cómo.
¿Podría ayudarlo Gael? Se durmió con esa esperanza.
Lena se despertó
a las siete y miró a su marido con un sentimiento de dolorosa ternura. La
humillación de la noche era un recuerdo que se licuaba al resplandor mañanero.
Se levantó en silencio, se dio un baño y una hora después bajó a la cocina para
preparar el desayuno a sus hijos. Los primeros en aparecer fueron Diego y
Jotacé; a las nueve Ivana y Jordi tomaron su café con leche y le anunciaron que
iban a pasear y almorzarían afuera. Cerca del mediodía despertó a Julio con un
café. El hombre abrió los ojos lentamente y la miró como si no la reconociera.
—¡Buenos días,
dormilón! —dijo Lena—. ¿Descansaste lo suficiente?
—Buenos días —farfulló
él con voz rasposa—. ¿Qué hora es?
—Casi las once y
media.
—¿Por qué no me
llamaste antes?
—Porque estabas
fundido. Ivana y Jordi salieron y no volverán a comer. Los chicos se fueron a
Roldán, de modo que quedamos vos y yo solos. ¿Qué te apetece para almorzar?
Julio miró a su
animosa mujer y se sintió miserable ante la generosidad con que retribuía su
conducta.
—Tengo un
programa mejor —declaró tomándole una mano—: Vamos a salir a comer afuera y
después a pasear adonde te guste. Hoy me toca agasajarte a mí.
Los ojos de Lena
brillaron conmovidos. Se inclinó para besarlo en la boca y dijo entusiasmada:
—Me voy a cambiar
mientras vos te bañás. Esta invitación merece mi mejor vestuario.
Julio rió
mientras caminaba hacia el cuarto de baño. El regocijo de Lena mitigaba su
culpa, y acalló su conciencia con la promesa de ser gentil con ella mientras
estuviera en su casa. Subieron al auto pasadas las doce y media. El hombre eligió
una parrilla en la zona de Alberdi y almorzaron a la sombra de unos árboles
añosos. La conversación se centró en sus hijos y especialmente en Ivana.
—¡Estoy tan feliz
de que Ivi haya aceptado la propuesta de dedicarse exclusivamente a estudiar…! —expresó
Lena—. ¿No viste el cambio que sufrió desde que abandonó ese abusivo trabajo?
—Sí. Está más
distendida y tolerante. Y hasta parece haber recuperado la lozanía de la
adolescencia.
—Está hermosa
nuestra niña, y espero que encuentre su alma gemela.
—¡Lena! —regañó
Julio—. Parece que estuvieras hablando del príncipe azul. No creo que Ivi
pretenda semejante falacia. Es una mujer moderna que aspirará a un compañero de
vida.
—Sí. A uno que la
ame por sobre todas las cosas. Ésa es la aspiración máxima de toda mujer.
—¿Y su
realización personal? —indagó el hombre.
—Creo que es
secundaria, porque si no conoce el amor ningún logro profesional o económico le
dará plenitud.
—Lo uno no impide
lo otro, Lena. La combinación de ambos es la fórmula perfecta. ¿No te parece?
—No lo fue para
mí, si lo pensás.
—No fui yo quien
te impidió continuar con tu carrera —señaló Julio.
—Es cierto.
Quizás tuvimos hijos demasiado pronto y tuvimos que resignar algunos sueños
para salir adelante. Yo no me quejo. Vos aprovechaste al máximo el aporte que
hice a la familia.
—Si de algo me
arrepiento —reconoció su marido— es de haber aceptado sin cuestionamientos tu
decisión. Tal vez hoy serías una destacada profesora de historia.
—¡Sería, sería…! —protestó
Lena—. La máquina del tiempo no existe, de modo que hablemos de lo que soy. Y
soy una mujer agradecida de tener un esposo como vos y los hijos que adoro y a
los cuales no renunciaría por ningún sería.
—Sonrió y le pidió—: ¿Me pasás la carta para elegir un postre?
El resto de la
tarde transcurrió en una agradable camaradería. Realizaron una caminata para
digerir la comida y después fueron al cine. Esa noche tuvieron sexo aunque
Julio tuvo que imaginar que le hacía el amor a María Gracia. Lena, ajena a este
artificio, gozó del último encuentro amoroso con su marido.
X
Ivana y Jordi
tomaron un ómnibus para dirigirse a la clínica de Gael. Ella se había puesto un
trajecito de falda corta a pesar de haber pensado en vestirse con jean y
zapatillas. Después de que el guardia de seguridad les franqueó la entrada, se
miró en el espejo del edificio médico y aceptó que el conjunto acompañado por
botas le sentaba bien y era adecuado a ese día otoñal. Una peregrina idea cruzó
por su cabeza: ¿había influido su hermano en la elección? Lo miró pero él
parecía muy entretenido observando la pecera iluminada que ornamentaba el
ingreso. Lo llamó para dirigirse a los ascensores. El consultorio estaba en el
quinto piso.
—Tiene razón
Jotacé —dijo Jordi—. Esta ropa te hace más bonita.
Ivana lanzó una
carcajada. ¿También su hermanito tenía la audición más desarrollada? No estaba
presente cuando Julio César, a su tosca manera, la alabó. El ascensor se detuvo
antes de que pudiera interrogarlo. La recepción del consultorio estaba desierta
por ser sábado. Golpeó la puerta del consultorio y esperó a que abriera su
amigo. Gael la miró con una expresión tan contenida que la perturbó.
—¡Eh, tonto!
¿Acaso tengo monos en la cara? —le soltó para ocultar su ofuscación.
—Buenos días,
Ivana —se inclinó riendo para darle un beso en la mejilla—. Es que pensé que no
iba a tener otra oportunidad de verte con pollera. —Le tendió el puño al
hermano—: ¡Hola, Jordi! Me alegro de verte.
—También yo —respondió
chocándole los nudillos.
El médico se
apartó y les hizo un gesto para que ingresaran al despacho. Una serie de
aparatos estaban ubicados a un costado del escritorio sobre el cual se asentaba
lo que Ivana supuso una computadora y después se enteró de que era un
electroencefalógrafo. Gael corrió el sillón que estaba detrás del mueble y lo
acercó a los dos que estaban del otro lado.
—Para que sea
menos formal —comentó—. ¿Querés que hablemos de tu asunto? —le preguntó a Ivi.
—Jordi es quien
te va a consultar —dijo ella.
—Bien. Te escucho
—el médico se dirigió al muchacho.
Jordi miró a su
hermana y se disculpó:
—Quisiera hablar
con Gael a solas. ¿Te importa?
Ella hizo un
gesto de desconcierto pero reaccionó de inmediato.
—No. Si vos lo
querés así —declaró encogiéndose de hombros.
—Ivana, para no
aburrirte, ¿por qué no nos esperás en el bar de enfrente? Tomate un café y
elegí la porción de torta que quieras. Yo invito —propuso su amigo lamentando
perderla de vista tan pronto.
—Sí, Mavi. Por
favor —rogó Jordi.
Cuando cerró la
puerta tras ellos se sintió tan excluida como los leprosos en la edad media.
Cruzó hasta la confitería y pidió un café. Lo sorbió lentamente tratando de
relajar su pensamiento. Lo terminó y miró el reloj. Apenas habían transcurrido
quince minutos. Pidió otro y una porción de lemon pie. Tomó la infusión
jugueteando con la cuchara sobre el postre. Lo dejó porque la ansiedad le había
cerrado la garganta. ¿Qué le estaba contando a Gael que no le había confesado a
ella? Tonta, tonta, tonta… Él es un
especialista. Le hará las preguntas que vos no supiste formular. Pero Jordi, yo
soy tu hermana, tu Ivi mamá, no quiero que sufras por ser diferente, no quiero
que te desmenucen el cerebro, no quiero que Gael escarbe tu materia gris para
llegar a la conclusión de que esas imágenes son el síntoma de una enfermedad
incurable… ¡Dios mío! No, no lo podría soportar…
Se levantó
atropelladamente y corrió hacia la puerta.
—¡Señorita,
señorita! —gritó la camarera.
Se volvió y la
miró aturdida. La chica se acercó y le dijo en voz baja:
—No pagó la
consumición.
El bochorno,
sumado al desconsuelo de la vivencia de la enfermedad de Jordi, la precipitó en
un llanto acongojado que dejó atónita a la empleada. Antes de que reaccionara,
entraron Gael y Jordi a la carrera. El primero la cobijó contra su cuerpo
mientras la calmaba con caricias y palabras. Su hermano se tranquilizó de
inmediato porque el sosiego volvía a la mente de Ivi. Gael, sin deshacer el
abrazo, la condujo hasta una mesita con asientos continuos ubicada en un
rincón.
—Eh, chiquita… —murmuró
sobre su sien— contame que te pasó.
—Jordi está mal,
¿verdad? —sollozó—. No me lo ocultes.
—¿Quién te dijo
eso?
—El tiempo que te
tomaste para revisarlo… —hipó.
Gael le levantó
la barbilla para que lo mirara a los ojos. Lo consumió el deseo de secarle las
lágrimas a besos, pero se limitó a decir:
—Chica novelera,
ni siquiera empecé. Estábamos hablando cuando gritó que algo terrible te pasaba
y salimos volando los dos. Y he aquí que te encontramos llorando a moco
tendido. A propósito —agregó— tomá un pañuelo.
Ivana lo tomó y
se separó del hombre. Se sonó la nariz y preguntó con voz gangosa:
—¿Me jurás que no
tiene nada malo?
—Hasta ahora goza
de la misma buena salud que vos y que yo. ¿Te sirve eso?
Ella asintió y
declaró que iría al baño. Acarició la cabeza de Jordi al pasar y caminó bajo la
mirada preocupada de los varones hacia el final del salón. La camarera se
arrimó a la mesa y dijo contrita:
—Perdone, doctor,
yo no quise avergonzar a su novia. Es que no la conocía y se iba sin pagar…
—Está bien, Sami.
Haceme la gauchada de ver si llegó bien al baño. Sin que se dé cuenta… —advirtió.
—Sí, doctor.
Después vuelvo a tomar el pedido.
Jordi, aquietadas
sus ondas cerebrales, observó la cara abstraída del médico.
—Está bien que
Ivi y vos se pongan de novios. Aunque a ella todavía no le florecieron los
colores —previno.
—A vos no puedo
ocultarte nada con respecto a tu hermana —sonrió Gael—. Pero mi pretensión debe
quedar entre los dos. ¿De acuerdo?
—No soy tonto. Si
se lo dijera ahora, de puro porfiada te haría la cruz. Y yo quiero que ella se
ilumine como vos.
—Pondré todo mi
empeño —afirmó el médico.
—Su novia está
bien, doctor —los interrumpió la empleada— ¿quieren tomar algo?
—Sí, Sami,
gracias. Para mí un café. ¿Jordi…? —le preguntó.
—Café y torta de
chocolate.
Ivana, más
compuesta, se cruzó con la camarera y se sonrieron. Se deslizó en el banco de
madera al lado de su hermano, enfrentada con Gael. Parecía tan inerme con los
párpados ocultando sus pupilas, que el hombre estiró el brazo para apoyar la
mano en su hombro. Ella levantó la vista en una muda súplica que Gael supo
interpretar.
—Te dije que te
quedaras tranquila —dijo con firmeza.
Sami se acercó
con la bandeja y depositó el pedido frente a los varones.
—¿Quiere otro
café? —la consultó a Ivi.
—No. Gracias. —Cuando
la chica se retiró, le aclaró a su amigo—: Me tomé dos y pedí una porción de
lemon pie. Y no los pagué.
—Yo te invité —rió
él—. Y podés repetir lo que quieras.
—Suficiente por
la mañana —dijo Ivi—. ¿Vas a empezar a hacerle pruebas a Jordi?
—Acordamos que a
partir del lunes —contestó mirando al chico—. ¿Tienen algún programa?
—Pensábamos
invitarte a almorzar —intervino Jordi.
—No —aclaró Ivana—.
Lo cierto es que no puedo pagar la comida de los tres. Pero puedo invitarte a
comer en casa, si querés.
—¿Vas a cocinar
vos? —investigó el médico.
—Perdé cuidado.
La cocina está a cargo de mamita —rió Ivi recordando un aciago intento
culinario.
—Entonces,
¡acepto! —respondió Gael con presteza.
XI
Camino a su casa,
Ivana evocó el feriado pasado cinco años atrás en la casa de fin de semana.
Gael, como siempre, estaba incorporado a la constelación familiar. Era el
penúltimo día y todos los hombres se habían ido a pescar.
—¡Estoy harta de
cocinar para este regimiento! —se quejó mamá cuya expectativa al comienzo de
las mini vacaciones descansaba en los presuntos asados que iba a cocinar el
marido.
—Bueno, mami
–dijo ella—. Dejalos que se entretengan con la pesca. Es un deporte que sólo a
los varones les puede gustar. ¿Te imaginás pasar horas sin abrir la boca? Debe
ser tremendamente aburrido.
—Más aburrida es
la rutina casera. ¡Y yo que soñaba con ocuparme al mínimo de la comida!
—Escucho una
velada acusación bajo tu lamento. Así que tomaré la posta y hoy cocino yo.
—¿Qué? —se
atragantó su madre—. ¡Si no sabés freír ni un huevo!
—Pero sé prender
el fuego para hacer un asado. Se lo ví hacer mil veces a papi. En cuanto a vos,
desaparecé. Subite al auto y andá a pasear por el pueblo. Cuando vuelvas estará
todo listo incluida la ensalada y las papas fritas.
Su mamá dudó y
ella insistió:
—Andá, mamá.
Confiá en mí —dijo con suficiencia.
Que todavía
estuviera apantallando las fortuitas brasas, tosiendo por el humo, con la cara
tiznada y las guarniciones sin hacer cuando volvió el cuarteto, era culpa del
carbón mojado. Lo que desató su ira fueron las burlas despiadadas de sus hermanos
mayores que no pararon de reír mientras ella se obstinaba en lograr una
llamita. Su padre, después de rechazada la propuesta de ayuda, se dedicó a
limpiar los pescados. Gael y Jordi se solidarizaron con su esfuerzo y el
primero echó una bolsa de carbón seco sobre las pocas ascuas mientras su
hermanito abanicaba el rescoldo con ímpetu. Seguro que el cuadro que presenció
su mamá cuando estacionó la camioneta era tragicómico: ella que parecía haber
emergido de un bombardeo ignorando las chacotas de Diego y Jotacé; un
compungido Gael que no hacía causa común con los muchachos; su papá atareado en
aderezar los pescados y un Jordi convertido en tornado humano girando alrededor
de las primeras llamas y gritando como un indio. Para resumir, comieron a las cuatro
de la tarde porque ella se empecinó en limpiar la ensalada y en pelar y freír
las papas. Los comensales masticaban en silencio la carne arrebatada (porque
tampoco aceptó ningún consejo de los hombres) salvo los esporádicos resoplidos
de risa de sus hermanos controlados por su padre. Se levantó de la mesa cuando
Julio César arrojó un trozo sobre el plato de Gael gritando que estaba viva.
Corrió hacia el dormitorio que compartía con su madre y, reprimiendo las
lágrimas, se miró en el espejo. Era tan lastimosa su imagen, que no pudo
contener una carcajada. La risa burbujeó en su garganta ante el recuerdo.
—¿Cuál es el
chiste? —preguntó el médico.
—Me estaba
acordando del asado del 9 de julio.
—Te salvé con la
bolsa de carbón, ¿eh? —dijo jactancioso.
—Y después te
habrás reído con los vagos, ¿eh? —lo remedó.
—Nunca. Te veías
tan desamparada ante las burlas que me tuve que contener para no repartir
varios golpes.
—Mmm… —dudó ella.
Gael sonrió
mientras estacionaba. Tenía presente la figura de Ivi sofocada por la
impotencia y las bromas, que ciertamente no optó por sacudir a los muchachos
por ser hermanos de la joven. Pero también en ese entonces la hubiera amparado
entre sus brazos y la hubiera consolado con el recurso siempre reprimido de
besarla. Ivana ya estaba abriendo la puerta de su casa seguida por Jordi. Él
bajó del vehículo e instaló la alarma. Los alcanzó en el interior a tiempo de
escuchar el comentario de la chica:
—¡Qué silencio!
Parece que se fueron todos… —Recorrió la casa y declaró al bajar de la planta
alta—: Tendrán que arriesgarse a probar mi comida. Pero no te preocupes —le
aclaró a Gael—. Después del intento fallido aprendí a cocinar. Y hasta el asado
a la parrilla se me da bien.
—No me sorprende
con lo obstinada que sos.
Ivana ya estaba
revisando la heladera. Sacó unas presas de pollo y verduras limpias. Después,
junto a tres papas a pelar, las depositó sobre la mesada.
—Te ayudo —ofreció
su amigo.
Ella le alcanzó
el pela papas y acomodó la carne en una fuente. Gael la observaba mientras cortaba
las verduras y las distribuía sobre el pollo. Alucinó que estaban en su propia
casa, que era su mujer y que compartían la rutina de una comida. Un escalofrío
de sensualidad lo recorrió al pensar en las connotaciones de la convivencia.
Ivi lo apremió:
—¿Es que no sabés
usar ese utensilio? Necesito las papas ahora.
—¡Ya, ya, jefa! —dijo
él saliendo de su embeleso y pelando rápidamente los tubérculos.
La muchacha los
lavó y los cortó en rodajas que acomodó alrededor de la carne y las verduras.
Sazonó todo y lo metió en el horno. Dejó lista la ensalada y acondicionó una
fuentecita con cuadrados de queso, aceitunas y fiambres. En una panera dispuso
pan tostado y tendió ambas al médico:
—Llevalas a la
mesa. Aliviará la espera —indicó.
Jordi había
distribuido la vajilla y esperaba la entrada. Ivana trajo una botella de vino
de la bodega paterna que compartieron entre ella y Gael.
—La picada te
salió excelente —le dijo el hombre con gesto circunspecto.
—¿Te aguantaste
cinco años para esta humorada? —lo fustigó.
Él sonrió y la
contempló con descaro mientras masticaba un trozo de queso. Ella le sostuvo la
mirada hasta que, con una carcajada que ocultó su confusión, se dio por
vencida. ¡Ojala tuviera la habilidad de Jordi para leer el mensaje que se
ocultaba tras las pupilas de su amigo! La alarma del horno fue el mejor
pretexto para dejar de plantearse interrogantes. Volvió con la fuente humeante
que colocó sobre el soporte que su hermano no había olvidado de colocar. Esta
vez la joven se sintió reivindicada. Los varones saborearon y alabaron el plato
caliente hasta ultimarlo.
—¡Ivi! ¿Por qué
no cocinás más a menudo? —preguntó Jordi.
—¡Ja! — lanzó
Gael regocijado.
—Porque la cocina
es territorio de mamá —contestó fulminando al médico con la mirada.
—Falta el postre —observó
el chico con espontaneidad.
—No vamos a
desmerecer este banquete dejándolo trunco —sostuvo Gael—. Hace un día perfecto
para ir a tomar un helado a la costa, ¿no les parece? Yo invito —aclaró al ver
el gesto indeciso de Ivana.
—¡Vamos Ivi…! —suplicó
su hermano.
—Está bien. Ya
sabía que todo es perfectible — murmuró la nombrada.
—¡Eh…! —la atajó
el hombre cercando sus hombros—. Lo tuyo fue perfecto porque con tu dulzura no
hacía falta el postre.
Ella volvió la
cabeza para observarlo y sorprender la burla en su mirada, pero se encontró con
una inquietante seriedad que la hizo apartarse.
—Bueno —dijo—.
Salgamos antes de que se oculte el sol.
Gael los trajo de
regreso a las seis de la tarde cuando todavía no habían regresado sus padres ni
sus hermanos. Jordi se instaló delante de su computadora y ella, después de
limpiar la cocina, se dio un largo baño y se puso el camisón. Intentó analizar
las largas horas compartidas con su amigo y las extrañas sensaciones que
experimentó. Rehuyó la investigación por tacharla de irracional y estaba
dormida cuando llegó el resto de su familia. También el niño durmió. No había
sufrimiento en las mentes de mamá y de papá y, en la de Ivi, algo había
empezado a resplandecer.
XII
Entre mediados de
otoño y principiando el invierno, Gael examinó a Jordi meticulosamente. Ivana,
concentrada en regularizar varias materias, descansó en su amigo la inquietud
que le provocaba la singularidad de su hermano. Se había convertido en una
compañera asidua de Lena y compartían juntas algunos pasatiempos como la
jardinería y caminatas.
—A papá cada vez
le insume más tiempo la sucursal de Buenos Aires —observó mientras recorrían el
circuito de Parque Urquiza.
—Sí. Esta vez se
queda una semana más porque renunció el encargado administrativo y debe buscar
un reemplazo. Ya que no tenés clase por el paro, pensé en que podríamos ir este
fin de semana y darle una sorpresa.
—¡Ay, mami…! —se
lamentó Ivi—. Le prometí a Jordi llevarlo a Temaikén. ¿Por qué no venís con
nosotros?
—Ya tendrás los
pasajes comprados…
—No… Vamos en el
auto de Gael. ¡Vení! —la instó.
—Sí… Me gusta el
programa. Además la única vez que fui era cuando Jordi tenía cinco años. ¿Tu
hermano lo propuso? —preguntó con una curiosidad no exenta de intuición.
—No —dijo Ivana—.
Gael nos invitó porque no conocía la reserva.
Completaron las
tres vueltas en silencio y se detuvieron a beber agua mineral. A la joven le
asombraba la percepción materna porque la excursión la había sugerido el médico
para ampliar el examen de su paciente.
—¿Qué es de la
vida de Gael? ¿Tiene novia? —averiguó Lena.
—No sé, mamá.
Nunca le pregunté. Si querés saber de él a nivel profesional, puedo informarte.
—Supongo que será
excelente con lo responsable que es —opinó su mamá—. Imaginate qué hubiera
hecho otro adolescente al quedarse solo en otro país y sin la presencia de sus
mayores…
—Se quedó a
estudiar.
—Eso lo dicen
muchos y después se dedican a la farra. Está bien que él se integró a nuestra
familia como un hijo más… y creo que entre todos le dimos la contención que
necesitaba, pero todavía no comprendo cómo sus padres pudieron abandonarlo.
—Porque sos
chapada a la antigua. No lo abandonaron, respetaron su elección y lo
sostuvieron económicamente. Además viajan cada tanto para verlo y él también se
hace sus escapadas a Inglaterra. Si no entendí mal, en julio se va por todo el
mes.
Lena no la
cuestionó, pero su gesto renuente lo decía todo. Prosiguió sus apreciaciones
sobre el estado civil de Gael:
—Es raro que no
tenga novia. Es atractivo, inteligente, afectuoso y comprometido con sus
principios. Además ya tiene veintiséis años. La edad que tenía tu papá cuando
nos conocimos.
—No todos siguen
su ejemplo. ¿Te olvidás de que yo tengo veintiocho?
—A tu edad, ya te
tenía a vos y a Diego. Si pensás tener hijos, no esperes demasiado. Es tarea
para gente joven.
—Mamá… Ni
siquiera tengo candidato. Además tengo muchos proyectos entre los que
precisamente no cabe criar niños.
—Serías una buena
madre, hija. Harto lo demostraste con tu hermanito. Y el mismo interrogante me
asalta cuando comparo tu soledad con la de Gael: ¿por qué dos hermosos
ejemplares de la raza humana no encuentran una pareja para sentirse realizados?
—Porque tu idea
de la realización no coincide con nuestras prioridades. Quiero recibirme, mamá,
y te voy a decir que si aparece alguien que me conmueva no lo voy a rechazar de
puro obstinada, pero tiene que reunir un buen puñado de condiciones.
Lena sonrió
imaginando a Ivana presentándole un cuestionario al hombre que quisiera
relacionarse con ella para estudiarlo luego con minuciosidad. Pero soslayaba el
componente instintivo de la atracción. Todavía tenía Ivi catorce años cuando
ella quedó embarazada de Jordi y poco habían hablado de su sexualidad naciente.
Después, las demandas giraron alrededor de la salud del niño. Cuando Jordi se
estabilizó, Ivana cumplía diecinueve años y ya guardaba los anticonceptivos en
el cajón de la mesita de luz.
—Hay algo de lo
que nunca hablamos, porque ya era tarde cuando pude dirigir mi atención hacia
vos —dijo la mujer sirviéndose el resto de agua mineral—. Y tiene que ver con
el sexo. Puedo inferir algunos requisitos que le exigirías a tu pareja como ser
honradez, inteligencia, buen carácter, respeto por el otro, etcétera, etcétera.
¿Pero qué lugar ocupa el amor entre estos requerimientos?
—Mamá, el sexo se
puede disfrutar estando o no enamorada. Basta que alguien te atraiga y tengas
algo en común. Mis experiencias fueron pocas, algunas satisfactorias y otras
intrascendentes, de esas que te preguntás cuando terminan ¿qué hago yo acá? Por
lo tanto archivé este aspecto hasta que la ocasión lo merezca. No me va a
matar, mami. Además, ahora que me sobra el tiempo, estoy pendiente de mi
carrera y del mayor acercamiento a mi familia. Eso se llama sublimar, ¿sabés?
—explicó con un dejo de suficiencia.
—Ya lo sé,
sabelotodo. También tomé algunas clases de sicología. Pero mejor que sublimar
es dirigir la pulsión sexual hacia el hombre que ames. Te garantizo que no hay
experiencia más gratificante —atestiguó Lena.
—Y he aquí a
madre e hija incursionando por el tema tabú de la sociedad victoriana —rió
Ivana—. Ya ves que nunca es tarde, mamita. Te puedo garantizar que no soy
frígida ni que detesto al sexo opuesto, pero la ansiedad de comer el fruto
prohibido ya me la quité. Ahora espero la manzana más deliciosa que pueda
ofrecerme el árbol de la vida. ¿Te quedarás tranquila? —le acarició el rostro
con ternura.
—Me sacás un peso
de encima, querida —declaró Lena—. Siempre me mortificó el pensamiento de no
haber podido tener con mi única hija la charla típica entre mujeres. —Miró a su
alrededor y comentó—: se está haciendo tarde. Deberíamos salir más temprano.
¿Adónde está el mozo?
—Vamos a pagar
adentro —dijo Ivi levantándose—. Hace rato que no lo veo.
Las mujeres
caminaron hasta el bar atravesando la línea sombría de los árboles; tan
abstraídas habían estado en la conversación que no advirtieron que la luz y los
paseantes menguaban. Ivana no tuvo tiempo de retroceder. Un encapuchado la tomó
del brazo y la hizo ingresar al local trastabillando. Su madre arremetió contra
el hombre para liberarla y fue empujada con rudeza contra el dependiente que
las había atendido y que estaba con los brazos alzados.
—¡Contra la
pared, todos! —gritó el delincuente que tenía un arma en la mano—. ¡Vos
también! —dijo soltando a la muchacha.
Ivana obedeció y
se puso junto a Lena. Le apretó el brazo esperando calmar el temblor de su
madre. Desde esa posición observó que los ladrones eran tres y dos estaban
armados manteniendo amenazadas a varias personas. Si nos hubiéramos ido sin pagar la cuenta esto no estaría pasando. ¿Qué
digo? Nunca lo hubiéramos hecho. ¿Y ahora? Estos tipos parecen drogados. Y
nosotras no tenemos nada de valor más que unos pesos para pagar la consumición…
—La plata, el
celular y todo lo que tengas —el de capucha le apoyó el revolver en la cabeza
mientras el cómplice desarmado mantenía abierta una bolsa.
Lena emitió un
gemido y ella, sin moverse, le pidió:
—Tranquila, mamá…
Por favor. Dame tu teléfono —sacó el suyo del bolsillo junto con el cambio y
arrojó todo al bolso—. No tenemos más que esto entre las dos.
—Ya voy a ver qué
hago con ustedes, turra. Y cuidá a la veterana para que no se coma un confite
—intimó pasando al siguiente.
Ivana no necesitó
un intérprete para entender que el asaltante advertía que no se resistieran.
Los vio recorrer la fila y encañonar a uno por uno para amedrentarlos. Al
llegar al último lo obligó a pasar detrás del mostrador.
—Abrí la caja y
pasame la guita. ¡Guarda con apretar cualquier botón!
El hombre,
nervioso, encajó la llave en la cerradura y tiró de una manija para hacer
deslizar la bandeja de la registradora. Sacó billetes y monedas y los puso en
la bolsa que sostenía el otro individuo.
—¡La guita grande
que tenés aparte, también! —vociferó el encapuchado.
—¡Esto es todo!
¡Lo juro! El negocio se movió poco… —el golpe propinado con el arma le hizo
sangrar la boca y le arrancó un alarido de dolor.
—¡Callate,
marica! Sabemos que la plata grande la escondés. A ver… ¿Adónde está tu mina?
—¡Ahí! —señaló a una mujer que su cómplice apartó de la fila. Cuando la tuvo al
lado le puso el arma en el estómago—: Si no la querés boleta, decí donde
escondés la guita.
La mujer lloraba
aterrada balbuciendo que no la mataran. El que la sostenía le dio un puñetazo
para que se callara y ella quedó gimoteando en el piso. Ivana no pudo soportar
tanto atropello. Con el rostro congestionado por la ira, lo increpó al de la
capucha:
—¡Sos un cobarde!
¡No es de hombres golpear a una mujer indefensa! ¿Acaso no tenés madre o
hermana o pareja? —se atropelló con las palabras.
El sujeto volteó
para mirarla, levantó el arma e hizo fuego. Lena se arrojó al piso y arrastró a
su hija con ella. El estampido las ensordeció y creyeron escuchar muy a lo
lejos una sirena policial. La reacción de los maleantes les confirmó la
suposición: salieron de estampida llevándose la bolsa y el encapuchado, en
represalia, efectuó varios disparos antes de desaparecer tras la puerta.
Siguiendo el ejemplo de la mujer, los demás cautivos habían hecho cuerpo a
tierra a partir del primer fogonazo por lo que nadie resultó herido. Ivana
apartó a su madre que la había cubierto con el cuerpo al tiempo que dos
uniformados ingresaban al bar.
—¡Mamá! ¿Estás
bien? —se inclinó sobre ella.
—¡Sí! ¿Y vos?
—preguntó Lena conmocionada.
La chica asintió.
Se levantó izando a su madre con ella y miró a su alrededor tratando de salir
de su aturdimiento. Salvo el dueño del bar y su mujer, los demás estaban de
pie. Se acercó a los caídos que estaban concientes, pero advirtió que el hombre
sangraba profusamente.
—¡Llamen a una
ambulancia! —exigió a los policías.
—Ya lo hicimos,
señorita. Mientras tanto vamos a tomar nota de sus identidades —dijo uno.
Después de dar
sus datos de filiación, Lena se acercó al teléfono que estaba sobre la barra y
llamó a Diego. Cuando colgó, le comunicó a Ivi:
—Tus hermanos
están en Roldán. No los quise inquietar pero no quiero volver a casa ni en taxi
ni en remís. Estoy paranoica, sí —declaró antes de que su hija se lo hiciera
notar—. Llamalo a Gael.
Ella no protestó.
El incidente había mellado esa frágil seguridad en la que había transitado
hasta el presente. Marcó el número de su amigo y se dio a conocer:
—Estamos en
camino, Ivi —escuchó del otro lado.
—¿Estamos?
—balbuceó.
—Con Jordi.
Estamos a diez cuadras —repitió—. ¿Están bien?
—Sí —dijo, y
colgó.
¿Acaso Jordi…?
XIII
Ivana se arrimó a
la mujer del cantinero para tranquilizarla:
—Acabo de hablar
con un amigo que es médico. Está cerca y podrá revisarlos.
—Gracias —murmuró
la joven—. De no ser por vos quién sabe qué me hubieran hecho…
Ella se encogió
de hombros.
—Gracias a la
llegada del patrullero, dirás. Lo mío acababa en desastre —se estremeció—. Voy
a avisarle a los canas que viene mi amigo, no sea que lo tomen por un
delincuente —le explicó a la mujer.
Caminó hasta
donde estaban los policías y se dirigió al de mayor edad:
—Agente, en
cualquier momento llegan un amigo y mi hermano a buscarnos. ¿Me puede decir por
qué tarda tanto la ambulancia? Ese hombre necesita atención médica.
—Ya la reclamamos
—dijo con impaciencia.
—Y mientras tanto
los ciudadanos sufren las consecuencias de su demora. ¿Se da cuenta de que ya
no podemos salir tranquilos a la calle, de que no estamos seguros en ningún
lugar? Me asombra de que hayan aparecido tan a tiempo —expresó enojada.
—En vez de quejarse
tendría que agradecer que estuviéramos recorriendo la zona y escucháramos la
alarma —espetó el uniformado.
—¿La alarma? —se
sorprendió la joven—. Aquí no sonó ninguna alarma.
—¿Y cómo cree que
llegamos?
El impetuoso
ingreso de Gael y Jordi clausuró la discusión. El jovencito corrió hacia su
hermana y la abrazó con fuerza. Gael, con el maletín en la mano, se acercó a
Lena:
—¿Cómo están?
¿Están heridas? —demandó pasándole un brazo por los hombros.
—Nosotras no
—intervino Ivi—. Pero hay dos golpeados —señaló a la pareja.
El médico se
acercó para examinarlos y atendió al hombre en primer lugar. Con un apósito
paró la hemorragia y después desinfectó y vendó la herida de la mujer.
—Hay que
suturarlo —anunció a los policías—. ¿La asistencia está en camino?
—Ya la
reclamamos, doctor —repitió el guardia en tono respetuoso.
Gael vaciló un
momento, después le notificó:
—Los voy a llevar
en mi auto hasta el hospital de emergencias. Anule el llamado.
—Sí, doctor —se
dirigió a los presentes—: se pueden retirar. Mañana se los citará en la
comisaría.
Ivana cerró el
negocio con la llave que le entregó la propietaria mientras Gael y Lena
ayudaban a la pareja a acomodarse en el vehículo. Después de que los atendieran
en la guardia del hospital y asegurarse de que los familiares estaban en
camino, se despidieron de los pacientes.
—¡Esperá!
—exclamó la mujer tomando la mano de Ivi—. Mi nombre es Silvia. ¿Cómo te
llamás?
—Ivana —sonrió.
—Les debemos una
grande. Vengan a visitarnos que serán nuestros invitados —y aclaró—: la próxima
tendremos alarma y seguridad privada.
—De acuerdo
—contestó la muchacha, condolida.
Llegaron a la
casa adonde aún no habían regresado los varones. Lena titubeó antes de abrir la
puerta:
—Gael —dijo—: ¿te
quedarías hasta que vengan Diego y Jotacé?
—¡Ma!
—interrumpió la hija—: que Gael ya hizo demasiado por nosotras.
—Será un gusto
—la contrarió él que no deseaba perderla de vista tan pronto.
—Gracias, hijo
—respondió la mujer, aliviada.
Ivana anunció que
se iría a bañar mientras su mamá preparaba la cena, y Jordi invitó al médico
para presenciar una final de tenis. Después de comer pasaron a la sala adonde
Lena relató con detalles el apremio sufrido. Se le quebró la voz al recordar el
disparo fallido.
—Mamucha me
cubrió con su cuerpo por si volvían a tirarme —aportó Ivi sentada al lado de su
madre—. Todo un gesto maternal, ¿eh? —se inclinó para besarla.
A Gael lo sofocó
el pensamiento de cubrirla con su cuerpo y, para guardar las formas, recurrió a
una pregunta:
—¿Qué te pasó por
la cabeza para correr ese riesgo?
—Nada y todo.
Cinco minutos antes era una muchacha común charlando amigablemente con su madre
y cinco minutos después una mujer sometida a la violencia de unos inadaptados.
—Se levantó alterada—. El instinto de conservación me privó de reaccionar
cuando golpearon al hombre, pero cuando agredieron a la mujer, no pude más. Fue
tan fácil morir porque tu agresor no vaciló en dispararte... —dijo aturdida—.
En una fracción de segundos te esfumás con todos tus proyectos —Se cubrió la
cara con las manos.
Gael saltó del
sofá y la cercó en un abrazo de oso.
—Ivi… Ivi…
—murmuró junto a su oído—: éste es el mundo en el que debemos vivir, chiquita.
Deploro lo que pasó, pero esta experiencia no tiene que desanimar a la muchacha
obstinada que conozco —prolongó el fuerte abrazo hasta que sintió que se relajaba.
Aflojó el apretón y le descubrió el rostro—. A ver, Ivana Rodríguez —exigió
mientras le mantenía levantado el mentón para que lo mirara a los ojos—:
Asomate que te quiero ver.
Jordi observaba
la escena con tranquilidad. Su hermana no necesitaba más que la presencia de su
amigo para desarticular todas las inseguridades que le causara el incidente.
Lena, asistiendo al conjuro del joven para expulsar los fantasmas del miedo que
acosaban a su hija, vislumbró un futuro adonde Ivana encontraría en Gael al
hombre que la conmovería. La escuchó reír mientras lo empujaba para apartarse.
—Gracias por tu
sesión de terapia, pero que conste que sólo me estaba desahogando. Si hubieras
esperado un poco, chico impaciente, te habrías ahorrado la perorata —dijo con
insolencia.
—Me dejás
tranquilo —señaló él con placidez—. Seguís tan maleducada como siempre.
Ivi le hizo una
mueca y propuso al trío:
—¿Quieren
escuchar un poco de música?
—¡Sí! –gritó
Jordi con entusiasmo.
Sin evaluar más
respuestas, seleccionó Rapsodia en blue de Gershwin. Se recostó en el sillón
pequeño y entornó los ojos para concentrarse en la melodía. Como eslabones de
una cadena, Gael estaba pendiente de Ivana, Lena de Gael y Jordi de todos. Un
aire de nostalgia flotó sobre las facciones de la joven que se fueron realzando
a medida que avanzaba el concierto. El médico la observaba compenetrándose del
semblante sensible y sin ocultar sus emociones a los ojos de la madre ni el
hermano. Lena reconoció en el rostro suspendido del joven la pasión hasta ahora
inadvertida y anheló que su hija le correspondiera; y Jordi siguió aprendiendo
el significado de las imágenes que se agitaban en el cerebro de los mayores:
Ivi, Gael y su madre eran las verdaderas notas de esa sinfonía.
XIV
Lena atendió el
teléfono cerca de las doce y le transmitió al grupo que Diego y Julio César se
quedaban a pasar la noche en Roldán. Su gesto de inquietud motivó la reacción
de Gael:
—Si te deja más
tranquila me quedo a dormir como en los viejos tiempos, ¿querés?
—¡Sos un ángel!
—exclamó Lena—. No me hubiera atrevido a pedírtelo. Ocupá el dormitorio de los
chicos. —Les propuso—: ¿Vamos a acostarnos? Estoy molida.
—Vamos, mami
—asintió Ivana apagando el equipo de música.
En tanto las
mujeres terminaban de ordenar la cocina, Jordi y Gael subieron a la planta
alta. Cuando ellas lo hicieron, ambos se habían acostado. Ivi se despidió de
Lena y entró a su cuarto. Frunció el ceño y volvió a salir para golpear
suavemente la puerta del dormitorio de sus hermanos mayores.
—¡Adelante!
—autorizó su amigo.
Abrió la puerta y
lo encontró acostado en la cama de Diego. Se había incorporado y mostraba el
torso desnudo. Por un momento lo calibró como mujer y admiró la musculatura que
exhibía el hombre. Él la miró sin pronunciar palabra hasta que ella reaccionó:
—Gael —dijo
acercándose al lecho—, no voy a poder dormir si no me aclarás cómo llegaron tan
oportunamente Jordi y vos.
Su amigo palmeó
el borde de la cama invitándola a sentarse. Ella experimentó, por primera vez,
un confuso nerviosismo al estar en situación tan intimista con el joven. ¡Pero si dormimos mil veces juntos cuando
íbamos de campamento! ¡Y yo siempre me arrimaba a él para evitar las bromas
pesadas de mis hermanos! Dominó su emoción y le dirigió una mirada
interrogante.
—Estaba tratando
de interpretar el encefalograma que le practicaba a Jordi, cuando sus ondas
cerebrales entraron en estado de paroxismo. Se arrancó los electrodos y gritó
que estabas en peligro. A pesar de su alteración me explicó con claridad adonde
estabas y me pidió que fuéramos a buscarte.
—¿Adónde estaba…?
—interrumpió ella—. ¿Cómo podía saberlo?
—Sé paciente —pidió
el médico—. Bajamos corriendo y me fue guiando hacia el parque Urquiza. En el
camino vimos un patrullero estacionado y a los policías que lo ocupaban, charlando.
Me hizo detener y de pronto, así como te cuento, los agentes subieron al auto,
pusieron la sirena y salieron como alma que lleva el diablo—. Calló un instante
como si quisiera ordenar su pensamiento—. Cuando arranqué, los había perdido de
vista. Hubiéramos llegado antes si un camión de los que transportan volquetes
para obras no se hubiera puesto a maniobrar media cuadra adelante parando la
circulación. Estaba por bajar para obligar al conductor que se apartara, cuando
Jordi me dijo que ya había llegado la policía. Mientras esperábamos que se
reanudara el tránsito recibí tu llamado.
—Estoy asustada,
Gael. ¿Jordi tiene poderes sobrehumanos? —articuló con voz temblorosa.
—Digamos que
tiene un patrón mental distinto al de una persona común. Presenta una actividad
de onda cerebral atípica que le permite captar la energía de otros cerebros. Aparenta una especie de sinestesia
cerebral desconocida hasta ahora.
—¿Puede leer
nuestro pensamiento?
—Por medio de
imágenes reconocidas por él. Es un muchacho superdotado, Ivi. Una verdadera
mutación de la especie.
Ella se
estremeció y, como si tuviera frío, se abrazó a sí misma. Gael estiró el brazo
para acariciarle la cabeza.
—Ivi, lo de Jordi
no debe preocuparte. Si confiás en mí, estaré a su lado para ayudarle a
comprender las características de su talento. Él aprende rápido y está
consustanciado con su capacidad. Lo positivo es que no le causó ningún trauma
porque siempre lo asumió espontáneamente.
—Es que no quiero
que lo vean como un fenómeno… —se lamentó la hermana.
—¡No será así!
–afirmó el médico—. Después que termine de evaluarlo quiero que venga conmigo a
Inglaterra. Allí hay una organización que se especializa en jóvenes que tienen
un cociente intelectual relevante. El director es amigo mío y completará con
tests los estudios que le estoy haciendo.
—¿Llevarte a
Jordi? ¡Ni loco! —reaccionó Ivana irguiéndose.
—Por eso —sonrió
Gael —pensé en que podrías acompañarnos.
—Vos te vas el
mes que viene y, aunque tuviera los medios, tengo que rendir tres parciales
—alegó la joven.
—Pero después
tenés el receso de invierno, y tal vez en lugar de dos semanas podés tomarte
tres. Pensalo. Los pasajes corren por mi cuenta y la estadía será en casa de
mis padres, de modo que no tendrás ningún gasto.
—¿Estás seguro de
que será en beneficio de Jordi? —preguntó ella después de un momento.
—Absolutamente.
Debe integrarse a un medio que le facilite el manejo de sus habilidades. Si él
puede hacerlo a conciencia, su vida será tan normal como la de cualquiera.
—No sé… —dudó
Ivana—. Debería coordinar tantas cosas…
—Yo sé que podrás
—aseveró Gael— así que poné a trabajar esa cabecita y dejá lo demás a mi cargo.
Ella hizo ademán
de levantarse y se volvió a sentar porque aún le quedaban varios interrogantes:
—Los policías
hablaron de una alarma, pero yo no escuché ninguna. Además, la dueña del local
declaró que la iban a instalar. —Lo miró perpleja.
—Fue una
elaboración de Jordi. Lo charlamos mientras esperábamos que se despejara la
calle. Se dio cuenta de que no íbamos a llegar a tiempo y proyectó la imagen
sonora de la alarma hacia los agentes además de la ubicación del lugar —explicó
el hombre con naturalidad.
—Y me lo decís
tan tranquilo… —reprochó ella.
—Vas a tener que
acostumbrarte a esto y mucho más, mi querida —declaró Gael con ternura.
—Lo vas a cuidar,
¿verdad? —su reclamo estaba henchido de inquietud.
—Como si fuera de
mi sangre —garantizó, y su mirada no dejaba espacio para la duda.
Ivana se
incorporó. Antes de irse formuló la última pregunta:
—El viaje a
Temaikén, ¿está relacionado con la valoración de Jordi?
—Sí. Estará en
contacto con animales insertos en su hábitat natural. Ambos queremos investigar
el grado de acción que pueda ejercer sobre ellos.
—Bueno. Menos mal
que viene mamá, porque ustedes me iban a marginar como siempre —dijo con aire
de fastidio.
—¿Viene Lena?
¡Fantástico! —declaró su amigo—. Me preocupaba dejarte deambular sola por el
parque mientras Jordi y yo nos dedicábamos a indagar este proceso.
—¿Y quién los
necesita? —observó con altanería—. Me las hubiera arreglado muy bien sola.
Gael le prodigó
una mirada que la turbó. Se volvió hacia la puerta y escuchó su voz burlona:
—¿Te vas sin
darme el beso de las buenas noches?
—Ya te lo va a
dar tu mamá cuando vayas a Inglaterra —le contestó sin dar la vuelta—. ¡Qué
duermas bien!
Él, acodado sobre
la cama, la vio desaparecer al cerrarse la puerta. Sonrió cada vez más seguro
de lo que sentía por la díscola muchacha. Por lo pronto, no desaprovecharía
ninguna oportunidad de frecuentarla. Y cuando estuvieran en su país natal,
confiaba en conquistarla. Se durmió deseándola entre sus brazos.
XV
Gael se despertó
a las siete de la mañana, se vistió y bajó en silencio con la intención de no
despertar a los durmientes. Lena lo atajó en la puerta de la cocina adonde ya
tenía preparado el desayuno.
—¡Buen día! No
pensarás que te vas a ir sin desayunar…
—¡Buen día, Lena!
Creí que necesitaban descansar después de semejante aventura.
—Yo dormí bien
sabiendo que no estábamos solos —dijo la mujer agradecida—. Servite lo que
gustés.
El médico se
acomodó en la barra y vertió café con un chorro de leche en el pocillo. Untó
una tostada con manteca y mermelada y los degustó pausadamente.
—¿Y Julio? –se
interesó.
—Vuelve la semana
que viene. Tiene que solucionar algunos problemas en la oficina. Para ser
franca, pensé que ahora que los chicos son grandes dispondríamos de más tiempo
para nosotros, pero este trabajo lo retiene cada vez más tiempo fuera de casa
—dijo pesarosa.
—Ya los resolverá
—la consoló. Sacó el celular y le notificó—: Voy a llamar al hospital para
saber si le dieron el alta a la pareja agredida.
La madre de Ivi
se sirvió otro café mientras Gael se comunicaba.
—Anoche mismo se
retiraron —participó al terminar la comunicación. Y agregó—: Me voy ya porque
tengo que hacer un estudio. Mañana los paso a buscar a las ocho. ¿Te parece
bien?
—Perfecto.
Gracias por quedarte, Gael —se acercó para despedirlo con un beso.
—Ya sabés que por
mi segunda madre hago cualquier cosa —él la rodeó con un brazo y la besó en la
frente.
Salieron
sonriendo hasta la calle adonde se toparon con Diego y Jotacé que volvían de
Roldán.
—¡Doctor! —Julio
César estiró la palma de la mano abierta para chocarla con la de Gael—. Espero
que tu presencia no esté relacionada con tu profesión…
Diego lo palmeó
en el brazo y lo miró con inquietud.
—Tranquilos,
muchachos —les contestó calmoso—. Todo está en orden. Me espera un paciente,
pero si tienen tiempo los invito con el aperitivo en el bar de enfrente.
Los hermanos
asintieron y entraron a la casa con su madre. Lena les sirvió un café y los
puso al tanto del atraco sufrido y del gesto solidario de Gael.
—¡Ya me parecía
que algo pasaba cuando llamaste! —dijo Diego—. Tendrías que haberme contado la
verdad.
—Hijo, estaban
demasiado lejos para esperar que vinieran a buscarnos y no tenía sentido
intranquilizarlos —señaló su madre—. Lo que sí les pido, es que nos acompañen a
la comisaría cuando nos citen.
—Dalo por
descontado, mamá. Me voy a dar una ducha y a cambiar para estar listo.
Cuando los
jóvenes bajaron, Ivi y Jordi estaban desayunando. Ambos abrazaron a sus
hermanos y Jotacé amonestó a Ivana:
—¡Mujer loca!
¿Cómo se te ocurrió exponerte sin pensar en tu familia?
—¡No pasó nada…!
Además súper mamá acudió en mi rescate —añadió restándole dramatismo al suceso.
Diego la miró con
gravedad. La imagen de su entrañable hermana derribada por un disparo mortal,
se le hacía intolerable. Jordi, para aliviarlo, mencionó la intervención del
médico:
—¡Gael las fue a
buscar, curó al hombre y a la mujer lastimados, nos trajo a casa y la
tranquilizó a Ivi!
—¡Ooo...…!
—exclamó Jotacé — ¿y se puede saber cómo?
—La abrazó
—declaró Jordi.
—Qué hombre
inescrupuloso… —masculló Julio César con una risita.
—Mamá, ¿se puede
saber de dónde sacaste a este tarado? —reaccionó Ivana irritada.
El timbre del
teléfono eximió la respuesta de Lena. Las requerían de la comisaría para firmar
una declaración. Se presentaron escoltadas por Diego y Jotacé, y después de
concluir el trámite los varones las dejaron en el centro adonde se encontrarían
con Jordi para almorzar. Ellos se separaron para responder a la invitación de
Gael.
Diego manejaba
ensimismado, pero la apreciación de su hermano no lo sorprendió:
—Parece que el
medicucho está empezando a embestir…
—Sabrás que está
enamorado de Ivi.
—Creo que la
única que lo ignora es ella. A mí me cabe la idea de que sean pareja, ¿y a vos?
—Totalmente.
Aunque le espera una tarea titánica: correrse del lugar de amigo para ser
considerado como hombre. Así que te agradecerá que no la chicanees con tus
sarcasmos.
—¡Trataré,
trataré! —rió Jotacé—. No me perdonaría poner piedras en el camino de sir Gael.
Diego hizo una
mueca y no perseveró con el tema. Su amigo los estaba esperando en el bar y
suplieron el almuerzo por un abundante refrigerio. No pudieron soslayar el
ataque sufrido por madre e hija. Para los hermanos, el médico había respondido
a la llamada de Ivi y al reclamo materno de compañía, omitiendo la intervención
de Jordi. Julio César no pudo evitar un comentario deliberado:
—Jordi dijo que
tuviste que confortar a Ivana…
Gael lo miró con
una sonrisa apacible y se tomó tiempo para contestar:
—¿Acaso no fuiste
vos el que me aconsejó que la avanzara rápido?
Jotacé largó una
carcajada ante la mirada consternada de Diego.
—¡No era para que
te lo tomaras tan a pecho! Pero contame por qué necesitó tu consuelo.
—Porque se
derrumbó cuando tomó conciencia de que podría haber muerto. Sólo ayudé a que
saliera del marasmo —precisó Gael con voz grave y pausada. Después, para
despejar de pensamientos sombríos a sus amigos—: Mañana me llevo a Jordi y a
las muchachas a Temaikén.
—¡Ja! –rió Julio
César—. ¿Mamá no deja sola a su bebé?
—Si alguna vez
pudieras cerrar esa bocota… —amonestó Diego.
—Dejalo, de otro
modo no sería Jotacé —dispensó el médico—. Saldremos a las ocho y me propongo
retenerlos tanto como pueda —dijo con una sonrisa traviesa.
—Derrapaste con
el idioma, hermano. En singular y femenino se dice retenerla —precisó Jotacé.
El rostro de Gael
se iluminó con una risa espontánea ante la enmienda de su amigo quien atajaba
riendo el puñetazo fraterno. Fueron tres hombres unidos por la conciencia de la
pasión de uno y la aceptación de los otros dos.
XVI
Después de
adquirir los nuevos celulares para reponer los robados, Ivana y Lena pasaron a
buscar a Jordi por el local de video juegos. Estaban a pocas cuadras de la
costa, por lo que almorzaron en un restaurante con vista al río. Volvieron a
las tres de la tarde y, mientras el chico se instalaba con sus hermanos a mirar
un partido de fútbol, las mujeres se retiraron a descansar. Lena, a solas en su
dormitorio, intentó comunicarse con Julio pero su teléfono parecía estar fuera
de servicio. Le dejó un mensaje de voz advirtiéndole del cambio de numeración.
Una intensa desazón la perturbó impidiéndole dormir. Sentía que su marido
estaba cada vez más lejos de ella y de su casa. A las cinco bajó después de
ímprobos esfuerzos por conciliar el sueño. Bebió un café y media hora después
la despertó a Ivana.
—¡Qué cara, mami!
¿No descansaste?
Lena evaluó la
posibilidad de comentar con Ivi su inquietud, pero la desechó por no
mortificarla considerando el percance pasado.
—No mucho —sonrió
desvaídamente—. ¿Vas a salir esta noche?
—No. Podemos
comer temprano y ver una película, ¿qué te parece?
—Buena idea. ¿Me
acompañás a regar las plantas?
Subieron a la
terraza que había diseñado Julio César mientras cursaba la carrera de
arquitectura. Había transformado el amplio espacio en un vergel donde convivían
enredaderas y distintas especies de plantas ornamentales y floridas. Un quincho
totalmente equipado y de considerables dimensiones le proporcionaba a la
familia un lugar de esparcimiento y de encuentro los fines de semana.
Encendieron los faroles y, mientras su madre recorría los setos con la
manguera, Ivana cayó en la cuenta de que el último asado lo habían comido en
verano. Su papá estaba tan exigido con el trabajo que rehuía cocinar los fines
de semana. Y Diego y Jotacé siempre tenían algún compromiso. Observó la
dedicación de Lena delante de cada planta y una oscura intuición de angustia la
sacudió. Se acercó a su mamá y en silencio la ayudó a desmalezar los arbustos.
Cuando terminaron, eran más de las siete. Diego anunció que salía con Yamila, y
Jotacé con Arturo y Ronaldo. Ellas cenaron con Jordi a las nueve y a las diez
se acomodaron en la sala para ver una película. Esa noche Lena tomó un
ansiolítico y, por asociación, pudieron descansar ella y su hijo menor.
Gael tocó timbre
a las ocho y cuarto. El cielo nublado las sorprendió al compararlo con el
atardecer límpido del día anterior. Lena e Ivana volvieron a la casa en busca
de ropa de mayor abrigo, pilotos y paraguas, y a las ocho y media salían para
Escobar. La lluvia se desató a mitad de camino por lo que el médico propuso un
alto para tomar algo caliente y esperar a que mejorara el tiempo. Se detuvieron
en un parador y poco después degustaban chocolate con churros.
—¿A qué fue idea
de Jordi? —adivinó Ivi.
Su hermano rió
mientras saboreaba el chocolate caliente. Ella miró el cielo encapotado a
través de los cristales de la ventana y preguntó:
—¿Iremos igual
aunque llueva?
Su amigo, que no
estaba dispuesto a privarse de su compañía por el mal tiempo, respondió con
seguridad:
—No creo que el
temporal dure todo el día; además hay muchos lugares para recorrer a cubierto.
Iremos.
—Estoy de acuerdo
—intervino Lena—. Ya hicimos más de la mitad del camino y a lo mejor llegamos
sin lluvia.
A las doce, bajo
los paraguas, ingresaron al parque temático. Decidieron almorzar en una
parrilla con la esperanza de que amainara la lluvia. Antes de que terminaran de
comer, el aguacero se transformó en fina llovizna. Cuando abandonaron el
restaurante, Lena se sorprendió ante la porfía de Ivi de elegir un itinerario
distinto al de los varones, pero no dudó en acompañarla. Visitaron el acuario,
asistieron a la proyección de cine 360º, admiraron distintas especies de aves,
recorrieron la chacra adonde Ivana se extasió alimentando terneros y aves de
granja y Lena se dejó seducir por la extensa huerta. De tanto en tanto
avistaban a Jordi y Gael, momento en que la hija proponía un lugar que los
alejaba del dúo. A las cuatro y media de la tarde y después de haber alternado
con murciélagos, lémures, suricatas, pumas, canguros y otros animales ignotos,
Lena se declaró en rebeldía y exigió merendar. Ivana la guió hasta una
confitería adonde eligieron una porción de torta casera que acompañaron con
café.
—¿Me querés decir
por qué te escapás cada vez que nos cruzamos con Gael? Creí que veníamos a una
excursión de cuatro.
—Eso no significa
que recorramos el parque del brazo. Además no me escapo de nadie. Ellos tenían
otros intereses. Será más divertido cuando nos juntemos a intercambiar
impresiones —dijo despreocupada.
—¿Y adónde se
supone que nos vamos a juntar? —preguntó la madre.
—Presumo que me
mandará un mensaje —se quedó callada—. ¡Ay, mami! No le dí el número de
teléfono nuevo.
—Llamalo vos,
entonces.
—No me acuerdo de
memoria —dijo contrariada.
Lena suspiró y
miró hacia el exterior. Gruesos nubarrones empañaban la poca claridad del
ocaso. Un trueno distante presagió un temporal.
—Tendremos que
buscar el auto en el estacionamiento y esperarlos allí —discurrió la mujer.
—Caminaremos un
poco más. Si no los encontramos, esperaremos en la entrada bajo techo. A las
seis terminan las actividades.
Se marcharon de
la confitería a las cinco. Las primeras gotas las golpearon anticipando la baja
temperatura. Las luces del parque se habían encendido para disipar la
oscuridad. El viento les impedía usar los paraguas y los impermeables no
evitaban que el agua se filtrara. Lena extendió el brazo para frenar la marcha
de su hija:
—¡Ivi! Nos
estamos empapando. Volvamos a la entrada.
La joven no se
opuso porque estaba aterida. Antes de retroceder, vibró su celular.
—¡Gael! —gritó
para hacerse escuchar sobre el ulular del viento—: ¿Adónde están?
—Buscándolas.
¿Por dónde andan?
—Yendo hacia el
ingreso. Los esperamos ahí.
Cuando se
refugiaron de la lluvia, Lena señaló:
—¿No era que no
le habías dado el número a Gael?
—Así es. Nunca se
lo dí —señaló un sillón—: ¿Nos sentamos?
Se quitaron los
impermeables y se acomodaron para aguardar a los muchachos. En el hall el
movimiento de visitantes era continuo. La mayoría abandonaba las instalaciones
y otros hacían sus compras de último momento.
—Esta vez no
disfruté del paseo como cuando era chica —dijo Ivana—. Los animales estarán
bien cuidados, pero esto no es más que un cautiverio de lujo. Me dio mucha
tristeza.
—Es cierto lo que
decís. Pero con tanto daño al ecosistema, hasta los que están aquí hubieran
desaparecido —opinó Lena.
Jordi y el médico
no demoraron más de cinco minutos en llegar. El chico abrazó a las mujeres y le
pidió a su madre comprar un recuerdo. Cuando Ivi quedó a solas con Gael, lo
apremió:
—Tenemos que
vernos sin testigos. Quiero detalles del paseo con Jordi —y cambiando de tema—:
¿Cómo supiste mi nuevo teléfono? No alcancé a dártelo.
El hombre sonrió
ante la ráfaga de palabras disparadas por la joven. Respondió a su pregunta:
—Jordi memorizó
tu número y el de Lena. Ya los tengo ingresados. Con respecto a tu propuesta,
podríamos ir a cenar cuando lleguemos a Rosario —ofreció, encantado de la
posibilidad de un encuentro más intimista.
—¿A qué hora
estaremos de vuelta?
—No antes de las
diez si la tormenta persiste.
La observó hacer
un mohín de contrariedad que le confería a su rostro el talante de la niña
voluntariosa que lo había cautivado. Esperó la conclusión de la muchacha.
—Bueno —dijo por
fin—. Si llegamos a laz diez, dame una hora para cambiarme. ¿Te parece?
—Tomate el tiempo
que quieras. Cuando estés lista, me llamás.
—A las once te
estaré esperando en la puerta —insistió.
Él rió
francamente ante la tozudez de la chica. Y ella, tomando conciencia de su conducta,
lo imitó.
XVII
A las seis y
cuarto pegaron la vuelta. Gael, con la expectativa puesta en la salida con
Ivana, se arriesgó en la ruta más de lo que la prudencia aconsejaba y, a las
nueve y media, dejaba a sus pasajeros a la puerta de su casa. A las diez y
media ya estaba listo para ir a buscar a su amiga. Suponiendo que su familia
estaba cenando, estacionó frente al domicilio y la esperó en el auto. A las
once y cinco apareció la joven envuelta en un abrigo largo. Con paso decidido
se acercó al vehículo, abrió la puerta del acompañante y se instaló al lado del
conductor.
—Hola, Gael
—saludó rozando la mejilla del hombre con sus labios.
—Hola —respondió
él inclinándose y devolviendo el beso.
Ivi se reclinó
contra el asiento y esperó a que él arrancara sin preguntarle adonde irían. Se
sentía relajada en compañía de su amigo y estaba segura de que ya tenía el
lugar elegido. Por contener su ansiedad, no habló durante el trayecto. Gael
entró en una playa de estacionamiento céntrica y le aclaró que debían caminar
media cuadra.
—Te voy a llevar
a conocer el restaurante de un amigo. Se llama The factory.
—¿Preparan
comidas típicas de Inglaterra?
—Como
especialidad. Pero tienen platos internacionales.
—¡Yo quiero
probar el shepherd's pie y de postre, trifle! –reclamó Ivi con gesto de niña
caprichosa, lo que desató la risa de Gael.
—¿Tal vez quieras
entrar a la cocina y seleccionar tus platos ahí? –dijo sin dejar de reír y
acomodándole la mano sobre su antebrazo.
—¡No! Porque
entraría en un estado de indecisión que me impediría elegir. Me quedo con lo
que pensé.
Un maître les
abrió la puerta y los saludó con deferencia:
—¡Bienvenidos!
¿Me permiten sus abrigos? –preguntó.
Gael se despojó
del suyo y ayudó a Ivana a quitarse el tapado. Le estiró la prenda al camarero
sin mirarlo porque sus ojos estaban detenidos en la figura de la muchacha que
lucía un corto y ajustado vestido negro. Sus piernas, cubiertas por medias
semitransparentes del mismo color, concluían en unos altísimos zapatos con
plataforma. El pelo recogido destacaba sus armoniosas facciones y toda ella era
un compendio de gracia.
—¿Vamos? –le dijo
a su encandilado acompañante girando hacia el maître que los esperaba para
guiarlos.
El recatado
escote delantero no anunciaba la espalda desnuda hasta la cintura sólo cruzada
por dos breteles. Gael caminó tras ella admirando la dorada textura de su piel
y tratando de recuperar el dominio ante esa mujer que se le había revelado
recientemente. Antes de que el empleado los acomodara en una mesa, un hombre
maduro se les acercó:
—¡Gael! Es un
gusto verte, amigo –dijo en inglés y tendiéndole la mano.
—Hola, Alec –le
contestó en el mismo idioma a sabiendas de que la joven lo entendía
perfectamente—. Ivi, te presento a Alec Wilson, dueño de este restaurante.
Ivana es una amiga —completó la introducción.
Wilson la
contempló con mirada apreciativa y le tendió la mano sonriendo abiertamente.
—Es un placer,
Ivi —declaró—. Tu presencia engalana mi salón.
Ella rió ante el
cumplido y estrechó su mano.
—Gracias. Me
sorprende que sirvan comidas a esta hora —observó.
—Nos hemos
adaptado al horario de vuestro país —expresó Wilson— aunque todavía no mi
estómago —sonrió. A continuación—: Jorge los acompañará hasta su mesa y les
tomará el pedido. Espero que disfruten los platos.
Mientras
esperaban la comida, el mozo les alcanzó una copa de jerez y unos bocaditos con
champiñones.
—Soy toda oídos,
Gael —dijo Ivana al límite de su paciencia.
—No hay mucho que
decir, Ivi —principió el médico—. Jordi percibió las mismas imágenes que en la
ciudad y no hubo ningún hecho notable que exigiera la interacción.
Ella lo miró con
los labios entreabiertos por la sorpresa.
—¿Y para eso se
tomaron tanto tiempo? Me lo hubieras podido decir sin necesidad de salir a
cenar.
—¿Y privarme de
una cita con una hermosa muchacha? —respondió suavemente.
—¿Qué? —dijo
ofensiva—. ¿Te estás haciendo el seductor?
Gael suspiró y la
miró con tolerancia. Con voz calmosa replicó:
—Tendría que
estar acostumbrado a sufrir tus ofensas, pero no dejan de sorprenderme. Si no
fueras la hermana de mis amigos, no te salvarías de unos azotes.
—Y vos de una
patada en las bolas —dijo indignada.
A Gael la risa le
burbujeó en los ojos y la garganta. Ivi, ofuscada, hizo ademán de levantarse.
Él la tomó por la muñeca y la inmovilizó.
—Más vale que me
sueltes —lo desafió.
—Ivi, Ivi,
escuchame. No vamos a transformar una chanza en una pelea. Te pido perdón si te
sentiste ofendida por mis palabras que no tenían nada de agraviante.
—Me hiciste creer
todo el tiempo que Jordi había mostrado nuevas habilidades —dijo mohína y
rehuyéndole la mirada.
—Lo único que
recuerdo es a una muchacha vehemente pidiéndome vernos a solas para que le
contara sobre el hermano —recapituló su amigo—. ¿Por qué habría de negarme a
disfrutar de tu compañía? Vamos —exhortó levantando con suavidad su barbilla y
buscándole los ojos—. ¿Te vas a perder una buena comida? Te doy mi palabra de
mantenerme mudo como un pez para no importunarte —prometió con una chispa de
humor en las pupilas.
—Serías muy
aburrido —opinó ella, desvanecida la sensación de enojo— así que te relevo de
tu compromiso.
Él la miró
aliviado por su cambio de humor. La aparición del camarero, que dispuso los
platos sobre la mesa, los mantuvo en silencio degustando el menú elegido. Antes
de que les trajeran el postre, Gael retomó la propuesta del viaje:
—Yo viajo en dos
semanas, Ivi, y espero que puedas organizarte para venir con Jordi la última
quincena de junio. ¿Harás lo posible?
—Tengo que hablar
con los profesores para que me habiliten mesas antes de la fecha prevista, pero
creo que no va a haber problema. Lo que me mortifica es que tengas que hacerte
cargo de los pasajes y la estadía. Sabés que no puedo colaborar con nada ahora
que no trabajo.
—Pensá que es por
el bien de Jordi y, si te deja más tranquila, será una deuda a devolver cuando
ejerzas como abogada —propuso su amigo.
—Es un trato
—sonrió ella estirando la mano que se perdió en la del hombre.
Gael sostuvo la
suave extremidad con una expresión tan complacida que la perturbó. Recuperó su
mano y eludió la intensa mirada de su acompañante con la inquietante sensación
de estar frente a un extraño. Absortos como estaban el uno del otro sólo
repararon en la presencia de Wilson cuando estuvo junto a ellos.
—Si me permiten,
quisiera compartir una copa de champaña con ustedes.
Gael lo invitó a
sentarse con un gesto amigable. El camarero, que lo secundaba, descorchó la
botella y escanció la bebida. Amenizaron los brindis con una entretenida charla
al cabo de la cual Wilson, entonado y más familiarizado con Ivana, le dijo a
Gael:
—Cuando los vi
entrar pensé: por fin este muchacho ha encontrado a su pareja. Pero me
desconcertaste al presentarme a Ivi como amiga. ¿Es que aquí amiga es sinónimo
de novia?
Ivana, azorada,
se largó a reír e intentó explicar su relación:
—Gael y yo somos
amigos desde hace quince años. Por otra parte, yo soy mayor que él.
—Yo hubiera dicho
lo contrario —dijo el hombre evaluándolos.
—Lo que quiere
decir Ivi –terció Gael— es que cuando ella cumpla ochenta años yo sólo tendré
setenta y ocho.
—¿Es la edad lo
que los separa? —preguntó Wilson divertido.
—Nada nos une o
nos separa —recalcó ella—. Es que somos amigos y nada más.
—¡Ah…! —exclamó
Alec como si comprendiera—. Perdón por mi equívoco, entonces. —Se levantó y le
pidió a la joven—: ¿Me disculpas si lo retengo un momento? Quiero entregarle
una correspondencia para su padre.
—Vayan, nomás —aceptó
ella con una sonrisa.
Gael fue detrás
de Wilson quien lo hizo pasar a su despacho. Alec era el mejor amigo de su
padre y casi un pariente de la familia. Lo frecuentaba cada vez que viajaba a
Inglaterra y establecieron un estrecho contacto desde su radicación en
Argentina. No bien cerró la puerta, sacó un sobre del escritorio y se lo
entregó.
—Esto es para Bob
—aclaró. Y agregó entusiasmado—: Muchacho, ahora entiendo por que no te
volviste con tus padres. Ivi es un encanto. Lo que no comprendo es qué esperáis
para formalizar.
El médico sonrió
al contestar:
—Ivana no me
admite más que en calidad de amigo. Espero que en Inglaterra pueda considerarme
como pretendiente.
—¿Viajarán
juntos?
—No. Pero debo
completar unos controles neurológicos a su hermano menor y los mejores
profesionales están en Londres. Es mi carta de triunfo porque sé que ella no
permitirá que Jordi viaje solo —dijo satisfecho.
—Entiendo —sonrió
Wilson—. La sacas de su terreno y la llevas al tuyo. ¿Qué te garantiza que te
verá con otros ojos?
—Yo. La abordaré
sin el halo de la presencia familiar que trastorna cualquier acercamiento.
Estoy seguro de que al menos me dará de baja como hermano sustituto.
—Suerte, entonces —dijo el hombre dándole un
abrazo—. Es hora de que vuelvas junto a tu amiga antes de que se impaciente.
Gael asintió.
Regresó a la mesa y poco después decidieron dar por terminada la cena. Llamó al
camarero para pagar y éste le transmitió que su cuenta estaba saldada.
—Este Wilson…
—murmuró Gael meneando la cabeza. Dirigiéndose a Ivi—: ¿Vamos a despedirnos?
Ella asintió y se
acercaron a la oficina de Alec quien salió a saludarlos.
—Espero verlos a
menudo por esta casa —le dijo a la joven plantándole un beso en la mejilla.
—Cuente con ello
—sonrió Ivi devolviendo el saludo.
Estrechó la mano
de Gael y lo exhortó:
—No te pierdas.
Confío en veros antes de que partas.
—Haré lo posible
—convino—. Y gracias por la invitación.
En la entrada, el
maître los esperaba con sus abrigos. Al médico le temblaron las manos cuando
rozó la espalda de la muchacha al ayudarla a ponerse el tapado. Viajaron en
cómodo silencio hasta la casa de Ivi y, cuando se despidieron, ella se volvió
hacia Gael:
—Gracias por
haber evitado que arruinara esta noche. La pasé muy bien —se estiró para
besarlo en la mejilla.
Él, después de
hacer lo propio, la tomó por los hombros. Su mirada ahondó en los ojos de Ivi
provocándole una inquietante turbación.
—Si no te
conociera, estaríamos ambos lamentando la noche perdida —dijo con tono
reposado—. Fue la mejor salida de mis últimos tiempos y aunque no sea para
hablar de Jordi, podríamos repetirla.
Por un momento,
Ivana sintió que la imagen de su amigo se desdoblaba para dar paso a un hombre
que la requería como mujer. No me hagas
esto, inglecito. Sos mi mejor amigo y no quiero perderte. Se ladeó hacia la
puerta del auto y la abrió, hurtándose de las manos de Gael y su propuesta.
—Es mejor que
busques otra compañía —declaró mientras bajaba—. Estaré muy ocupada de ahora en
adelante. Buenas noches.
Corrió hacia la
puerta de su casa y entró sin mirar atrás. Él suspiró con resignación y volvió
a su departamento con la sensación de haber retrocedido en sus aspiraciones.
XVIII
Julio volvió el
lunes. Lena lo notó distante y lacónico, condición que pasó desapercibida para
sus hijos sumidos en el fárrago de sus actividades. Ivana se concentró en
preparar las materias que quería aprobar y conseguir el permiso para rendirlas
anticipadamente. Jotacé se había instalado en Funes para supervisar la
construcción del chalet proyectado para un amigo y Diego, a punto de convivir
con Yamila, dedicaba sus horas libres a ordenar su nueva morada. Jordi, en
tanto, se encontró toda la semana con Gael y avanzó en la comprensión y manejo
de sus habilidades. Formó un sólido nexo de afecto con el médico y, con su
consentimiento, logró desentrañar el patrón de las distintas emociones que
captaba en las ondas cerebrales de Gael comparando las imágenes percibidas con
el relato del hombre. También comprobó que no le era posible modificar esos
registros cuando el receptor era conciente de su capacidad. Esta insuficiencia
de su talento los unió en la elipsis compartida, tanto como la admiración del
chico por la templanza con que Gael manejaba su pasión por Ivi. Su hermana dejó
de acompañarlo a las reuniones y hasta de indagar en los resultados de los
exámenes como si hubiera perdido todo interés. Pero él sabía que la sola
mención del nombre de su amigo la poblaba de paisajes oscilantes como las de un
espejismo. No se sintió autorizado para compartirlo con Gael y postergó su
comprensión hasta poder juzgarlos por él mismo. Su mayor preocupación era la
crisis que atravesaban sus padres donde pudo intervenir para mitigar, al menos,
la angustia que les impedía descansar. Una llamada a mitad de semana adelantó
el regreso de Julio a Buenos Aires. Ivana, que contaba con solicitar a su padre
un préstamo para viajar a Inglaterra, descubrió la mañana del jueves que había
partido a primera hora. Al mediodía, le dijo a su madre:
—El sábado voy a
visitar a papá a Buenos Aires. Con las restricciones que hay, quiero pedirle
con tiempo que me preste unos dólares para el viaje.
—No creo que sea
necesario, Ivi. Tenemos una cuenta conjunta de la que podrá disponer sin
problema. Y el lunes o martes a más tardar, estará de regreso.
—Si estás segura
me alivia, porque el lunes tengo que rendir la tercera materia.
—Segura, querida
—afirmó. Después—: ¿Revisaste tu pasaporte y el de Jordi?
—Sí, mami. Todo
está en orden.
—No te noto muy
ilusionada con el viaje. ¡Será tu primera incursión por Europa! —se entusiasmó
Lena.
—El lunes que
viene, cuando rinda la última materia, voy a empezar a soñar —declaró su hija—.
Hasta entonces, mente clara y fría. —Sonrió—: Después, mami, te volverás loca
con mis ocurrencias. Sobre todo cuando empiece a elegir la ropa. ¿Te acordás
cuando viajé a Cuba? ¡Si me arrepentí de no seguir tus consejos…! —evocó riendo
con ganas.
Lena la imitó,
porque tenía presente la agobiada figura de su hija acarreando dos valijas y
varios bolsos para la estadía de una semana. Cuando volvió del viaje confesó
que su recuerdo más nítido era el de trasladar el equipaje de un hotel a otro,
ya que pararon en cuatro ciudades distintas.
—Y no
escarmentaste cuando fuiste a Brasil —dijo su madre divertida.
—Pero fue más
descansado porque estuvimos varios días en cada lugar —recordó ella—. Bueno,
ma, la charla está muy linda pero tengo que seguir estudiando. La continuaremos
en el próximo corte —se levantó, le dio un beso y subió a su dormitorio.
La mujer quedó a
solas embargada por ese hormigueo de inquietud que últimamente la asaltaba
cuando Julio se ausentaba. La sospecha de que buscaba alejarse de su casa con
la excusa del trabajo era cada vez más concreta. Ella estaba en una etapa de la
vida donde más lo necesitaba ahora que la mayoría de sus hijos habían logrado
su libre albedrío. Hasta Jordi se manejaba de manera tan independiente que sólo
lo veía en las comidas obligatorias. Había llenado tanto su tiempo con la
familia que se había alejado de amigas e intereses que podrían llenar este vacío
existencial que la angustiaba. Tenía que enfrentar una charla con su marido
aunque los fantasmas del abandono que la acosaban se materializaran. La
campanilla del portero eléctrico interrumpió su meditación. Era Mónica, la
empleada doméstica que colaboraba con la limpieza tres veces por semana y que
excepcionalmente venía a la tarde. La hizo pasar, le dio algunas indicaciones
especiales y, después de avisar a Ivana, subió al auto y salió para el
supermercado. La compra quincenal le insumió más de dos horas y regresó a las
cinco de la tarde consternada por el aumento de los precios y la manifiesta
ausencia de los productos que consumía habitualmente. Otro ciclo que se repite,
pensó desalentada. Vivía en un país pródigo malversado sistemáticamente por sus
gobernantes. La brecha entre los sectores de la sociedad era cada vez más
profunda, y la clase a la cual pertenecía estaba en riesgo de caer en esa sima
provocada por la ambición desmedida de quienes estaban de turno en el poder.
Descargó las bolsas del baúl y las acomodó con ayuda de Mónica. A las cinco y
media subió a llamar a Ivi y Jordi para que merendaran.
—¿Hoy no te
encontrás con Gael? —preguntó la joven al niño.
—Suspendimos
porque se va a Buenos Aires.
—Pero si viaja la
semana que viene… —dijo la chica desconcertada.
—Sí. Pero se va
un poco antes —repitió su hermano. Volviéndose hacia su madre—: Esta noche
viene a despedirse.
—¡A buena hora me
lo decís! ¿Y si teníamos algún compromiso?
—Pero no lo
tienen. Ivi se queda estudiando y vos le hacés compañía —argumentó Jordi con
suficiencia.
Lena se miró en
las pupilas risueñas de su hijo y coincidió con su apreciación.
—Entonces será el
momento de enterarme a qué vienen tantos encuentros entre los dos —señaló.
Ivana se tensó.
No creía conveniente descubrir ante su madre las habilidades de Jordi hasta, al
menos, profundizar su estudio. Mientras buscaba una respuesta creíble, su
hermano se adelantó:
—Voy a practicar
conversación para estar afinado cuando llegue a Inglaterra —dijo ufano.
Las mujeres
rieron por distintos motivos: Ivi por la rápida reacción del chico y Lena por
el talante presumido de la declaración.
—¡Ah, mi Jordi…!
Vas a ser todo un lord –dijo abrazándolo.
El muchacho
respondió a la caricia y por sobre el hombro materno le hizo un guiño a su hermana.
Terminaron de merendar y ambos subieron a continuar con sus tareas. Ivana
plantó sus libros a las ocho, se dio una ducha y se enfundó en un vestido color
natural de mangas largas y falda corta. Se miró al espejo y quedó conforme con
su apariencia. Se calzó con zapatos de taco alto y se maquilló levemente.
Cuando bajó saludó a sus hermanos que estaban en la sala con Jordi y se dirigió
a la cocina para ayudar a su madre.
—¡Ivi! —exclamó
su mamá—. Me pregunto por qué dejaste de usar vestidos. Te sientan tan bien…
—Porque los
pantalones son más cómodos —contestó—. ¿En qué puedo ayudarte?
—En la cocina,
nada. Acomodá la mesa con un lugar más. No te olvides que Gael viene a
despedirse.
—¡Ah, cierto…!
—dijo ella como si lo hubiera olvidado, y procedió a ordenar la vajilla que
dispondría sobre la mesa.
—Che, ¿qué me
cuentan de la onda que curte Ivi últimamente? —preguntó Jotacé a sus hermanos.
—Que está muy
linda —dijo el menor.
—Sí —opinó
Diego—. Me gustaría que alguien pudiera verla ahora…
—Gael viene a
despedirse esta noche —comentó Jordi como adivinando el pensamiento de Diego.
—¡Jaja! —rió
Julio César—. Ni que junior te hubiera leído la mente.
—Más vale que te
acuerdes de tu promesa —amenazó el hermano mayor.
—Seré un duque
—enfatizó Jotacé sin perder la sonrisa.
El timbre
interrumpió la charla fraterna. Lena, desde la cocina, pidió que atendieran la
puerta. Jordi se levantó y corrió a cumplir la orden. Entró de inmediato
acompañado por Gael. Los muchachos se levantaron para saludarlo con un abrazo.
—¡Hermano!
—acentuó Jotacé—. El pequeño dijo que te venías a despedir. ¿Ya te vas para tu
patria?
—La semana que
viene. Mañana hago mi primera parada en Buenos Aires.
—¿Vas a asistir
al congreso de neurología? —preguntó Diego.
—Entre otras cosas
—asintió el médico—. Voy a pasar a saludar a las mujeres —anunció, maniobrando
hacia la cocina.
Al pasar frente
al comedor se detuvo en la puerta. En silencio admiró a la causante de su exaltación.
Ivi caminaba con donaire alrededor de la mesa distribuyendo la cristalería sin
reparar en el hombre que la observaba. Él, antes de ser advertido, tuvo tiempo
de impregnarse con su imagen. Ella lo vislumbró cuando levantó los ojos hacia
el modular que contenía las copas. La mirada de su amigo semejó a un torbellino
que amenazaba arrastrarla hacia la evidencia de que los viejos sentimientos se
habían transformado. Ocultó su turbación con un comentario banal:
—¿Ahora se te da
por espiar antes de saludar? —dijo acercándose para besarlo en la mejilla.
—Hola, Ivi
—acertó a decir Gael—. No censures mi buen gusto.
—Mamá está en la
cocina —le indicó para impedir cualquier intento de aclarar sus palabras.
El médico sonrió,
le tironeó un mechón de cabello y buscó a Lena. La mujer estaba acomodando en
una fuente la comida recién sacada del horno.
—¡Hola, Lena! —la
besó con cariño y agregó—: esto huele deliciosamente.
—¡Gracias,
querido! Espero que sepa igual —dijo sonriendo—. Avisale a los chicos que
pueden pasar al comedor.
Después de la
cena se acomodaron en la sala para tomar un café. Ivana y Lena los acompañaron
al concluir la limpieza de la cocina.
—Te vas con mucha
anticipación —observó la joven.
—Aprovecho para
asistir al congreso y ordenar algunos asuntos —llevó la mano al bolsillo de su
saco y le tendió a Ivi un sobre y un llavero—: te dejo los pasajes, la
dirección de mi departamento y copia de las llaves por si quieren pernoctar con
Jordi la noche previa al viaje.
—¡Ah, gracias!
—dijo ella—. Tenía pensado ir un día antes a Buenos Aires.
Tras una charla
amena Gael se retiró despidiendo a Ivana y Jordi hasta dentro de dos semanas y
al resto hasta su regreso. Lena pasó por la habitación de Ivi antes de
acostarse. Su hija estaba con el camisón puesto y a punto de meterse en la
cama.
—¿No fue un gesto
generoso el de Gael? —manifestó la mujer.
—Teniendo en
cuenta que me ahorra un gasto, sí —coincidió la chica.
—No seas así. Él
no le daría la llave a cualquiera.
—Yo no dije eso.
Pero si tuviera un departamento desocupado también se lo habría ofrecido.
—Últimamente te
estás comportando en forma desconsiderada con Gael. ¿Pasó algo entre los dos?
—¿Qué habría de
pasar? —dijo molesta—. No tengo por qué reverenciarlo por unas llaves.
—Me refiero al
modo con que lo tratás. En verdad, te tiene mucha paciencia. No debería
decírtelo conociendo tu terquedad, pero…
—¡Entonces no lo
digas! —la interrumpió Ivi—. No sea que te arrepientas.
Lena miró a su
hermosa y obstinada muchacha y se largó a reír. Se jugaba la cabeza por que
alguna especie de sentimiento la estaba ligando a Gael y sus desplantes eran la
manera de combatirlo. Sin más palabras abrazó a su hija y le deseó buenas
noches.
XIX
El domingo a la
mañana Julio le comunicó a Lena que debería quedarse unos días más en Buenos
Aires para reemplazar al gerente zonal. Ella le refirió el pedido de Ivi y él
se comprometió a gestionarle una tarjeta. Su hija bajó a desayunar temprano y
escuchó con calma el anuncio del retraso paterno. Su mente estaba puesta en la
materia que rendiría al día siguiente. Estudió toda la mañana, almorzó
frugalmente y se confinó en su dormitorio hasta la hora de la cena.
—¿Estás preparada
para mañana? —se interesó Diego mientras comían.
—Sí. Espero
liberarme de la facultad hasta agosto.
—¿Le preguntás a
la olfachona si estudió? Es como preguntar si después del lunes viene el martes
—rió Jotacé—. Mañana la nena aparece con un diez.
—Gracias por tu
confianza —dijo su hermana—. Pero no esperes más de un nueve.
Lena escuchaba
con satisfacción el intercambio afectuoso de sus hijos que la apartaba de los
interrogantes que se venía planteando desde la comunicación matutina. Esa
noche, para dormir, recurrió a un ansiolítico que la dejó aturdida hasta las
nueve de la mañana. Desayunó con Jordi reprochándose no haber despedido a Ivana
antes de que se fuera a rendir.
—No te amargués,
mami, que a Ivi le irá bien —dijo el chico.
—No lo dudo, pero
hoy era un día tan especial para ella…
Su angustia se
alivió a las once cuando apareció Ivana resplandeciente.
—¡Un diez como
pronosticó Jotacé! —gritó abrazando a su madre y a su hermano y girando con
ellos.
—¡Yo sabía! —dijo
su hermano satisfecho cuando entre risas se sentaron en los sillones de la
sala.
—Mamá, hoy no
cocinás. Les propongo una caminata por el parque Urquiza y después terminamos
en el boliche de Silvia.
—Nena… ¿Y si los
vuelven a asaltar?
—Ahora tienen
vigilancia y alarma. Además hace más de una semana que nos invitó a pasar. Y
vamos de día.
—¡Vamos, mami!
—pidió Jordi—. No va a pasar nada malo.
Lena se dejó
convencer por sus hijos y media hora después iniciaban el paseo. Al mediodía
desembocaron en la confitería del parque. Silvia reconoció a las mujeres apenas
entraron y se adelantó a recibirlas.
—¡Ivana! ¡Qué
alegría verlas! —Besó a la joven y a su madre—. Es un placer tenerlas por acá,
señora. ¿Y este jovencito? —se interesó.
—Es Jordi, mi
hijo. Y yo soy Lena —aclaró la mujer—. ¿Cómo está tu marido?
—Bien. En cuanto
se desocupe de la cocina vendrá a saludarlos. Ahora acomódense y les tomaré el
pedido.
Jordi se decidió
por una hamburguesa completa con papas fritas y las mujeres la eligieron al
plato acompañada de ensalada. Después de comer, Silvia y Mario se sentaron un
rato en la mesa para charlar con ellos.
—Las esperábamos
con el doctor —dijo Mario—. Quería agradecerle los cuidados que nos prodigó.
—No está en
Rosario y vuelve dentro de un mes. Pero lo traeremos cuando regrese —aseguró
Ivi.
A las tres de la
tarde decidieron pegar la vuelta. El matrimonio se rehusó a cobrarles el
almuerzo en prueba de reconocimiento. Lena consintió con una condición:
—Esta vez
agradecemos la deferencia, pero si quieren que volvamos nos tratarán como a
cualquier cliente.
—Prometido, Lena
—dijo Silvia con una sonrisa—. No queremos privarnos de sus visitas.
El viaje de
regreso les sirvió para hacer la digestión y madre e hija tomaron una siesta
mientras Jordi miraba una película en la tele. A las cinco y media, mientras
merendaban, llegaron Diego y Yamila. Se agregaron al grupo y los invitaron a
una función de cine. Lena se rehusó alegando dolor de cabeza e Ivana tampoco
aceptó por no dejar sola a su madre. Una hora después la pareja se marchó con
Jordi.
—¿Por qué no
fuiste? Ahora no importa si volvés tarde.
—Porque te dije
que hoy no vas a cocinar. Vamos a festejar mi último examen a un restaurante
que te va a gustar.
—No sé, nena. En
serio me duele la cabeza —adujo su madre con desgano.
—Te tomás una
aspirina, te metés un rato en la bañera para relajarte y a las nueve nos vamos
—la abrazó un rato y cuando la soltó, dijo—: ¡Mirá que te doy tiempo!
Ivana se duchó y
se aprontó con celeridad. Intuía que no debía permitir que a su madre la ganara
la apatía. A las ocho pasó por su habitación. Lena estaba tendida en la cama
envuelta en la bata de baño y con el cabello húmedo desparramado en la
almohada.
—Qué bonito, ¿no?
¿Así vas a celebrar mi esfuerzo? —le reprochó con gesto desencantado.
—¡Ya me iba a
cambiar, hija! —dijo la mujer saltando del lecho.
Ivi se quedó en
la puerta cruzada de brazos observando cómo su madre escogía la ropa del
placar. Cuando se desprendió de la bata para ponerse la ropa interior exhibió
su cuerpo firme y armónico. La hija intervino ante su indecisión:
—Ponete el
conjunto blanco y negro.
Lena lo descolgó
y se calzó la pollera y el suéter con faldón. Cepilló su melena y se maquilló.
Completó su indumentaria con un tapado blanco y largo. Ivi se puso a su lado y
sonrió a la imagen de su madre reflejada en el espejo:
—Cualquiera diría
que somos hermanas, ¿eh, mamita linda?
La mujer le dio
un empujón cariñoso y la instó:
—Terminá de
arreglarte porque se van a hacer las nueve.
Poco después
subían al auto de Julio rumbo a The factory. Ivana le relató brevemente cómo
había conocido el restaurante y que el dueño era amigo de Gael.
—Lo que no sé es
si Alec habla castellano, porque nos entendimos en inglés —le aclaró a su madre
que no dominaba ese idioma.
—Es lo de menos
—dijo Lena—. Para la presentación servirás de intérprete y después no creo que
tengamos mucho que charlar.
Wilson se acercó
a la mesa en cuanto fueron acomodadas por el maître:
—Señorita Ivana,
no esperaba el placer de disfrutar tan pronto de su visita —expresó con su
impecable acento británico mientras se inclinaba para besarla en la mejilla—.
¿Y esta encantadora dama?
—Es mi mamá —dijo
devolviendo el saludo—. Y no sabe hablar en inglés.
—Señora —articuló
Alec en comprensible español—, me honra con su presencia —y estiró la mano para
tomar la de la mujer y besársela galantemente.
La madre de Ivi
no pudo contener la risa ante el gesto inusual, y atinó a decir para justificar
su arranque:
—Lena. Por favor,
llámeme Lena.
Alec asintió
pensando que la mujercita que había elegido Gael seguramente conservaría por
mucho tiempo su belleza atendiendo al prototipo de la madre. Él había enviudado
hacía diez años y, a la postre, estaba convencido de que ninguna mujer podría
reemplazar a la que fuera su compañera. A los sesenta y cinco años no había
perdido el interés por el sexo, pero lo satisfacía con eventuales conquistas
que nunca faltaban. Sus ojos se detuvieron en el rostro de Lena que reflejaba
una triste melancolía. Le hubiese gustado ahondar en los sentimientos de la
atractiva mujer, pero no debía olvidar que tenía dueño. No vaciló en responder
a su pedido:
—Muy bien. Lena.
Las dejo para que saboreen sus platos.
—Alec es un
hombre encantador —afirmó Ivi cuando quedaron solas—. Y sería un buen candidato,
¿no te parece?
—¡Pero si podría
ser tu padre! —se escandalizó la mujer en voz baja.
—Para vos, mami
—rió la joven—. Si no estuvieras casada, apuesto a que trataría de conquistarte
por la forma en que te miró.
—Sos una
novelera. Pero como tu padre siga más en Buenos Aires que en Rosario, pronto
tendré la sensación de que no tengo marido —señaló contrariada.
—De eso te quería
hablar. La semana pasada pensé en viajar no sólo para pedirle el préstamo sino
para completar mi guardarropa en Patio Bullrich. Sabrás que al comienzo de cada
temporada hay ofertas de la anterior casi al cincuenta por ciento del costo. Y
en Inglaterra hace calor… —cuchicheó en tono conspirativo.
—¿Y cuándo pensás
ir? Para avisarle a tu papá —aclaró Lena.
—Pensamos. Porque
vamos a ir juntas y sin aviso así le damos una sorpresa y no nos aborta el
paseo —precisó complacida.
—¿Te parece? Se
fastidiará por distraerlo de sus compromisos.
—No tiene por
qué, mamá. Entregarme la tarjeta no le llevará más de un minuto y las que
saldrán a recorrer somos vos y yo. Si viajamos el miércoles… —Se quedó
pensando—. No, no. Tengo un compromiso con María Sol. Mejor el jueves. Salimos
a las siete de la mañana y volvemos a las siete de la tarde. Ni siquiera
tenemos que parar en un hotel. Saludamos a papá, recorremos el centro,
almorzamos juntas y seguimos el paseo de compras. A las once de la noche
estamos de vuelta. ¿Qué decís? —demandó ansiosa.
—Que ya me
agotaste con tu itinerario virtual —sonrió—. No me parece tan descabellado…
—agregó luego.
—¡No lo es!
—afirmó su hija animada por el consenso materno—. Los chicos podrán hacerse
cargo de Jordi y nosotras la pasaremos en grande.
Lena pareció
reanimarse con el proyecto. Después de regalarse con un postre, Alec se acercó
a la mesa con una botella de champaña.
—No aceptaré una
negativa —dijo en tono admonitorio—. Esta botella estaba esperando una gran
ocasión.
—Pues entonces no
la desperdiciemos —indicó la mujer con aplomo—. Siempre que usted nos acompañe.
A Wilson le
gustaba cada vez más la madre de Ivana. Se sentó a la mesa y de inmediato el
mozo repartió las copas y escanció la bebida en cada una. Alec levantó la suya
y brindó:
—Nada más que
conocer a dos bellas mujeres justifica que un hombre cambie de patria. Por que
siempre pueda disfrutar de vuestra compañía. ¡Salud!
Las bellas rieron y chocaron las copas. A
partir de ese momento Wilson desplegó una conversación tan amena que atrapó a
madre e hija hasta las tres de la mañana cuando sólo ellos quedaban en el
restaurante. El timbre del celular de Ivana los interrumpió:
—Es Diego
—informó Ivana—. Hola, Diego. Sí. Estamos bien y ya volvemos a casa. Quedate
tranquilo. ¡Chau! Era mi hermano —le explicó a Wilson—. Está desacostumbrado a
que trasnochemos.
—Sí —dijo el
hombre—. El tiempo ha volado. Cierro el negocio y las llevo.
—Gracias, Alec.
Pero vinimos en auto —explicó Ivana.
—Igual
esperaremos a que cierre el local —intervino Lena.
Él asintió
complacido de regalarse con su presencia un instante más. Puso llave al privado
y las guió hasta la puerta adonde protegió la entrada al establecimiento con
dos cerrojos y una reja de seguridad. Después las acompañó hasta la cochera y
las despidió con un reclamo:
—No me priven de
vuestra presencia por mucho tiempo. ¿Prometido?
Ivana asintió y
lo besó en la mejilla antes de acomodarse frente al volante. Lena le tendió la
mano que esta vez Alec demoró en soltar. La presencia masculina le produjo una
inquietud olvidada. Desasió su diestra sin palabras y Wilson abrió la puerta
del acompañante para que entrara. Al cerrarla, sus miradas se encontraron.
—Gracias por
todas sus atenciones —dijo Lena reconocida.
Él sonrió y les
hizo un gesto de despedida antes de voltearse hasta su auto. Ivana arrancó y
enfiló hacia su hogar. Con prudencia, cruzó con semáforos en rojo para evitar ser
asaltada en las esquinas. Abrió el portón automático de la cochera después de
verificar que no hubiese nadie merodeando por los alrededores y bajaron del
coche cuando la compuerta se cerró. Diego y Jotacé las esperaban en la sala.
—¿Adónde fueron?
—dijeron casi a coro.
—A levantar giles
—contestó Ivana con descaro.
—Con esa pinta me
lo creo —apreció Julio César—. A ver, mamita, date una vueltita —dijo tomándola
de la mano.
Lena rió y giró
con donaire. Diego las miraba risueño.
—Ivi me llevó a
conocer un restaurante de comidas inglesas —explicó la madre—. Fuimos a
celebrar el diez que sacó en el examen.
—¿Que te dije?
¿Qué te dije? —repitió Jotacé envanecido antes de abrazar a su hermana.
El mayor le dio
un beso sonoro antes de reprenderlas:
—Está muy bien
que salgan a festejar, pero volver a la madrugada es demasiado riesgoso.
—Pero aquí
estamos y enteritas —minimizó su hermana—. ¿Qué les parece si vamos a dormir?
Me caigo de sueño.
De común acuerdo,
los cuatro subieron a sus dormitorios.
XX
Ivana, teniendo
en cuenta su compromiso del miércoles y el viaje del jueves, decidió proponerle
a Jordi que almorzaran juntos. Caminaron por el Parque Independencia y al
mediodía se ubicaron en la confitería del Lago. Delante de dos tostados de
jamón y queso, orientó la conversación hacia las habilidades de su hermano.
—¿Lo extrañás a
Gael?
—Sí. Me había
acostumbrado a los encuentros. Buenos Aires está muy lejos para hacer contacto
con él.
—¿Aquí podías
hacerlo? —se interesó Ivi.
—Con todos.
Todavía no sé a que distancia funciona mi antena –rió.
—Ya lo
averiguarás —dijo su hermana con convicción—. Estuve tan ocupada estudiando que
no hablamos más de los descubrimientos que hicieron con las prácticas.
—Aprendí a
interpretar muchas imágenes comparando con las de Gael. Él me fue relatando que
sentía o pensaba cuando iban cambiando. Y comprobé que existe un patrón que
identifica pensamientos similares —le confió.
—Mmm… —carraspeó
Ivana—. ¿Me darías un ejemplo?
—Bueno —dijo su
hermano con sonrisa pícara—. Cuando algo le gusta la cabeza se le llena de
paisajes coloridos.
—¿Cuándo le gusta
cualquier cosa?
—Depende. ¿Qué
querés saber? —la miró con ojos divertidos.
—En realidad,
nada —se turbó cuando visualizó la figura de Gael en la cama de su hermano.
Intranquila, preguntó—: ¿Ves algo en mi cerebro ahora?
—Un espacio
brumoso. Algo te confunde —afirmó.
¡Vaya con vos, hermanito! Menos mal que tu percepción
transforma las imágenes en paisajes porque si no, estaría frita. ¿Y a mí qué me
pasa? La culpa la tiene él. Querer hacerse el seductor conmigo, que soy mayor y
lo conozco desde gurí. Aunque ahora no se parece a un gurí precisamente. Somos
ridículos los dos. Él por creer que puede conquistarme y yo por pensarlo
siquiera.
—Bueno, dejá de
escarbar en mi cabeza y hablemos de vos —casi ordenó.
—Vos me lo
pediste —dijo Jordi mansamente.
—Sí, cariño.
Disculpame. Pero yo pretendía saber cómo te sentías con todas estas
exploraciones. A veces me arrepiento de haberte propuesto la consulta con Gael.
—Fue la mejor
ocurrencia tuya —garantizó su hermano—. Si no hubiera sido por él, hoy estaría
realmente mal. Me ayudó a entender lo que veo y por qué. Y cuando conozca el
alcance de esta capacidad, podré manejarla como cualquiera que tenga una
habilidad especial.
Ivana reflexionó
en silencio el razonamiento de Jordi. En escaso tiempo había adquirido una
madurez de pensamiento y palabra que la llenaba de nostalgia por el hermanito
devenido en este nuevo adolescente. ¿Cambiarían sus sentimientos al influjo de
esta transformación?
—No te aflijas,
Mavi —dijo como si hubiese escuchado lo que pensaba—. Muchas cosas pueden
cambiar en mí, pero jamás el amor que te tengo.
Al escuchar la
explícita declaración de Jordi, se le llenaron los ojos de lágrimas. Le abrió
los brazos y el muchachito se levantó de un salto para estrecharla con fuerza.
No era ya mamá Ivana la que consolaba al pequeño, sino un jovencito amoroso
confortando a su amada hermana.
—Tiraste la
silla… —murmuró Ivi aún debilitada por la descarga afectiva.
Jordi largó una
carcajada, la besó y enderezó la silla para sentarse. La contempló sonriente
hasta que Ivana recuperó el dominio.
—Hablemos del
viaje —dijo—. ¿Pensaste qué te gustaría conocer?
—Liverpool, el
museo de cera, Stonehenge y el Big Ben.
Había hecho una lista de veinte lugares pero Gael me dijo que la redujera
porque los tests llevarían tiempo. Así que me prometió que por lo menos
conocería esos cuatro lugares. Y a vos, ¿adónde te gustaría ir?
—A mí… —entonó—, aparte de lo que nombraste: New Forest, las cuevas de
Wookey, la calle Oxford, el castillo de Bodiam y, ya que estamos delirando,
Irlanda.
—Gael te podría llevar mientras a mí me hacen los estudios —opinó Jordi.
—Gael hace bastante pagándonos los pasajes y ahorrándonos la estadía.
Sería un abuso pretender que se haga cargo de mis gustos.
—A él le
encantaría —aseguró su hermano.
—Por mí no se va
a enterar, y prometeme que vos no se lo vas a decir —exigió Ivana.
—¡Bueno, bueno!
—rió Jordi—. Te prometo que ninguna palabra saldrá de mi boca.
Ella estiró el
puño con el pulgar hacia arriba y su hermano la imitó. Los chocaron y unieron
los dedos. Era su privada manera de sellar un acuerdo.
—Hecho —dijo la
muchacha—. ¿Qué querés que te traiga de Buenos Aires?
—Nada. Prefiero
que me compres algo en Inglaterra.
La joven asintió.
Después de comer volvieron caminando y en tanto Ivi se ponía al día con la
lectura, Jordi acompañó a Lena a comprar los pasajes.
—¡No lo vas a
creer! —exclamó la mujer cuando regresaron—. Tuve que sacar los boletos para el
miércoles porque los de fin de semana están agotados.
—Entonces le voy
a avisar a María Sol que nos encontremos por la mañana —dijo Ivana.
—Será mejor.
Porque el único horario que conseguí fue a las seis de la tarde en un coche de
refuerzo. Vamos a tener que pasar una noche en Buenos Aires.
—Seguro que papá
nos acomodará en su hotel —argumentó la hija, despreocupada—. O Gael en su
departamento. Algún sillón tendrá en el living.
Durante la cena
les anunciaron a los hombres el cambio de planes para que pudieran hacerse
cargo de la casa y de Jordi.
—¡Y después
protestan de la supremacía masculina! —clamó Jotacé—. Las damas se van de paseo
y abandonan a los sufridos varones a su suerte.
Ivana le hizo una
mueca irreverente que provocó la risa de los otros comensales tras lo cual Lena
abundó en recomendaciones para cuando se ausentaran.
—Mamá, andá
tranquila que ya somos mayorcitos —señaló Diego—. La casa y Jordi quedan en
buenas manos.
Después de comer,
Ivi les dijo a sus hermanos:
—Como mamá y yo
estamos cansadas, nos retiramos y les damos la oportunidad de ejercitarse para
cuando estén solos. Háganse cargo de la limpieza, por favor —y tomó a su madre
del brazo para empujarla hacia la escalera.
Mientras subían,
escucharon la risotada de Diego y las protestas de Julio César. La cocina
estaba impecable cuando se levantaron a la mañana, y el café recién hecho
indicaba que los varones habían desayunado temprano.
—¿Ves? —manifestó
Ivana—. Hay que dejarles espacio a los muchachos. —Se sirvió el café y puso a
tostar dos rodajas de pan.
—Quedamos en
almorzar juntas con María Sol —le dijo a su madre—. Pienso volver temprano para
preparar un bolso con el camisón y una muda de ropa ya que tendremos que
pernoctar en Buenos Aires.
—Yo haré otro
tanto después que deje preparado algunos platos para los chicos. Podremos tomar
una siesta porque Diego nos llevará a la estación.
—De acuerdo, ma.
Sentate que ya están las tostadas.
Ivi salió después
del desayuno para cumplir con varios trámites y a las once y media se encontró
en el centro con su amiga. Se instalaron en un restaurante de los alrededores y
se pusieron al día con sus cosas personales.
—¡Ay, cómo te
envidio! Viajar con todos los parciales aprobados y ¡a Inglaterra! —enfatizó
María Sol—. No se le puede pedir más a la vida… —suspiró.
Ivana rió del
tono nostálgico de Marisol. Habían establecido una amistad de esas que se dan
espontáneamente. “Cuestión de piel” había dicho la rubia en una oportunidad. Lo
cierto es que sincronizaban estudiando juntas, tenían intereses comunes, se
confiaban penas y anhelos y, aunque María Sol le llevaba siete años, por su
aspecto y vivacidad no desmerecía al lado de Ivi.
—Tal vez lejos
del entorno cotidiano puedas descifrar los sentimientos contradictorios que
tenés por Gael —consideró Marisol a continuación.
Ivana hizo un
gesto de contrariedad. Había desahogado con su amiga la incertidumbre que le
provocaba la conducta del hombre y ahora ella ponía en tela de juicio sus
sensaciones.
—No se trata de
interpretarme a mí —aclaró—, sino de lo extraño de su comportamiento. Porque yo
no puedo verlo más que como amigo. Y que recuerde, nada hice para que se
imaginara otra cosa.
—Ivi, no depende
de tu conducta el prisma con el que te mire un hombre. Pero mala amiga sería si
no te reviviera que su comportamiento
te causó una que otra cosquilla…
—¡Porque me tomó
desprevenida! —se defendió.
—¿Cómo cuando lo
viste con el torso desnudo…?
—Parecés el
abogado del diablo. Me arrepiento de haberte hecho algunas confidencias.
—Si lo tomás así…
soy la voz de tu conciencia —susurró María Sol divertida—. Te impactó valorarlo
como hombre y te asustó que te demandara como tal. ¿Te preguntaste por qué?
—Esto me pasa por
darle argumentos al adversario —se burló Ivana—. He aquí a la futura leguleya
transformada en sicóloga.
—¡Ja! Que conste
que me basé en la confesión de la imputada —dijo su amiga sin arredrarse. Y
recuperando la seriedad—: No seas porfiada. Tenés que sincerarte con vos misma
para poder evaluar las actitudes de Gael. Creo que merece la pena.
Ivana ladeó la
cabeza y contempló a Marisol con afecto. No dudaba que sus palabras la
exhortaban a incursionar por el territorio de su intimidad. La propuesta de su
amiga era coherente. Sólo allí encontraría respuesta a las inquietudes que la
desasosegaban.
XXI
Los tres varones
acompañaron a la madre y a la hermana a la estación. Todavía estaban agitando
las manos cuando el ómnibus dio la vuelta y los perdieron de vista. Ivana se
acomodó la almohada bajo la nuca y le avisó a Lena que trataría de dormir. La
mujer asintió y se sumió en inquietantes planteos durante todo el viaje. Había
aceptado la propuesta de Ivi de no informar del paseo a Julio, pero dudaba de
que éste lo tomara de buen grado. Nunca había mezclado el trabajo con su
familia y, a decir verdad, esta era la primera visita que Lena le haría en la
casa central de la empresa. Hasta pensó en encarar, lejos de su hogar, la
charla de sinceramiento que tanto la acuciaba. Su febril cuestionamiento no le
permitió descansar hasta que arribaron a Retiro. Despertó a Ivana y bajaron en
la estación terminal a las diez de la noche. Después de pasar por el baño
adonde atendieron las necesidades fisiológicas y recompusieron su peinado y
maquillaje, se detuvieron a tomar un café a pedido de Ivi:
—Todavía es
temprano mami, y necesito despabilarme. En taxi nos llevará poco tiempo llegar
al hotel de papá.
Poco antes de las
once de la noche entraban al Regency, alojamiento que Julio tenía asignado por
la empresa. Antes de dirigirse al mostrador de recepción, Ivana escudriñó el
restaurante del hotel. Al no ver a su padre en ninguna mesa, se encaminó con
Lena para preguntar por él.
—Buenas noches
—saludó la mujer al conserje—. ¿Podría avisarle a Julio Rodríguez que lo
esperan en la recepción?
El hombre dirigió
la vista hacia el tablero que tenía a su espalda. Tomó el teléfono y marcó el
doscientos dos. Tras una espera prudencial, dijo:
—No contesta
nadie. Posiblemente haya salido a cenar. ¿Quieren dejarle algún recado?
—No, —dijo Lena—.
Lo esperaremos.
—Mientras tanto
—precisó la hija—, ¿podremos comer en el restaurante?
—Sí, señorita. Es
de acceso libre.
Se ubicaron en
una mesa desde donde dominaban la puerta de ingreso al hotel. Mientras
aguardaban ser atendidas hicieron planes para el día siguiente:
—Primero iremos
al Patio —dijo Ivana—. Allí está todo lo que quiero comprar. Después podremos
dar un paseo, recorrer librerías y combinar el almuerzo con papá ¿qué te
parece?
—Que transitás
por la cuarta dimensión —rió Lena—. Me conformo con que terminés tus compras
durante la mañana. Cuando salgamos de la Galería, programaremos el tiempo restante.
Un camarero se
acercó con el menú y esperó a que eligieran los platos y la bebida. Ambas
estaban distendidas y disfrutaron de la cena en medio de una charla amena
adonde no faltó la preocupación materna de cómo se las estarían arreglando los
varones.
—¡Mamá! Siempre
lo mismo —exclamó Ivi—. Estarán festejando que tienen la casa para ellos solos.
Aunque te cueste creerlo, para los vagos es un jolgorio no depender de los
horarios de rutina.
Después del
postre pidieron café porque la espera se estiraba. A la una de la mañana, Julio
ingresó en el hotel y salió definitivamente de la vida de Lena. Ante la mirada
aturdida de madre e hija el hombre, sin advertir su presencia, se acercó al
mostrador para pedir la llave de su habitación. Lo acompañaba una mujer joven a
la cual rodeaba con su brazo. Ivana hizo el ademán de incorporarse pero la
firme mano de su madre se lo impidió.
—Esperá —le
ordenó con un tono tan autoritario que la muchacha obedeció sin resistir.
Como en una
pesadilla, vieron a Julio dirigirse al ascensor sin dejar de abrazar a su
acompañante. La puerta del elevador que los ocultó al cerrarse, las sacudió de
su parálisis.
—Escuchame, Ivana
—dijo Lena—. Quiero que me esperes aquí mientras yo subo a la habitación de tu
padre. No voy a provocar ningún escándalo, vos me conocés. Pero voy a
transmitirle mi opinión acerca de su conducta y volver con tu tarjeta.
—No vas a ir sola
—contestó la joven con fiereza—. Este asunto también me incumbe a mí como su
hija.
—Estás demasiado
alterada y no quiero que te expongas a una situación que te lastime.
—Me voy a
controlar, mamá. Lo que no entiendo es tu falta de reacción.
—Porque ignorás
los indicios que denunciaban que a tu padre le era cada vez más pesado quedarse
en casa. Su silencio decía más que sus palabras y yo no quise comprender. Pero
lo que no imaginaba era su deslealtad —confesó dolorida.
—¡Ay, mamita!
¿Cómo se puede desmoronar el mundo en un minuto? Vos no te merecés ésto.
—Hubiera pasado
la semana que viene porque ya estaba decidida a hablar con él —dijo con calma.
Apretó la mano de su hija y manifestó—: No te voy a obligar a que te quedes,
pero te comprometo a no intervenir.
—De acuerdo, mamá
—aceptó la muchacha.
Pagaron la cuenta
y subieron al segundo piso por el ascensor del restaurante. Lena no vaciló ante
la puerta de la habitación doscientos dos. Golpeó con firmeza y no respondió a
la pregunta de Julio quien poco después se asomó al pasillo.
—¿Podemos pasar?
—preguntó la mujer a su atónito marido.
Él se hizo a un
lado y su mujer e hija ingresaron a la antesala del cuarto. Quedaron
enfrentadas a la joven que Julio poco antes abrazara. Se había despojado del
abrigo y las botas que seguramente estarían en el dormitorio. Lena siguió
dominando la situación:
—¿No nos
presentás? —le demandó al consternado hombre.
—María Gracia
—dijo con voz estrangulada—. Lena, mi mujer, y mi hija Ivana.
Ninguna extendió
la mano para responder a la introducción. La hija estudió a la rival de su
madre y esbozó un gesto de sarcasmo.
—Quiero hablar
con vos. En privado —enfatizó la esposa, mientras su hija se acomodaba en un
sillón ignorando abiertamente a María Gracia.
Julio la condujo
al dormitorio donde quedaron enfrentados sin hablarse. La mirada de su mujer lo
abrumó, tal era el reproche que revelaba.
—Lena, te juro
que yo no quería…
—No es momento
para disculparte —lo interrumpió—. Quiero la tarjeta que gestionaste para Ivi,
si tus obligaciones te permitieron hacer el trámite —subrayó.
Él, con gesto
dolido, sacó la billetera del saco y le extendió el plástico sin hablar. La
mujer lo revisó antes de guardarlo en su bolso y, antes de salir, le dijo con
tono tranquilo:
—¿Sabés? Me había
impuesto hablar con vos apenas regresaras. Tus ausencias y silencios expresaban
un cambio que, por mucho que me negara a reconocer, se hacía cada vez más
ostensible. Me defraudaste, porque puedo entender que ya no me ames, pero no
que me engañes —no esperó respuesta para abandonar el dormitorio.
—Vamos, hija —se
dirigió a la joven que no se había movido del sillón.
Ivana se levantó
y sin echar una sola mirada a su padre ni a su pareja, siguió a Lena fuera de
la suite.
La conmoción las
silenció hasta abordar la calle adonde se impuso la necesidad de buscar
alojamiento.
—A menos que
conozcas otro hotel —dijo Lena— tendremos que molestarlo a Gael.
—En este momento
no recuerdo siquiera mi nombre —confesó la chica—. Será mejor llegarnos hasta
su departamento.
Caminaron hasta
la parada de taxis y poco después estaban frente al edificio donde habitaba el
médico. Ivana se demoró presionando el timbre y se volvió desalentada hacia su
madre:
—No contesta
nadie. O no está o tiene el sueño muy pesado.
—Tenés las
llaves. Entremos porque no soporto más este viento helado. Si todavía no llegó,
lo esperaremos. Pero a cubierto y sentadas —decidió la mujer.
Ivi franqueó el
ingreso al inmueble y tomaron el ascensor hasta el octavo piso. Antes de abrir
la puerta del departamento, volvió a tocar el timbre. Sin respuesta, insertó la
llave en la cerradura y entraron al confort de una sala calefaccionada. Buscaba
un interruptor cuando la habitación se iluminó sin su participación revelando
la figura alerta de Gael. La primera en reaccionar fue Lena:
—¡Gael!
Disculpanos la intrusión pero nos cansamos de tocar y no contestaste… —se
excusó la mujer.
—¡Lena, Ivi! —exclamó
sorprendido—. El timbre no funciona. ¿Qué hacen en Buenos Aires y a esta hora?
Ivana se volvió a
enfrentar al torso desnudo de un Gael sin dudas ofuscado. Lo miraba olvidada
por un momento del suceso que las había llevado hasta su vivienda, cuando se entreabrió
la puerta a espaldas del médico:
—¿Qué pasa,
querido? —preguntó una voz femenina.
—Nada —contestó—.
Pasen a la cocina, por favor —les dijo a sus visitantes.
Lo siguieron
hasta una reducida estancia adonde desplegó una mesa adosada a la pared y acercó
dos taburetes.
—Lena, en los
estantes vas a encontrar todo para hacer café. Enseguida estoy con ustedes
—indicó abandonando el lugar.
—Le cortamos la
inspiración —ironizó Ivana—. ¿En qué fase estaría?
—¡Ivi! —regañó su
madre—. Otro, en su lugar, no hubiera ocultado su disgusto. No cualquiera
recibe visitas que invaden su domicilio y a una hora inapropiada.
—Te recuerdo que
vos lo propusiste —le contestó enfadada.
Como un alud la
arrasó la evidencia de la infidelidad de su padre. La congoja por su madre
acrecentaba su decepción como hija, y las lágrimas que había logrado contener
afloraron independientes de su voluntad. Se agazapó sobre el piso con un
quejido de animal herido y se abandonó a la pena. Cuando Gael volvió a la
cocina encontró a Lena agachada junto a su hija tratando de calmar los sollozos
que la sacudían. Tomó a la mujer por los hombros y la incorporó con suavidad.
Ocupó su lugar tratando de consolar a Ivana que lo rechazó con violencia:
—¡Dejame, no me
toqués! ¡Ustedes son todos una mierda! —gritó sin dejar de llorar.
Gael, confundido,
miró a Lena quien le hizo un gesto de disculpa.
—Ivi —dijo el
médico con firmeza—. Si no te levantás del piso, te levanto yo. La cocina no
tiene calefacción y te vas a pescar un enfriamiento.
Ella lo empujó y,
cubriéndose el rostro inflamado, se incorporó, caminó hacia la sala y se
desplomó en un sillón. Él la observó un instante y se volvió hacia Lena:
—¿Qué la puso en
esta condición?
La mujer le
relató el aciago encuentro que terminó en busca del refugio de su departamento.
—¿Y vos cómo
estás? —le preguntó preocupado.
—Por ahora bien.
Cuando asimile la situación, seguro berrearé como Ivi —dijo con una sonrisa
descolorida.
—Andá con ella
porque a mí no me permite acercarme. Ya les alcanzo el café — propuso.
Ivana estaba
compuesta cuando Gael depositó la bandeja sobre la mesa ratona. Levantó un
pocillo y se lo ofreció. Ella lo aceptó rehuyendo la mirada. Los tres bebieron
la infusión en silencio hasta que el dueño de casa manifestó:
—Las invito a
descansar. Supongo que estarán agotadas después de tantas horas sin dormir. Les
preparé el dormitorio.
—Yo me quedo acá
—declaró la muchacha.
—Como no puedo
dormir con tu mamá, encantado si querés compartir el sillón conmigo —dijo el
médico.
—¿Cambiaste las
sábanas? —preguntó ella belicosa.
—¡Ivi! —exclamó
Lena enojada.
—La cama está de
estreno para ustedes —aseguró entre divertido y perplejo.
Ella levantó el
bolso y enfiló hacia la puerta de la alcoba.
—Menos mal que la
conocés —le dijo Lena a Gael antes de seguirla—. Algunas veces me desquician
sus impertinencias.
—Tu muchachita
desconcierta a cualquiera —aseguró él riendo—. Tratá de descansar —dijo
abrazándola con cariño.
—Gracias,
querido. Esta hubiera sido una noche negra sin tu presencia. Hasta mañana —se
despidió.
Me quedé con las ganas de estrecharla entre los
brazos. ¿Qué quiso decir con que todos somos una mierda? Julio lo es, por no
haber sido franco con Lena. ¿Y por qué yo lo soy para ella? ¿Porque me encontró
encamado con una mujer? ¿Sonó a desengaño? Sí que la fastidiaste, Gael. Pero
era a vos, Ivi, a la que quería tener en mi cama. ¿Se puso celosa? Ojala. Con estos
cuestionamientos acomodó su humanidad en el sillón y se dispuso a dormir.
Lena entró al
dormitorio y encontró acostada a su hija. Se sentó al borde de la cama y le
despejó el pelo de las sienes.
—¿Qué te pasa con
Gael? Lo trataste de forma desconsiderada.
—No hice más que
asegurarme de no dormir entre sábanas sucias —dijo apretando los labios.
—No te reconozco,
hijita. Él es lo suficientemente maduro como para darse cuenta del detalle que
vos le imputás. Y si así no hubiera sido, lo podíamos solucionar nosotras —miró
el rostro enfurruñado—. ¿O…? —Dejó la pregunta en suspenso.
—O nada. Metete
en la cama, mamacita. Y consolémonos mutuamente —le estiró los brazos
amorosamente.
Lena le dio un
beso y pasó al baño antes de ponerse el camisón. Ivana se sumergió en las
sensaciones que el día le había deparado.
Por un momento sentí que había perdido a mi padre y a
mi amigo. ¿Amigo? ¿Por qué me dolió tanto que estuviera cogiendo con una mina?
¿Porque yo quería estar en su lugar? A ver si Marisol tiene razón. No. Lo de
papá me desequilibró. Pero te odié, Gael. Y punto. Debo concentrarme en mamá,
que es la que está sufriendo.
Lena se deslizó a
su lado e Ivi la abrazó con fuerza hasta que el cansancio las transportó al
territorio del sueño.
XXII
Lena se despertó
y contempló a Ivi que dormía profundamente. Las alternativas de la noche
anterior la despabilaron del todo. Bajó de la cama cuidando de no despertar a
su hija y se vistió a la luz del velador. Su reloj indicaba las diez de la
mañana. Después de pasar por el baño, salió en busca de Gael. Lo encontró en la
cocina tomando un café.
—¡Buen día, Lena!
—se acercó a besarla—. ¿Dormiste bien?
—Como si no
tuviera problemas —declaró con una sonrisa—. Después del café que me vas a
convidar, voy a despertar a Ivi. Dormía tan tranquila que pensé en dejarla un
rato más.
—Me parece bien.
Vas a tener un desayuno completo: café con leche y medialunas.
—Gracias, Gael.
Por todo. Por tu comprensión y tus atenciones.
—Que retribuyen
escasamente lo que me brindaste por años —dijo él—. ¿Qué planes tienen para
hoy?
—Compras en Patio
Bullrich.
—Las alcanzo y
cuando terminen las paso a buscar. El almuerzo corre por mi cuenta. ¿Se van a quedar
hasta mañana? —preguntó esperanzado.
—No sé. Todo
depende de Ivi. La golpeó fuerte el encuentro de anoche y presumo que para
aliviarse le falta una charla con su padre.
—Vos lo estás
tomando con mucha entereza. ¿Debo preocuparme por un derrumbe?
También a ella la
había admirado su serena aceptación de la nueva realidad. La pregunta de Gael
propició el análisis:
—Hace tiempo que
sospechaba que a Julio le pasaba algo. Estaba evasivo, se preocupaba menos por
las actividades de sus hijos y, esencialmente, entre nosotros se había
instalado una progresiva apatía. Yo lo atribuía al poco tiempo que pasábamos
juntos y a sus crecientes obligaciones que lo devolvían a casa para recuperarse
del cansancio acumulado —hizo una pausa—. Pero lo cierto es que también caí en
esa espiral descendente como si el enfriamiento de nuestra relación fuera
normal cuando yo —acentuó— a mis
cincuenta y tres años, todavía sueño con amar y ser amada —lo miró como
temiendo ser reprobada pero en los ojos del joven leyó un tácito acuerdo que la
animó a seguir—. Entonces me pregunto: ¿en qué momento se fueron entibiando mis
sentimientos? ¿Por qué frente a la evidencia
del desgaste no pude encarar una charla con Julio? Sospecho que era más
fácil ese silencio cómplice que hacerme cargo de que algo se había deteriorado
en nuestra pareja —se quedó absorta, como intentando aprehender el significado
de su discurso.
—Entonces me
quedo tranquilo por vos. Tus palabras indican que hace tiempo venís elaborando
el duelo —la tomó de las manos y se las apretó cálidamente—: Mejor así, Lena.
El episodio de anoche te libera de la pesada mochila de la culpa y mengua el
proceder de Julio. Y esto lo digo porque con el tiempo, cualquiera sea el rumbo
que tomen sus vidas, podrán disfrutar de lo más valioso que dejó su relación:
los buenos momentos y los hijos.
Lena escuchó al
muchacho devenido en hombre que había prohijado, y su discurso terminó por
esclarecer los cuestionamientos que había intentado sofocar durante tanto
tiempo. Respondió a la presión de sus manos y le confió el motivo de su
preocupación:
—Aunque lo de
Julio no sea más que una relación circunstancial yo no lo puedo disculpar,
Gael. Así que debo asumir que desde ahora soy una mujer separada y la
repercusión que va a tener sobre mis hijos. Creo que a los varones mayores les
será más fácil de sobrellevar, pero me temo que Ivi y Jordi serán los más
afectados.
El médico
asintió. Para Ivi sería un duro golpe porque conocía la debilidad que la
muchacha tenía por su padre. En cuanto a Jordi, el chico lo procesaría más
rápido porque ya se le habían revelado los conflictos de sus progenitores.
Deberían abocarse a Ivana. Como convocada por su pensamiento, la joven hizo su
aparición en la cocina. Con el cabello mojado por la ducha reciente se acercó a
Lena y la abrazó. Después se enfrentó al hombre cuya mirada desbordaba los
sentimientos que la muchacha le provocaba:
—Gael —dijo
contrita— parece que mi karma es pedirte perdón —por un momento se abandonó al
reclamo de las pupilas masculinas y a su sonrisa consoladora—. Soy una
desagradecida y ninguna circunstancia disculpa mi comportamiento. ¿Querrás
seguir siendo mi amigo? —rogó con una expresión tan sentida que disparó la
emoción del varón al cosmos.
La absolución la
recibió entre los brazos del conmovido Gael que no prolongó el acercamiento
porque no confiaba en su moderación. Lena asistió al acto de contrición de su
hija y a la respuesta del muchacho que la separó de su cuerpo depositando un
beso en su frente. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de lo que la ama este
hombre?, se preguntó. El enajenamiento de Gael era tan transparente que no
concebía el despiste de su hija. Presintió que el amante se impondría al amigo
y esta intuición la regocijó. Era el vínculo que Ivana necesitaba para superar
el luto por la ruptura de sus padres. Gael le alcanzó a la joven un pocillo
humeante y la bandeja con las facturas. Tan pronto terminó de desayunar, las
llevó hasta la galería por donde las pasaría a buscar cuando lo llamaran. A la
una Ivana terminó sus compras y le avisó a Gael que se habían desocupado.
—No puedo seguir
fingiendo que me olvidé del fiasco de anoche —le dijo a su madre mientras
esperaban—. No sé cuándo podré enfrentar a papá. Y vos, ¿vas a hablar con él?
—Cuando sea el
momento —dijo Lena—. Es mejor dejar enfriar las cosas.
—¿Se van a
separar? —preguntó Ivi temerosa.
—Te vas a tener
que acostumbrar a la idea, querida —contestó la mujer dulcemente.
—Treinta años,
mamá… ¿Qué significamos vos y nosotros en la vida de papá? —susurró.
—Ustedes, todo,
¡siempre! —Subrayó su madre—. Él y yo nos unimos por amor y nos aventuramos a
construir juntos una familia que permanecerá aunque nos separemos. A veces -no
siempre, Ivi- las circunstancias en lugar de acrecentar los sentimientos, los
desgastan. Esto nos pasó a tu padre y a mí. Sólo que yo recién lo puedo ver
ahora y él buscó, tal vez deliberadamente o por accidente, el paliativo en una
nueva relación.
—¿Lo disculpás?
—reprochó dolida.
—No quiero
juzgarlo. A pesar de su engaño es un buen hombre y bastante castigo tendrá con
la conciencia de no haber actuado con honradez. Por eso quiero dejar
transcurrir un tiempo, ¿entendés?
La llegada de
Gael impidió que Ivana siguiera cuestionando a su madre. Después de guardar las
bolsas en el baúl del auto, las llevó a almorzar a un restaurante de Puerto
Madero. Las mujeres se asombraron del crecimiento del exclusivo barrio
extendido sobre la costa del Río de La
Plata y del lujo de la casa de comidas.
—Esto te va a
costar un ojo de la cara —le dijo Lena al muchacho.
—Nada es demasiado
para mis chicas —declaró él con una sonrisa radiante.
La conversación
versó sobre cualquier tema que no incluyera el incidente nocturno. Gael
insistió:
—Quédense cuanto
quieran. Mañana a la tarde dispondrán del departamento para ustedes solas.
—Quiero volver a
casa —manifestó Ivi—. Ya tuve bastante de Buenos Aires.
Ninguno la
contradijo. Estaban por abandonar el restaurante cuando sonó el celular de
Lena. Le echó una mirada y les dijo a los jóvenes:
—Es Julio.
Discúlpenme un momento —se levantó y caminó hacia la entrada.
La chica se puso
tensa mientras seguía con la vista las gesticulaciones de su madre. —¿Vos creés
que lo va a perdonar? —le dijo a su acompañante con acento esperanzado.
Gael no contestó
y ella apartó los ojos de Lena para interrogarlo con la mirada. En el rostro
compasivo del médico leyó la respuesta tan temida.
—Soy una ilusa,
¿eh? —su afirmación sonó tan desmoralizada que él cobijó entre sus manos, en
silencio, la que ella tenía sobre la mesa.
—Creí que mi
familia era indestructible —continuó Ivi— y ahora sus pilares se derrumban. ¿Es
éste siempre el destino del amor?
—No, nena
—aseguró él—. Estás conmocionada por la situación de tus padres, pero
seguramente conocés parejas que se sostienen y afianzan con el correr de los
años. Cuando hayas superado esta crisis vas a comprobar que nada se destruyó de
tu familia.
Lena volvió a la
mesa y encontró a su hija apesadumbrada y a Gael pendiente de la muchacha.
—Me voy a
encontrar con Julio —informó al dúo—. Estaré de vuelta antes de las seis para
que podamos tomar el ómnibus de las siete.
—¿No dijiste que
era mejor esperar un tiempo? —le recordó la joven.
—Sí, Ivi
—respondió su madre—. Pero estaba tan afligido que no pude negarme. ¿Estarás
bien?
Ella no contestó,
pero Lena buscó la respuesta en los ojos serenos del médico que le
transmitieron la confianza de que se ocuparía de su hija. Tomó su abrigo y Gael
le ayudó a ponérselo.
—Te llevamos —le
dijo—. ¿Vamos Ivi? —se dirigió a la muchacha que permanecía sentada.
—Yo no voy a
ningún lado —contestó contrariada y cruzándose de brazos.
Lena vaciló. Gael
largó una carcajada que le valió una mirada furibunda de Ivi. Se inclinó sobre
ella y le dijo en voz baja y sin perder la sonrisa:
—Me encantaría
que te mantengas en tus trece porque me daré el gusto de cargarte hasta el
auto.
Su tono fue tan
categórico que no daba lugar a la intransigencia. Ivana se levantó con
animosidad y no permitió que el hombre la asistiera para colocarse el abrigo.
Él, todavía sonriente, escoltó a las damas hasta el coche. Dejó a Lena en la
puerta del Regency y volvió a su departamento como chofer de Ivi que se negó a
ocupar el asiento del acompañante. Cuando
está enojada se pone tan adorable que me la comería a besos. Algún día no voy a
poder contenerme. ¿La tendré alguna vez rendida en mis brazos? ¡Será un día
glorioso, Señor! Estacionó el auto en la cochera, bajó y se dirigió al
ascensor para subir a su piso. Ivana, ceñuda, lo siguió. El médico accionó el
control remoto desde la puerta del elevador para cerrar el coche y le hizo un
ademán galante para que ingresara a la caja cuando se abrió la puerta. Ella
viajó mirando el techo eludiendo la burlona mirada de Gael. Esperó, con la
misma actitud, a que él franqueara la entrada y se instaló en el sillón del
estar sin quitarse el abrigo y con la cartera colgando del hombro. Su amigo
entró al cuarto de baño y al regresar observó:
—¿Por qué no te
ponés cómoda? Con la calefacción y tan emponchada vas a terminar con urticaria.
—Dejame en paz
—le contestó.
Él se encogió de
hombros y pasó a la cocina. Volvió poco después con una bandeja y dos pocillos
de café que depositó en la mesa baja. Ivana estaba con las mejillas echando
fuego.
—¡Suficiente,
mula! — exhortó Gael—. Sacate el abrigo o…
—¡Qué! —desafió
ella—. ¿Me lo pensás sacar vos?
Lo que quiero hacer es desnudarte —cruzó por la
mente del hombre—, pero se limitó a decir:
—No seas
pendenciera que ya no tenemos edad para eso. No me dejaste terminar. Aquí hace
veintiséis grados y afuera dos bajo cero. ¿Querés terminar enferma?
¿Qué me pasa? Perdí la cordura. Pero él vive
desafiándome. No tuvo sensibilidad cuando me negué a estar tan cerca del
traidor de papá. Tiene razón. Me estoy portando como una pendeja. ¿Tendré que
disculparme de nuevo?
—No me pidas
perdón pero alivianate —dijo el médico como si hubiera escuchado su monólogo.
Ivana se despojó
del tapado y tomó la taza de café que le estiraba su anfitrión.
—¿Mejor?
—preguntó él.
—Mejor —asintió
ella con una sonrisa.
Lena, como había
prometido, regresó a las seis. No hubo preguntas ni confidencias. Gael las
llevó a la estación y la próxima vez que Ivi lo vio fue en Inglaterra.
XXIII
—Mamá, ¿de qué
hablaron con papá? —inquirió Ivi cuando estuvieron instaladas en el ómnibus.
—Está
genuinamente apenado por no haberse sincerado en su momento. Así como yo
pensaba encararlo cuando volviera a casa, él tenía decidido hablarme de su
nueva relación. Me dijo que lo fue estirando para no dañarnos; porque no quería
herirme y temía el rechazo de sus hijos.
—¿La manera de
enterarnos no fue peor? —murmuró la chica, rencorosa.
—Fue una
circunstancia fortuita que no hubiese ocurrido sin nuestra aparición sorpresiva
en el hotel —dijo Lena.
—Y él hubiese
continuado su doble vida vaya a saber hasta cuándo —aseveró la chica.
—No lo sé,
querida. Debo darle un margen de credibilidad. Si él no hubiese hablado tené
por seguro que yo estaba dispuesta a aclarar los motivos de su distanciamiento.
—Entonces… —se
impacientó Ivana—. ¿En qué quedaron?
—Mañana vendrá
a charlar con todos ustedes y después volverá a Buenos Aires adonde piensa
instalarse de ahora en más.
—Ya no volveremos
a verlo… —dijo la joven desolada.
—¡No te apenes,
mi amor! —instó Lena—. Sincerarnos hace posible un vínculo más auténtico.
Cuando visiten a papá o cuando él venga a verlos, compartirán un tiempo del que
se privaban aunque conviviéramos bajo el mismo techo. Esto no es el final sino
el comienzo de una nueva manera de relacionarnos.
—Cada cual por su
lado —farfulló la hija.
—Cada cual por el
lado que lo haga más feliz —convino la madre.
El cansancio las
fue ganando y durmieron el resto del viaje. Diego y Jordi recibieron a las
amodorradas mujeres para trasladarlas a la casa. Ivi se despidió de su madre en
la puerta del dormitorio quedando las explicaciones para el día siguiente. Lena
madrugó para desayunar con sus hijos y anticiparles la charla que tendrían con
su padre. Los varones lo tomaron con menos dramatismo que Ivana como si su
condición de machos les permitiera justificar la mudanza de sentimientos
paterno y se mostraron más pendientes del estado de ánimo de su madre.
—¿Cómo te sentís
vos, mamá? —preguntó Diego abrazándola.
—Ahora que las
cosas están claras, bien —reconoció Lena.
—¿Y nuestra Ivi?
—se interesó Jotacé revelando una sensibilidad poco común en él.
—Afligida. Le
costará superarlo —admitió la mujer—. Va a necesitar de nuestro apoyo, hijos.
—Lo tendrá, mamá.
No te preocupes —aseguró Diego—. ¿A qué hora nos reuniremos?
—Calculo que
después del almuerzo. Ordenen sus asuntos para tener la tarde libre.
Ivana y Jordi
aparecieron a las nueve. El jovencito escuchó la explicación materna con
expresión solemne y, como sus hermanos varones, sólo indagó:
—¿Estás muy
apenada, mami?
—Un poco, mi
amor. Pero con ustedes lo iré superando —dijo acariciando su mejilla.
Jordi rodeó su
cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho. Al separarse, le auguró a su mamá:
—Siento que vos y
papá van a estar mejor y se van a querer de otra forma. Y esto es bueno para
todos —se volvió hacia Ivi que los contemplaba—: Ya vas a ver Mavi que tengo
razón.
Ella suspiró aún no
convencida, pero las palabras de su hermano sonaban tan inequívocas que algo de
su seguridad se filtró en su desolada conciencia.
—¿Por qué no van
a dar un paseo? —intervino Lena—. Hay un sol espléndido y podrán caminar hasta
la hora de comer.
—¡Vamos, Ivi!
—alentó Jordi—. Hace mucho que no salimos solos —y la tironeó de una mano hacia
la calle como cuando era un crío.
—¡Está bien! Pero
busquemos un abrigo antes de salir —rió ella.
Poco después se
dirigían hacia el Parque Independencia que estaba más cercano a su casa y
alejado del viento costero. Deambularon por el rosedal y alrededor del lago y
una hora después Ivana propuso refugiarse en la confitería para tomar algo
caliente, moción que Jordi aceptó sin chistar. Se quitaron los abrigos y
pidieron café para la joven y chocolate para el jovencito.
—¡Tengo los dedos
congelados! —dijo Ivana soplando aire caliente sobre sus manos mientras las
frotaba.
—Tendrías que
haberte puesto guantes como yo —observó Jordi.
—Sí, chico
previsor —dijo en tono admonitorio—, si no me hubieras sacado de raje.
—¡Qué arrabalera,
Ivi! —rió su hermano—. Ese estilo te quedaba bien cuando usabas pantalones,
pero ahora, vestida de damisela…
—¿Seguimos con
las chacotas? Seguro que la palabra damisela no la aprendiste de Jotacé.
—No. De Gael.
—¡Ah…! ¿Te habla
de mí?
—A veces.
—¿Y qué dice?
—preguntó simulando indiferencia.
—Son charlas
privadas; pero una vez me dijo que parecías una damisela.
—¿Se puede saber
cuándo? —dijo medio contrariada por la reserva de su hermano.
—Eso sí. El primer
día que me llevaste a su consultorio. Te habías puesto una pollera corta y
botas ¿te acordás?
—Ahora que me lo
decís, sí.
—Gael dijo que
estabas hecha toda una dama y a mí me dio risa porque sonaba a mujer grande,
entonces se corrigió y dijo “toda una damisela”. Así me pareció mejor, porque
me explicó que quería decir chica linda.
—¡Ah, bueno! Me
siento muy halagada por la opinión de dos gentilhombres —expresó Ivi en tono
burlón.
—¿Es un halago?
—indagó Jordi receloso.
—Algo así. Quiere
decir buen mozo.
—Gael lo es. ¿Yo
también?
—Vos vas a tener
la novia más linda cuando crezcas, hermanito. Porque sos un amor —declaró ella
desbordada de cariño.
La respuesta de
Ivana satisfizo a Jordi porque las imágenes que se agitaban en su mente
respondían a patrones conocidos. Confusas, cuando pensaba en el médico,
coloridas cuando expresaba su afecto filial. Las figuras del amor se parecían
aunque diferían en matices. Las de Gael, cuando enfocaba a su hermana, eran
deslumbrantes.
—Son las doce
—informó Ivi apartándolo de su cavilación—. Tenemos que volver.
Almorzaron a la
una y a las tres llegó Julio. Ivana ayudó a su madre a llevar la bandeja con
los pocillos de café y después se instaló en el sillón chico. El padre con aire
grave e inseguro demoró en dirigir la palabra a su familia.
—Antes que nada,
quiero pedir perdón a su madre por mi conducta engañosa y a todos asegurarles
que nunca imaginé pasar por este trance. Me es difícil exponer mis sentimientos
sin mencionar la situación que veníamos arrastrando Lena y yo. Es complejo
analizar por qué nuestros sentimientos se fueron desgastando. Tal vez porque
cuando ella se abocó a Jordi yo no supe afrontar el compromiso de sostener el
esfuerzo de mi pareja y eso originó la fisura que luego se convertiría en una
brecha. Y de esto, hijo mío —se dirigió al muchachito sentado junto a su madre—
el único responsable soy yo, que me limité a quererte y verte crecer con
alegría pero sin participar en la dedicación conjunta de tu madre y hermana
—miró a Ivana que permaneció con las facciones inexpresivas—. Lo que ocurrió no
lo busqué deliberadamente y no aspiro a lograr en este momento su comprensión.
Sólo deseo que sepan que los amo, que son y seguirán siendo mi familia, que
como padre han satisfecho todas mis expectativas y que cuentan conmigo como
siempre —se detuvo para terminar con voz quebrada—. Y cuando puedan, que
perdonen mi actitud si los hirió.
Lena esperó la
reacción de sus hijos. El primero fue Jordi que se acercó a Julio para
abrazarlo. El hombre lo sostuvo con fuerza sobre su cuerpo haciendo un esfuerzo
por contener las lágrimas.
—Yo también te
quiero mucho, papá, y sé que las cosas van a estar bien —dijo el chico.
Diego y Jotacé se
pararon esperando a que Julio deshiciera el abrazo. El mayor preguntó:
—¿Cuáles son tus
planes ahora?
—Instalarme en
Buenos Aires y venir a verlos cuando ustedes lo consideren apropiado. Voy a
estar pendiente de esta decisión —miró a sus hijos esperando una reacción.
Jotacé se acercó
para darle un abrazo que luego imitó Diego. Ivi se levantó y corrió hacia su
habitación.
—Dale tiempo
—indicó la mujer al desconsolado Julio—. Ya sabés cómo es la ligazón entre
padres e hijas.
—Lena, quiero que
entiendan que aunque no esté aquí, de ninguna manera me desligo de las
obligaciones para con vos y los chicos.
—Ya lo sé.
—Quiero que Ivi
siga estudiando sin trabas, que no intente de nuevo buscarse un trabajo.
—Eso lo
abordaremos si ella lo propone. Por el momento, estará pendiente de su viaje y
veremos qué pasa cuando vuelva. No te tomaste tu café… —señaló, fiel a su
estilo solícito.
—Voy a echar de
menos todas tus consideraciones, Lena —sonrió él.
—Pienso que
tendré que deshacerme de este hábito sobre protector. Puedo ponerme demasiado persecutoria.
—Tengo que
llevarme algunas cosas. Si estás de acuerdo, subiré al dormitorio para preparar
un bolso.
Ella asintió y el
hombre se dirigió hacia la escalera. Antes de entrar al cuarto que había
compartido con su mujer, tocó la puerta de su hija.
—Ivi. ¿Puedo
pasar? —pidió.
Después de un
silencio que se le antojó eterno, la joven le franqueó el paso.
—¿Qué querés?
—Despedirme. No
me voy a ir sin que me des un beso o un golpe, mi niña.
—¿Cómo podés ser
tan insensible? Nos arruinaste la vida y pretendés que las cosas sigan como
antes. Mamá no es tu mujer ni yo tu niña. Y esa elección la hiciste vos —acusó
con rabia.
—¡No, Ivi! Con
vos no hice ninguna elección. Nada puede cambiar el lazo que nos une ni yo
permitiría que alguien lo intente. Escuchame, hija. Sé que cometí el error de
no ser sincero, pero no me castigues negándome un abrazo —la miró con tanta
congoja que la hizo romper en llanto.
Los brazos firmes
de su papá la cobijaron para que drenara toda la angustia sobre su pecho. La
acarició y besó sin palabras hasta que se calmaron sus convulsiones. Le alcanzó
un pañuelo para que soplara su nariz congestionada y, sin soltarla, le refirió
su esperanza para el futuro:
—Ya vas a ver, mi
Ivi. Cuando venga a visitarte nos dedicaremos todo el tiempo que hasta ahora no
nos brindamos. Y estaremos más cerca que cuando vivimos en la misma casa. Te
quiero tanto, mi niña, que no soportaría que me odiaras.
—Yo no te odio,
papá —musitó débilmente—. Es que no puedo creer que las cosas se hayan
terminado.
—No han
terminado. Han cambiado, hija. Y lo que más me alivia es que tu madre no está
demasiado golpeada por mi conducta. ¿Me darás un beso de despedida?
Ivana lo abrazó y
lo besó la mejilla. Era su padre y no lo podía condenar.
XXIV
El sábado
amaneció tan melancólico como el ánimo de Ivana. Su entrañable mamá le sirvió
el desayuno en la cama. Después de responder a su beso, observó con voz
culposa:
—Se invirtieron
los papeles, mami. Yo tendría que haberte atendido a vos.
—Cariño, poder
brindarte un mimo es la mejor terapia para mí —declaró Lena acariciando su
mejilla.
Mientras la chica
tomaba el café con leche, la puso al tanto de las actividades del día:
—Julio César ha
organizado un asado en la casa de Funes de Ronaldo y quiere que vayamos todos.
El día está nublado y con amenaza de lluvia, pero asegura que en el chalet
tendremos todas las comodidades.
—Creí que faltaba
terminarlo.
—Está listo.
Están esperando el final de obra.
—Bueno. No vamos
a desairar a los muchachos que se preocupan por sus mujeres. Porque esta
cortesía es consecuencia de la ruptura con papá, ¿verdad?
—De mi ruptura,
Ivi. Quiero que disciernas que tu padre no ha cortado con ustedes sino con la
relación de pareja que tenía conmigo. Y que yo estoy de acuerdo con esa
decisión —dijo con firmeza.
—Sí, mamá.
Perdoname. Me va a costar adaptarme a la nueva situación, de modo que tendrás
que tenerme paciencia.
—Toda la que haga
falta, querida. Pero que te quede claro: no sufras por mí ni por vos. El afecto
de papá no ha variado con sus hijos —se levantó del borde del lecho—. Son las
diez. ¿Estarás lista para las once? Nos pasarán a buscar Diego y Yamila.
—Ya empiezo a
prepararme. Y gracias, mami —dijo tendiéndole los brazos.
Lena respondió al
reclamo y después salió llevándose la bandeja. Antes de las once bajó Ivana y
Jordi corrió a besarla.
—¡Buen día, Ivi!
¡Vamos a conocer la casa que proyectó Jotacé! —exclamó con entusiasmo.
—¿Qué tiene de
especial? —sonrió.
—¡Qué está toda automatizada!
Tiene un cuarto con cinco computadoras que controlan los ingresos de la puerta
principal, del parque, la entrada de servicio, la cochera y el fondo.
—¡Cielos! Espero
que no monitoreen los baños —rió Lena.
Ivana subió a la
terraza para aquilatar el clima. Viento helado, nubarrones y presagio de
tormenta. Puso algunas plantas a reparo ante la contingencia de granizo y bajó
cuando Jordi le avisó que había llegado Diego. Su hermano la abrazó con cariño
y se interesó por su estado de ánimo. En el auto esperaba Yamila y poco después
partieron para Funes. Jotacé y el dueño de casa les dieron la bienvenida y, una
vez acomodados, los invitaron a recorrer la pequeña mansión. Estaba enclavada
en medio de un predio arbolado con ejemplares centenarios, según explicó
Ronaldo. El terreno había pertenecido a una familia por generaciones y los
últimos descendientes lo habían vendido con la casa que Jotacé había reciclado
y modernizado. Después de la gran reja perimetral se abría un amplio jardín al
frente con cochera pasante al garaje cubierto con capacidad para cuatro autos.
Detrás de la casa se destacaba la amplia piscina, ahora vacía, alrededor de la cual
retozaban los dos perros guardianes. Las primeras gotas de lluvia los
encaminaron al porche para ingresar al interior calefaccionado con estufa a
leña. En la planta alta, cuatro dormitorios en suite, dos de los cuales tenían
balcón con vista al parque trasero. Bajaron por fin, a decir de Jordi, para
inspeccionar el cuarto de control adonde estaban instaladas las computadoras.
Lo dejaron delante de los monitores mientras el resto se instalaba en el
living. Los hombres pasaron al quincho cubierto para ocuparse del asado en
tanto las mujeres se dedicaban a charlar.
—¡Me encanta esta
casa! — alabó Yamila contemplando los coloridos vitraux de los paneles
laterales—. Jotacé hizo un trabajo espléndido al conservar los detalles
originales de la fachada y del interior.
—Es cierto. Hay
un ensamble armonioso entre el estilo inicial y los complementos modernos. Creo
que confiaré en Julio César el día en que pueda construir mi casa —afirmó Ivi
con gesto de entendida.
—Es lo menos que
podrías hacer —rió Lena ante la apreciación de su hija—. Confiar en tu hermano.
—¿Este Ronaldo
tiene novia? —preguntó Yamila.
—No sé. ¿Andás
pensando en cambiar a Diego? —contestó Ivi burlona.
—¡Para vos,
tarada…! —exclamó su cuñada.
—No es mi tipo.
Los amigos de mis hermanos son buena gente pero no califican como posibles
candidatos.
—Es que vos sos
muy exigente. Decime qué cualidades deben reunir así evalúo a los que conozco.
—Sin ofender, esa
selección corre por mi cuenta.
—No me ofendo,
Ivi, pero no comprendo el por qué de tu soledad.
—Que no tenga
pareja no implica que esté sola. Tengo a mi familia y buenas amigas con las
cuales comparto estudios y salidas —dijo Ivana apacible.
—Como tu madre es
una mina piola, puedo precisarte que hay momentos que sólo se comparten con un
hombre —insistió Yamila.
Lena, que tenía
claro qué compañía deseaba para su hija, intervino en el intercambio:
—Estoy segura de
que Ivi encontrará a la persona indicada. —Se levantó e instó a las chicas—:
¿Vamos a ver qué hacen los muchachos? Tal vez necesiten una mano.
Las jóvenes
intercambiaron una mueca antes de acoplarse a la mujer que caminaba hacia el
acceso interior al quincho. La lluvia, empujada por el viento, golpeaba las
puertas de vidrio y las ventanas realzando el cálido interior. Ronaldo y Jotacé
charlaban cerca de la parrilla esperando a que se encendiera el carbón mientras
Diego condimentaba la carne. Exhibió una amplia sonrisa cuando divisó a trío
femenino y se ladeó para recibir el beso de Yamila en la boca.
—¿Aburridas,
hermosas? Pueden preparar la ensalada, si quieren.
Lena revisó la
heladera y sacó las verduras que ya estaban limpias. Poco después estaban
cortadas y distribuidas en dos recipientes. Ivana se acercó a los custodios del
fuego y aceptó la copa de vino que le tendió su hermano.
—¿Así que dentro
de una semana viajás a Inglaterra? —preguntó Ronaldo.
—Sí. Nos vamos
con Jordi.
—Yo estuve el año
pasado y también paré en la casa de los padres de Gael. De primera, los viejos.
Transmitiles mis saludos.
—Dale, Roni
—aceptó la joven—. Me tenés que decir qué lugares a tu criterio merecen ser
visitados.
Ronaldo se
explayó especialmente sobre los pubs y prometió enviarle por mail los nombres y
características. Cuando se interrumpió para poner la carne en la parrilla, Ivi
volvió con su madre y Yamila para colaborar en el tendido de la mesa. A las
ocho de la tarde, aún con lluvia, se despidieron del dueño de casa.
—¿Y? —preguntó
Jotacé al regreso—. ¿Cómo la pasaron?
Madre y hermana
respondieron que muy bien.
—Mañana las vamos
a llevar a la estancia de Arturo a pasar el día —les anunció.
Ivana se acercó
para abrazarlo y rebatirle cariñosamente:
—Gracias por tu
preocupación, hermanito. Quedate tranquilo porque estoy bien y no me voy a
derrumbar, pero esta etapa la tengo que afrontar sin aturdirme.
—¡Eh… que no te
invito por compasión, dulzura! —arguyó Julio César.
—Lo sé, lo sé…
Hoy la pasé fantástico, pero mañana pienso dedicarme a organizar mi guardarropa
y listar las cosas que me faltan.
—De acuerdo, pero
ustedes se lo pierden —dijo el muchacho decepcionado.
Lena lo consoló
prometiéndole que los acompañarían en la próxima salida. Cenaron frugalmente y
se retiraron a descansar. El domingo, un viento helado reemplazó la lluvia.
Julio César salió con Jordi y las mujeres se quedaron a solas. La madre
colaboró con Ivana en la selección del vestuario y la confección de un listado
de faltantes que al día siguiente pensaba adquirir. Enfrentaron la melancolía
poniéndoles palabras a sus sentimientos y salieron confortadas por las
confidencias mutuas. Al mediodía encargaron la comida y ante la inclemencia del
tiempo optaron por dormir la siesta. Por la tarde Lena se dedicó a sus plantas
e Ivana a la lectura y a revisar su correo. Cenaron mirando una película y
todavía estaban de pie cuando regresaron los muchachos cansados de su día de
campo. Jordi les contó, mientras subían a los dormitorios, que habían comido
asado con cuero y montado a caballo. Tras una buena noche de descanso, Ivana se
levantó excitada por la proximidad del viaje. Recuperaba el hábito previo a
cada partida que consistía en proyectarse a cada destino y articularlo a la
experiencia misma. La frontera entre lo imaginado y lo concreto era tan sutil
que aumentaba la extensión de cada itinerario con su particular anticipación.
Agotar la guía le llevó toda la mañana y cuando terminó con las compras se
sentó a tomar un café. Al bajar del taxi, Jordi la estaba esperando en la
puerta y la auxilió con las bolsas.
—¿Cómo adivinaste
que necesitaba una mano? —preguntó guasona.
—Tu cabeza
parecía un remolino —le dijo riendo—. Además te quería decir que tenemos
visita.
La imagen de su
papá chispeó un momento en su conciencia.
—No —aclaró su
hermano—. El dueño del restaurante.
—¿Alec? —moduló
Ivi perpleja.
—Sí. Mamá lo
invitó a almorzar y creo que él quiere darte algo para Gael. Te espera desde
las diez.
—Ayudame a subir
los paquetes así no los dejo por el medio —pidió.
Después de
descargarlos en su dormitorio, se dirigió a la cocina. Antes de hacerse notar
contempló el cuadro de su mamá departiendo con Wilson. Lo escuchaba risueña, la
melena dorada enmarcando un rostro que había recuperado la frescura de la juventud.
¿Tan mal estaban las cosas con papá? Hace tiempo que
no te veía tan distendida. ¡Ay, mami! Me siento tan egoísta por no haber
prestado atención a esa sombra de tristeza que siempre te acompañaba. Me duele
la ausencia de papá, pero siento que así estarán mejor los dos.
—¡Ivi! —la
descubrió su madre—. Vení a saludar al señor Wilson.
—¡Qué sorpresa,
Alec! Me encanta verte por aquí —le dijo cordialmente.
—El placer es mío
—manifestó el hombre—. He osado acercarme a tu casa para pedirte un favor ante
la inminencia del viaje.
—Lo haré con
mucho gusto.
Él sonrió y le
entregó una caja envuelta en papel metalizado que descansaba sobre la barra.
—Es para Anne, la
madre de Gael. No tenía el regalo en mi poder antes de que el muchacho
partiera, así que pensé en recurrir a ti.
—Hiciste bien. Me
dijo Jordi que estás esperando desde las diez. Lamento haber demorado.
—Me has permitido
disfrutar de la compañía de tu mamá y he sido beneficiado con una invitación a
comer. ¿Qué más puedo desear? —dijo risueño.
Ivana asintió y
se unió a la pareja para colaborar con los preparativos. Antes y después de
comer se conmovió ante la inédita locuacidad materna que, sin premeditación, revelaba
una sensibilidad reprimida por la apatía sentimental. Wilson no ocultaba su
atracción por la mujer que descubría detrás de la charla compartida y la
comprometió, cuando lo acompañó hasta la puerta, a aceptar una cena después de
que sus hijos se hubieran marchado.
Ivi pasó por la
habitación de Jordi antes de acostarse. Sin preámbulos, le preguntó:
—¿Cómo está mamá?
—De diez —afirmó
Jordi.
—¿Él es un buen
hombre?
—De lo mejor
—aseguró.
Las declaraciones
le valieron un abrazo y un beso de parte de su hermana quien restañó la herida
de la pérdida con la ilusión del bienestar materno.
XXV
Los días hasta el
jueves volaron entre los preparativos. El vuelo salía desde Buenos Aires el
viernes a las diecisiete horas y llegaba a Londres a las once de la mañana. Diego
y Yamila, acompañados por Lena, trasladaron a los viajeros y se instalaron en
el departamento de Gael para que Ivi y Jordi amanecieran descansados. Partieron
hacia el aeropuerto después de almorzar y, mientras hacían los trámites de
embarque, Julio se unió al grupo que despediría a los hermanos. Ivana y Jordi
aparecieron una hora después para saludar antes de ingresar a la sala de
abordaje. La chica vaciló ante su progenitor que la miraba entre amoroso y
expectante para cobijarse luego en el abrazo que la esperaba.
—¡Ivi querida!
—lo escuchó decir—. No podía dejarlos partir sin expresarles cuánto los amo.
—¡Gracias por
venir, papá! Yo también te amo —manifestó devolviendo el beso.
El hombre la
soltó y se acercó a su hijo menor.
—Vas a tener la
responsabilidad de cuidar a tu hermana —le señaló mientras lo abrazaba
estrechamente.
—Perdé cuidado,
papi —garantizó Jordi, feliz de su presencia.
Tras más abrazos,
besos y recomendaciones, al filo del las diecisiete horas el dúo pasó por el
control de seguridad y se dirigió a la sala de embarque. Poco después fueron
convocados para abordar la aeronave. Jordi caminaba, fascinado, por la manga
que comunicaba con la pista porque éste era su primer viaje en avión.
—¡Ivi, Ivi…! ¿No
es fantástico? Parece que fuéramos los protagonistas de una película. ¿Te
acordás de esa de terror donde el pasadizo terminaba sobre un precipicio?
—¡Jordi! ¿No
podés pensar en algo más agradable?
—Bueno, en algo
romántico. Como que apenas bajes te espera tu amado para zamparte un beso.
—Si ese es tu
concepto de lo romántico le erraste mal, hombrecito. Considerando que no existe
tal amado, la idea de que me zampe un beso es poco refinada.
—Ah… mirá vos.
Entonces Alfonsina no es muy fina que digamos, porque la vez pasada te dijo que
le encantaría que Lucas le zampara un beso. Y vos te mataste de la risa.
—¡Sos un mocoso
insolente! —rió su hermana—. Y tenés una memoria fatal. Ya ni me acordaba de
esa conversación.
Una vez
instalados en el aparato –Jordi al lado de la ventanilla por concesión de Ivana—,
llegó el momento de ajustarse los cinturones, atender las indicaciones de la
azafata y despegar. Dos horas y media después hacían escala en San Pablo
transbordando casi de inmediato al vuelo transatlántico. Sirvieron la cena a
las nueve de la noche de Argentina y después vieron una película, escucharon
música, Ivi pidió un whiskey para llamar al sueño y sólo despertó para ir al
baño y cuando Jordi la rozó al levantarse para hacer otro tanto. El desayuno
los despabiló definitivamente. Por la ventanilla divisaron la costa de los
primeros países europeos: Portugal, España, Francia y, por fin, la isla de Gran
Bretaña cubierta de nubes. Ivana sincronizó su reloj con la hora inglesa
mientras sobrevolaban el río Támesis. Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow
y media hora después bajaban del avión, lapso que aprovechó la joven para
mandar un mensaje a su madre informándole que habían llegado bien. Pasaron
migraciones, aduana y, cuando buscaban las cintas para retirar el equipaje, un
grito de Jordi descentró a Ivana de la exploración:
—¡Gael! ¡Allá
está Gael! —y corrió al encuentro del amigo que respondió a su jubiloso abrazo.
Ivi, cargada con
los abrigos y los bolsos, quedó absorta en los detalles de la escena y sus
actores. El hombre fornido de incipiente barba dorada alborotaba el cabello de
su hermano mientras lo mantenía adosado a su costado. Sin dejar de reír levantó
la cabeza y la buscó. Se adelantó a grandes pasos con los brazos abiertos y
ella, conmovida por el reencuentro, se abandonó sobre el turbulento corazón de
Gael.
—Ivi, Ivi…
—susurró él—. No imaginé que pudiera extrañarte tanto.
Una señal de
alerta fulguró en el cerebro de Ivana. Empujó al médico y dijo categórica:
—Suficiente.
Gael miró con
deleite a la muchacha que día y noche no se apartaba de su pensamiento. A pesar
de su arisca reacción, por un momento había permanecido entre sus brazos sin
resistencia. Muchachita, siento que mi
pasión no es una locura y que vamos a compartir infinitos momentos de placer.
Quiero seguir siendo tu amigo pero antes, tu amante. ¡Dios! Tu amante… Tenerte
desfallecida de amor... Si pudieras imaginar ese instante como yo lo sueño…
—¿Te vas a dejar
crecer la barba? —La pregunta, hecha con tono provocativo, lo sacó de su
abstracción.
—No te gusta.
Ella se encogió de
hombros y desvió los ojos de la mirada inquisitiva que buscaba descifrar sus sentimientos.
—Si a vos te
gusta, mi opinión no vale —dijo con indiferencia, y agregó—: tenemos que ir a
buscar las valijas.
Jordi, testigo de
la escaramuza entre su hermana y su amigo, sonrió satisfecho. Paulatinamente
los pensamientos de Ivi sincronizaban con los de Gael y tuvo la certeza de que
el destino de su querida Mavi se concretaría en este viaje. El médico los tomó
del brazo a ambos para guiarlos hasta la cinta que contenía su equipaje. Se
hizo cargo de las dos valijas y les anunció:
—Papá espera en
el auto. Está lloviznando y se pronostica que empeorará. Mi madre no vino a
recibirlos porque se empecinó en prepararles un almuerzo a la argentina para
que no extrañen.
Los hermanos,
sonriendo, lo siguieron hasta el estacionamiento adonde aguardaba Robert
Connor. El hombre, médico de profesión, bajó del vehículo para darles una
calurosa bienvenida. Después de abrazar a Jordi se volvió hacia Ivana y le puso
las manos sobre los hombros para observarla con detenimiento. Ella se prestó al
escrutinio con una sonrisa.
—Querida Ivi,
estás tanto o más linda que cuando te vi ocho años atrás. Es un placer teneros
en nuestra casa —declaró antes de abrazarla y darle un beso.
—¡Gracias, Bob!
—retribuyó la muchacha—. En verdad, es un gusto volver a verlos después de
tanto tiempo.
—Lo que me
recuerda que Anne debe estar ansiosa por vuestra llegada —abrió la puerta del
acompañante e invitó a la joven a subir mientras su hijo terminaba de acomodar
las valijas en el baúl.
El hombre subió a
la parte trasera del vehículo junto con Jordi y Gael se ubicó al volante.
Maniobró para salir y puso a los visitantes al tanto del lugar adonde se
dirigían:
—Estamos yendo
hacia Marylebone adonde llegaremos en media hora si la niebla no se incrementa.
Los recibe un típico día inglés —concluyó con una sonrisa.
—¿Están cerca de
Regent’s Park? —preguntó Jordi.
—En los
alrededores —respondió Bob complacido por la ubicación del jovencito—. Pensaba
servirles de cicerone pero me temo que deberemos dejarlo para otra ocasión.
—¡Entonces
podremos visitar el museo de cera y la casa de Sherlock! —dijo entusiasmado.
—¡Jordi! —exclamó
Ivi—. Acordate de lo que hablamos. Más tarde organizaremos una lista de lugares
a conocer.
—¡Pero si será un
placer llevarlos! —afirmó Bob—. Este muchacho tiene bien puesta la cabeza. Una
tarde de lluvia es apropiada para este
recorrido.
Ivana hizo un
gesto de contrariedad que no pasó desapercibido para Gael. Apartó un momento
los ojos de la carretera para preguntarle:
—¿Qué te
mortifica?
—Nada —murmuró—.
Después te explico.
De la
conversación durante el viaje se ocuparon papá Bob y Jordi que acribilló de
preguntas al médico. Ivana escuchaba las carcajadas del hombre ante algunas
ingenuas preguntas del chico. Pensó que tendría que sosegar a su hermano ávido
de conocimientos, porque se negaba a dejar que Gael y su familia se hicieran
cargo de todos los gastos. Ella estaba limitada por su falta de recursos
propios y no quería disponer del préstamo paterno indiscriminadamente. La
lluvia se intensificó poco antes de llegar a una casa de dos plantas cuya
fachada, orlada de hiedra, combinaba armoniosamente madera, tejas y piedra.
Gael abrió la reja del jardín delantero con el control remoto y, antes de ingresar
a la cochera, Anne se asomó al pórtico cubierto para agitar su mano en señal de
bienvenida. Cuando bajaron del auto ya aguardaba sonriente en la puerta que
comunicaba el garaje con el interior de la casa.
—¡Ivi, Jordi!
—exclamó abrazándolos—. ¡No veía la hora de que llegaran!
Entre saludos y
expresiones de alegría ingresaron al amplio estar mientras padre e hijo se
ocupaban de bajar valijas y bolsos. Por los grandes ventanales que daban al
exterior se apreciaba el creciente avance de la niebla intrínseca a la espesa
llovizna.
—Les propongo que
ocupen sus habitaciones para refrescarse un poco antes de comer —ofreció la
dueña de casa.
—Yo los llevo
—asintió Gael.
Los hermanos
aliviaron al médico de los bolsos y subieron detrás de él. Acomodó primero a
Jordi y después guió a Ivana hasta su dormitorio. Dejó la valija sobre la cama
y se volvió hacia la muchacha:
—Ahora contame
qué te molesta.
—Que habíamos
acordado con Jordi seleccionar algunas salidas acordes al presupuesto que tengo
—se atropelló— y él…
—Pará… pará… —la
interrumpió Gael—. Antes de seguir contestame unas preguntas: ¿alguna vez Julio
me cobró los múltiples almuerzos y cenas que compartí con ustedes?
—¡No es lo mismo!
—porfió la chica.
—¿Alguna vez tuve
que pagar cuando me llevaban de vacaciones con tu familia? —siguió el médico
ignorando su protesta.
Ivana apretó los
labios.
—Entonces
—concluyó Gael— ¿por qué nos negás el derecho de agasajarte? No querrás
desairar a mis padres, ¿no?
—Tenés la virtud
de tergiversar las cosas que planteo —dijo mortificada.
—Me remito a lo
hechos —alegó su amigo—. Ergo, te ruego que disfrutés de las atenciones que
tanto vos como Jordi merecen, ¿sí?
—Veré —contestó
con aspereza—. Y ahora andate que quiero asearme.
—Enseguida,
princesa. ¿Quién puede resistirse a tan cortés pedido? —dijo burlón, y salió
después de una reverencia.
Ella se tragó la
respuesta porque él no podía escucharla. Recorrió el cuarto con la vista y se
acercó a la ventana. Apartó la cortina y declinó asomarse al balcón para no
mojarse. Se dirigió al cuarto de baño y lavó sus manos y su cara. Se peinó y
pensó que le encantaría tomar una ducha después de comer. Cuando estuvo lista,
bajó a la sala y se guió por las voces animadas para ingresar al comedor. Bob y
Gael se incorporaron apenas entró. El hijo apartó una silla y ella se ubicó con
una sonrisa de agradecimiento. Anne había cocinado pollo al horno con una
variada guarnición de papas y verduras que mereció el elogio general y un
pastel de ruibarbo y queso que cerró dulcemente el almuerzo.
XXVI
—Dada la hora
—dijo Bob— tendrán que elegir entre el museo de cera o el de Holmes.
Ivana miró el
rostro afable de su amigo y el expectante de su padre y decidió no poner
obstáculos a la invitación.
—Que decida Jordi
—resolvió.
—¡El de Sherlock!
—contestó su hermano sin dudar.
—Que así sea —rió
el dueño de casa.
—¿Quieren darse
un baño y cambiarse? —intervino Anne—. En cada dormitorio tienen teléfono y una
PC para conectarse con su casa. Úsenla a discreción —los exhortó.
—Son demasiado
bondadosos —agradeció Ivi desbordada por tantas atenciones.
—Querida —dijo
Anne tomándola de la mano—: demasiado es poco para agradecer los cuidados que
le dispensaron a Gael al integrarlo como parte de su familia. Ahora Bob y yo
deseamos que ustedes se sientan en su propia casa.
La mirada
afectuosa de la mujer invitaba al abrazo que Ivana no vaciló en dispensar. Al
separarse, Anne declaró:
—Los acompaño a
sus habitaciones porque tengo una sorpresa para ambos. Vamos.
Los invitados
siguieron a la vivaz anfitriona que primero se detuvo frente al cuarto de
Jordi. Le hizo un gesto para que abriera la puerta y cuando estuvieron adentro
el chico emitió una exclamación de deleite. Sobre la cama resaltaba un elegante
piloto gris y su correspondiente paraguas.
—¡Es fantástico!
—dijo Jordi y se lo midió ante la mirada divertida de las mujeres.
—Te queda
perfecto —opinó su hermana y se volvió hacia la madre de Gael—. Estoy abrumada,
Anne. No sé cómo retribuir los favores que nos dispensan.
—Aceptándolos con
la misma alegría que nos da el hacerlos. ¿Sabes cuál es el valor de los regalos
para mí? —dijo tomándola del brazo para conducirla hacia su dormitorio—: La
satisfacción de quien lo recibe —franqueó la entrada y la joven encontró sobre
su cama una hermosa gabardina color verde agua con cinturón, sombrero y
paraguas.
—Después de tu
declaración no me animo a oponer ningún reparo —rió Ivana dándole un beso.
—Creo que Gael
los tiene muy presentes, porque es el artífice de la elección —reconoció Anne—.
Pruébatelo.
Ivi se calzó la
prenda que le sentaba a la perfección. Las capas del abrigo destacaban su
figura y el sombrero de lluvia de ala caída y levemente ondulada, le confería a
su rostro un aire adolescente. Anne la miró complacida y consultó al
despedirse:
—¿Estará bien
salir dentro de una hora?
—Más que
suficiente —afirmó la chica.
Antes de llamar a
Lena le recomendó a Jordi que estuviera listo en una hora. Charló diez minutos
con su madre y después se dio una ducha rápida porque había olvidado preguntar
por el uso racional del agua. Se calzó un pantalón negro, un suéter blanco y
botas cortas. Bajó a la sala con la gabardina colgada del brazo y el sombrero y
paraguas en la mano. Sólo estaba Gael en la estancia y su expresión de
complacencia la ofuscó. No me mira como
antes. ¿Desde cuándo me perturba su presencia? Son sus insinuaciones. Pero ¿yo
le doy espacio para que confiese lo que realmente siente? No. ¡Y no lo quiero
saber! Necesito a mi amigo de la infancia, al adolescente que me escuchaba sin
juzgarme porque no se interponía ningún interés personal…
—¿Te quedó bien?
—la pregunta la sacó de su marasmo.
—Fue idea tuya.
—La afirmación sonó acusadora.
—¡Juro que no! Es
una antigua costumbre de mamá que procura que nadie se vaya de este país sin un
piloto inglés. Yo sólo colaboré con las medidas —dijo él con fingida modestia.
Ivana le dirigió
una mirada socarrona que estimuló una franca carcajada en el hombre. Ella se
aflojó y opinó con una sonrisa:
—Tenés un sentido
de las proporciones poco común…
—Es que a vos te
tengo grabada a fuego —declaró él con gesto solemne.
—¿Y eso qué
significa, si se puede saber? —lo retó.
Gael caminó
lentamente hacia ella escrutando los ojos que lo desafiaban. La joven se
conmocionó como si estuviera a las puertas de una revelación deseada o temida.
Sin dejar de mirarla, extendió los brazos y descansó las manos sobre sus
hombros. En ese rostro grave que se acercaba al suyo no reconoció al amigo que
su razón demandaba. Percibió en las pupilas varoniles el irrevocable designio
de un beso que se hubiera concretado de no ser por la aparición de Bob que
interrumpió su parálisis. El hombre, contrito, contempló cómo la muchacha se
apartaba de su hijo quien bajó los brazos con expresión contrariada. Sabía de
la pertinaz pasión del muchacho que defendió su permanencia lejos del hogar
paterno cuando era apenas un adolescente. El motivo fue un secreto entre ellos
porque ambos dudaban que Anne lo comprendiera. Y ahora, se dijo, no pudo ser
más inoportuna mi presencia.
—¿Están todos
listos? —preguntó su hijo.
—Anne y Jordi vienen
detrás de mí —asintió Bob.
Los nombrados
ingresaron a la estancia con los abrigos puestos. Ivana se colocó la gabardina
y cubrió su cabeza con el sombrerito.
—¡Ivi, qué linda
que estás! —exclamó Jordi—. Parecés una modelo de Vogue.
La salida de su
hermano la hizo reír, pero no se atrevió a mirar a su amigo cuyo semblante
manifestaba una total aprobación de los dichos del muchachito. Robert cambió
una mirada con Anne y se apresuró a decir:
—¡Sherlock nos
espera! ¡Partamos!
Gael abrió la
puerta del acompañante para que subiera Ivana y la de atrás para que se
acomodaran sus padres y Jordi. El trayecto hasta el museo fue breve. Caminaron
bajo los paraguas hacia la famosa casa de Baker Street en cuya entrada estaba
apostado un guardia con uniforme de época. Robert se le acercó soslayando la
fila de turistas que esperaban para comprar sus billetes.
—¡Doctor Connor!
—reconoció el agente—. Aquí tengo las entradas que reservó, y la pipa y la
gorra para la fotografía.
—Gracias, John
—dijo el médico recibiendo los objetos.
Su hijo se
apropió de la pipa y la gorra y, sonriendo, se las ofreció a Ivi. Ella se
atavió para la foto reemplazando su sombrero impermeable y simulando inhalar
por la boquilla.
—¡Pónganse junto
al policía! —pidió Jordi enarbolando su cámara.
Después de sacar
esa foto Ivi le pasó el atuendo y el chico le solicitó a Bob que lo tomara
junto a Gael y su hermana para enviárselas a su familia.
Sortearon la
tienda de recuerdos para pasar a la amplia sala que constituía el despacho del
detective con todos los objetos que contribuían a su investigación y algunos
efectos personales de su biógrafo, el doctor Watson. Jordi no paraba de
perpetuar cada momento con su cámara: Gael sentado en el sillón de Holmes con
su gorra y su pipa; Ivi con capa y lupa intentando desentrañar unos símbolos;
él tocando el Stradivarius; Anne y Bob departiendo con Watson. Pasaron por el
dormitorio que parecía aguardar el regreso de su dueño. En la segunda planta
curiosearon los dormitorios de Watson y de la casera para subir luego, por una
angosta escalera, al tercer piso adonde aparecían algunos personajes y escenas
famosas recreados en cera. El cuarto de baño de estilo victoriano no concordaba,
según Ivi, con el resto de las dependencias. Se asomaron al desván y, antes de
recorrer el negocio de souvenir, bajaron al subsuelo adonde encontraron al
mismísimo Holmes en la amplia biblioteca. Jordi le tendió la cámara a su
hermana y se acercó al actor que personificaba al detective para sacarse una
foto con él. Terminaron el paseo en la tienda adonde Ivana y Jordi adquirieron
regalos para su familia.
—El museo está a
punto de cerrar —advirtió Bob—. He reservado una mesa en el pub de Sherlock
para que lo conozcan y volvamos a casa cenados.
La lluvia había
concluido. Caminaron por los alrededores antes de dirigirse hacia el
restaurante. Un camarero los guió hasta su mesa desde la cual se podía apreciar
la galería dedicada a la memoria del detective. Toda la decoración estaba
orientada a inducir la sensación de habitar el Londres victoriano. Pidieron
platos típicos y los acompañaron con cerveza. Después de comer, Ivana se sintió
totalmente relajada. La conversación amena de sus anfitriones, la charla vivaz
de su hermano y la actitud serena de Gael obraron como un sedante. Ahogó un
bostezo tras su mano lo que provocó la reacción de Bob:
—¡Oh, querida
Ivi! Somos unos desconsiderados al no tener en cuenta el trajín del viaje. Ya
mismo volvemos a casa —le hizo señas al camarero para que trajera la cuenta.
El fresco
nocturno apenas la sacó de su letargo. Antes de subir a sus habitaciones, Gael
les comunicó que saldría con Jordi a la mañana temprano.
—¿Ivi se queda?
—preguntó Anne.
—Sí. Jordi y yo
vamos a estar ocupados —contestó su hijo.
—Entonces —dijo
la mujer dirigiéndose a Ivana— si te parece bien, me convertiré en tu cicerone.
Tú decides qué conocer y yo te acompaño.
—Me dará mucho
gusto —sonrió la muchacha—, siempre que no te aparte de tus obligaciones.
—¡De ninguna
manera! Está todo previsto para que pueda dedicarte todo el tiempo —afirmó Anne.
Ivi le agradeció
con un beso y se despidió de padre e hijo. Por primera vez desde que salieron
cruzó la mirada con la de Gael. Había un reclamo en sus pupilas que no se
atrevió a descifrar.
XXVII
Ivana se despertó
antes de que Anne golpeara la puerta. Había descansado sin sobresaltos y
respondió de inmediato a la llamada. Se dio una ducha más larga que la de la
tarde anterior porque le aseguraron que no habría problemas con el agua. Antes
de vestirse se asomó al balcón. Ya no llovía pero aún estaba el cielo nublado.
Abrió la valija y eligió un atuendo cómodo y un impermeable liviano. En un
costado divisó el regalo que Alec le enviaba a la madre de Gael. Lo sacó y bajó
en busca de Anne.
—¡Buen día, Ivi!
—saludó su anfitriona—. Para empezar, hoy me desligo de las tareas domésticas.
Los hombres no vienen a comer al mediodía así que empezaremos por desayunar
afuera.
—Buen día, Anne.
Anoche omití entregarte esta caja que te manda Alec Wilson —dijo estirándole el
paquete.
—¡Alec! ¿Lo
conociste? —exclamó la mujer tomando el obsequio.
—Sí. Fuimos con
Gael a cenar a su restaurante. Y antes de venir pasó por casa para pedirme que
te trajera esto.
Anne abrió la
caja que contenía un mate de calabaza con boquilla y pie de plata cincelados.
—¡Qué belleza!
—expresó Ivi.
—Uno más para mi
colección —dijo Anne complacida—. Ven a conocer mi afición.
La siguió hasta
la sala en una de cuyas esquinas un delicado modular en ángulo exhibía en
múltiples estantes una heterogénea variedad de mates. Los había de distinto
tamaño, color, material, lisos, con guarda, con o sin pie. Ivana admiró el
inusual muestrario que su anfitriona mostraba con orgullo mientras acomodaba la
nueva pieza.
—Por curiosidad
—preguntó—: ¿alguna vez tomas mate?
—Aún no averigüé
dónde venden yerba —explicó Anne—. Y como a Bob no le gusta, me da pereza
prepararlo para mí sola. Pero si alguien me acompañara… —insinuó.
—Esa voy a ser yo
—ofertó Ivi—. En algún negocio conseguiremos yerba.
La mujer asintió
y cinco minutos después estacionaba frente a un bar de nombre Giraffe. Ivana
declinó la oferta del abundante desayuno inglés y pidió tostadas con manteca y
mermelada. La madre de Gael la imitó, pues había decidido no alterar los
hábitos alimentarios de sus visitantes.
—Anne –dijo Ivi—
espero que no me creas antojadiza, pero mi estómago no soportaría una comida a
esta hora de la mañana.
—Tampoco nosotros
hemos hecho una práctica del desayuno completo. Nuestro estilo se acomoda más a
la costumbre de tu país, aunque almorzamos más liviano y privilegiamos la
merienda a la cena. Pero te aclaro que hemos acordado ajustarnos a vuestra
modalidad —expresó con una sonrisa. A continuación le preguntó—: ¿Pensaste
adónde querrías ir?
—Me gustaría
recorrer el centro. Caminando —aclaró.
—Es la mejor
manera de conocer —asintió Anne—. Dejamos el coche en un estacionamiento y lo
buscamos para volver. No trajiste la máquina de fotos —observó.
—Porque al estar
detrás de una cámara se dispersan mis sentidos. Quiero ver, escuchar, oler,
empaparme del entorno. Además, todo ha sido fotografiado hasta el infinito.
Eran las cuatro
de la tarde cuando subieron al auto para emprender el regreso. Habían hecho la
ruta de Picadilly Circus después de haber asistido al cambio de guardia real
recorriendo los lugares más tradicionales. Almorzaron a las dos de la tarde y
compraron yerba mate en Covent Garden.
—¡Preparemos el
mate! —pidió Anne apenas llegaron.
Ivana seleccionó
dos del modular: uno de vidrio para usar inmediatamente y otro de calabaza para
ser curado con la yerba usada de la última mateada, por dos días consecutivos.
Se instalaron en la cocina y la cebada quedó a cargo de la invitada.
—Dime que te
pareció el paseo —dijo la anfitriona mientras sorbía la infusión.
—¡Emocionante!
Ver los íconos de Londres personalmente no tiene precio —aseguró Ivi.
—Mañana vamos a
prescindir del auto y nos manejaremos en autobús. Cuando lo tengas aprendido,
usaremos el metro. De esta forma irás adonde quieras sin depender de nadie.
—¡Oh, Anne… Seré
tu mejor alumna! —exclamó Ivi entusiasmada.
La mujer rió con
agrado. Le gustaba el carácter independiente de la muchacha que la remontaba a
su juventud. Las horas que habían compartido fueron placenteras y descubrieron
que tenían mucho en común. Estaba dispuesta a prepararla durante esa semana
para que pudiera moverse con seguridad las dos restantes de su permanencia.
—De modo que
conociste a Alec —dijo devolviendo el mate—. Es nuestro mejor amigo y
extrañamos su compañía.
—Me pareció una
excelente persona —afirmó la joven.
El potente
vozarrón de Bob interrumpió la pregunta que Ivana pensaba hacerle a su nueva
amiga:
—¡Pero qué bueno
que hayas encontrado compañía para usar la colección! Te confieso —le habló a
Ivi— que ya estaba dispuesto a transigir con el incalificable brebaje para
satisfacer el deseo de mi mujercita —se volvió para abrazar a la sonriente
Anne.
—¿Alguna vez lo
probaste? —inquirió la chica.
—¡Dios me libre!
No.
—Haces mal. No
debes despreciar lo nuevo por negarte a conocerlo —lo amonestó.
El médico la miró
divertido. ¡Sí, señor! ¿Cómo no entender la fascinación de su hijo? La carita
reprobadora invitaba a satisfacerla. Estiró la mano y declaró:
—Soy vuestro
esclavo. ¡Dadme de una vez la cicuta!
La risa alegre de
las mujeres acompañó su precavido contacto con la bombilla. Chupó lentamente
hasta que el líquido caliente llegó a su boca. Amargo como él gustaba de tomar
el té. No estaba mal, se dijo. Antes de que aspirara el último sorbo, entraron
Jordi y Gael.
—¡Mate! —gritaron
los dos.
Jordi saludó a
los dueños de casa y abrazó a su hermana.
—¡Jordi, cómo te
extrañé! —dijo Ivana dándole un beso.
—¿Y a mí?
—preguntó Gael.
Ella lo miró sin
soltar a su hermano y le hizo una mueca. No lo dijo pero cayó en la cuenta de
que también lo había echado de menos. Soltó a Jordi y cebó un mate para
ofrecerle a Gael:
—Para desagraviarte
—dijo tendiéndoselo.
Él lo retiró
lentamente de su mano sin dejar de mirarla.
—Yo sí te extrañé
—declaró en voz baja. Y después—: ¿Qué hicieron hoy?
Le refirió el
paseo y sirvió varias rondas de mate entre los recién llegados hasta que la
yerba perdió el sabor.
—Basta por hoy
—declaró. Y volcó el contenido en el otro mate para iniciar su cura.
—¿Puedo llamar a
mamá? —preguntó Jordi.
—¡Sí, querido!
—aprobó Anne—. Hazlo desde tu habitación.
Mientras Jordi
subía, Ivana se acercó a Gael y le murmuró:
—Tenemos que
hablar.
El hombre la tomó
del brazo y dijo en voz alta:
—¿Te mostré el
exterior de la casa? Las plantas te van a encantar.
Después de que
salieron, Anne comentó con su marido:
—Ivi es
encantadora y hemos pasado un día espléndido. ¿Sabes? Sería una soberbia
compañera para nuestro Gael.
Bob rió entre
dientes.
—¿Dije algún
disparate? —preguntó su mujer, ofendida.
—No, querida —se
apresuró a decir el hombre—. Es que yo pienso igual que vos. Es más, creo que
Gael está enamorado pero esta muchachita aún no lo ha descubierto.
Apenas rodearon
la fachada de la vivienda, Ivana se detuvo.
—¿Me vas a matar
de curiosidad o me vas a contar que pasó con Jordi? –le reclamó.
—Ya me parecía
que no estabas interesada en estar a solas conmigo —dijo él con una voz
lastimera a la que desmentía el brillo burlón de sus pupilas.
—No seas pesado.
¿Cómo le fue a Jordi? —reiteró ella.
—Los dejó a todos
pasmados. No hay patrón que se ajuste a sus habilidades. Así que tendrán que
configurar un nuevo modelo para estandarizarlo.
—¿Eso es bueno?
—Es óptimo, Ivi.
Ayudará a su comprensión y será válido para casos equivalentes. El último que
se confeccionó fue hace diez años para investigar el potencial de una niña.
Ahora la jovencita tiene quince años y es la exponente más singular de la Asociación Smart.
Hoy participó de la evaluación de Jordi.
—Antes de viajar
le confesé a mi hermano que me había arrepentido al sugerirle que consultara
con vos —soltó con aprensión.
Gael la tomó por
los hombros y la obligó a mirarlo.
—Esto es ofensivo,
Ivi. Alude a que desconfiás de mí. Acepto que no me valores profesionalmente,
pero como amigo, no —dijo resentido.
A ella la
conmocionó el rostro adusto del hombre que siempre había reaccionado
fraternamente a sus agravios. Él amagó con volver a la casa pero ella se lo
impidió aferrándole los brazos. Ahora buscó los ojos de su amigo.
—¡Gael, no…! No
quise decir eso… —el duro brillo de las pupilas varoniles no cedió.
Ivana se derrumbó
en la comprensión de que lo había herido sin meditar. La idea de que había
dañado sin retorno la relación que los unía la desbordó. Se volvió para que no
viera las lágrimas de impotencia que fluían sin control e intentó alejarse. Una
mano férrea la atenazó:
—¿Adónde vas? —le
dijo con voz áspera al tiempo que la volvía hacia él.
—Dejame…
—balbuceó hurtándole el rostro.
—¿Estás llorando?
—su tono se dulcificó y la atrajo contra él—. No Ivi… No querida… —dijo afligido—:
Perdoname. Soy un bruto… —se recriminó.
Ivana se
desmadejó entre los brazos de Gael sin poder dominar la angustia que la
oprimía. Las palabras consoladoras del hombre, las manos que acariciaban su
cabeza y los labios que enjugaban sus lágrimas, desvanecieron lentamente su aflicción.
Extenuada, logró decirle con voz nasal:
—Dame un pañuelo
que no puedo respirar.
El suave murmullo
de una risa llegó junto al pañuelo. Se separó del cuerpo que la amparaba y sonó
su nariz. Él volvió a sostenerla cuando trastabilló y la condujo hacia un banco
del jardín para que se sentara.
—Estoy bien,
estoy bien —aseguró ella intentando recobrar el dominio de su cuerpo.
Gael la arrimó
contra él pasando un brazo sobre sus hombros y esperó en silencio a que se
recuperara.
—No puedo
soportar que me odies… —dijo contrita, sin mirarlo.
—¿Cómo podría
odiarte si no hago más que amarte desde que te conocí? —le reveló por fin
liberando el oculto sentimiento que lo consumía.
—¿Qué decís?
—dijo Ivana perturbada.
—Lo que oíste. Te
amo y no puedo silenciarlo más —expresó con voz grave. Se inclinó sobre ella—:
No quiero que te sientas incómoda por mi declaración. No voy a negar lo que me
inspirás pero no voy a perseguirte ni hacer molesta tu estadía.
—¿Pretendés que
ignore lo que dijiste?
—Pretendo que no
haya reservas entre nosotros. Te quiero desde que te vi y me quedé en tu país
para no perderte de vista —hizo un gesto con las manos—. Así de simple, Ivi.
—Pero si eras un
niño… —dijo anonadada.
—Que se deslumbró
con la hermana de su protector, ¡sí! —enfatizó—. Que compartió con ella y su
familia los mejores momentos de la infancia y las inquietudes de la
adolescencia. Aunque sólo me vieras como amigo y confidente, me bastaba. Pero
crecimos y tuve una esperanza mayor: que fueras mi pareja. No me castigues por
esto apartándome de tu vida aunque mi aspiración sea imposible —le rogó.
Ivana miró el rostro
anhelante de ese desconocido que sustituía al familiar de su amigo y sólo atinó
a rozarle la mejilla con su mano. Después se levantó en silencio para volver a
la casa. Cuando entraron, Anne estaba en la cocina preparando la cena. La joven
ofreció su ayuda que fue amablemente declinada.
—Está todo en
marcha —anunció la mujer—. Si lo deseas, puedes hablar a tu casa hasta que nos
sentemos a comer.
Ella aceptó con
prontitud. Quería hablar con su mamá y borrar los vestigios del llanto
reciente. Lena atendió al tercer timbrazo:
—¡Mami! —exclamó
Ivi—. ¡No sabés cuánto deseo que estés aquí!
—¿Qué pasa, mi
amor? Además de extrañarme… —agregó festiva.
—Que estoy
totalmente confundida… —dijo quejumbrosa.
—¿Para bien o
para mal?
—Esa es mi
confusión, mamá —pronunció con impaciencia.
—¿Y qué es lo que
te confunde? —insistió Lena.
—Gael —reconoció
en voz baja.
—Dejame adivinar:
lo estás viendo más como hombre que como amigo, ¿verdad?
—¡Él tiene la
culpa! Me dijo… —le costaban las palabras—. Me dijo que está enamorado de mí.
—Bueno. Eso
demuestra que tiene buen gusto. ¿Y por qué te confunde tanto si vos no lo
querés?
—¿Cómo podés
tomarlo tan a la ligera?
—Porque, querida,
si vos no sentís lo mismo, no debieras alterarte. Basta con que le expliques
que no compartís sus sentimientos y como es una persona razonable lo entenderá.
Después de un
silencio que Lena no vulneró, escuchó la voz de su hija:
—Creí que podías
ayudarme…
—Desearía tener
la respuesta que buscás, hija, pero sólo dentro de vos la encontrarás. Abandoná
tus rígidos conceptos y concentrate en tus sentimientos.
—¿Soy tan
prejuiciosa, mamá? —preguntó acongojada.
—Al menos, en lo
que respecta a los amigos y la edad —rió su madre—. Hemos tenido una charla al
respecto. Dejate llevar por lo que sentís y podrás aclarar tus dudas —le insistió con cariño.
—Está bien,
sabelotodo —dijo recuperando el humor—. Y ahora contame como están todos en la
casa.
Al terminar la
comunicación se estudió en el espejo del baño. Ya no quedaban rastros de su
conmoción. Cepilló su cabello y bajó a cenar.
XXVIII
La comida
nocturna transcurrió en medio de comentarios alusivos a las actividades de Ivi
y Anne. El primero en despedirse fue Gael, recomendando a Jordi que estuviese
listo a las siete y media de la mañana. Ivana colaboró con su anfitriona en la
limpieza de la cocina y una hora después todos subían a descansar.
—¿Puedo pasar un
momento a tu habitación? —preguntó Jordi.
—Sí —dijo su
hermana abriendo la puerta.
A solas, el chico
le requirió:
—¿Qué pasó con
Gael?
—¡Ah…! Es cierto
que a vos no se te puede ocultar nada —razonó ella—. Asuntos privados —le
contestó remedando la respuesta del jovencito cuando no quiso contarle qué
hablaba con el médico.
Jordi rió y se
sentó al borde de la cama. Parece haber
crecido en poco tiempo. ¿Qué habrá deducido de mi escaramuza con Gael?
—No te enojes con
él. Te quiere más de lo que te puedas imaginar —aseguró su hermano.
—No estoy enojada
y lo quiero. Sólo que como amigo. Mañana se lo voy a aclarar.
—No te apures,
Mavi. Tomate tu tiempo. ¿Me lo prometés? —le pidió al tiempo que se levantaba
para abrazarla.
Ella se
sorprendió de que casi llegara a su altura. Sería alto como su papá, pensó. Le
dio un beso para despedirlo y le respondió:
—Si te deja más
tranquilo, postergaré la explicación.
Él se fue con una
sonrisa radiante. Ivana se acostó preguntándose el por qué de la demanda de
Jordi.
El resto de la
semana fue una experiencia tonificante para ella en compañía de Anne. Aprendió
a manejarse en autobús y en el metro. Desde el bus observó toda la ciudad y
tomó nota de los lugares que volvería a visitar. El jueves, segundo día sin
lluvia, visitaron Regent’s Park. Poblado de una profusa vegetación, un gran
lago, jardines de rosas, puentes, un canal, teatro al aire libre, zoológico,
cafés y restaurantes y una colina denominada Primrose Hill desde donde se
divisaba todo Londres. Familias y alumnos de la universidad cuyo campus
albergaba el parque, se cruzaban con ellas. Mientras desayunaban, varias
ardillas trepaban los árboles cercanos acumulando provisiones y los pájaros más
audaces buscaban migas a su alrededor.
—¡Este lugar es
un paraíso! —dijo Ivi aspirando el aire perfumado de verde.
Anne sonrió y la
observó con atención. Algo había cambiado en el carácter de la chica desde el
lunes. No sabía la conversación que había mantenido con su hijo, pero se la
veía más reflexiva así como a Gael más concentrado y, a ambos, cuidando de no
cruzar palabras o miradas más de lo imprescindible. Por otro lado el joven,
después de traer a Jordi, salía todas las noches. Esperaba que los días de
camaradería la autorizaran a incursionar por el terreno personal sin que Ivi se
molestara:
—Tengo una
inquietud y si no quieres contestarme lo entenderé —abordó Anne.
Ivana la miró
interrogante.
—He notado un
cambio en la relación que tienes con mi hijo y espero que no haya hecho nada
que te disguste —dijo preocupada.
La muchacha tardó
en responder. Anne le gustaba y la consideraba una mujer equilibrada y de
buenos sentimientos. Pero era la madre de Gael y no sabía hasta dónde podría
ser ecuánime al develarle los sentimientos de su hijo y su propia
incertidumbre. Ni siquiera había reanudado la conversación en sus charlas
cotidianas con Lena. La franca y cariñosa mirada de Anne la decidió a tomar el
riesgo.
—Gael me ha dicho
que está enamorado de mí —expuso sin rodeos.
—Sería
maravilloso si tú lo compartieras, pero intuyo que no es así —consideró la
mujer.
—Anne, los
sentimientos de Gael me atormentan porque no quiero que sufra por mí. Yo… no
puedo verlo más que como amigo. No podría responder a sus expectativas.
—¿Él lo sabe?
—Se lo he dicho.
—Entonces, Ivi,
lo aceptará aunque se le parta el corazón. Es un hombre íntegro mi hijo.
—Observó la expresión aturdida de la joven—. Querida, si estás tan segura de
tus sentimientos no te apenes por él que sabrá reponerse. ¿Y no es hora de que
mires a tu alrededor para conectarte con algún representante del sexo opuesto?
Estoy segura de que sabes lo gratificante que puede ser una compañía masculina.
—No me interesa
por ahora —dijo Ivana encogiéndose de hombros.
¿Qué me pasa? Disfruto de la compañía de Anne aunque
desearía compartir estos momentos con Gael. Pero él se ha transformado en un
abismo al cual me da vértigo asomarme. Nuestra relación era un paisaje conocido
adonde no cabían las sorpresas y después de su sinceramiento no sé con qué me
voy a encontrar. Decí las cosas por su nombre. Si te ama, te desea y quiere
sexo. La idea te aterra. ¿Por qué? Porque si no funciona es un camino sin
retorno a la pura amistad. Pero alguna vez te lo imaginaste, cuando salió
semidesnudo a recibirte en su departamento. ¿Por qué esa furia si nunca
abrigaste la idea de tener sexo con él? Te sentiste traicionada, reconocelo.
—¿Te parece que
sigamos recorriendo? —la voz de Anne silenció su diálogo interior.
—¡Vamos! —aceptó.
Se impuso
disfrutar del espectacular paisaje y de la compañía de su amiga. La excursión
se prolongó toda la tarde con una corta parada para comer un refrigerio y otra
no tan breve para degustar la merienda. Anne insistió en llevar una cámara para
sacar varias instantáneas de la muchacha.
—¡Tu familia
merece conocer los lugares que visitaste! Además, yo seré la fotógrafa
—argumentó.
Eligió los
lugares más pintorescos para retratarla, como en un hermoso puente sobre una
charca alimentada por una cascada y poblada por aves acuáticas, en el camino
arbolado hacia el zoológico, a orillas del lago donde estaban amarrados los
botes, debajo de la pagoda que ofrecía espectáculos musicales y en la colina con la ciudad a sus pies. Al
salir, divisaron las majestuosas mansiones ubicadas en el círculo exterior del
parque, las famosas terrazas y una mezquita. Regresaron alegres y planeando la
excursión del viernes. Al llegar, un sonriente Bob las esperaba con el agua
lista para el mate. Las mujeres festejaron la atención y poco después iniciaban
la ronda a la que se unieron Jordi y Gael cuando llegaron. Ivana delegó la
tarea de cebar en Anne para subir a hablar con su madre.
—¡Mami, tengo la
piel colorada como un langostino! Caminamos todo el día por un parque espléndido
que te morirías por conocer —le dijo con euforia.
—Veo que la estás
pasando bien —opinó Lena contenta.
—Y ya aprendí a
manejarme en metro y en bus. Mañana haré lo propio en tren —se vanaglorió—.
¿Cómo están los muchachos?
—Bien. Sumergidos
en sus obligaciones. Los veo de noche a la hora de la cena.
—Entonces tendré
que llamarlos hoy o mañana para hablar con ellos y pedirles que te hagan más
compañía —amenazó.
—Ni se te ocurra
porque yo estoy bien. No me molesta descansar de las obligaciones del mediodía.
Y llamá esta noche si querés hablar con ellos porque mañana no hay cena en
casa.
—¿Los echaste?
—rió Ivi.
—Un caballero me
invitó a cenar —contestó su madre.
—¡Oh, oh, oh…!
—exageró la joven—. ¿Se puede saber quién?
—Alec —dijo con
naturalidad.
—No perdió tiempo
el hombre. ¿Estás segura de que es el momento adecuado para entablar una nueva
relación? —se preocupó su hija.
—Ivi, es una
cena. ¿Cuándo te limitarás a vivir el presente libre de conjeturas?
—Como siempre,
tenés razón. Pero es un ejercicio que no se me da con facilidad. Siento que el
mundo está lleno de segundas intenciones.
—¡Ay, mi
muchachita…! —se condolió Lena—. ¡Qué placentera sería tu vida si pudieras
apreciar cada momento sin el rigor de un análisis!
—Bueno, bueno. No
más sermones. ¿A qué hora te espera?
—Me va a pasar a
buscar. No comeremos en su restaurante. Quiere llevarme a otro lado.
—Mami, en serio.
Espero que lo pases muy bien. Dale saludos de mi parte y decile que si se porta
mal se las tendrá que ver conmigo —rió.
—Lo pondré al
tanto, piantada. ¿Y tu confusión ya se aclaró?
—En eso estoy.
Que pases buenas noches, mami. Corto y fuera.
—Y vos, que pases
buenas tardes de aquí —dijo Lena con humor—. Corto y me fui.
Ivana colgó con
una sonrisa. No se había engañado cuando intuyó que Alec estaba interesado en
su madre. Era hora de que le hiciera a Anne las preguntas que la aparición de
Bob había suspendido. Salió del dormitorio y antes de llegar a la escalera se
topó con Gael que se dirigía a su cuarto. Era la primera vez que estaban a
solas desde el lunes. Frente a frente se observaron en silencio.
—Te flechaste
—señaló él.
—Sí. Debí llevar
la capelina que me ofreció tu mamá —acordó—. ¿Te vas esta noche? —la pregunta
brotó independiente de su voluntad.
—Sí. ¿Me
necesitás para algo?
—Es sólo una
pregunta de cortesía —aclaró molesta consigo misma.
Él, que se había
esforzado por no crear una situación de enfrentamiento, miró a la huraña
muchacha que le quitaba el sueño y le hizo una propuesta con la actitud más
casual que pudo asumir:
—Voy a Soho a
encontrarme con unos amigos. ¿Querés conocerlo?
Ivana vaciló. La
oferta la tentaba, pero ¿qué pensaría él si la aceptaba? ¿Por qué no te dejás llevar por tus impulsos? le dijo su Lena interior.
Si la invitación te complace, aceptala.
—Me gustaría —se
decidió—. Pero vas a tener que esperar a que me cambie.
—Tomate tu
tiempo. Yo le voy a avisar a mamá que no nos
cuente para la cena.
Ivi estaba
extrañamente excitada. No era la primera vez que salía con Gael pero había sido
en Rosario y sin mediar la declaración amorosa. Ahora estaba en su terreno y la
acometió una sensación de vulnerabilidad que la recorrió como un escalofrío. Cuidate. Tu amigo es un hombre muy atractivo
y vos estás necesitada de arrumacos. Ni Anne se tragó tu supuesta indiferencia.
No vayas a confundir carencia con interés. Pero ¿de qué me prevengo? Él podrá
querer, pero yo voy a decidir. Nunca me forzaría.
Abandonó sus
locos pensamientos y se concentró en prepararse para la salida. Tomó un baño y
eligió un vestido de falda y mangas cortas. Calzó sandalias de taco mediano y
cuando terminó de maquillarse y adornarse buscó un abrigo liviano. Bajó a las
ocho y media cuando los dueños de casa y Jordi se aprestaban a cenar.
—¡Buen provecho!
–les deseó.
—¡Hay un mozo que
se va a lucir esta noche! —vociferó el dueño de casa fiel a su estilo.
La risa
aprobadora de los comensales acompañó su comentario. Ivi sonrió y se volvió
hacia Gael cuya mirada hablaba más que la expresión cautivada de su rostro.
—¿Nos vamos ya?
—la consulta de la joven le restituyó la compostura.
—Sí. —Se dirigió
a Jordi—. Mañana como siempre, campeón.
—No soy yo quien
se va a quedar dormido —le contestó con desenfado.
Gael, riendo, le
hizo un gesto de reconvención y tomó a Ivana del brazo para salir. Los tres
observaron a la pareja hasta que se perdió de vista. Anne estaba ansiosa por
hacerle un comentario a su marido, pero se contuvo ante la presencia de Jordi.
—Me gustaría que
Ivi fuera la novia de Gael —dijo el chico con naturalidad.
—¡Y a mí!
—respaldó la mujer.
Bob asintió con
una sonrisa.
—Si conozco bien
a mi hijo, apuesto a que su perseverancia la ganará —afirmó, contagiando su
optimismo a los presentes.
La demandada
pareja estaba media hora después caminando por el barrio de Soho a pedido de
Ivana que deseaba apreciar el movimiento de sus calles antes de instalarse en
el pub. Recorrieron un largo trecho de la arteria central atiborrada de
cafeterías, boutiques y sexshops mezclados con la bulliciosa multitud de
turistas y amantes de la vida nocturna. Ivi asistía fascinada a ese despliegue
heterogéneo de negocios y personas comentando cada sensación con su
acompañante. Gael sintió, por primera vez, que la joven lo había desplazado del
perpetuo rol de amigo para interactuar con él como mujer.
—¡Esperame!
Quiero ver esa vidriera —exclamó Ivana, siguiendo un impulso que los separó
momentáneamente.
Él la siguió
despaciosamente hasta que la vio asediada por dos individuos. Se acercó y la
enlazó por la cintura.
—Si tienen alguna
consulta que hacer —dijo mirando al dúo— la persona indicada soy yo. No mi
mujer.
—Perdón —dijo uno
de ellos—. No sabíamos que estaba acompañada.
Gael los miró sin
pronunciar palabra hasta que se retiraron.
—Gracias, sir
Lancelot —rió ella—. Pero creo que hubiera podido sola con esos energúmenos.
—¿Por qué no revisás
tu cartera?
Ella bajó la
mirada hacia su bolso y lanzó una exclamación de sorpresa:
—¡El cierre está
abierto!
—Sí, linda.
Mientras uno se pone cargoso, el otro se ocupa de las finanzas. Es una vieja
práctica.
Ivi revisó la
cartera y constató que no faltaba nada. La cerró y dijo con un mohín de contrariedad:
—¡Ah…! Mi ego ha
muerto. Yo pensé que era por mi atractivo.
Su acompañante
rió francamente y le ofreció el brazo. Ella lo enlazó con una sonrisa y
retomaron el paseo que culminó en un bar de típico diseño victoriano. Gael la
presentó a sus amigos que inmediatamente volcaron su atención en la bella
acompañante del médico. Dos eran colegas y el otro profesor de Cambridge.
—Es asombroso lo
bien que manejas el idioma —alabó el docente.
—Es mérito de mi
amigo —reconoció ella.
—Cualquiera
estaría complacido de ocupar su lugar —concedió su interlocutor.
—Que no pienso
ceder a nadie —advirtió Gael marcando su espacio.
Ivi sonrió
halagada de ser el centro de atención del interesante grupo masculino. Habituada
a tratar con sus hermanos se manejó con espontaneidad entre los varones
quienes, al despedirse, concluyeron que Gael era un tipo afortunado.
—Gracias por la
invitación —reconoció la muchacha al despedirse en el pasillo que conducía a
sus habitaciones—. He pasado un momento muy grato.
La embelesada
mirada de su amigo obvió cualquier respuesta. Se limitó a tomarla de la mano y
depositar un beso sobre su palma. Después huyó a su dormitorio eludiendo el
clamor de su sangre que la reclamaba. La joven, confundida, cerró la mano
atesorando la caricia que había recibido. Entró a su cuarto y se sentó al borde
de la cama. Consultó el reloj de la mesa de luz que marcaba la una. En
Argentina eran las diez de la noche. Retiró el teléfono de la base y llamó a su
casa. Diego atendió al instante como si estuviera esperando su llamada:
—Quería tener la
primicia de atenderte, hermanita —dijo con alegría—. ¿Cómo la estás pasando?
—Más que bien. No
he parado de salir desde que llegué y los padres de Gael son fantásticos —ponderó.
—Y nuestro amigo,
¿cómo se comporta?
—Como un amigo…
—dijo a sabiendas de que mentía—. Esta noche me invitó a cenar a Soho.
—¡Lindo lugar
para llevar a una dama!
—¡No seas
prejuicioso! El pub era encantador y sus amigos otro tanto.
—¿Te gustó alguno
en especial?
—¡Ufa! ¿Una mujer
no puede conocer hombres sin convertirlos en presas?
—¡Jajá! Mirá que
sos gráfica. De lo que estoy seguro es que no pasaste desapercibida para
ninguno.
—Especialmente
para dos que me abordaron en la calle —rió contándole el intento de atraco.
—¿Y el paspado de
Gael adónde estaba? —se sulfuró su hermano.
—Atento, Diego.
Los corrió y evitó que me robaran. Pero ahora largá el teléfono y pasame con
Jotacé que no quiero abusar de mis anfitriones.
La charla con
Julio César fue breve y cariñosa. Se despidió declinando hablar con su madre
porque ya lo había hecho a la tarde. Se acostó impregnada por la sensación de
seguridad que le había transmitido la intervención de Gael para defenderla.
XXIX
El viernes
amaneció poco diáfano. Ivana, después de asomarse al balcón, se equipó con la
gabardina y el paraguas. Antes de partir, desayunaron en la casa.
—Puede despejar o
llover —dijo Anne—. Conviene que tomemos el tren en la estación de Marylebone.
Si estás de acuerdo, podemos ir a Birmingham. Con buen tiempo podremos recorrer
los jardines botánicos y el parque. Si llueve, visitaremos la fábrica de
chocolates Cadbury, galerías de arte, una fábrica de joyas y el acuario.
—¡Me dejaste sin
aliento! —rió Ivi—. Creo que no podremos hacer ni la cuarta parte de lo que
mencionas —hizo una pausa—. Hay algo que quiero preguntarte: ¿Alec es casado o
tiene pareja?
—Es viudo y, que
yo sepa, no tiene compromisos —no le preguntó el motivo de su interés pero su
mirada reflejaba un interrogante.
—Ayer hablé con
mamá y me dijo que la invitó a cenar. No quisiera que sobre la congoja de la
separación sufra otra decepción —confesó.
Anne la tomó de
las manos:
—Ivana, Alec no
ha tenido una relación formal desde que murió su mujer, y si se acercó a Lena
es con la mejor intención —se mordió el labio superior—. Voy a ser desleal sin
remordimientos porque quiero que estés tranquila. El regalo que me envió por tu
intermedio fue la excusa para acercarse a tu casa y hablar con tu madre.
—¿Tú lo sabías?
—Porque Robert no
me oculta nada. Alec se sintió atraído hacia Lena desde la noche que la
llevaste al restaurante. Le comentó a Bob sus sentimientos y cuando le dijo que
se estaba separando pergeñaron el modo de acercamiento —hizo un gesto de
disculpa—. Alec temía que Lena recelara cuando tanto mi hijo como tú estuvieran
ausentes de Rosario.
La joven la
escuchaba acodada sobre la mesa, apoyando la mejilla sobre el puño. Sin
abandonar la postura, preguntó:
—¿Gael lo sabía?
—No tiene idea de
las artimañas de estos dos viejos —aseguró Anne—. No temas por tu madre, Ivi.
Ella tiene la cabeza bien puesta y será la que definirá la situación.
Ivana coincidió
con la conclusión de la mujer. Le bastaba saber que Wilson no estaba atado a
otra relación. El resto, se dijo, corría por cuenta de su madre. Terminó su
café y le anunció a Anne que estaba lista para salir. Tomaron un taxi hasta la
estación porque había comenzado a lloviznar. Poco después estaban instaladas en
el tren que al cabo de dos horas las dejaría en la estación de Birmingham.
Mientras atravesaban la verde campiña salpicada por aldeas pintorescas, Anne e
Ivi progresaron en el conocimiento mutuo. Ambas disfrutaban de la compañía
recíproca y se arriesgaban al intercambio de confidencias.
—Me costó mucho
superar la decisión de mi hijo cuando decidió quedarse en tu país —dijo la
mujer—. Sentí que había fracasado como madre y sólo la templanza de Bob pudo
sostenerme en aquel entonces.
—Tu compañero es
excepcional —concedió Ivana—, pero Gael siempre te tiene presente como si no se
hubieran separado. Lo que siempre me extrañó era que nunca nos visitaran cuando
viajaban a verlo.
—Porque
aprovechábamos el departamento que tiene Alec en Buenos Aires. Mi hijo no tiene
comodidades para recibir huéspedes en ninguna de sus viviendas. De esa manera, al
ahorrarnos el alojamiento, podíamos viajar más seguido.
—¿Así que se iba
a Buenos Aires? —rió la chica—. Siempre creí que su desaparición
se debía a que
los llevaba a pasear por distintos lugares.
—Sólo cuando
veníamos por más de dos semanas. Pero la intención era no desperdiciar ningún
momento de coexistencia. A la postre, en estos encuentros anuales pienso que
compartimos mucho más que si hubiéramos vivido juntos. Teníamos el cien por
ciento de su atención, cosa que no sucede con los hijos adolescentes.
—Es cierto —dijo
Ivi—. Sumando las horas que nos vemos con mis hermanos para compartir otra cosa
que no sean las comidas, no sé si llegaríamos a treinta días completos al año.
—Tendrás que
afincarte en Inglaterra —sonrió Anne— y ellos te vendrán a visitar.
Ivana inclinó la
cabeza con gracia haciendo un gesto negativo. La mujer cambió de tema:
—No me dijiste
cómo te fue anoche.
—¡Ah…! Realmente
disfruté la salida. Los amigos de Gael son muy agradables y no me hicieron
sentir una extraña.
Anne aceptó la
ambigua declaración de Ivi que no daba cuenta de los sentimientos hacia su
acompañante. Por la soñadora expresión de la muchacha pensó que algo había
cambiado y aspiró a que los jóvenes encontraran el uno en el otro la pareja que
buscaban. Cuando bajaron del tren asomaba un sol anémico por lo que decidieron
arriesgarse a visitar los jardines botánicos. Antes de que comenzara a llover
habían recorrido el rosedal, los jardines históricos, el estanque y el paseo de
los helechos. Se refugiaron en el invernadero hasta que pudieron salir y
dirigirse en taxi hasta el acuario. Recorrieron el barrio de los joyeros antes
de que se acentuara la tormenta y almorzaron en el centro. A las cinco de la
tarde dieron una vuelta por el principal centro comercial y se sentaron a tomar
una infusión. Anne atendió una llamada a su celular:
—¡Cariño! Aquí
llueven gatos y perros, pero hemos aprovechado el paseo —dijo a su
interlocutor—. Sí, quédate tranquilo… Está bien… Sí… Estamos a punto de
regresar… Está bien, te aviso —cortó la comunicación.
—¿Bob? —preguntó
Ivi.
—No, querida. A
esta hora está dando una conferencia. Era Gael, preocupado por nosotras.
—Ah… —emitió la
joven.
—Creo que tiene
razón, Ivi. Aquí no podremos ver mucho más y conviene que ya vayamos a la
estación.
Ivana estuvo de
acuerdo. La camarera les solicitó un taxi y a las seis arribaron a la terminal.
Consiguieron pasajes para las ocho de la noche y esperaron en una pequeña
confitería. Anne llamó a su hijo para ponerlo al tanto del horario de partida.
A las siete y media las sorprendió un apagón que, por los comentarios de los
empleados, afectaba a gran parte de la ciudad; y quince minutos después, al
dirigirse a la plataforma de salida iluminada con luces de emergencia, un
altavoz anunció a los usuarios que la línea que se dirigía a Marylebone había
sufrido un descarrilamiento y no operaría hasta el día siguiente.
—Tendremos que
tomar un autobús o un taxi —dijo Anne.
Ivana comprobó
que el temporal se mantenía al igual que la falta de luz.
—Anne, me parece
muy arriesgado movernos por la ciudad en medio de la tormenta y la oscuridad.
¿Y si pernoctáramos aquí? Mañana volveremos en tren si funciona o buscaremos
otro transporte.
El sonido del
celular impidió la respuesta de la mujer.
—Tranquilízate,
hijo, todavía no abordamos el tren… Estamos bien… Mejor que yo… Sí, estás bien
informado, hay un apagón... Sí, Gael. Ivi me lo acaba de proponer… —escuchó
otro rato—. Bueno, te paso con ella —le tendió el aparato a la muchacha.
—Hola —saludó
risueña—. ¿Tenés más instrucciones para darme?
—Quería escuchar
tu voz. Es demasiado tiempo desde anoche —dijo impetuoso—. Busquen un buen
hotel y mañana las paso a buscar. Tengan cuidado, querida, y avísenme no bien
estén ubicadas.
—Como dijo tu
mamá, quedate tranquilo. Después te llamamos. Chau —se despidió y apagó el
receptor para evitar una charla más intimista.
—Veamos si
podemos conseguir un taxi —manifestó devolviendo el celular.
Media hora
después estaban acomodadas en un hotel céntrico dotado de su propio grupo
electrógeno.
—¡Qué alivio!
—exclamó Anne al sentarse en un sillón de la antecámara y descalzarse—. Tengo
los pies húmedos de tanto chapotear por los charcos. Voy a pedir chocolate
caliente para las dos. ¿Te apetece algo más?
—Una medida de
whiskey sería el complemento ideal —colaboró Ivi.
—Excelente idea.
Ya llamo —dijo la mujer y levantó el teléfono. Después de hacer el pedido, se
levantó—. Voy a pasar al baño. ¿Querrás llamar a Gael para decirle dónde nos
alojamos?
La joven asintió
y sacó su celular.
—¡Hola, encanto!
¿Adónde están?
—Te paso el parte
—dijo en tono competente—: en el hotel Hyatt, equipado con generador de energía
eléctrica, y acabamos de pedir chocolate y whiskey. ¿Qué me decís?
—Que desearía
ocupar el lugar de mi madre.
—En tal caso,
estaríamos en habitación simple —contestó ella burlona.
—Estoy seguro de
que nos arreglaríamos muy bien —lo escuchó decir.
—¡Cada uno en la
suya, tonto! —le aclaró.
Él rió
francamente antes de responderle:
—Igual acepto.
Soy un hombre de recursos.
—Sos un payaso
—dijo ella—. ¿A qué hora nos venís a buscar?
—A la que
quieras, princesa.
—Teniendo en
cuenta que nos acostaremos antes de las diez, lo dejo a tu elección.
—Entonces,
desayunaremos juntos. ¿Qué pudieron hacer bajo la lluvia?
—Mañana te cuento
—replicó ella—. Están tocando la puerta.
—De acuerdo. Que
tengas felices sueños.
Ivana cerró el
teléfono y atendió a la empleada que les alcanzaba el pedido. Lo dejó sobre una
mesita mientras ella rebuscaba un billete en su cartera. Se lo entregó y la
muchacha agradeció y le deseó buenas noches. Poco después estaban degustando
las bebidas con Anne.
—Es curioso —dijo
la mujer—. Cuando llamó Gael me repitió exactamente lo que me acababas de
proponer con respecto a buscar un hotel. Parece que comparten la misma
sintonía.
—Sin ofender,
diría que compartimos el mismo sentido común —esclareció Ivi con una sonrisa.
—Tienes razón
—rió su compañera—. Yo te pensaba llevar a buscar un autobús en medio de la
lluvia y la oscuridad.
—Y tu hijo te
tiene bien calada —resumió la chica compartiendo su risa—. Mañana nos viene a
buscar temprano. Piensa desayunar con nosotras, dijo.
—Estaba como loco
cuando lo atendí —recordó Anne—. Pensó que estábamos en el tren accidentado y
no se animó a llamarte a ti por temor a que no contestaras.
—¿Por qué no iba
a contestar? —se extrañó la joven.
—Porque podrías
estar herida —dijo Anne suavemente—. Y él no se atrevía a considerar esa
posibilidad.
Ivana guardó
silencio, la mirada perdida en su mundo interior. Las palabras de la mujer no
sugerían, sino que confirmaban el interés amoroso de Gael hacia ella. Y yo tonteando por teléfono, aceptando sus
insinuaciones como si estuviera de acuerdo. Soy una tramposa porque ni siquiera
tengo claro lo que siento. ¡Y él un descomedido…! No. Se sinceró y ya no oculta
sus sentimientos. ¿Hasta cuándo podré resistir? ¿Resistir qué? Su asedio,
estúpida. Cada vez tenés menos fuerza para hurtarte de su mirada. Si Anne
pudiera leer mi mente no abogaría por mí a favor de su hijo. ¿Quién desea tener
una nuera trastornada? Escuchate. Nuera dijiste. Como si ya hubieras decidido
noviar con Gael…
—¿…acostarnos?
Sumida en su
monomanía sólo escuchó el final de la pregunta de Anne.
—Sí —se apresuró
a contestar—. Así podremos madrugar.
La mujer se
acercó y le brindó un estrecho abrazo. Ivi se abandonó a la muestra de afecto
que aliviaba su afiebrada mente. Se separaron con un beso cariñoso y no
tardaron en quedarse dormidas.
XXX
Ivana se levantó y desactivó la alarma de su celular para no despertar a su compañera mientras se daba una ducha. El agua caliente la relajó y lamentó no tener una muda de ropa más abrigada para cubrir su cuerpo. Se había acercado a una ventana y comprobó que seguía lloviendo y la temperatura había descendido. Pensó en llamar a Gael para que cargara algún abrigo pero desistió, segura de que pegaría la vuelta si ya había emprendido el viaje. Anne estaba levantada cuando ella terminó de vestirse.
—¡Buen día! —la saludó y se acercó para darle un beso—. ¿Cómo amaneciste?
—Descansada. Veo que has tomado un baño. ¿Aguardarás a que yo haga otro tanto?
—Por supuesto. Viene bien para enfrentar el frío.
—Anoche le mandé un mensaje a Gael para que nos trajera un poco de ropa.
—¡A mí se me ocurrió lo mismo! Pero un poco tarde…
—Ya ves que todavía conservo un poco de sentido común —rió la mujer—. Me voy a duchar ya para no hacerte aguardar demasiado.
A las ocho y media bajaron al comedor. Anne fue la primera en divisar al trío:
—¡Mira qué escolta nos aguarda! —exclamó.
Los varones se levantaron al verlas llegar. Jordi corrió para saludarlas mientras padre e hijo aguardaban.
—¡En Londres también llueve! —les informó el chico—. Pero no hay corte de luz.
—Es un aliciente para volver —se alegró la mujer.
Ivana observó, mientras se acercaban, el rostro rasurado de Gael. Saludó a Bob y le manifestó a su hijo:
—Te afeitaste.
—¿También por esto me vas a retar? —murmuró, atravesándola con la mirada.
—No tengo por qué. Vos sabrás —desvió los ojos para buscar la silla donde sentarse.
Gael sonrió y apartó un asiento. Ella se ubicó sin agradecer el gesto mientras el resto, aparentando no haber presenciado el intercambio entre la pareja, ocupaba sus lugares. Una camarera acercó un carrito con el servicio de desayuno y lo instaló junto a la mesa. Cada cual optó por sus alimentos preferidos y comieron escuchando las peripecias de las mujeres. Robert se hizo cargo de la cuenta del hotel mientras Gael sacaba de un bolso las prendas que había traído para Ivi y su madre.
—Antes de volver, iremos a recorrer la fábrica de chocolates Cadbury —dijo el médico—. Se lo prometimos a Jordi.
—Son las nueve —señaló su madre—. Tendremos que esperar hasta las once y media.
—No. Averigüé que hoy abren más temprano —aseguró Gael.
Cuando Bob regresó, salieron al destemplado exterior. Ivana aspiró el aire frío confortablemente arropada en el jersey que le había entregado el joven. En la visita, que duró dos horas, los obsequiaron con tabletas de chocolate, asistieron a una divertida función de cine, se enteraron del proceso de producción, montaron en un trencito y visitaron la tienda donde exhibían y vendían una amplia variedad del producto. A las once y media regresaron a Marylebone. En la residencia de los Connor las mujeres prepararon un almuerzo liviano que, poco después, los reunió alrededor de la mesa.
—Ivi —dijo Jordi—, ¿vamos a visitar el museo de cera esta tarde?
Ella, sosteniendo el tenedor a medio camino de su boca, lo miró con aire resignado. Las figuras de cera no la atraían especialmente pero no quería frustrar el deseo de su hermano. Gael, a quien no se le había escapado el gesto, terció:
—Si papá y mamá acompañan a Jordi, podríamos ir hasta Greenwich.
Bob y Anne captaron de inmediato el mensaje de su hijo: quería estar a solas con Ivi y ellos eran sus aliados incondicionales. Ante la indecisión de la muchacha, el médico mayor dijo con entusiasmo:
—¡Excelente plan! Y nosotros disfrutaremos de la compañía de este jovencito visitando nuestro lugar preferido.
Anne ocultó una sonrisa porque sabía que Bob detestaba esas figuras que le recordaban a los cadáveres por su textura e inmovilidad, pero apoyó con presteza la propuesta:
—¡No te lo pierdas, querida! Es un distrito digno de conocer y después podrán intercambiar con Jordi las experiencias de cada uno.
—¡Dale, Ivi! Acordate que yo no podré conocer tantos lugares. Si vos vas y me contás, será como si yo lo hubiera visto —secundó su hermano.
Gael rogaba que con tantas adhesiones su chica aceptara la oferta que le permitiría retomar la intimidad alcanzada en Soho. Intranquilo, la vio vacilar y se sosegó cuando ella preguntó dudosa:
—¿Están seguros de querer visitar de nuevo ese museo?
—Hija —dijo Bob—, hace tiempo que buscaba la excusa para volver a recorrerlo. ¿Y qué mejor si es para satisfacer a Jordi?
—Bueno —accedió para alivio de Gael—. Confieso que me tienta más este proyecto que el museo de Madame Tussauds —miró a su hermano—: disculpame, Jordi, por no acompañarte, pero con los maniquíes de la casa de Sherlock tuve suficiente.
—Por mí está bien, Ivi. Cada cual verá lo que más le gusta —dijo Jordi solidario.
—Gael, ¿a qué hora tenemos que salir?
—¿Te parece bien dentro de dos horas? —la consultó.
—Seguro —asintió, y se dispuso a terminar su comida.
Ivana, después de bañarse y cambiarse, habló con Lena.
—¡Hola, mamá! ¿Cómo la pasaste anoche?
—Más que bien, Ivi. Hacía tiempo que no me sentía tan agasajada. Alec es un hombre excepcional.
—Es una calificación notable, mami. ¿En un solo encuentro?
—Tengo veinticinco años más que vos, nena. Y menos aprensiones también. Puedo reconocer sin tantos rodeos que alguien me gusta.
—¿Lo suficiente para reemplazar a papá? —se le escapó.
—Ivi, tu padre hace rato que me reemplazó. Y yo nunca pensé que iba a tener la oportunidad de cruzarme con otro hombre de bien. Querida mía, sos una mujer evolucionada y eso implica que podés adaptarte a los cambios. El cambio al cual me refiero tiene que ver con que tu padre y yo dejamos de ser pareja. ¿No querrías lo mejor para los dos?
Ivana suspiró compungida antes de contestar:
—Sí, mamá. Perdoname. No tuve mucho tiempo para elaborar el duelo —Se repuso y preguntó—: ¿Cómo están los chicos?
—Bien. ¿Y mi Jordi?
—Muy bien. A punto de ir al museo de cera con Anne y Bob.
—¿Y vos?
—Voy a ir con Gael a Greenwich.
—¡Ah…! ¿Estás tratando de aclarar tu confusión?
—¡Ay, mami, sos inexorable! ¿No se te va a olvidar nunca esa palabra?
—No hasta que deje de atormentarte —dijo con ternura—. Querida, hacete el favor de escuchar alguna vez lo que sentís.
—Seré todo oídos, mamucha. Te mando un enorme beso y hasta mañana.
A las cuatro de la tarde el matrimonio y Jordi salieron para el museo y ellos hacia Greenwich. El clima tendía a mejorar y el cielo se fue despejando lentamente. Ivana, distendida, observaba el paisaje por la ventanilla. Se volvió hacia Gael y sus ojos recorrieron el perfil voluntarioso de su amigo concentrado en la carretera. Reconoció cuán atractivo era mirándolo ahora como hombre. Por cierto que no le podía ser indiferente a ninguna fémina. Como un relámpago, la fulminó el recuerdo de la noche en que lo sorprendieron en su departamento con una mujer. Me sentí engañada como mamá se había sentido por mi padre. ¿Pero qué fidelidad habrías de guardarme si no había ningún compromiso entre nosotros? ¿O acaso yo intuía algo más que la relación de amistad? ¿O que no tenías derecho a pensar en otra mina cuando yo te hacía confidente de mis dilemas sentimentales? Era tan natural mi sexualidad como tu castidad como amigo. ¡Qué conclusión absurda!
—¿En qué estás pensando? —la pregunta de Gael la sobresaltó.
—En que nunca más hablamos de los estudios de Jordi —se apresuró a contestar como si él pudiera entrever su silencioso monólogo.
—Estamos avanzando con el nuevo protocolo y añadiendo unidades que por el momento refieren a su capacidad. Todavía no puede amplificarla más que en un radio cercano, pero creemos que la potenciará a medida que aprenda a manejarla.
—¿Y él se siente bien con todas esas pruebas? —inquirió ansiosa.
—Yo diría que muy bien e interesado —sonrió Gael—. Especialmente por la participación de Maude.
—Maude… —murmuró Ivi—. ¿La chica especial?
—Adivinó, señora. Comparten una frecuencia que los fortalece mutuamente. Amén de haber despertado en Jordi un interés que trasciende la investigación de sus cualidades.
—Ah… —dijo la joven—. Otro niño precoz.
—¿Lo decís por mí? —rió su amigo.
—No conozco otro —dijo pendenciera.
Él se limitó a sostener la risa sin alimentar la hoguera de la provocación.
—Vamos a tomar un barco desde Westminster —le adelantó poco después—. Tardaremos un poco más en llegar pero navegarás por el Támesis.
El viaje duró más de una hora hasta desembarcar en el muelle flotante de la villa. El disfrute de Ivana llenó de regocijo a Gael quien iba señalándole los lugares que iban atravesando. Antes de ascender hasta el observatorio deambularon por las calles empedradas y se detuvieron en alguna de las antiguas tiendas. Después caminaron por el Royal Greenwich Park adonde Ivi se deleitó al avistar numerosas ardillas y un reno. El camino central conducía a una cuesta que se iba empinando hasta desembocar en el Royal Observatory.
—¡Apuesto a que llego primero! —desafió Ivana.
—No te lo aconsejo —dijo Gael con parsimonia.
—¡Nos vemos arriba! —rió ella y encaró la pendiente.
XXXI
El hombre, que
había experimentado más de una escalada, la siguió a buen paso pero sin
extremar la velocidad. A medida que ascendían la senda se estrechaba y se
elevaba ofreciendo en varios puntos bancos para tomar un respiro. Se fue
acercando cuando faltaban los últimos doscientos metros porque la testaruda
mujercita, como él suponía, desdeñó los puntos de descanso que le brindaba el
camino. Cuando la vio desfallecer, inclinada hacia delante para aliviar sus
músculos acalambrados, la cargó entre sus brazos y se impulsó hasta la cima.
Ivana, luchando por recuperar el aliento, ni siquiera tuvo ánimo para oponerse.
La depositó en un banco próximo a la entrada del observatorio y se sentó junto
a ella.
—Vos sabías…
—reprochó ella con un hilo de voz.
—Te advertí —dijo
él—. Pero los consejos no entran en tu cabezota. ¿Estás bien?
—Cuando se me
pase el dolor en la cintura te digo.
—¿Querés que te
haga un masaje? —ofreció él con gentileza.
—¡No…!
Gael sonrió y se
dedicó a revivir las sensaciones de tenerla acaparada sobre su cuerpo. Claro
que él no la quería extenuada por la fatiga sino de amor. Este pensamiento lo
envolvió en una ola de sensualidad de la cual emergió al llamado de su amada:
—Ya estoy en
condiciones de seguir —declaró poniéndose de pie.
—Vamos, entonces.
Visitaron el
observatorio, recorrieron el museo, se sacaron una foto conjunta con los pies
apoyados sobre cada lado del meridiano y abordaron el último barco para volver
a la ciudad. Instalados en butacas adyacentes, Ivana le reveló la relación que
su madre había iniciado con Wilson:
—¿Pensás que Alec
es una persona confiable? —le preguntó.
—Totalmente
—afirmó—. Lo conozco desde que era niño y si se involucró con ella es porque no
duda de sus sentimientos. Creí que nunca iba a superar la pérdida de su mujer y
me alegro tanto por él como por Lena. No podría encontrar mejor compañero.
—Parece que ya
das por hecho el vínculo.
—Es que,
chiquita, no todos los hombres son tan pacientes como yo —dijo comiéndosela con
los ojos.
Ivana apartó los
suyos y, hasta que atracaron, se mantuvo en un silencio que su pretendiente
acató.
—Vamos a cenar
antes de volver —fue lo primero que dijo él cuando desembarcaron.
La guió hasta un
restaurante a orillas del Támesis adonde se instalaron en una galería cubierta
con vista al río. Mientras esperaban la comida, Gael se dedicó a observar a su
linda acompañante. Ivi, turbada, lo hostigó:
—¿Qué mirás tanto?
—Me encanta
mirarte… —dijo arrastrando las palabras—. Me encanta que estés conmigo y me
encanta tu tozudez que me permitió tenerte entre mis brazos.
—Dijiste que no
me ibas a perseguir —le recriminó.
—Vos me
preguntaste.
—Hablemos de otra
cosa —alegó ella esquiva.
—¿De qué te
parece que podamos hablar? —indagó su amigo con placidez.
Ivana examinó
cuidadosamente los posibles motivos de charla y encontró que, tanto ella como
él, se conocían lo suficiente para no poder recrearse el uno para el otro. Ese
aspecto del intercambio estaba reservado para extraños.
—Qué sé yo…
—expresó al fin—. De cualquier cosa que no nos involucre. No hay nada que
ignores de mí como yo de vos.
—No estoy de
acuerdo —declaró él—. Todavía me estoy preguntando a qué se debió tu reacción
la noche en que viniste con Lena a mi departamento.
—¡Estaba alterada
por el encuentro con papá! —dijo indignada.
—Entiendo. ¿Pero
por qué hiciste extensiva tu bronca hacia mí?
La muchacha
frunció los labios y se dijo que no tenía por qué contestarle. ¿Sería el
momento de sincerarse? Lo que temía era el modo en que él tomaría su franqueza.
Decidió desnudar sus sentimientos para esclarecerlos.
—Me sentí tan
engañada como mamá —reconoció—. Yo esperaba encontrar alivio entre tus brazos y
resulta que los tenías ocupados con otra mujer.
Gael la miró con
adoración.
—No sabés cuánto
lamenté ese infortunado incidente que entorpeció el consuelo que deseaba
brindarte…
—¿Incidente, lo
llamás? —interrumpió ella—. ¿Éso son las mujeres en tu vida?
—No me chicanees,
Ivi. Vos sos la mujer de mi vida, pero soy un hombre normal con necesidades que
satisfacer. Nunca hice promesas que no iba a cumplir y cada mujer con la que
estuve sabía muy bien hasta dónde llegaba la relación.
—Sexo sin amor…
—dijo reprobadora.
—Vos también lo
experimentaste, si mal no recuerdo.
—¡Yo creí estar
enamorada! —se defendió.
—Creo que todavía
no sabés lo que es estar enamorada —señaló con suavidad.
—¿Vos sí?
—preguntó con ironía.
—Cada día desde
que te conozco y que no puedo acceder a la plenitud de tu persona. Cada noche
que no puedo tenerte en mi cama. Cada mañana que no puedo contemplarte al
despertar. Cada momento en que quiero besarte y decirte cuánto te amo —dijo
bajamente inclinándose hacia ella.
Ivana se sintió
atrapada por las palabras del hombre que aceleraron su ritmo cardíaco. La
manifiesta revelación de los deseos masculinos la sujetó a las ardientes
pupilas que demandaban su consentimiento. Reaccionó cuando el cálido aliento de
Gael anunció la inminencia del beso.
—No me hagas esto…
—gimió, apartándose del acto irrevocable que sellaría el fin de la idealizada
amistad.
Él se enderezó y
respiró hondo. Tomó la mano de la atribulada muchacha y la refugió entre las
suyas.
—Ivi, Ivi…
—murmuró—. Perdoname si te ofendí. No te pongas así que me destruís, querida.
Ivana giró la
cabeza hacia el ventanal y fijó la mirada sobre el río para reponerse. Tenía
conciencia de su actitud pueril ante un avance masculino que en otra
circunstancia hubiera rechazado sin sentirse amenazada. Miró al hombre de
expresión preocupada que sostenía su mano y le dedicó una débil sonrisa:
—Perdoname vos
—pronunció con suavidad—. Nunca me he sentido tan tonta.
Él besó la mano
que retenía y dijo con tono alegre:
—Vamos a pedir un
postre, ¿querés?
Ivi asintió y
terminaron su cena compartiendo un enorme trifle de chocolate y cerezas. Como
en los viejos tiempos, se divirtieron cuando las cucharas chocaban al
disputarse una fruta o un trozo de chocolate. El médico, en medio de risas, le
cedió a la joven la última cucharada.
—Mmm… Estuvo
delicioso —suspiró Ivi.
Deliciosa eres tú, pensó Gael.
A las once
volvieron a Marylebone. Ivana, soñolienta, se durmió contra el hombro del
conductor. Después de ingresar a la cochera él se tomó un tiempo para
contemplarla. Si fueras mía te cargaría
hasta nuestra cama para despertarte con besos y caricias y después te amaría
hasta desfallecer. Intuyo que va a ser pronto, mi vida. Es tanto lo que te
quiero que no es posible que permanezcas indiferente…
—Ivi, querida,
llegamos —llamó suavemente.
La chica
entreabrió los ojos con aturdimiento hasta comprender las palabras de Gael. Se
apartó de su flanco y tanteó la puerta buscando la manija.
—Yo te abro —dijo
él descendiendo del vehículo.
Le tendió la mano
para ayudarla a bajar y juntos subieron la escalera que conducía a los
dormitorios. La casa silenciosa indicaba que sus habitantes estaban entregados
al descanso. Al llegar a la puerta del cuarto de Ivi, él desasió su cintura y
esperó a que abriera la puerta. Quedaron frente a frente y el hombre se inclinó
para rozar con sus labios la mejilla ardorosa. Ivana elevó la cara con los ojos
cerrados y la boca entreabierta como esperando un beso. Gael comprendió que,
enervada por el cansancio y el poderío de sus sentimientos, podría tenerla esa
misma noche. Pero él la quería totalmente conciente de sus emociones y
convencida de su entrega amorosa. Por eso, se limitó a estrecharla brevemente
contra él y acariciar su pelo antes de voltear hacia su habitación. La joven,
sentada al borde del lecho, valoró la renuncia del hombre ante su capitulación
y lo amó por haber interpretado la fragilidad del momento. Soltó las amarras de
su contención y se dejó arrastrar por la vorágine de sus sensaciones.
Comprendió que su aparente intransigencia no era más que una excusa ante un
hecho irrebatible: estaba enamorada de Gael y había deseado que se quedara con
ella.
XXXII
(para envío gratuito del final, correo a cardel.ret@gmail.com)
FIN
hola, esta de mas decir que tus novelas son geniales, yme gustaron mucho. ahora necesito el final de esta pronto, lo estare esperando.besos
ResponderEliminarGracias y me alegro de que te gusten. Ya te estoy mandando el final. Cariños.
ResponderEliminarhola ayer si me llego el final gracias pero lo decia por la otra novela LA HERENCIA. Y sigo sin poder leer las que ya te mencione tal ves el problema sea porque lo leo desde mi celular y no de una compu pero en fin es que tus novelas estan tan buenas que noooo quieres perderte ninguna felicitaciones tienes mucho talento haz escrito algo diferente a esto ?
ResponderEliminarhola esta excelente tu blog podrias mandarme novelas completes ya que las leo en mi trabajo me encanta leer
ResponderEliminarGracias por tus conceptos. Tenés que pedírmelo al correo cardel.ret@gmail.com y te respondo enviándote el final. ¿Desde dónde me escribís? Saludos.
Eliminarpor favor como puedo hacer para obtener el final de tu novela..mi e mail es jortiz@hotmail.com , saludos,
ResponderEliminarYa te la estoy enviando. Saludos.
Eliminarestimada Carmen:
ResponderEliminarla vez anterior me confundi de correo( estaba tan emocionada) jajaja por favor envialo a pikachu62_8_8@hotmail.com
Estupenda novela!!
ResponderEliminarGracias por tu concepto. Te envío el final de acuerdo a tu solicitud. Un abrazo.
ResponderEliminarExcelete novela, desde que comence no pare hasta terminar de leerla y ahora espero ansiosa me envie el final.. Saludos y gracias!!!
ResponderEliminar¡Gracias, Nattu! Te lo enviaré a tu correo. Un abrazo.
Eliminarme encanta esta novela, estoy ansiosa de leer el final por favor me lo podrias enviar a mi email: grezhitah@gmail.com
ResponderEliminarHola, Grecia. Me alegra que te haya gustado. Ya te estoy enviando el final. Abrazo.
Eliminarme gusto mucho su novela muy buena estoy ansiosa por leer el final m lo podría enviar por favor mi mail :fatypozotomala1993@gmail.com
ResponderEliminargracias muchos éxitos...
Gracias por el comentario, Fátima. Ya te lo estoy enviando. Un abrazo.
EliminarCarmen me encanto la novela amigos amantes, quisiera leer el final, soy nueva en esto de computadores t no he sabido como hacerlo, mi e,mail es albaluzaparicio57@hotmail.com, gracias.
ResponderEliminarHola, Alba. Gracias por el comentario. Ya te estoy enviando el final. Saludos.
EliminarUna hermosa historia, personajes verosímiles y bella descripción de los lugares!!!!
Eliminar¡Gracias por el comentario! Si me escribes a cardel.ret@gmail.com te enviaré el final. Un abrazo.
EliminarHola me encanto la novela, me gustaría mucho que me enviarás el final mi correo es erica_anai@hotmail.com
ResponderEliminar¡Felicidades y saludos desde México, Veracruz!
Gracias, Erica. Ya te lo envío. Un abrazo.
EliminarHola excelente tu escritura aun no la termino de leer comence hoy, yo tengo una pagina de Facebook que hay muchas lectoras me gustaria compartir tu trabajo, claro con tu permiso y dandote creditos de verdad me parece genial lo que haces y me gustaria que llegara a mas personas ;) Saludos !
ResponderEliminarHola, Divinusca. Escríbeme a mi mail cardel.ret@gmail.com
EliminarSaludos.
Estimada Carmen:
ResponderEliminarMuy lindas tus novelas, es un derroche de puro amor y sensualidad.
Gracias por tu comentario, Elida. Es un placer tenerte por el blog. Un abrazo.
Eliminarhola carmen antes que nada te digo k me encantan tus novelas eres genial en lo que haces pero no e podido leer el final ni de viaje inesperado,ni de vacasiones compartida y amigos y amantes y me encantaria leerlos sera k me lo podrias enviar por mensaje privado a mi facebook pork mi msn tiene problemas por favor mi facebook es thu-princesita-gomez@hotmail.com pero me puedes buscar como erika polanco gomez te lo agradeceria mucho
ResponderEliminarHola me fascina tu novela me podrias enviar el final please Kristel _ milagros1396hotmail.com gracias
ResponderEliminarHola, Kris, agradezco tu comentario. Te lo envío por correo. Un abrazo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarhola kris,hermosa tu novela.espero ansiosa el final,por favor enviarla a monica1411@outlook.es
ResponderEliminarHola, Mónica: Gracias por tu comentario. Te lo envío por correo. Un abrazo,
EliminarCarmen.
agradezco el final..... quede como novia de pueblo vestida y alborotada por el final.... gracias mi correo iribarrencarmenb@hotmail.com
ResponderEliminar¡Ja! No es mi intención, Carmen. Ya te lo envío. Un abrazo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminartremenda novela!! me encanto! me envias el final? mi correo es sofiatown@hotmail.com
ResponderEliminarGracias por el comentario, Sofía. Te lo enviaré con gusto. Saludos.
Eliminarhola me encanto tu novela pero m quede picada me podrias enviar el final de amigos y amantes mi correo es lucymar_I.A@hotmail.com GRASIAS X CREAR NOVELAS TAN FACINANTES...
ResponderEliminarHola, Lucy, te agradezco el comentario. Te lo enviaré en breve. Un abrazo.
EliminarPor casualidad te encontré.¡¡hermosa novela!!!solo difiero de los demás en algo.¡¡¡ponles final!!!!es hermoso leer algo,que te atrape y no tener final...que decepción.Tu trabajo es precioso,¿podrías enviarme el final?soy de México,mi correo:dorissette58@live.com.mx mil gracias y de nuevo felicidades por tanta creatividad...
ResponderEliminarHola, Doris, aprecio sobremanera tu comentario y te enviaré el final a tu correo. Un saludo afectuoso.
Eliminarme encanta tu trabajo tienes mucho talento esta novela te atrapa de verdad estoy cautivada con esta nove pero me desilusiono que no tuviese final si puedes enviármelo te lo agradecería un montón este es mi correo eliizabethpuchi1304@hotmail.com por cierto saludos desde Venezuela ojala y sigas haciendo mas novelas porque eres una gran artista sigue adelante saludos
ResponderEliminarHola, Eli. Te agradezco el comentario y estaré enviando el final a tu correo. Un saludo afectuoso.
EliminarHOLA MUY BUENA NOVELA ME PUEDES MANDAR EL FINAL AL SIGUIENTE CORREO CHABELS@HOTMAIL.COM POR FAVOR
ResponderEliminarHola, gracias por dejar un comentario. Te enviaré el final por correo. Saludos.
EliminarHola :3 Me encanto tu novela :3 La historia es increíble, :3 Ahora me gustaría leer el final, es increíble :3 Me podrías enviar el final a este correo: vane_herrera_fernandez@hotmail.com :3 :3 Te lo agradecería :3
ResponderEliminarHola, Vane, gracias por comentar y por los gatitos. Lo enviaré a tu correo. Un abrazo.
Eliminarhola soy de mexico me gustaria que me oudieras mandar el final de tres de tus novelas que me han parecido muy bonitas e interesantes sus historias es VIAJE INESPERADO. AGENCIA DE ACOMPAÑANTES Y AMIGOS Y AMANTES MI CORREO ES margarita espejo@outlook.com te lo agradeciria mucho saludos
ResponderEliminarHola, Margarita: me complace que te hayan gustado. Te las estaré enviando. Un abrazo.
Eliminarok las estare esperando muchas gracias por tu respuesta
Eliminarme encanto la novela, y lo siento por tardar en leer, pero quiero seguir leyendo el final por favor, besitos
ResponderEliminarHola, te lo enviaré con mucho gusto si me dices cuál es tu correo. Un abrazo.
Eliminarmi correo es: aricopalma@hotmail.com
ResponderEliminarYa te lo envío. Saludos.
EliminarMuy buena novela....definitivamente voy a leer todassssss
ResponderEliminarpor favor envíame el final de todas
mi correo es: katyes_30@hotmail.com
Muchas gracias
Gracias por el comentario, Katy. Te lo envío a tu correo. Saludos.
EliminarUf tremenda novela..me encanto..por fis me puedes enviar el final a mi correo vilmadv.27@gmail.com...me muero por leer el final..
ResponderEliminargracias cariños
Te agradezco el comentario, Vilma. Te estaré enviando el final. Saludos.
EliminarHermosa novela me encanto puedo acceder al final??
ResponderEliminarGracias por el comentario. Escríbeme a mi correo y te lo enviaré. Un abrazo.
EliminarMe encanto todo de Amigos y Amantes: la trama, sus diálogos, los personajes, repito todo. Me gustaria conocer el final. Mi email es knelasero@yahoo.como. Aprovecho el inicio de este final de año para de se arte a ti y todos los lectores unas alegres y acogedoras fiestas decembrinas y un venturoso 2015 en compañía de sus familias y amigos.
ResponderEliminarHola, amiga, agradezco tu opinión y también espero que termines bien el año y comiences mejor el que viene. Te mando el final al correo mencionado.
EliminarHola me encanto la novela, me podrias mandar el final a eli90@live.com.ar Te agradeceria muchisimo!
ResponderEliminarGracias por el comentario. Te lo enviaré en breve. Saludos.
EliminarHolaa me encanto recien lo termino de leer , hasta me lo imprimi para llevarlo a todos lados y leerlo pero quiero el final podrias mandarmelo luciaclavero43@gmail.com saludos!! plisss
ResponderEliminarHola, Lucía, gracias por el comentario. Ya te lo envío. Un abrazo.
EliminarHola..m. Podria enviar el final de esta novela por favor...estoy encantadas
ResponderEliminarsaludos
Gracias por comentar. Saludos.
Eliminarhola me encanto tu novela me podrias enviar el final por favor......
ResponderEliminarmi correo valeri28vegas@hotmail.com
Hola, Vale. Gracias por el comentario. Te lo envío ya. Un abrazo.
Eliminarhola nuevamente excelente novela, me gustaría leer el final, mi correo es madeley.milanyela@hotmail.com
ResponderEliminarGracias de nuevo y ya te lo envío. Saludos.
ResponderEliminarHola, puedes enviarnos el final de la novela AMIGOS Y AMANTES - Registrada en S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores). (evalladares.nic@gmail.com)
ResponderEliminarHola. Lo haré a la brevedad. Saludos.
EliminarPorque siempre me dejas asi espero con ansias que me puedas mandar el final xfa mi correo es sueliga@yahoo.com.mx
ResponderEliminarNo es mi intención malograr tu lectura sino la de los anónimos que copian y pegan las novelas como propias. Ya te mando el final. Un abrazo.
EliminarSi no lo dudo pero la verdad me gusta leer lo que escribes enserio gracias
EliminarGracias por tu comprensión y espero que sigas solicitándome más finales. Otro abrazo.
Eliminarhola me encanto la novela me podrias enviar el final mi correo es rosmeryduval01@hotmail.com besitos.
ResponderEliminarHola Rosmery, me alegro de que te haya gustado. Te enviaré el final a la brevedad. Un abrazo.
Eliminarhola me encantan sus novelas,pero nos deja picadas con el final agradeceria si me pudiera mandar el final de la novela
ResponderEliminaramigos y amantes y conflicto amoroso. a mi correo...
reynulix@hotmail.com gracias
Hola, gracias por comentar. Te envío los finales. Saludos.
EliminarAmo leer tus historias!!!... Sos genial, ya te lo he dicho.
ResponderEliminarNo te pido el final por que ya lo tengo..
Te mando un abrazo enorme...
¡Gracias, Celeste! Otro abrazo para vos.
EliminarQue buena novela! Me podrias enviar el final! Por favor����
ResponderEliminarHola, Catalina. Lo haría con todo gusto si supiera adonde(Escribe a mi mail o indícame el tuyo):-D
EliminarAbrazo.
Catymaciasz2345@gmail.com
EliminarPorfisxD
Listo. Ya te lo envío. ;-)
Eliminar